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ESTUDIOS SOCIOCULTURALES PARA UNA CULTURA EN TRANSFORMACIÓN

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Por Héctor Gómez
Número 66

 

Resumen. El documento busca hacer algunas reflexiones a partir de una pregunta básica: ¿qué tienen que decirle los estudios socioculturales a una cultura local de México en estos momentos? No pretende explorar qué son las culturas locales, ni qué es lo global o la modernidad a partir de impactar en una cultura local. Más bien se parte de que la llegada de estos dos entornos generales, se puede ver la importancia de estudiarlos bajo el enfoque sociocultural. La idea que subyace es que para estudiar en la actualidad muchas cosas que suceden en las culturas locales de México, los estudios socioculturales han de ampliar su mirada en distintas ramificaciones temporales, y diversos espectros de sedimentación cultural
Las reflexiones giran alrededor de la ciudad de León, Guanajuato, no sólo como un punto de partida para pensarla, sino que sus entornos fueron los que me llevaron a cuestionarme sobre el papel de los estudios socioculturales en la actualidad.

Palabras clave. Estudios Socioculturales; Culturas Locales; Vectores del Tiempo; Transformaciones Culturales; Ciudad de León, Guanajuato.

 

Transformaciones culturales y las cuerdas del tiempo.
                                                           

¿Cómo entender lo que sucede en muchas ciudades del interior de México que de un tiempo a la fecha han entrado en procesos de transformaciones profundas en todos los órdenes, niveles y dimensiones?

Mi visión es que es necesario no sólo mirar hacia atrás para encontrar dos elementos constructivos: la historia y la cultura. Pero, igualmente, es necesario ampliar la mirada respecto a la concepción del tiempo en la historia (Chartier, 2007) y encontrar diferentes escalas temporales (Koselleck, 2003; Lazlo, 1997), las cuerdas del tiempo que en determinado momento se tejieron o destejieron con otros procesos de las ciudades, así como con procesos más amplios, que igualmente han procedido a través de diversas cuerdas temporales.

Esto es fundamental para entender a esas ciudades, que de alguna manera podríamos denominar como las culturas locales. Tres consideraciones me parecen importantes.

Primero. Uno de los elementos que se abordan cuando se trabaja con la globalización desde su dimensión cultural es que tiene un punto de reacción y de activación de las culturas locales. No es únicamente la consideración creciente en lo que se refiere a la emergencia de nuevas tensiones sociales, en nuevas formas del ser social y de la socialidad que fermentan nuevas identidades culturales (Wieviorka, 2007), sino que modifican la acción y percepción de los diversos estratos espaciales (Bird, Curtis, Putman, Robertson y Tickner, 1996), impregnan de un sentimiento y un tipo de experiencia de manera colectiva (Berman, 2006), y despiertan historicidades varias que han estado latentes.

Segundo. El proceso de transformación de las culturas locales no es reciente, sino que tiene diversos antecedentes en cada caso, y en diversos momentos se han congregado diversos factores que han impulsado transformaciones. En los tiempos recientes, el proceso de transformación se ha acelerado y generalizado y en algunos casos eso ha implicado dos cosas: la incorporación de una experiencia cultural de lo que ha sido su historia local con las dimensiones históricas que provienen de otros entornos y con difracciones en el tiempo más lejanos, algunos de ellos se pueden denominar bajo la luz de la modernidad (Giddens, 2004), pero otros son más antiguos en la conformación de los sistemas mundiales previos a la modernidad (Friedman, 2001). Esto implica una tendencia dual: la activación de elementos arcaicos en las culturas locales, la confrontación de realidades varias inéditas, pese a que algunas de ellas son añejas en otros espacios y culturas.

Tercero. Más allá de la consideración del tipo de modernidad inconclusa, anacrónica, truncada, que algunos autores han propuesto para el caso de México y América Latinarunner, 1992; Paz, 1979; 1974), hay algunos elementos de la modernidad que comienzan a llegar y a renovar las bases de la experiencia social, de la socialidad, de la estructura temporal sentimental de muchos habitantes de las culturas locales y que cercano en el tiempo ha implicado la necesidad de producir al “otro” desde los entornos inmediatos (Baudrillard, 2000), de reflexionar sobre las relaciones sociales dentro de sus espacios urbanos (Benjamín, 2008; Simmel, 2001) y que genera que se dinamicen nuevas cosas, pero simultáneamente que se encuentren con factores añejos y que confrontan sus propias estructuras  de conocimiento y se retorne a vivencias arquetípicas sombrías y agrias, aquello que Michel Maffesoli (2001: 117) ha denominado como coincidentia oppositorum.

El tránsito de lo global a lo local desde lo cultural no es tan simple, mecánico y homogéneo (King, 2000), la experiencia de las culturas locales no tiene el mismo metabolismo ni corte histórico que ciudades que comenzaron sus procesos de transformación anteriormente (Barrios, 2007), porque muchos factores, algunos de ellos no presentes con anterioridad, se congregan y propician emergencias inéditas.

Lo anterior no sólo significa intentar encarar a las culturas locales a partir del pensamiento de lo global, la modernidad y la postmodernidad, sino igualmente las mismas estructuras de conocimiento que se han gestado dentro de los estudios de la cultura, pues sus miradas se han de diversificar a temporalidades varias, procesos históricos constructivos simultáneos y sincrónicos para crear una mirada que construya y re configure los procesos culturales por sendas que se tocan y se alejan en manifestaciones continuas y discontinuas de las realidades locales.

Esto no es nada fácil pues es muy posible que no sólo se haya de partir de las tradicionales miradas de estudio de lo social y lo cultural, considerar las profundas implicaciones que en ellas ha tenido los cambios en el mundo y sus esfuerzos por revisar sus herencias para avanzar (Augé, 2007; Zabludovsky, 2007), sino comenzar a mirar a otras áreas del conocimiento donde las profundidades del tiempo se contemplan con otros rasgos de manifestación y de acción.

Por el momento, sólo haremos un intento reflexivo sobre el caso de la ciudad de León, Guanajuato, en México, que parte desde la misma pregunta de si en esa ciudad se requiere la mirada de lo sociocultural, y si esta tiene algo que decir a lo que ahí se vive y se está experimentando.

