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ENSEÑAR A CONVIVIR

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Por: Mónica Martínez
Número 66

 

 Innegable es que dentro del contexto de una clase, una de las labores a considerar seriamente es sin duda enseñar a los alumnos a convivir con los demás. La Real Academia de la Lengua define convivir : “del latin convivere, vivir en compañía de otro u otros”. Es decir implica a todos aquellos con los que comúnmente se vive. En el caso de estudiar una carrera, el horario común de un alumno promedio es de 6 clases, de 3 horas a la semana por cada una.
Sin embargo, los alumnos no están conscientes de que convivir con el “otro” implica varios aspectos como inteligencia, tolerancia, autoeficacia e identidad sana. Por un lado, inteligencia para comprender, para adquirir conocimientos,  para entender al otro, para entender conceptos y relacionarlos entre sí; inteligencia para inferir, predecir, elaborar.   Por otro lado, tolerancia implica empatía;  ceder para compartir. El tercer concepto, autoeficacia, entendido como que el alumno sienta que es capaz de  cambiar su entorno. Y finalmente identidad sana, definida por los expertos como la independencia o capacidad de valerse de sus propios recursos internos para resolver situaciones de la vida cotidiana.

 En los años que llevo de docencia, percibo una dificultad constante para que los alumnos convivan sin situaciones de tensión en equipos de trabajo, de manera cordial, sin problemas, sin juicios negativos del “otro”. Y es que ante el reto de obtener un resultado exitoso, surgen el agobio y la presión por cumplir, y con estos elementos corriendo por la sangre, se hacen más evidentes las diferencias de pensamiento, de hábitos, de valores, de tiempos, de disposición y de concepción de la calidad de lo esperado, entre otros. Y el no tener “control” sobre todo, y ceder ese poder, los hace sentir inseguros y vulnerables.  Dice Madeline Levine en “el Precio del Privilegio”:

“La necesidad de experimentar una sensación de control sobre las cosas que afectan nuestras vidas es universal. Ya sea que se trate de una cultura primitiva pidiéndole a los dioses que llueva para asegurar buenas cosechas o familias de clase media-alta pidiendo buenas calificaciones a Princeton Review, los seres humanos nos esforzamos por controlar, predecir, entender e influir lo que nos ocurre. Al influir exitosamente en lo que ocurre, podemos aumentar las probabilidades de obtener buenos resultados, y al mismo tiempo reducir las probabilidades de malos resultados.”

 

Entonces, ante esta vulnerabilidad, el alumno intensifica sus sentimientos y ante cualquier diferencia de opinión, en lugar de conversar, de exponer sus ideas, de convivir, de llegar a un consenso, decide lo contrario: no hablar, no compartir sino atacar, evadir, ocultar, criticar, y por ende retrasar su resultado, y dispersa energía en discusiones absurdas, en albergar sentimientos de venganza o de no convivencia.  El alumno difícilmente permite que el “otro” elija o decida por él. Madeline comenta: “todos preferimos sentir que nuestras elecciones de vida son auténticas,  que provienen de nuestro interior, en lugar de sernos dictadas por otros”.

Si bien es cierto que la identidad sana se acuna en el seno del hogar cariñoso, y como resultado del amor que los padres profesan a sus hijos, el profesor puede incidir sin duda y fortalecer esta cualidad, con el fin de  formar en el alumno virtudes que le permitan convivir de manera exitosa, a pesar de la diferencia de pensamiento y sentimientos que hubiera en relación a sus compañeros de trabajo.

Jaques Delors, en “La Educación encierra un tesoro”, menciona que la labor formativa del profesor implica “enseñar la diversidad de la especie humana y contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia entre todos los seres humanos”.

¿Qué hacer como profesores para enseñarles a convivir? Respetemos su personalidad, sus gustos, su carácter, pero enseñémosles a encarar al otro, a expresar sus diferencias con base en fundamentos, y a compartir ideas para llegar a un fin común. Guiémoslos para utilizar su inteligencia, como dije al inicio, para entender al otro. Invitémoslo a que “comparta” ideas, y acepte conocimientos y opiniones y que en conjunto genere pensamientos y acciones para incidir en su entorno, para solucionar problemáticas que atañen al ser humano en su contexto más cercano y más lejano. Y por último, que haga una introspección y distinga sus recursos internos, para valerse de éstos y utilizarlos a su conveniencia y la de los demás.

En mi experiencia, el plantear una situación e invitar a los alumnos a resolver un problema en particular en equipo, es recomendable para enseñarlos a unir esfuerzos, en vez de dividir. La satisfacción que les genera darse cuenta que ellos pueden plantear soluciones a problemas reales, es innegable. Genera sinergia y fuerza.  Por otro lado,  enseñarles a aprender en colaboración es otro recurso útil para el aprendizaje de la convivencia.  El Tecnológico de Monterrey, en su documento titulado “Cómo forma y educa el Tecnológico de Monterrey a sus alumnos”, menciona en el apartado de características del proceso de enseñanza y aprendizaje que “los alumnos aprenden en colaboración”. Y agrega:

“ el aprendizaje colaborativo de los alumnos propicia el desarrollo de actitudes y habilidades tales como : la identidad personal y la autoestima; el conocimiento y el respeto por los demás; la comunicación efectiva y el trabajo en equipo y el compromiso y la ayuda en tareas comunes.”

 

 

Y por último, formarlos en el proceso de interacción verbal entre dos o más personas. En esta parte se hacen evidentes las fortalezas o recursos internos, ya que son la base para generar las ideas, para compartirlas, y de igual manera enfatizamos la virtud de escuchar al “otro”, y reconocer las fortalezas de  ideas diferentes a las suyas. Sin miedo, sin otro afán más que educarse y enriquecerse. De esta manera, que entienda que obtiene información nueva, genera preguntas que no existían en su mente, las resuelve, ordena la nueva información, y luego construye nuevos pensamientos y ejecuta nuevas acciones. Y si no coincide al final con algún compañero, sabrá expresarlo, fundamentarlo, y finalmente deberemos enseñarle a decidir en qué ceder. Todo en busca de obtener el fin común por el cual están luchando en conjunto.

Sin duda, enseñarle al alumno a convivir, “vivir en compañía del otro” es parte de la misión educativa que nos toca atender. Es parte del curriculum oculto, y sin duda un instrumento privilegiado para que el alumno enfrente la intolerancia, la agresión y la incapacidad de comunicarse de manera eficaz.


Referencias:

Levine, Madeline (2008). El Precio del privilegio, (pp.96-157),Tecnológico de Monterrey, Ed. Miguel Ángel Porrúa.

Delors, Jacques (1997). La Educación Encierra un Tesoro, (pp.91-121) Ediciones UNESCO.

ITESM-MTY, Manual “Cómo forma y educa el Tecnológico de Monterrey a sus alumnos, el modelo educativo del Tecnológico de Monterrey (pp 8-9) .


Mónica MArtínez García
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Estado de México. Profesora de planta Departamento de Ciencias de la Conducta y Humanidades. Imparte actualmente las materias de Comunicación Oral y de Taller de Análisis y Expresión Verbal. Es maestra en Educación por el Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey. México.

 

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