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APUNTES EPISTEMOLÓGICOS SOBRE EL ARTE Y LA ESTÉTICA. VISIONES Y EXPECTATIVAS DESDE LA COMUNICOLOGÍA

Por Vivian Romeu
Número 64

 

Resumen
El ensayo reflexiona sobre las articulaciones epistemológicas y conceptuales entre la Comunicología y el enfoque de la Estética conocido como Pragmática Estética. En dicha reflexión se realiza un breve recuento histórico de ambas disciplinas y posteriormente se esbozan los presupuestos conceptuales que pueden, en nuestra opinión, dar paso a pensar las articulaciones que pretendemos evidenciar. Para ello, partimos de los planteamientos de la Comunicología, nos detenemos en los fenómenos de percepción y luego concluimos con el abordaje de la percepción sensible como objeto de estudio de la Estética.

Breves puntualizaciones sobre Filosofía y Comunicología

Para hablar de las relaciones entre filosofía y comunicación, y particularmente entre filosofía y lo que hoy se entiende como comunicología en tanto posible ciencia de la comunicación, habría que rastrear los anales históricos de la filosofía del lenguaje con el pensamiento medieval como eje de la reflexión (sin excluir por supuesto el debate clásico entre estoicos y sofistas), hasta llegar a la moderna y actual construcción de lo que se conoce actualmente como filosofía de la cultura. No obstante, una mayor precisión en dicha búsqueda arrojaría también que las conexiones entre filosofía y comunicación hunden sus raíces desde finales del siglo XIX en el debate sobre el conocimiento, las formas de percepción y la manera en que entendemos el mundo. Así, tanto la sociología fenomenológica y la epistemología como la psicología, se instauran como campos disciplinares específicos que van a imprimir un sello particular a estas conexiones.
La relación de estas tres disciplinas con la comunicación se hace más evidente en unas que en otras, pero cada una de ellas se articula mayormente aún como ámbitos concretos de saber que en lo general no ven a la comunicación como un campo teórico-conceptual con el que puedan colaborar. Ha sido más bien la comunicación, en su devenir como campo académico formalizado desde mediados del siglo pasado, la que ha tratado de “servirse” de estos saberes y al mismo tiempo los ha reconocido como fuentes teóricas propias de otro campo, pero no ajenas al campo mismo de la comunicación. En ese sentido, la comunicación puede entenderse hoy como un espacio transdisciplinar que, en su pretensión de instaurarse como ciencia, da cuenta de un saber necesaria y felizmente híbrido, es decir, de un saber que no puede separarse de otros en tanto lo comunicativo atraviesa y es a su vez atravesado por todos los campos de lo social, ya se trate de objetos, discursos, prácticas y/o agentes sociales.
Entendiendo entonces lo social como el lugar de despliegue de lo comunicativo, en tanto lugar de interrelación e intercambio de los sentidos y significados de vida de sujetos y grupos respecto a ellos mismos y los otros, y respecto al mundo natural, social y cultural donde viven, sobra aclarar que es a través de la comunicación que se organiza y reorganiza, se negocia y se disputa el lugar simbólico de los sujetos en las interacciones sociales, mismos que toman forma mediante los productos, discursos y prácticas de vida de dichos sujetos y grupos antes, durante y después de la interacción comunicativa.
En esta visión pancomunicacional entonces, lo comunicativo, en tanto lenguaje, se declara acreedor no sólo del hecho humano como factor biohistórico diferenciador, sino también de lo que funciona como distinción social al interior mismo de los grupos humanos. Es obvio que estamos hablando aquí de una definición de comunicación que no se reduce a los hechos lingüísticos, sino que toma como objeto de estudio los procesos de intercambio de significados entre sujetos y grupos, sus prácticas discursivas y socioculturales, así como la relación de dichos sujetos y grupos con los objetos, espacios e instituciones que construyen socialmente durante su trayectoria de vida en las culturas en las que se insertan.
Como se puede notar, la vastedad quasi indefinida de esta mirada indica que las relaciones entre filosofía y comunicología se tejen al interior (y al exterior) de un amplio terreno de reflexión y estudio; sin embargo, en este artículo sólo daremos cuenta de ello en una dirección. Nos interesa enfocarnos en las relaciones entre Estética y Comunicología, toda vez que su conjunción adscribe una articulación teórica y metodológica poco investigada en ambos campos, a pesar de que en los últimos años el campo de la comunicación ha tratado de incluir al arte y sobre todo a la llamada comunicación artística en sus preocupaciones, y el campo del arte desde los pasados sesentas se dejó “invadir” por reflexiones comunicativas.
Sin embargo, en nuestra opinión, esta alianza un poco forzada (aunque bienvenida) por los esfuerzos de algunos teóricos y en lo general estudiosos del arte preocupados por su significatividad, situó desde el principio la mirada indagativa en el lugar equivocado. Es decir, el hecho de centrar la relación entre arte y comunicación al interior de las redes de significación del arte nos parece ha sido el error que ha llevado por una parte a mal entender tanto la idea de que el arte comunica porque posee significación como la idea de que la significación es, por sí misma, equivalente a la comunicación; y por la otra, a mal ubicar la relación entre arte y comunicación fuera de los predios de una teoría social del conocimiento y la percepción.
Es justamente en la concepción de esta errada conjunción entre los campos de la comunicación y el arte, que se ha obviado la zona epistémica donde la articulación entre los fenómenos artísticos y los fenómenos comunicativos es posible. A nuestro entender, podemos afirmar que no es desde el arte que debe enfocarse la mirada comunicativa, sino desde la corriente de la Pragmática Estética y su idea sobre lo estético, en tanto la primera resulta ser la ciencia de la percepción sensible enfocada en la experiencia estética de los sujetos y no en una teoría del arte –como se ha entendido la estética tradicional desde fines del XVIII-, y lo segundo constituye la dimensión en la que dicha percepción adquiere sentido y genera relaciones de intercambio comunicativo. Por ello, apuntamos hacia la necesidad de revisar los vínculos entre las teorías de la percepción y las teorías de la comunicación al interior de una teoría general del conocimiento cuyo punto de partida, como bien planteó Peirce (1987), debe ser concebido como intercambio ilimitado entre los signos a través de una lógica interpretativa cuyas raíces son, a nuestro juicio, indudablemente comunicológicas.