 

Saltos de la consciencia. La estructura ausente.

 

La modernidad no sólo fue un espacio temporal que propicio una experiencia colectiva y la edificación de un tipo de sociedad. Fue la necesidad de crear un conocimiento que diera nombre a las nuevas experiencias, que pudiera ubicar la posición del hombre en el transcurrir de la historia, proporcionar una imagen de la sociedad de sí misma. El arte, la estética, el pensamiento científico y las ciencias sociales fueron la respuesta y parte de las estructuras cognitivas del mundo moderno. Una cosa requiere y lleva a la otra.

Pero la modernidad ha sido un aliento con un metabolismo que ha implicado varios siglos, al igual que ha ocurrido con la gestación del conocimiento de la sociedad y de la cultura. El conocimiento que emerge durante la modernidad fue construido a partir de crear espacios y actores especializados para hacerlo y que históricamente recayó en la universidad, aunque esto se ha ido modificando sensiblemente en las últimas décadas.

La ciudad de León ha sido varias ciudades a lo largo del tiempo. La primera, la que se edificó desde su fundación, conformó un perfil de carácter histórico que sólo fue modificado hasta la década de los cuarenta del siglo XX. De entonces a la fecha se han dado varias tendencias en la ciudad: la que se modifica y organiza por la industria, la diversificación a través de la manera como los medios de comunicación comienzan a dinamizarla, al igual que la tendencia a los servicios y el consumo, hasta llegar a la etapa donde los rasgos de una multiculturalidad es patente y generalizada.

Si colocamos la mirada en las esferas donde se ha podido generar un conocimiento sobre la ciudad, la educación superior, vemos que esta comienza a aparecer en los sesenta del siglo XX para preparar a personas que apoyen las actividades industriales (técnicos, contadores, administradores, secretarias ejecutivas), y que en los setenta comienza a generalizarse, y que en los noventa es una realidad creciente y expansiva, aunque aún insuficiente.

Cuatro cosas de ese proceso: la preparación ha sido muy reciente en la ida de la ciudad; se ha perfilado para cubrir una necesidad muy específica, es decir, preparar al personal para la empresa, la industria, el comercio; su actividad ha sido eminentemente docente, para capacitar y actualizar; el conocimiento de lo social y de lo cultural ha sido excluido y sólo ha sido una realidad que se cuela por algunas de las profesiones que desde la década de los ochenta se han ofrecido: educación, comunicación, psicología.

La necesidad de la ciudad para saber de su sociedad ha sido aún más reciente, y ha sido por mecanismos de regulación, certificación y organización que requieren tanto para su evaluación como para estar a la altura de los tiempos de la vida democrática y de los estándares de la administración pública que se han ido gestando a nivel internacional y se han asumido a nivel nacional. También se puede decir que esto ocurre cuando algunas instancias de la vida pública se dan cuenta que la manera de ver, analizar y actuar en la ciudad requiere modificarse porque la mirada única y las acciones generales, son parciales, imposibles, ineficientes.

Este proceso es muy nuevo, mientras que la continuidad de la vida social es larga en el tiempo. Es como si una esfera de corte histórico se hubiera alargado y de golpe se hubiera de reaccionar ante los cambios e impactos de lo global, lo posmoderno, lo multicultural, y en esa reacción queda patente la ausencia de una estructura de conocimiento de lo social que aún hoy tiende a prevalecer.

Aún así, ¿la ciudad de León requiere de un conocimiento de lo social y de lo cultural? ¿Para qué? Si es así, ¿qué tipo de conocimiento social y de la cultura? ¿Cómo se dejaría escuchar y hacerse entender un pensamiento de lo social y de lo cultural?

 

Lo cultural y la sucesión de imágenes.

 

Las entradas para pensar la cultura pueden ser varias. El punto en este caso es revisar a la manera como el pensamiento sociocultural puede decirle algo a una cultura local, y desde esa perspectiva igualmente las entradas pueden ser múltiples. Un elemento que pude ayudar es revisar aquellas reflexividades que se han generado a partir de la experiencia de vivir en una cultura local, la manera como esta propicia intentos de comprensión y de formalizar, objetivar, procedimientos de pensamiento e indagaciones empíricas concretas encaminadas no sólo a intentar encontrar sus cimientos y estructuras morfogenéticas, sino la deontología que se va configurando continuamente en su vida social, material, simbólica e intersubjetiva.

A partir de ello, se proponen tres imágenes del desarrollo del pensamiento sobre la cultura que bien pueden ser un punto de inicio para encontrar pautas de su pertinencia en la actualidad.

 

En su libro, El campo y la ciudad (2001: 189), Raymond Williams menciona que la poesía inglesa del siglo XVIII tiende a poner el acento en el cambio ya que “los hombres acostumbrados a ver su entorno inmediato a través de las formas intelectuales y literarias recibidas, tuvieron que observar otra modificación dramática del paisaje; la de la ciudad que se extendía y transformaba”. Punto interesante por considerar: el vínculo que se crea entre el observar el tiempo a través de sus transformaciones a partir de la presencia y crecimiento de las urbes, algo que sucederá desde entonces y hasta la fecha.

La expansión de la vida urbana vino emparejada con diversos procesos que transformaron las estructuras de conocimiento a partir del siglo XVIII debido a que las experiencias y sensibilidades igualmente eran trastocadas en un proceso que jalaba entre la continuidad del pasado y la efervescencia turbulenta del presente (Hobsbawm, 1971). La ciencia y la tecnología modifican los escenarios urbanos y su relación con el campo; la aparición de nuevos medios de transporte, particularmente el ferrocarril, movilizará a las masas, propiciará nuevos tipos de intercambios, no sólo comerciales, igualmente militares, artísticos, turísticos, científicos; se alteran los estamentos sociales y nuevos actores y movimientos sociales emergen, los cuales gastarán décadas en conformar una nueva base de pensamiento, una nueva mentalidad, a través de las ideologías dominantes del siglo XIX, y los estilos de vida de las diferentes clases sociales.

