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¿Por quÉ LAS MALAS PALABRAS SON MALAS?

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Por Guadalupe Fernández

 

Fecha de publicación: 18 de enero de 2012

 

Pueden ser hirientes, pero apropiadas. Pueden ser burdas, pero precisas. Entonces, depende el contexto, las malas palabras podrían prescindir de su adjetivo definitorio e incluso truncarlo y pasar a ser “buenas palabras”, o al menos sentenciosas respecto a lo que denominan.


Para hablar de malas palabras sería sacrilegio no citar a Roberto Fontanarrosa[1] quien no tuvo mejor idea que en el  III Congreso Internacional de la Lengua Española hablar de las virtudes de las malas palabras. Allí, con tres preguntas disparadoras, planteó el dilema: “¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?” [2]


No hay que tenerle miedo a las malas palabras. Miedo se puede tener a otras hazañas, pero las malas palabras son un desafío. No sólo para la moral y las buenas costumbres, sino también para quien las escribe, quien las lee y quien las repite. Porque, en definitiva, nosotros sólo somos meros agentes repetidores de esas “malas palabras” que provienen de antaño y vaya a saber uno quién las inventó.

Hace unos días, uno de los matutinos argentinos publicó un artículo sobre “La escuela del chamuyo”[3] en Argentina que atrae a los turistas. Basta de engaños: cuando aprendemos un idioma nuevo, lo que más curiosidad nos da son las benditas malas palabras. En primer lugar porque sabemos que en el día a día todos las utilizan, y en segundo lugar porque queremos entender de qué va la cosa.


¿Por qué tanta curiosidad por entender el lunfardo porteño? Porque el argentino “No se enoja, se calienta. No se burla, te bardea”[4] . Hay necesidad de saber más. De entrar en el mundo de la confianza. Del “che” en lugar del “vos”.


Las malas palabras, sean de donde fueren, son propiedad colectiva. Pero es fundamental no abusar de ellas y entender que su uso debe ser apropiado. No vale decir “boluda” por “niña boba”, siempre y cuando el texto o la ocasión lo ameriten. No es lo mismo un “pucha” que “¡puta que lo pario!”


La guarangada no tiene abogado defensor. Somos los parlantes quienes les damos sentido, quienes las calificamos de buenas o malas según la ocasión. La palabra siempre es la misma, lo que cambia es la circunstancia.

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[1] Escritor, dibujante y humorista rosarino
[2] III Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en noviembre de 2004 en Rosario, provincia de Santa Fe
[3] “La escuela de chamuyo que atrae a extranjeros tanto como el tango”. Diario La Nación. 14 de enero de 2012.
[4] Ibidem

 

 


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