Arte, Estética y Comunicología

Comunicología, es una apuesta teórica y metodológica sobre la comunicación como configuración epistémica, cognitiva. En ese sentido, la comunicología como ciencia de la comunicación deberá ocuparse de lo macro, en tanto resulta ser, también ella, una apuesta “situada” históricamente cuya mirada esparce las formas de estudiar la realidad desde sus niveles más pequeños y simples hasta los más complejos, ya se trate de una realidad física, biológica y simbólico-social.  De ahí que lo comunicológico, sea -más que un objeto- una postura que tiene su punto de partida en la Sistémica.

La perspectiva comunicológica en comunicación centra su enfoque en la teoría de sistemas, la sociología fenomenológica y la psicología social, y parte del principio interactivo de las relaciones sociales como base de la existencia de lo social. Sus principales premisas pueden resumirse en: 1) la esencia de la comunicación reside en los procesos de relación e interacción, 2) todo comportamiento humano tiene necesariamente un valor comunicativo, 3) la interacción comunicativa es un acto de significados subjetivos e intersubjetivos y 4) es imposible no comunicar.

Todo lo anterior indica que la existencia de lo social presupone la existencia de un ordenamiento emergente de los sistemas sociales basado a su vez en los procesos históricos de interacción social y simbólica entre los sujetos de un mismo sistema y con sujetos de diferentes sistemas, de manera tal que resulta evidente que dichas relaciones no pueden gestarse fuera de la comunicación en tanto constituyen la base de los mismos. 
Bajo estos presupuestos, al entender al arte como actividad simbólica por excelencia producida por agentes sociales concretos e inserto en la vida social, será fácil notar que tanto la práctica como la producción artística se halla sometida a las reglas que hacen posible su reconocimiento simbólico e inserción campal, pues son gestadas y se gestan a partir de una acción que es a su vez producto de la acción de los artistas quienes forman parte de un tejido social mayor conformado por agentes pertenecientes también a otros sistemas, y que se hallan en constante interacción unos con otros en tanto juntos conforman el sistema social.

En ese sentido, entender al arte como fenómeno y práctica al mismo tiempo nos ofrece la posibilidad de insertarlo como parte del objeto de estudio de la comunicología, en tanto red de relaciones entre sistemas informativos y comunicativos, aun y cuando ello implique abordar su propia relación desde lógicas pragmáticas diferentes a las que hasta ahora se han instrumentado.