A finales del siglo XVIII era evidente, como se puede rastrear en sus antecedentes durante el siglo XVII, la disolución de una diversidad estructuras de pensamiento y de conceptos que siglos atrás habían permitido organizar la vida cognitiva, simbólica y colectiva y que otros conceptos y estructuras del pensar estaban emergiendo. Varios conceptos que hoy en día se emplean de manera corriente son parte de ese proceso.

Uno de esos conceptos ha sido el de la cultura, un espacio conceptual que sufrió un radical cambio semántico a como se le había concebido en la pre modernidad (Giménez, 2005) y el cual fungió desde entonces como una memoria virtual para realizar procesos de observación y de diferenciación del orden social e histórico que el mundo moderno fue conformando, a través de una conciencia creciente basada en el orden de pensamiento racionalista.

Cultura, expresa Luhmann (1999: 194), vino a cubrir el vacío que estaba dejando otros artefactos de inteligibilidad como lo eran la moral, la religión, y posibilitaba la diferenciación cognitiva y perceptiva entre hombres y naciones por medio de la comparación, jerarquización y estructuración; el sentido de la historia a través de la evolución y los distintos estadios por el cual ha atravesado la humanidad respecto a las otras especies y entre sí; el proceso de individuación que cada individuo podía adquirir a través de un trabajo individual y subjetivo, y del cual emano el sentido estructural y simbólico del arte, la estética, la educación y el aparato jurídico.

Ante la necesidad de realizar un corte con el pasado y orientar al individuo a través de la historia que se forja mirando al futuro desde el presente, la cultura redujo el espesor del pasado para situarlo en la epidermis de la memoria colectiva. Es por ello que para la sociología del siglo XIX lo cultural emergió como la dimensión del mundo simbólico mediante el cual la sociedad se ordena y se somete a un orden superior al individual.

Ambivalencia y ambigüedad de primer orden: la cultura es un trazo que siempre se tensa entre dos fuerzas, el pasado y el presente, un instrumento para diferenciar y desdoblar la realidad. Emergió como un recurso para dividir el tiempo, para posteriormente tener un  recurso de estabilizar el orden cambiante de la vida social. Conceptos como civilización, ideología, superestructura, representaciones sociales, patrones culturales, fueron parte de ese proceso de objetivar y controlar el cambio, la transformación.

Pero en la segunda mitad del siglo XX hubo un cambio significativo en la concepción de la cultura: el mundo entró en procesos de transformación y pusieron en tensión y al límite muchas de las concepciones de la cultura del pensamiento social clásico. La evidencia era cada vez más patente: no sólo nuevas realidades sociales habían emergido que tenían fuertes impactos sobre los mundos subjetivos colectivos, sino que los metabolismos de las transformaciones eran más continuas, aceleradas y su propia dinámica era la de pasar de un estado de inestabilidad a otro igual o más cargado de inestabilidad. El rostro más visible de estas dinámicas era la acción de los medios de comunicación, la difusión creciente de una cultura de masas, que se insertaba en la vida urbana, pero que eran los nuevos recursos para marcar la temporalidad propia de los procesos que habían comenzado desde el siglo XIX: la industrialización y la economía capitalista cada vez más centrada en el consumo (Gitlin, 2003).

No es gratuito que en la década de los sesenta emergiera por diferentes frentes una concepción sociosimbólica de la cultura dentro de las diferentes disciplinas que se habían ocupado de la cultura y que cobraran nuevos bríos los estudios de la cultura de masas, la atención a los medios masivos de comunicación.

Tampoco fue gratuito el surgimiento de los Estudios Culturales en Inglaterra, quienes encararon la tarea de re definir el concepto de cultura de una manera más social y antropológica, de propiciar elementos necesarios para su análisis, así como la atención puesta en la acción social e histórica de sujetos sociales concretos en sus vidas cotidianas, dentro de entornos urbanos, y conformando procesos de identidad a través del consumo de bienes y formas culturales.

No  fue tal cual, pero los Estudios Culturales británicos intentaron acortar la distancia entre una concepción limitada y parcial tanto de los estudios de la cultura, del pensamiento sociológico de corte marxista, y los estudios de la comunicación que se realizaban en los Estados Unidos, respecto a la cultura, la estructura social y la presencia de los medios de comunicación dentro de la vida social y subjetiva de los habitantes de las ciudades a mediados de la segunda mitad del siglo XX. Eran momentos de mutaciones radicales, tanto social, política como económicamente hablando, y para entenderlo, ampliaron las miradas, disolvieron fronteras disciplinares, académicas e intelectuales, acudieron a la acción constructiva de la historia que le da espesor social al presente, miraron a la vida ordinaria y cotidiana, a las prácticas de los sujetos.

En México y América Latina sucedió un proceso similar a mediados de la década de los ochenta del siglo XX y emergieron los estudios socioculturales latinoamericanos para observar las transformaciones en sus principales ciudades, la manera como lo popular era alterado por los procesos crecientes de urbanización, de introducción de una economía neoliberal, la presencia de la cultura mediática y digital, la manera como los procesos de internacionalización daban pie a los de la globalización y cómo esto alteraba igualmente su peculiar modernidad para ingresarla a procesos diversos propios de la posmodernidad.

Es decir, los estudios socioculturales apostaron por observar las zonas de diferenciación de un pasado histórico de corte tradicional a otro modernizador de amplias y profundas aspiraciones desintegradoras, e igualmente la mirada recayó en la vida urbana, los actores sociales, sus prácticas cotidianas, la presencia de los medios de comunicación.

Los estudios sobre la cultura urbana, el consumo de cultura y de medios, las culturas juveniles, las identidades culturales que emanan de prácticas culturales como la música, el baile, el turismo, los museos, el cine, la televisión, las fiestas populares, los recursos del patrimonio histórico y artístico frente a la industria de la cultura, fueron, entre otros, parte de las agendas y áreas de estudio que se intensificaron y cobraron una mirada más compleja al introducir tendencias como la hibridación de las culturas dentro de entornos globales y modernos, la multiculturalidad en las ciudades, la diversificación de las audiencias dentro de entornos multimediáticos y multitextuales.

