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¿TENEMOS LA TELEVISIÓN QUE MERECEMOS?

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Por Elsa Lever M.

 

“Mientras más veo televisión, más me gusta Internet”

 

No sé quién está en crisis: la televisión o nosotros. Es la pregunta de siempre: ¿los medios son por nosotros, o nosotros somos así, por ellos?

 

No recuerdo una época peor que ésta, y vaya que si hemos tenido periodos difíciles. ¿Somos lo que consumimos? ¿Tenemos la televisión que nos merecemos?

 

No me dejarán mentir. La mayoría de los comerciales son de productos “milagro”, desde el “natural” Dalay, el Bengué, hasta los tenis Step gym. Ya no hay anuncios del “Recuérdame” del Gansito Marinela, o los jugos Jumex, los pantalones Levis… Ahora sólo son medicamentos que curan desde la migraña hasta el cáncer; pastillas milagrosas, elíxires de la juventud, cremas que “clonan piel joven”, que quitan diez años (pero de sueldo), y ropa o aparatos que reducen peso (pero de materia gris). Es una competencia estúpida de cuál producto hace más cosas.

 

Y aparte de los spots, lo demás también es basura. Juegos que casi prometen que con mirar ganas, aunque para ello tengas que hacer cantidad de llamadas y dar una palabra correcta… que además evidencia la mala ortografía que prevalece en la que gente que llama… y falla.

 

O qué tal el esoterismo de programas que practican “exorcismos” frente a la pantalla, y los anuncios candentes de prostitución que con sólo un telefonazo “cumplen” fantasías.   

 

Y si de noticiarios se trata, estos se han vuelto foro de la violencia, con su interminable transmisión de muertes y agresión. Si antes formatos como “Duro y directo” de finales de los 90 eran la rareza rechazada, ahora son lo común y aceptado.

 

¿Cómo no pensar en generaciones bipolares, si el medio de mayor penetración es una televisión que va de la violencia cotidiana a la frustración de la imposibilidad real de la eterna juventud? ¿Si exacerba la estimulación sexual y la obtención de dinero “fácilmente”?

 

La televisión es ya una farmacia milagro, una droguería visual, una sexshop y zona de tolerancia, un casino, y una escena ad infinitum de las películas de Valentín Trujillo y Rosa Gloria Chagoyán.

 

Y por si no fuera poco, ahora hay una guerra de talk-shows, en la que cuatro se pelean el imperio del rating de la estupidez: Rocío, Cristina, Laura y Niurka. Programas que su esencia son la mentira y la manipulación, con actores pagados e historias falsas.

 

Y con la mente tan embotada, ¿cómo enterarse de lo verdaderamente trascendente en nuestra vida como sociedad e individuos? Enterarnos de que, por ejemplo, mientras Niurka dice su “veldá” y Laura pasa “al desgraciado” a su foro, se ha emitido una sentencia por 23 años de prisión a una joven de 21 años de edad por el supuesto delito de “homicidio agravado por parentesco”, por un aborto que, en su caso, fue espontáneo y que la tiene en la cárcel desde 2008.    

 

Que, mientras se vende sexo por televisión, y se gasta el salario en hotlines, la Secretaría de Gobernación (Segob) evade el cumplimiento de las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH) sobre los casos de las indígenas Inés Fernández Ortega y Valentina Rosendo Cantú, violadas y torturadas sexualmente por soldados del Ejército mexicano.

Que, mientras exorcizan demonios por televisión, hay muchos reales sueltos que han asesinado –tan sólo en 2010– a 304 mujeres en Ciudad Juárez, y del 1 al 31 de enero de este año a 29 en el estado de Chihuahua.

 

Que, mientras saturan las últimas horas de transmisión de televisión con estimulantes sexuales, el Estado de México se ha convertido en el primer lugar en feminicidios, en los cinco años de gobierno de Enrique Peña Nieto, con 922 mujeres asesinadas, situación que –además de todo– el gobernador se niega a aceptar.

 

Que, mientras la transmisión de los partidos de fútbol –soccer y americano– anestesian cotidianamente, las autoridades que deberían impartir justicia se echan la bolita, como en el caso del asesinato de la defensora de derechos humanos Marisela Escobedo (y su hija Rubí Marisol también), en el que luego de un mes de protestas y movilizaciones por parte de activistas, no ha habido resultados sobre los responsables de su homicidio.

Que, mientras la gente regala su dinero en los juegos de azar televisados, posiblemente quede en la impunidad –a casi un año– el asesinato de la chiapaneca Tatiana Trujillo, pues la Procuraduría General de Justicia podría permitir la puesta en libertad del presunto homicida, el ex diputado federal del PRI y ex candidato a diputado local Élmar Díaz Solórzano.

 

O que, mientras televisan el circo de la aprehensión de capos y mafiosos modelando playeras de Polo, se ignora deliberadamente la situación de 40 mil niñas y niños que han quedado huérfanos y más de 30 mil que han sido reclutados por el crimen organizado, esto durante los cinco años de la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico.

 

Si nosotros hacemos a los medios, ¿qué clase de televisión haremos más adelante, si las generaciones más jóvenes identifican las armas, las drogas y la violencia como las únicas formas de ser, tener y poder? Si los medios nos hacen, ¿qué clase de sociedad seremos, si ahora hay más de 34 millones de niñas y niños que ven todos los días noticias relacionadas con el crimen y que de cotidiano, han naturalizado la violencia? ¿Tenemos la televisión que nos merecemos?

 

Directora de la revista electrónica www.mujeresnet.info, es licenciada en Periodismo por la UDF, con maestría en Comunicación por la UNAM, y diplomada en Género y en Feminismo por el PUEG-UNAM y el CEIICH-UNAM, respectivamente. Ha escrito para diversos medios, imparte conferencias y es docente.
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