La visión bajo la cual se ha estructurado mayormente la relación entre arte y comunicación ha sido una visión que no pondera la mirada compleja, es decir, que ha visto obstaculizada la posibilidad de entender al arte como un sistema y/o subsistema del sistema social, y ello precisamente ha situado la zona de articulación entre el arte y la comunicación en la obra de arte que, en tanto elemento perteneciente al campo artístico, pocas veces se concibe como sistema, es decir, como zona “permeada” en su constitución y pervivencia por otros, en particular, por su contacto con el otro: el lector.

En ese sentido, no es marginal mencionar que el valor artístico de una obra lo otorga justamente el lector al completar el significado de la obra en su proceso de recepción e interpretación de la misma; por ello, en consecuencia, la relación resultante de la afectación mutua de la obra y del lector no puede entenderse como una mera circunstancia de la recepción, sino que debe concebirse como la interacción que configura la realidad artística misma de la obra, es decir, su existencia como arte, aún y cuando dicha existencia no asegure para nada su valor estético.
En cambio, el valor estético de una obra, según la Estética Tradicional, aparece vinculado a categorías valorativas que han pretendido erigirse como universales: la belleza como supuesto axiológico resulta ser un criterio estimativo (e incluso discursivo) que grita a todas luces su configuración cultural. Sin embargo, el paradigma artístico de lo estético desde el cual se han emplazado los juicios valorativos propios tanto del arte como de lo estético, redujo (y continua reduciendo hoy en muchas plazas) la discusión estética al arte y viceversa, soslayando en cualquiera de los casos la esfera de la cotidianidad, es decir, la esfera de la interacción social y de las relaciones simbólicas indiscutiblemente presentes en ellas, desde donde también se percibe lo sensible.

En el entendido de que los fenómenos de percepción sensible, en tanto fenómenos propios de la actividad humana son también fenómenos de comunicación, resulta obvio que cualquier referencia a la conceptualización de lo estético no sólo tiene que atravesar una reflexión al interior del campo de la Estética, específicamente de aquella rama que se ocupa de la experiencia del sujeto ante el arte1, sino también y sobre todo, al interior del campo de la comunicación. Comprender por ello el papel de lo estético como agente vehiculizador de lo comunicativo resulta un posicionamiento conceptual que sin duda alguna recurre a un espacio epistémico transdisciplinar donde lo comunicológico deberá ser necesariamente concebido como algo más que lo meramente comunicativo, y lo estético desde una perspectiva pragmática bidireccional que dé cuenta de la relación dialógica (comunicativa) que se gesta en los procesos de recepción donde tiene lugar la experiencia estética.

Estética, cognición y percepción sensible

La percepción es un proceso cognitivo sobre el que se construye la arquitectura del conocimiento mismo, por lo que debe entenderse como un estado psíquico que no puede estar divorciado de la concepción del conocimiento. En consecuencia con lo anterior, la percepción es posible en tanto contamos con esquemas mentales que permiten percibir lo que percibimos, y en ese sentido resulta ser una perspectiva histórica y cultural a través de la cual se organiza la realidad, e incluso la no realidad.
Desde la perspectiva sistémica, la percepción sensible, en tanto percepción, no sólo se relaciona con la forma –tal y como pretende enfocarla la estética tradicional-, sino también con el contenido; ambas categorías, no obstante, son dinámicas, cambiantes, y dicho movimiento expresa justamente la naturaleza de sus relaciones intrínsecas y de las relaciones que también establece con el sujeto que percibe y las perspectivas individual y culturalmente posibles que le permiten percibir. En ese sentido, no sobra aclarar, sin embargo, que dichas relaciones son, en tanto tales, contactos, asociaciones, comuniones, articulaciones… en una sola palabra comunicación.

Es así que la comunicación también se ocupa de la percepción sensible (más allá incluso de que se ocupe del arte, como se propone al interior de una de las cinco dimensiones de la comunicología2), al poner en relación al sujeto que percibe y la forma percibida. No hay percepción sensible sin forma y sin contenido, pero tampoco sin sujeto. La percepción es un modo humano para obtener información del mundo, y en ese sentido resulta una perspectiva, un punto de vista que estructura la mirada sobre todo aquello que pueda ser información. Y si entendemos la información desde una postura sistémica (misma que hemos venido sosteniendo desde los inicios de este trabajo), información es –como estado sistémico cambiante- todo lo que hace funcional a un sistema.

Lo anterior nos conduce a afirmar que la información si bien resulta ser un orden concreto de las cosas, es sobre todo un orden emergente del sistema cognitivo en que dichas cosas se presentan (Varela, 2005). De esta manera, la percepción es un estado psíquico en el que se percibe información, es decir, en el que la mente despliega en su emergencia para aprehender el mundo, los dispositivos cognitivos que permiten avalar la existencia misma del orden de cosas existente. 