El acento: muchos de los procesos que los estudios socioculturales comenzaron a observar en las principales ciudades de México y de América Latina se generalizaron y comenzaron a darse en la mayoría de sus ciudades. Desde entonces y a partir de ello, eso ha venido aconteciendo en sus procesos de vida, un proceso complejo, que en la mayoría de los casos no se puede comprender sino a partir de la manera como históricamente se configuraron y entraron en ese proceso, de diferenciaciones varias, entre ellas, las que corresponden a su pasado histórico y a su presente que se acelera y corre por sendas distintas e inéditas a lo que anteriormente había acontecido y habían experimentado dentro de sus entornos y realidades urbanas.

Momento de diferenciación y de diversificación: para muchas ciudades del país, sus realidades parecían ser casi inamovibles, o con un metabolismo de frío histórico y cultural, y en un movimiento que en apariencia pareció ser casi de un día para otro, entro en un nuevo metabolismo que aceleró la vida social y se entró a “otro momento” de manera colectiva que mientras ha ido desintegrando parte de su herencia histórica y cultural, a activado otra que parecía dormida o habitaba en la invisibilidad de los mundos subjetivos, los estratos profundos de sus mundos simbólicos y colectivos, así como se integró a procesos varios de orden nacional e internacional.

La pregunta es, entonces, si los estudios culturales pueden hacer algo con ello. A nivel internacional, las apuestas de la sociología y principalmente de la antropología (Augé, 2007a) son que si. Las sospechas provienen de los estudios culturales, aunque hay algunos de sus principales representantes que asumen el reto (Silverstone, 2004).

La cultura es el recinto de lo profundo y se mueve en distintos estratos del tiempo y de la velocidad. El espacio es su receptáculo, una escala geológica que se distribuye de manera orgánica en la vida humana en continuas síntesis entre lo biológico, lo antropológico y lo noológico. Doble rostro: lo profundo y oculto de lo simbólico y arquetípico cuyo aliento se organiza desde lo lejano; la superficie y visible que se materializa y despliega un campo resonante de sentidos lejanos en el tiempo que se actualiza y parece tener vida propia, la tiene.

Es por ello que la cultura es tanto un acto cognitivo como un acto de comunicación: se requiere trabajar sobre el orden de lo simbólico, para poder interactuar y mantener el orden y la organización. El lenguaje que conforma el logos humano y que edifica una visión y racionalización del orden cultural es el resultado de la evolución del cosmos y la noosfera que su relación y acción en conjunto edifica una visión de continuidad y congrega a un colectivo.

Regis Debray (2001) expresa que en el inicio estuvo el hueso: la marca del pasado por la presencia de los antepasados, es decir, la conciencia de la continuidad por el símbolo que unifica al grupo. Jean Clottes (Langaney, Clottes, Guilaine y Simonnet, 1999: 62) señala que esto marca el inicio de las capacidades de la imaginación humana, del sentimiento estético, la posibilidad de transformar la realidad mediante las imágenes mentales que el hombre puede crear.

El despertar del sentimiento estético fundamenta el trabajo del mundo interior humano sobre el exterior para construirlo a su “imagen y semejanza”, el inicio de la humanización y de la hominización que corre en paralelo a lo largo del transcurrir del tiempo y que ha sido la constante de las diferentes épocas de la civilización humana. “Es ese mismo hombre quien habla, entierra a sus muertos y talla el silex”, expresa Pierre Levy (2007: 5).

El hueso es el indicio de que el hombre simboliza un orden primario y lo establece en el espacio, lo hace habitable a través de un orden simbólico, y ese orden simbólico se mueve entre la continuidad y la actualidad en un proceso orgánico dentro de movimientos de continuidad y discontinuidad permanentes (Schuon, 1984: 34): un orden lleva a otro orden que re organiza la materialización y organización simbólica.

El trabajo sobre el hueso fue la primera forma de hacer habitable el espacio, y esto fue la base primordial del desarrollo de la civilización humana que la llevo al trabajo sobre la piedra  para crear un paisaje y un receptáculo de la vida humana, donde el desarrollo de las ciudades y su creciente centralidad en la edificación de la era moderna fue su máxima expresión: un orden material que manifiesta una metafísica, su mundo simbólico con dimensiones colectivas.

El desarrollo de la comunicación humana manifiesta en su interior la conformación de espacios para ser habitados: el pensamiento, el lenguaje, la escritura, lo impreso, fueron algunos de esos espacios que corresponden a la conformación y desarrollo de espacios antropológicos y a oleadas de conciencia humana (Levy, 2004; Wilber, 2007), a una semiósfera colectiva, una ecología simbólica desde la cual el hombre se percibe y percibe al mundo, lo edifica, lo organiza y se mueve dentro de él.

Espacio que se torna paisaje, edificación y la textualidad que lo organiza. La cultura es la textualización del paisaje a lo largo de una serie de cuerdas temporales.

La piedra se edifico sobre el hueso, y ha sido, entonces, el remanente de una era que se manifestó a lo largo del tiempo humano y  sobre lo cual una fase de la civilización humana ha transcurrido, y aún permanece: las ciudades han sido su manifestación más acabada, espacios que ocultan una metafísica y una ontología de las cuales abrevan y se nutren, se organizan y se manifiestan.

Pero una serie cuerdas en el tiempo reciente han ido colocando una alteración en la manera como se materializa y organiza la vida colectiva en el espacio. De hecho, un nuevo espacio por habitar. La conformación del Moderno Sistema Mundo (Wallerstein, 2004), la aparición de la modernidad (Berman, 2006) y la posmodernidad (Anderson (2000), eventos de carácter sistémico y mundial como la revolución industrial, la revolución francesa (Hobsbawm, 2003), la revolución de la informática, han traído no sólo un cambio en la conciencia humana dentro de una espiral que inicio en tiempos lejanos, sino la entrada a un nuevo espacio y a una nueva dinámica de la vida humana, el vector de la velocidad, del tiempo que se manifiesta en la luz eléctrica (Virilio, 1997) y sus desarrollos hasta llegar a la información, a lo digital.

No fue gratuito que en estos momentos hayan aparecido las preguntas del hombre dentro de la historia y del espacio ampliado del mundo entero, que emergiera la conciencia sobre la vida en colectivo y el orden social, la exploración de los mundos subjetivos e intersubjetivos, el reconocimiento de la presencia del mundo interior sensible, simbólico, y metafísico que se despliega, histórica e individualmente, a través de lo irracional, lo onírico, el inconsciente colectivo. Marx, Jung, Freud.

