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Mi Nona

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Por: Andrés Penachino

 

Mi Nona, ¡”que mujer”!, confidente, cómplice, amiga, madre, incansable, sociable, adulta, niña, todo eso y mas era mi Nona.

Llegada de Italia con sus cinco hijos pequeños, trabajo de mucama, niñera, operaria en una fabrica textil, empleada de una tienda. Toda una vida de trabajo para criar a sus hijos. Mi padre, el menor de los hermanos fue el mas favorecido, las hermanas mas grandes debieron dedicarse a las tareas domesticas, ver que los mas chicos fuesen a la escuela, educarlos como si fuera la Nona, mientras ella trabajaba 15 horas por día..

Yo también corrí con ventaja, siendo el menor de todos los nietos, era el preferido y por lo tanto intocable mientras ella anduviera cerca.

 

Los domingos, los infaltables fideos, donde toda la familia sin excepción se reunía en torno a la mesa del comedor en la casa de la Nona.

Mientras la Nona vivió, la vida de nuestra familia transcurrió en torno de la noble anciana.

 

Aquella nochecita, como todas las nochecitas, la abuela estaba en la calle cuando mi prima Rita le pregunto a la Nona por el abuelo, yo era pequeño y no entendí muy bien porque el no había emigrado a la Argentina

Más tarde me contaron que había muerto en la guerra.

 

Al llegar el invierno la Nona enfermo.

Cuando papá llegaba de su trabajo y después de comer algo, íbamos directo a lo de la Nona a hacerle compañía.

Una noche de esas, estábamos con mis primos jugando en el patio de su casa, cuando escuchamos la voz de mi prima mayor que nos llamaba desde la pieza de la abuela.

Allí la Nona estaba intentando incorporarse para lo cual necesitaba nuestra ayuda. Presurosos acudimos en su auxilio pensando que necesitaba ir al baño. Pero no.

Nos pidió que la llevásemos a la calle, quería sentarse un ratito en su sillón hamaca. ¿”Abuela no te hará mal”?, replico mi prima mayor, la abuela nos contesto a todos, solo un ratito, y lo vamos a mantener en secreto, que no se enteren mis hijos.

Vamos chicos ayudemos a la abuela.

Con pasitos cortos y apoyándose en nosotros llegamos a la calle, donde la sentamos en su sillón hamaca que habían sacado las primas mas chicas. La abuela le pidió a mi prima que le trajese el librito que la acompañaba todas la tardes en su salida a la vereda, y así lo hizo.

Chicos, vallan, vallan que si los necesito los llamo.

Cuando nos íbamos no llamo.. Ah, un momento, “un beso fuerte a la abuela de cada nieto”, ¡vamos en fila.  Fue lo último que escuche de la Nona

Y así lo hicimos, uno tras otro los nietos besamos el empalidecido rostro de la anciana y seguimos jugando.

No se cuanto tiempo había pasado pero ya era de noche cuando la Tía María, salió de la cocina para dirigirse a la pieza de la abuela. Intuimos que estábamos en problemas y salimos presurosos en busca de la Nona, nuestra salvación.

Encontramos a la Nona con su cabeza recostada sobre su hombro, así como dormida, el librito que tan celosamente guardaba estaba caído en el suelo a un costado del sillón

Luego del velatorio, las cosas de la abuela fueron guardadas en su pieza, la que  permaneció cerrada por casi 10 años. 

 

Un buen día, una gotera comenzó a roer el techo de la casa y la tía María volvió a abrir la pieza de la Nona para hacer limpieza, previendo que la gotera también arruinara esa pieza.

 Recién allí pudimos reencontrarnos con aquel pasado feliz en compañía de la anciana

Todo estaba igual, incluso el famoso libro que mi tía había recogido de la calle y lo había dejado exactamente donde lo dejaba noche tras noche la abuela cuando entraba de la calle.

Pedí permiso a mi tía para abrirlo, y con intriga comencé a recorrerlo.

Era la libreta de casamiento de la Nona con el abuelo, donde también figuraban los nacimientos de mis tíos y mi padre.

En una de las últimas páginas se notaba claramente que en algún momento había colocado una flor, una indudable marca donde se podía apreciar una flor con cinco pétalos un tallo que sostenía algunas hojas.

Entre la última página y la tapa había un sobre con una carta muy deteriorada. La extraje con cuidado. Era una carta del nono dirigida a la abuela.

La Tía, con una lágrima en los ojos nos dijo, esa carta fue la última noticia que tuvo la Nona del abuelo. Esa carta fue escrita por el abuelo un mes después de partir a la guerra y tres días antes de morir en combate..