Por ello, bajo este posicionamiento, resulta claro entender al arte como un sistema de información que construye las pautas y significados desde las cuales es posible comprenderlo (esto también puede explicarse a partir de la noción de campo artístico planteada por Bourdieu). Sin embargo, en su relación con otros sistemas, el arte despliega relaciones comunicativas que afectan, comunicológicamente hablando, al sistema mismo del arte, al sistema con el que interactúa, así como a la propia naturaleza de las relaciones que establece. La complejidad de tal aseveración hace imposible la definición del arte (como de cualquier otro sistema) como un sistema de información o un sistema de comunicación. En realidad, el arte es uno y otro, y eso depende del posicionamiento metodológico del investigador, al interior o al exterior del sistema.

Para que la Estética entonces, como disciplina filosófica enfocada al arte, pudiera articularse con los presupuestos de la comunicología es necesario que se supere a sí misma y se aparte de su concepción axiológica y gnoseológica sobre el arte para enfocarse tanto en el estudio de los fenómenos y prácticas artísticas como en asuntos relacionados con la cultura, el conocimiento y el sujeto, tal y como ha venido haciendo en la última década3.

Entender entonces el papel del arte como producto, discurso y práctica, en tanto actividad o acción propia de sujetos y agentes sociales en el proceso de composición y organización de lo social es, sin duda, la manera en que podrían articularse las relaciones al interior de la Estética y la Comunicología. En dicha articulación se haría presente un nuevo sentido de lo estético como dimensión comunicológica del arte, es decir, en el que lo estético estuviera adscrito a lo dialógico, a la puesta en relación que a través de la percepción sensible y cognitiva se logra a través de la experiencia estética del sujeto en su relación con la obra.

Estética, Pragmática Estética y Comunicación: convergencias y divergencias históricas

Acuñada por Hegel en los finales del siglo XVIII como Filosofía del Arte, la Estética se consolidó como disciplina de lo bello, vinculada casi indisolublemente hasta hoy al arte, pero dejando de lado el estudio de la experiencia del sujeto ante el proceso de contemplación de la obra, tal y como Alexander Baumgarten –el fundador de la Estética- había planteado en 1750. Según este autor, el arte es una actividad intelectual y sensible al mismo tiempo, por lo que la Estética no puede ser menos que la ciencia del conocimiento sensible o gnosis inferior. Con ello respondía al rechazo latente que a mediados del XVIII algunos pensadores tenían hacia la creciente importancia de la razón en el conocimiento sobre el mundo, resaltando al mismo tiempo el papel que jugaban la percepción y la sensación en el conocimiento de la realidad. En lo general, en la teoría del filósofo alemán el término ‘estética’ no estaba enfocado solamente a la percepción del arte, sino que pretendía erigirse como ya hemos dicho, en ciencia del conocimiento sensible o, en lo que en su idea original vendría a ser una ciencia de la psicología de la percepción y de los sentimientos.
Alejada entonces de la estética trascendental kantiana y de la estética idealista de Hegel, la estética baumgartiana4 ofrecía una arista mucho más pragmática al preocuparse por el sujeto y la relación que éste establecía con la obra. Pero las ideas de Baumgarten tuvieron poco eco en su tiempo, y lo estético se convirtió, de la mano de Hegel, en la categoría de belleza donde residía el valor artístico, de ahí que la estética deviniera ciencia axiológica del arte que, en su pretensión normativa, fracasó también en ofrecer respuestas sobre su esencia. Sin embargo, es hasta mediados del siglo pasado que los estetas comienzan a referirse al arte como un fenómeno simbólico sui géneris (Goodman: 1976, 1990), lo que deja parcialmente de lado la discusión sobre su estatus autónomo. La autonomía del arte se convierte así en referente conceptual obligatorio a la hora de reflexionar y debatir los problemas del arte y de la estética, no sólo al interior de sus propios paradigmas, sino respecto a la relación misma que establece con el campo de la comunicación, y con la perspectiva comunicológica en particular.