Pero igualmente, fue la presencia de la base racional de la conciencia humana para edificar la visión y edificación de la vida social y cognitiva, los intentos por subordinar la dimensión subjetiva a la base material y objetiva de la realidad. El pensamiento científico conforma la modernidad ha sido una evidencia y una tendencia para pensar lo humano y lo social donde la vida subjetiva se subordinó y se delimito a esas estructuraciones. Si bien la base cultural fue considerada como una dimensión totalizante y omnipresente en la sociedad, en el transcurso histórico, su papel en la vida social fue relegado, subordinado, limitado.

Pero en la era moderna se descubre la luz eléctrica y el hombre comienza a modificar el paisaje social y simbólico, el inicio de una división dentro del proceso de civilización humana hasta propiciar una bifurcación que se torna manifiesta en los tiempos recientes: el mundo, la vida humana, social y subjetiva, parecen modificarse a través de la aparición del espacio antropológico de lo mediático (Lowe, 1986) y el ciberespacio (Levy, 2007), que introdujeron el vector del tiempo de la aceleración, del tiempo del instante, del tiempo en presente, que anula distancias y pasa de una especialidad geométrica a una de orden geológica.

Ha sido una corta historia humana donde la metafísica retorna para ampliar las dimensiones de habitar y experimentar la vida en colectivo (Lash, 2005), y esto se hace evidente en la nueva edificación de los colectivos a escala mundial a través de denominaciones como sociedad global, sociedad del conocimiento, sociedad de la información, sociedad del consumo, donde lo simbólico es parte de los procesos de la conformación de la economía, la política y la sociedad. La dimensión cultural recorre y es base que se distribuye, organiza y dinamiza, y que se refleja en la presencia del deseo, los sentimientos, los afectos, las identidades, los valores, las representaciones.

En los márgenes de la corta historia de la modernidad dentro la larga travesía de la civilización humana permite ver determinados trazos de las sendas recorridas con cierta distancia.

Dos elementos se perciben: el proceso de un orden implicado de la vida social que organiza la vida subjetiva en colectivo y que es fundamental para moverse en los ejes espaciales y temporales de la vida social, proceso que nos remite a tiempos lejanos donde la religión, la moral, las cosmovisiones simbólicas y arquetípicas son antecedentes y remanentes de lo que desde la era moderna se ha llamado como cultura, y hoy comunicación; la presencia de la base cognitiva y comunicativa para configurar y dinamizar la vida simbólica que no sólo conforman las percepciones, sino las relaciones y representaciones sociales, nos llevan a otros procesos lejanos en el tiempo, aquellos donde el hombre adquiere determinadas tecnologías cognitivas y comunicacionales para establecer una memoria y un recurso de liga social y simbólica, como sería la aparición del lenguaje, la escritura, lo impreso, los medios de comunicación electrónicos, digitales.

 En esos procesos hay dinámicas de continuidad y discontinuidad, donde un orden se elabora y se expande a partir del orden anterior. Y esto no es sólo lo que acontece en la evolución y desarrollo del estrato social y cultural del hombre, sino igualmente de los factores biológicos, cognitivos, lingüísticos, simbólicos y comunicativos, aunque como señala André Langaney (Langaney, Clottes, Guilaine, Simonnet, 1999: 54), sus escalas y dinámicas de desarrollo en el tiempo “no son las mismas”, pero todas ellas enmarcadas en un tiempo que abarca miles de años donde se gestaron las capacidades simbólicas y cognitivas para edificar la realidad, las facultades que el hombre ha portado desde entonces y hasta el día de hoy (1999: 61).

Lo espacial y lo simbólico para habitar el mundo mediante la elaboración de lo simbólico, lingüístico y cognitivo que edifican los entornos, modifican sus paisajes, estructuran la percepción y la vida social y colectiva.

En ese sentido, y enmarcado en la modernidad, no es gratuito que Walter Benjamín cuando hablaba del cine en su texto, Pequeña historia de la fotografía1, y decía que “proporcionaba material para una recepción colectiva simultánea como siempre ha hecho la arquitectura” señala un punto fundamental de la conformación de la cultura, no sólo el trabajo de lo espacial para organizar a las culturas edificando un orden simbólico espacial para organizar a su vez las subjetividades, sino que los antecedentes del orden simbólico vigente están en el que le ha precedido.

La afirmación de Benjamín puede ser vista como dos vectores del tiempo que se tocan y se desarrollan en su propio proceso: la ciudad como espacio para la vida social que se modifica en ordenes continuos y discontinuos; la tecnología que permite y organiza la vida colectiva y que en su andar abre nuevos procesos perceptivos y nuevos espacios para habitarlos colectivamente.

Si hoy los marcos tienden a ser las ciudades globales, multiculturales, posmodernas, y los recursos tecnológicos tienden a gestarse a través de lo digital, la interactividad, lo multimediático y multitextual, su presencia se establece a partir de los sustratos previos: la ciudad histórica, industrial, medida; la escritura, lo impreso, los medios de comunicación tradicionales.

Ordenes del tiempo y el espacio que se tocan y despliegan, que fermentan nuevas dimensiones, donde algo se disuelve, algo emerge, algo está en movimiento y en nuevas formas de organización y materialización.

Recorrido largo para colocar la mirada en el centro: muchas de las ciudades del país permanecieron casi inmutables por siglos y décadas, su estrato histórico que tensiono procesos de modernización, y sólo hasta los tiempos recientes se han dinamizado y comienzan a mutar y a moverse por los procesos de la globalización, la posmodernidad, la video y ciberesfera. Otros estratos y vectores espaciales y temporales que se ponen en movimiento y abren nuevas trayectorias pero que en paralelo activan los procesos irreversibles de su pasado y abren realidades emergentes, inéditas, recientes. En ello hay riesgos y posibilidades no sólo en lo que se refiere a las bases de la vida social, sino igualmente en la simbólica y cultural.