Quieres leerla Tía, le pregunto mi prima, la tía seca sus lágrimas, se puso los lentes y muy lentamente comenzó a traducir la carta prolijamente escrita en idioma Italiano

 

Querida María.

Hace una semana estamos metidos dentro de una trinchera sin poder movernos

El bombardeo Alemán es intenso y continuo, el frió, la lluvia y el hambre contribuyen aun mas a hacer de este el peor de los lugares

Es la segunda vez en el día que cae una bomba cerca nuestro matando a un compañero.

Querida esposa, cada vez que la lluvia para, saco tu foto y la contemplo. Que hermosa eres, ¡como te quiero!, ¡como te extraño!. Te juro que he pensado escaparme de aquí, no por que no quiero cumplir mi obligación como soldado, sino para verte.

Te extraño, pienso a cada minuto en vos y en los niños, que sin dudas bien cuidados están.

Mi amor cada vez que puedas te pido que pienses en mi porque así lo hago yo cada vez que tengo la oportunidad.

Pide a Dios me de vida y esto termine rápido para que volvemos a estar juntos.

Tu fiel amante esposo

23 de Marzo de 1915

 

En ese momento comprendí que todo lo que sentía nuestro abuelo por la Nona había quedado plasmado en esa carta y que al leerla cada noche, su corazón revivía con intensidad recordando con felicidad los pocos años de dicha que le había tocado en suerte en esta vida junto al abuelo.

 

Dos años más tarde, decidí hacer un viaje por Europa, con un objetivo preciso, visitar el pueblo donde hallaría mis raíces Europeas.

Cuando llegue al Aeropuerto de Roma, rápidamente busque una combinación hacia aquel pueblo.

Un avión de línea regular, un micro y un taxi y ocho horas de viaje me llevaron al pueblo de Ururi.

Allí estaba, había llegado. Tal cual lo describía la Nona, casas bajas y antiguas, calles empedradas, un típico pueblo del Sur de Italia

Guiado por la dirección de la carta del abuelo, llegue al frente de la casa, todo estaba igual, golpee una, dos y tres veces la puerta de calle, sin resultados. Cuando estaba por desistir pues se estaba haciendo noche, siento que alguien me llama desde el otro lado de la calle.

Era una anciana muy anciana vestida íntegramente de negro que me pidió cruzara la calle. Una vez junto a ella, me pregunto a quien buscaba,

En mi precario italiano le conté quien era. Cuando entendió, su rostro se encendió de alegría.

La anciana me invito a entrar a su casa para charlar con mayor comodidad. Mientras preparaba café, me contó que había sido amiga desde la Infancia de la Nona, y  que se habían dejado de verse cuando la Nona decidió viajar a Argentina.

Ya había caído el sol cuando decidí que por el día era mucho lo que había escuchado de mis antepasados, por lo que le dije a la viejecita que prefería seguir charlando el día siguiente.

La anciana me acompaño hasta la calle, una vez allí, me mostró el lugar exacto donde los abuelos se despidieron cuando el partió a la guerra,

A partir de ese día, siempre, siempre, tu abuela salía a la misma hora a la calle a esperar a tu abuelo, incluso después de haber recibido la carta con la noticia de su fallecimiento en el frente alemán.

Cuando nos despedimos con tu abuela, minutos antes de subir al vehículo que la llevaría a tomar el barco a la Argentina, tu abuela me pidió que, si su esposo regresaba alguna vez, le dijera que ella lo esperaba en Argentina. Nunca pudo asimilar la muerte de tu abuelo.

Antes de subir al auto, saco una flor seca del libro de casamiento y la coloco dentro de una grieta en la vereda.

Venga joven, ayúdeme, le voy a mostrar, ve allí, donde esta esa flor esa flor azul, allí dejo su abuela la semilla que año a año deja nacer una nueva flor. Y allí esta viva hasta el nuevo invierno, sin que nadie la riegue.

Ayude a cruzar nuevamente la calle a la anciana, y antes de despedirme, le pregunte, por donde había partido el abuelo para alistarse en el ejercito. La anciana me indico con su brazo la dirección.

Había caído la noche, se estaba poniendo frío, cuando decidí retomar los pasos del abuelo.

Mientras caminaba hacia el cuartel, se me ocurrió mirar hacia el cielo.

Busque la estrella qua habíamos elegido con papa para que viva la Nona, ya no había una sola estrella, ahora había dos juntas, muy juntitas. La abuela estaba nuevamente con el nono.

 

 

 

 


Andrés Penachino

Argentina

andrespenachino@yahoo.com.ar

 

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