Por ello, el cuestionamiento que se propone a la estética contemporánea ante la llamada crisis del arte, pasa por repensar el lugar que ocupa esta disciplina dentro de la filosofía y por reevaluar la importancia que ha adquirido en el debate sobre la cultura, las prácticas sociales y la subjetividad. Por otro lado, ello significa también la necesidad de cuestionar la pertinencia de los paradigmas sobre la autonomía del arte, mismos que la propia práctica artística en la actualidad ha puesto en entredicho. Dichos paradigmas responden a una concepción moderna del arte que desde la vanguardia hasta hoy se imponen, a pesar del tiempo transcurrido y la diversidad de las prácticas y los fenómenos artísticos desplegados desde principios del siglo XX hasta hoy.

En consecuencia con lo anterior podemos decir que el primer paradigma va estrechamente de la mano con el proyecto estético y político de las vanguardias europeas, cuya consolidación se adquiere justamente en los intersticios de un nuevo modo de entender y estudiar la creación; dicho paradigma plantea que el arte es autónomo porque no depende del contexto histórico en el que se da, obedece a la subjetividad del artistas, y salvo excepciones, se torna abstracto, impenetrable e incomunicable. En términos de significado y en términos también de intercambio de información entre artista y público, el arte de las vanguardias tiene poco o nada que “comunicar”, lo que lo haría, en principio, ontológicamente indefinible a través de su estatuto comunicológico, tal y como se ha venido anunciando desde los inicios en este articulo5.

El segundo paradigma, en cambio, afirma que la autonomía del arte tiene que ver con su indefinición ontológica y atañe directamente a la discusión sobre la existencia o inexistencia en el arte de las formas simbólicas, sugiriendo que lo simbólico no está en los objetos del arte per se, sino en la relación que dichos objetos sostienen con las circunstancias concretas en la que despliegan su simbolicidad. Goodman (1976) señala al respecto la conveniencia de dejar de pensar ¿Qué es el arte? para situar la reflexión no menos compleja en la pregunta ¿Cuándo hay arte?

Como puede notarse, se trata de una perspectiva analítica pragmática e intersubjetiva que se diferencia totalmente de la perspectiva subjetivista del primer paradigma. Son dos momentos cruciales y cronológicamente enlazados que desplazan grandemente la discusión sobre la obra de arte, pero que a su vez ejerce débilmente un desplazamiento sobre el aparato conceptual y categorial que servirá de base para el ejercicio de la crítica y el estudio del arte como fenómeno y proceso del devenir histórico-social.

Tales desplazamientos producen, en nuestra opinión, dos efectos: la institucionalización de la indefinición ontológica del arte, y la difuminación de los límites de la práctica artística respecto de cualquier otra práctica de representación cultural, e incluso social, mismos que a su vez –en el ambiente postmoderno y desconstructivista de moda hoy en el campo de las ciencias en general, pero de manera notable en el campo de las ciencias sociales- plantea la necesidad de constituir tanto ontológica como sociológicamente la práctica artística, restituyendo a su vez su lugar en la Estética como parte de las filosofías del sujeto.

No se trata de retornar sin más a los modos de hacer de una estética trascedentalista y abstracta, desconectada de la historia y el acontecer social y cultural del presente, pero tampoco se trata de rechazar y negar el regreso del arte como producto y práctica de un campo social concreto (el campo del arte, a través de sus actores, circuitos, temas y encuadres específicos) a los predios de una disciplina estética que sin dudas tiene que ser repensada, mas no únicamente instrumentalizada.

Tanto la descentralización del arte como objeto de la estética, como la instrumentalización de la estética para abordar los problemas del arte y la cultura, son consecuencias extremas de los impulsos ideológicos a favor de la ‘des-autonomización’ del arte (empezando con Walter Benjamin en Frankfurt) y de ese talante postmoderno que el epistemólogo argentino Roberto Follaris tanto ha resentido.  No obstante, si bien el hecho de entender la hibridez de las prácticas artísticas como una especie de deuda o clamor reivindicador de los efectos de simbolicidad de otras prácticas más “villanas” -como dijera José Luis Brea (2006)- dentro de las que también se inscriben las prácticas del arte, se instaura como un eje epistémico desde donde una filosofía de la cultura es posible, consideramos que también se corre el riesgo de que el arte (ya sea entendido como obra, como saber o como práctica) padezca una especie de anomia y desinhibición epistemológica  en el orden disciplinar.