Un rasgo: así como señala Debray (2001) que las ciudades del pasado eran edificadas a partir del modelo del adulto, en los tiempos recientes se edifican a partir del modelo del joven. Quizá esa sea una imagen que señala los procesos de transformación de las ciudades volviendo el rostro hacia el futuro, lo internacional, lo nuevo, y que gran parte de las escenas cotidianas, de las problemáticas sociales generalizadas, de los desafíos del orden y la seguridad social, así como de las posibilidades del desarrollo, estén alrededor de los sectores juveniles, de otros jóvenes que guardan en si los códigos genéticos de la sociedad del pasado, pero igualmente de las mutaciones que se están gestando en la ciudad, la vida social, los universos simbólicos, los procesos de comunicación, la memoria y el inconsciente colectivo.

De la biblioteca a la televisión al Internet; de la radio al MP3 a My Space al iPhone; de la casa a la calle y la plaza al Messenger al Hi5 al Facebook; del parque y la escuela al video al videojuego al Doble Life; de la fotografía al cine al video al DVD; de los cuentos infantiles a las caricaturas al anime.

Parte de los procesos que se han ido generalizando y que tienen en la punta más visible a los jóvenes, pero que detrás de ello se encuentran mutaciones generalizadas en la sociedad que acceden a ellas de maneras desigual, diferenciada, de acuerdo a los estratos generacionales, de género y de ubicación social y económica.

El mundo que se despliega en varios órdenes y está en marcha.

Para Walter Benjamín, la ciudad no es un espacio cualquiera, es una temporalidad del espacio, un espacio abierto a la historia, debido a que la ciudad es un depósito de la memoria y de la tradición y su sentido político está relacionado con la manera como los ciudadanos experimentan la edificación de la vida urbana y sus espacios, pero asimismo es un artificio que modela las conductas, percepciones y experiencias de acuerdo como la misma ciudad se exhibe a si misma y propicia una “puesta en escena” de la vida social y simbólica (Martínez de la Escalera, 2007: 200).

El proceso de la privatización de lo público y de lo político, así como la mediatización de la experiencia personal y colectiva a través de vivir y conocer la ciudad por medio de fluir a través de las avenidas y de los relatos mediáticos de la prensa, del cine, la radio, son algunas de las manifestaciones que hacen evidente lo anterior: la clave está en la manera como se experimenta la ciudad, y está ha ido modificando su puesta en escena, alterando los mecanismos de su memoria y sus artificios de representación. La experiencia se torna virtual y mediática.

No es gratuito que Benjamín viera la experiencia de la vida en la ciudad, a través de su desarrollo y expansión, la introducción de los procesos de industrialzación, el desarrollo de la economía del consumo, la presencia de la industria de la cultura, como la llegada de un entorno metafísico colectivo que se vive como una realidad “natural” y “común” y que era la entrada a un estado onírico colectivo. La ciudad que se desenvuelve a partir de la llegada de la iluminación eléctrica modifica lo que es visible, lo iluminado por la electricidad, y propicia una manera diferente de habitarla y experimentar sus espacios a través del fluir, de la movilidad. La ciudad, para Benjamín, pasa de ser un espacio presente para ser una realidad que se exhibe por medio de una continuidad construida por fragmentos que se van uniendo, como la técnica del montaje cinematográfico, o como el mismo acto de soñar (Barrios Landa, 2007).

La visión de Walter Benjamín nos lleva a dos consideraciones que son importantes en la vida actual de las ciudades.

El primero, la necesidad de entender el sustrato tecnológico que diseña la continua modelación de la ciudad y de la experiencia que de ello emana. Sus reflexiones realizadas en varios de sus escritos hablan de una etapa, de un estrato, de la experiencia de la modernidad, pero los relatos de autores más recientes permiten entender lo que sería lo que se ha continuado hasta nuestros días, principalmente por el paso de la electricidad al mundo de la información y de lo digital, que así mismo modifican el entorno urbano, su manera de organización a través de nuevas maneras de intervenir en el tiempo y en el espacio (Virilio, 2006), y de las alteraciones de experimentar la ciudad a través de la anulación de vectores espaciales como la trayectoria y el recorrido mediante vectores temporales como el “tiempo del instante” y el “tiempo de la aceleración” que posibilitan las tecnologías interactivas y digitales (Virilio,1996), y los procesos de percepción que alteran no sólo los mecanismos de percepción y de memoria, de representación y de liga social (Virilio, 2003).

El segundo, los remanentes del pasado de la ciudad que no se borran ni disuelven, sino que  permanecen como “energías oníricas” y que son indicios de su “verdadera historia”. Benjamín al estudiar la ciudad, colocaba atención a los detalles, a las antigüedades para intentar ingresar a ellas y hacerles hablar, descubrir su vida latente en el presente y descubrir los estratos profundos, como sucedía con algunas novelas de Víctor Hugo sobre los bajos fondos, las cloacas, los sótanos, y que al penetrar en ellos excavaba para observar lo que de ahí salía.

Pareciera que en esos dos mecanismos se configura un orden que tensiona entre dos vectores, el pasado y el futuro, y el presente se fragua y se deconstruye continuamente, abandonando las realidades estables para abrir una dimensión ante la incertidumbre y lo impermanente, con impactos profundos en el espacio, el tiempo y la manera de habita la ciudad.

Otro autor francés nos daría algunos elementos para continuar pensando algunas de las propuestas de Walter Benjamín, y nos da elementos para introducir algunos elementos analíticos de la afirmación que hicimos en el párrafo anterior.

Michel Maffesoli (2001: 19) hace la observación de que el tiempo tiene la fuerza para estructurar al ser, por lo que cada época con sus especificidades culturales lo configura de acuerdo a distintas matrices, y en esto propone que a lo largo del tiempo hay distintos resortes del tiempo con distintas matrices configuracionales.

A la visión lineal y mecánica de separar el desarrollo de la civilización humana a partir del mundo antiguo o pre moderno, el moderno y el posmoderno, Maffesoli señala que en distintas etapas, las culturas se han organizado de acuerdo a diferentes vectores del tiempo: algunas mirando al pasado a través de sus tradiciones, otras mirando al futuro intentando alcanzar una determinada escala de modernidad, y otras con mezclas de ambas.

Esto da pie a señalar que en los tiempos recientes las cosas han ido cambiando a como la modernidad estructuro y configuro al ser individual y colectivo, pero además, que el paso a lo que muchos han denominado posmodernidad hace ver que la estructura del progreso es de carácter urobórico: el pasado retorna para cabalgar en las matrices y sentidos de los tiempos neo modernos. En ese paso de la modernidad a la postmodernidad, Maffesoli (2004: 45) ve que es una trayectoria antropológica donde se muestra y manifiesta la sociabilidad, más que lo social.

En la visión de Maffesoli, hay una serie de transiciones fundamentales que retan al pensamiento racional, de carácter científico y político. Un primer elemento que se altera es el paso de la tendencia de estructurar al individuo y a la vida social a partir del tiempo monocromo que configura una linealidad, una estabilidad y una seguridad ontológica a partir de la concepción de que el hombre y la vida se desarrolla por la estructura de la historia, a un tiempo policromo, donde la diversidad y la temporalidad es de carácter rizomático, prevalece el presentismo, la visión trágica que asume la incertidumbre y la deotología de la vida social que se va gestando y alterando paso a paso, y cuya experiencia temporal es la de los mitos que permiten ver cómo lo que acontece adviene se hace presente por sentidos diversos.

Es por ello que la vida social se modifica, una vida centrada en el yo individual y en la razón, a un yo plural donde el imaginario que raya en lo onírico es la tendencia de los nuevos agregados sociales y de las prácticas sociales cotidianas. Pero estas alteraciones marcan algunos rasgos que emergen como novedades, pero que igualmente remiten a lo arcaico, a modos de ser de etapas arcaicas, antiguas, pre modernas.

Maffesoli (2001: 30) habla de la presencia del paganismo eterno: el retorno de lo arcaico como rasgo distintivo de la posmodernidad: tiempos de mestizajes, de sincretismos, de una nueva vitalidad que se refleja en la vida de los nuevos agregados sociales que habitan la ciudad como “tribus nómadas”, “tribus urbanas” que se mueven dentro de esferas y metabolismos diferentes al paradigma del orden social y racional de la modernidad, y que tiene su mayor visibilidad y representatividad en los sectores juveniles, quienes asumen lo trágico de la vida social, su carácter de fatalidad que hace evidente el carácter impermanente de la vida material, del sentido de la historia, de la luminosidad racional y adulta, a través de una pasión intensa por lo lúdico y de vivir el instante como una liga con una fuerza destinal y una liga comunal, asumiendo arquetipos ancestrales y de carácter antropológico invariable, y que sus acciones, mentalidad, movimientos grupales, sus tendencias hacen patente las fuerzas telúricas que se acumulan en lo oculto de lo social, sus sismos y temblores hacen patentes las anomalías, los nomadismos y migraciones que están alterándose en dimensiones más amplias: lo social, lo político, lo económico, lo ideológico y lo cultural.

Para Maffesoli (2004: 59), las tribus urbanas son comunidades emocionales que fundan por sus rasgos de sociabilidad lo múltiple y se mueven por la proxémica, donde la emoción compartida y la comunalización crean un lazo social que les da rasgos de permanencia pero igualmente de inestabilidad mediante las cuales tejen sus relaciones a partir de una memoria grupal y colectiva. Esto implica el deslinde de la comunidad de origen y destino, producto de la visión histórica de los sujetos sociales que se ligan por medio de lazos morales y políticos, por la comunidad emocional, que se ligan por medio de los afectos y sensibilidades que los vinculan e integran de una manera más de corte estético y lúdico, entendiendo a la estética en “su sentido primigenio, el de las emociones compartidas” (Maffesoli, 2004a: 61) mecanismos por medio de los cuales se manifiesta un “vitalismo” que busca irrumpir un orden establecido y propiciar otras maneras de estar juntos, de “escapar de la esclrerosis institucional” y fundar una nueva creación dentro de lo social.

Estos desplazamientos no sólo hablan de la falla sistémica de los mecanismos tradicionales que han usado las distintas instituciones sociales (familia, educación, religión, trabajo, arte, política, salud, legislación) para la reproducción social, sino que estas ya no cubren lo básico para ser y generar el lazo social que une a los individuos como personas y con destinos más amplios (Maffesoli, 2001: 34).

Los padres no saben que hacer con sus hijos adolescentes; en la escuela los maestros están desconcertados, temerosos y molestos con las actitudes de los estudiantes; la iglesia y la política denuncian una y otra vez la irresponsabilidad, la carencia de valores y creencias, el vacío moral y la tendencia a la superficialidad; el sector de la salud está inquieto ante tanto accidente, suicidio, enfermedades de diverso tipo donde uno de los principales epicentros es la población joven.

Mientras tanto, los medios de comunicación, la industria de la informática y del entretenimiento, están felices, rebosantes: pese a que las estadísticas lo contradicen, Youtube, Facebook, MySpace, Hi5, Messenger, Google, y otros más concentran millones de jóvenes por día, son medios de relación, de aprendizaje, de diversión, de identidad, recursos cognitivos, lingüísticos, afectivos.

Por todos lados hay una preocupación campante por los jóvenes y la condición juvenil en un movimiento de dos espirales encontradas: una tendencia que se mueve entre la posibilidad y el riesgo, los residuos indeseables e incómodos de la historia ante las aspiraciones del desarrollo social y armónico, de la conciencia solar de la razón y la emocionalidad sombría, lunar, de lo irracional.

Miedos circulan y se clavan en las realidades juveniles, y la tendencia es de cirujano: extirpar la anomalía antes de que crezca el tumor y la salud sea irreversible. Pero algo se olvida, Maffesoli (2001: 17) expresa de la siguiente manera: “Tomar en cuenta esa sombra asegura, a largo plazo, la perduración del ser”, pues hay que recordar que en los tiempos que corren uno de los elementos que se han desligado de la vida cotidiana y personal son los procesos que otorgan seguridad en los individuos (Giddens, 2004), pero igualmente que estos sentimientos que buscan evadir la inseguridad y el miedo son de corte antropológico e histórico, presentes desde la antigüedad y que remiten a estructuras cognitivas y de sentimiento de corte colectivo (Delumeau, 1996).