En ese sentido, una estética ‘repensada’ no tiene por qué refundirse en un aplazamiento epistémico totalmente indiferenciado y mucho menos tiene que abdicar en su esfuerzo y razón por reinscribir los procesos del arte en el interior de la discusión estética. Actualmente, este giro en el objeto de estudio de la Estética reorienta de manera tímida y en ocasiones no exenta de perplejidades, el posicionamiento mismo de las relaciones entre Estética y Comunicación toda vez que al diversificar el objeto del que se ocupa la Estética se diversifica también, y sobre todo se redimensiona el propio acercamiento al objeto en cuestión. En esto último sin embargo, ha contribuido grandemente el legado del pensamiento hermenéutico de Gadamer que vendría a estar estrechamente vinculado medio siglo después con los estudios sobre Estética de la Recepción.

Los estudios sobre la Estética de la Recepción se han ocupado básicamente en los procesos de la recepción del arte, y son ellos quizá, los que permiten formalizar de una manera sistemática el puente más visible entre la Estética, la Pragmática Estética y la Comunicación. Aún más, añadiríamos, los estudios y enfoques teóricos de la Estética de la Recepción son el cuerpo de referencias teóricas y empíricas que, junto con algunos de los análisis semióticos que han utilizado al arte como pretexto para explicarse a sí mismos, y también junto con los planteamientos transdisciplinares de los ya famosos Estudios Visuales, conforman hoy el arsenal teórico y metodológico más cercano sobre el que es posible sustentar no sólo las relaciones entre el arte, la estética, la comunicación y la cultura, sino sobre el que justamente es factible posicionar la dimensión comunicológica del arte, y en consecuencia la posibilidad de  encauzar el rumbo de la Pragmática Estética y de su objeto por trayectorias no necesariamente artísticas y tampoco necesariamente enfocadas de manera diferencial a la obra o al público, sino más bien a la relación entre uno y otro.

Pero es precisamente en dicha relación donde se evidencia el retorno hacia la preocupación sobre la experiencia estética del sujeto, misma que constituye la esencia del legado baumgartiano. En ese sentido, la reorientación de la Estética como disciplina responde también, entre otros muchos factores, a la necesidad de entender a la obra de arte más que como a una red de significados ante la cual la crítica debe ejercer el papel de demiurgo descodificador, como una red comunicativa reconfigurada y reconfiguradora simultáneamente de significados sociales en la que intervienen el artista, el mensaje, el público, la crítica y los escenarios donde tiene lugar y desde donde se gestan las configuraciones simbólicas de tan variada y compleja interacción.


Bibliografía

Brea, J.L. (2006) “Estética, Historia del Arte, Estudios Visuales”. En revista Estudios Visuales número 3 Estética, Historia del Arte, Estudios Visuales, enero. Artículo en línea, disponible en www.estudiosvisuales.net/revista/pdf/num3/brea_estetica.pdf
Peirce, Ch. S. (1987) Obra lógico-semiótica. Sellected Writtings. Madrid: Taurus.
Romeu, V. (2007) “De la estética trascendental a la pragmática estética. Esbozo de una teoría comunicativa sobre el arte”. En Observaciones Filosóficas no. 5, revista de Filosofía Contemporánea, Sección Estética y Teoría del Arte, 2º semestre, julio. Artículo en línea, disponible en  http://www.observacionesfilosoficas.net/delaestetica.html 
Verón, E. (1988). La semiosis social: fragmentos de una teoría de la discursividad. Barcelona: Gedisa.
Vilar, G. (2005). Las razones del arte. Madrid: Móstoles. 1era. Edición.


Notas:

 


1 Nos referimos a la Pragmática Estética.

2 La comunicología, tal y como la concibe el proyecto de GUCOM, se halla nucleada alrededor de 5 dimensiones: la dimensión de interacción, la de estructuración, la de difusión, la de expresión (donde se hallan insertos los fenómenos artísticos), y la de observación. Para mayor información sobre este tópico, consultar:  http://www.geocities.com/comunicologia_posible/

3 Para mayor información sobre este tópico, consultar: Sánchez, Mayra “La estetización difusa o la difusa estetización del mundo actual”, en Estética. Enfoques actuales (colectivo de autores), La Habana, Editorial Félix Varela, 2005.


4 Cabe señalar que la estética de Baumgarten es anterior a la de Kant y por consiguiente a la de Hegel.

5 Para mayor información sobre este tema, consultar el trabajo de esta autora que aparece en la bibliografía. 


Vivian Romeu Aldaya

Doctora en Comunicación Social por la Universidad de La Habana, Cuba (2007). Profesora-investigadora de la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y del Instituto de Postgrados y Educación Continua de la Universidad Intercontinental. Graduada de la licenciatura en Historia por la Universidad de La Habana, Cuba, y Maestra en Estudios Humanísticos por el TEC de Monterrey.

 

 

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