No es gratuito que el miedo más generalizado del tiempo moderno es el de morir, mientras que el de la época posmoderna es el envejecer. De ahí podemos entender el paso de una sociedad que se edifica a través de una economía que apela a los deseos, a la de una economía que proporciona seguridad sensible, movible, cambiante, que nunca concluye, siempre se renueva y siempre está en movimiento; una subjetivdad que se edificaba a través de representaciones funcionales y diferenciales a otra que se elabora a partir de un carácter emocional y relacional que se hace presente por la exhibición de virtualidades posibles.

El paso de la modernidad a la posmodernidad no sólo fue el mecanismo para que los jóvenes se tornaran visibles, las realidades juveniles de la vida social, sino que igualmente fue propiciando que muchas de las realidades sociales se juvenilizaran, tanto por la apariencia, la estética, las actitudes y tendencias, como por las dinámicas del mundo urbano y mediático que se han ido edificando más cercanos a las nuevas sensibilidades, identidades y competencias de los jóvenes, y que ahora parecen ser las pautas de las nuevas dinámicas de lo social.

El sino trágico que muestran los jóvenes es generalizado, es decir, no es sólo referencia de los jóvenes, sino de la mayoría de la población, un inconsciente colectivo que se mueve por rutas biferinas: frente a la aspiración de consumir, está el miedo de perderlo todo, de reconocer que detrás de la casa que se compró en un fraccionamiento exclusivo, la camioneta último modelo, el viaje de vacaciones a Europa, la pantalla de televisión, la visita dominical a la plaza comercial, todo se puede disolver.

Mientras la ciudad se edifica sobre sustratos de lo internacional, el consumo, la tecnología, la diversión, lo subjetivo se debate entre los valores tradicionales, la mentalidad histórica y sus referentes morales y religiosos, la marginación y la pobreza, el desamparo emocional y aspiracional: las transformaciones en la ciudad en las últimas décadas así lo marcan. Por un lado, la ciudad crece, se diversifica, se expande, por otro lado, se debate ante abrirse a lo nuevo y replegarse ante el temor de perder lo básico: los valores, las costumbres, las creencias, lo tradicional e histórico.

Hace diez años, y más, encuestas en el país y en la ciudad mostraban que la mayoría de la población veían como los problemas más importantes y serios el no tener un empleo y un casa donde vivir a la par de la preocupación por la pérdida y alejamiento de los valores tradicionales como la religiosidad católica, los valores familiares, la irresponsabilidad ante el futuro, y esto último tendía a ubicarse en la población joven del país y a la acción de los medios de comunicación, aunque la misma población reconocía que ella cada vez estaba menos tiempo en la casa y con sus hijos, porque tenía que trabajar, iba menos a misa y mal cumplía con sus compromisos católicos, y veía diariamente varias horas de televisión.

Encuestas recientes señalan que la población está preocupada por problemas de carácter global y nacional: la inseguridad social y el medio ambiente. Narcotráfico, secuestros, vandalismo, guerras de pandillas, suicidios, enfermedades se mezclan con preocupaciones por la drogadicción, el alcohol, el tabaquismo, que son vistos como los causantes de riñas, accidentes automovilísticos, asesinatos; la presencia de maras, pandillas, Zs, emos, adoradores de la santa muerte, graffiteros, góticos, ravers, cholos, y otras agrupaciones más que son vistas como parte de las realidades fantasmagóricas y de espectros que ponen en riesgo el orden social y simbólico, mientras los jóvenes se convierten a la vida del anime, los videojuegos, el espectáculo, los cómics y la manga, el juego de rol, las cartas de combate, los mundos fantásticos como Harry Potter, El Señor de los Anillos, Star Wars, los Simpson, Evangelión, Naruto, Caballeros del Zodiaco, Power Rangers, y otros más.

Con la posmodernidad se encuentra que el sustrato simbólico colectivo no sólo es un mecanismo que congrega y construye, sino un aditivo para la transformación para la política, la economía y la sociedad. Los miedos permiten entrar en un mundo onírico colectivo y la transformación se mueve entre tensiones, conflictos, guerras, pero igualmente mediante alianzas, redes, consensos y acuerdos, como otros muchos procesos y fenómenos que en las culturas locales se han ido gestando.

 

El lado activo del infinito.

 

Quizá haya que decir algo obvio, pero que parece olvidarse: la experiencia de las transformaciones en la ciudad son muy recientes y si bien hay dinámicas y fuerzas que provienen del exterior, la tendencia es a asimilar, observar y evaluar las transformaciones a estructuras de conocimiento y de sentimiento previamente establecidas y conocidas, pero cada vez es más evidente y patente que muchos de los rasgos de lo que se altera escapan a ellas y buscan nuevas formas de conocerlas y de seguirles la pista.

En este punto podemos pensar sobre la ciudad lo que ha mencionado Immanuel Wallerstein (2001: 3) sobre el mundo en el sentido de que estamos en el fin de la ciudad como la conocemos, tanto en el sentido de la manera como constituyó el marco de una realidad, como en el sentido de la manera de conocerlo.

Reconocerlo es sumamente importante para dar un paso adelante: encontrar aquellas estructuras de conocimiento que permitan entender las articulaciones del pasado con el presente, las formas que se generan y desintegran en el presente, las articulaciones del presente que se están formando para convertirse en las estructuraciones y dinamizadoras de la vida en el espectro de los futuros posibles que están latiendo, buscando abrirse y manifestarse con una centralidad colectiva y social.

El marco de pensamiento de lo sociocultural no sólo es una herramienta para dar cuenta de lo que está emergiendo desde la base constructiva de sus conformaciones históricas, de observar sus procesos irreversibles, sino de pensarlo dentro de un movimiento donde procesos más amplios que se están gestando.

Pero igualmente se ha de reconocer que el modo como ha operado lo sociocultural ha de entrar en procesos de revisión de sus marcos propios de pensamiento, de sus ejes básicos como son sus principales conceptos que han sido herencias de tradiciones de pensamiento de lo social y humano, de contemplar sus puntos ciegos.


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Notas:

1 La referencia a ese texto puede verse en  Benjamín, Walter (2007). Sobre la fotografía. Valencia, PRE-TEXTOS.

Héctor Gómez Vargas

Maestro en Comunicación por el ITESO. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima. Profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana León, México.

 

 

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