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Por Paloma Gil

 

Fecha de publicación: 5 de julio de 2012

El decimo tercer distrito de Viena es un mundo absolutamente a parte de lo que representa la ciudad. Es un entorno casi rural, campestre y rodeado de bosques, pero a la vez es uno de los barrios más interesantes de “chick” de toda la capital.

La historia de este distrito se remonta al siglo XII, cuando surgió como un pequeño suburbio donde se cultivaba la uva. Es decir, se hizo famoso por su vino y pronto se instalaron allí algunas fondas y casas de huéspedes. El nombre deriva de "Hiezo" or "Hezzo" que es el diminutivo de Heinrich. Creo que eso lo dice todo. Nos da una idea aproximada de la idiosincrasia con que nació este barrio, la cual se conserva intacta.

Con el tiempo fue creciendo a finales del XIX se incorporó a la ciudad como un distrito más. Aunque durante ese siglo ya era considerado como un lugar de paso muy importante y como uno de los rincones favoritos de la nobleza, incluso de los emperadores, para pasar sus vacaciones.

Precisamente a ese tenor surge el palacio de Schönbrunn, archiconocido, y un rincón algo menos conocido pero con una historia igual de apasionante: el Parkhotel Schönbrunn. Se cuenta que un camarero llamado Dick, allá por el 1878, abrió un bar entre Schönbrunn y la iglesia de María am Hof. Después fue comprado, vendido y remodelado varias veces hasta que el 15 de octubre de 1844, Strauss hijo hizo allí su debut. Convirtiéndolo en la sala de baile preferida de la corte. Además era un centro lúdico muy interesante, gracias no sólo a la gran sala de baile, sino al fabuloso casino del sótano. Gente de dinero y entorno rural alejado de la ciudad era lo habitual. Al morir su dueño lo convirtieron en un restaurante y finalmente el hotel que está ahora en pie, se construyó en 1908: con otra sala de baile, cafetería estilo vienés, varios comedores, 70 habitaciones… todo financiado por el emperador que además decidió emplearlo como casa para sus huéspedes cuando iban a visitarlo a Schönbrunn, al palacio. El resto del tiempo era un hotel normal, pero la decoración se mantiene aún hoy, con un buen número de sorprendentes cuadros originales que dejan con la boca abierta.

Durante la primera república, 1918, se lo quedó la familia Hübner (el dueño actual) y más tarde sería el hospital militar de las fuerzas de ocupación británicas en el 45. Desde entonces ha sufrido incendios y desastres que han obligado a variar su estructura original, siempre mejorándolo en lo posible, pero desde 2010, la última renovación, nos dejó con un edificio increíble, en cuyo jardín aún se mantienen en pie los árboles de María Teresa, la emperatriz o los que plantara el propio Strauss tras su debut. Es como si uno entrase a formar parte del propio palacio y se dejase agasajar con el sentido del lujo decimonónico, sin por ello renunciar a las mejoras que los años han ido garantizando a nuestra sociedad, como WiFi gratuito o simplemente un baño moderno. 

Y es que Hietzing es un lugar que sorprende. Si uno se anima en plan turístico, obviamente se puede visitar el palacio de Schönbrunn y todo lo que ello significa, el museo, Palmenhaus con su jardín japonés, el zoo, el laberinto, el juego de los espejos, las losas musicales, las piedras del feng shui, Gloriette e incluso el jardín tirolés donde descansar y reponer fuerzas, es un lugar para pasar todo el día. E incluso disfrutar de uno de los preciosos conciertos de música clásica de la Orangerie en la entrada del propio palacio. A las afueras del parque está la Iglesia de María Am Hof, construida por María Teresa fuera del recinto imperial para que pudieran acceder todas las personas que quisieran.

Un poco más lejos, mi rincón favorito, Lainz. Una especie de parque natural donde los animales están en libertad y donde se encuentra la famosa Hermes Villa, un antiguo pabellón de caza que Francisco José I regaló a Sisi, por lo que la leyenda del pueblo la llama la Casa de los sueños, aunque esto es una tontería inmensa ya que era un lugar donde precisamente la emperatriz huía para esconderse de todo lo que cuenta esa leyenda rosa que era o hacía. La cursilería le sobraba.

Y por último, para captar el verdadero sentido de este lugar, los heurigen, las tabernas de vinos donde se puede comer y beber al estilo más tradicional y donde se puede uno mezclar con los vieneses para disfrutar de un estilo de vida muy, muy particular.

Tras esta explicación tan extensa, comentemos el motivo del blog, el dialecto. Ya he mencionado en ocasiones anteriores que Viena habla un dialecto muy distinto del alemán y que a veces resulta complicado comprenderlo. Pues bien, lo de Hietzing va un paso más allá y hace historia. La gente de esta zona tiene su propio dialecto, fruto sin duda de su carácter rural y de su profundo sentimiento nobilístico. Tienen un acento bastante cerrado y hablan particularmente deprisa. Terminan las palabras al más puro estilo andaluz, comiéndose letras, pero siempre con una sonrisa en la boca. Y lo más divertido, inventan palabras que al final acaban adoptando los demás vieneses, como  Palästern (fussball spielen) para decir fútbol, Panier para empanado de los Schnitzel, Hinich (kaputt) para algo que está roto o Dumpa (dunkel) para referirse a algo oscuro. Pero sin duda mis favoritas son Paradieser en lugar de Tomate (que todos sabemos lo que quiere decir) y Erdapfel en lugar de Kartoffel, es decir patata. Y esto es sólo un mínimo ejemplo, porque la lista es infinita y de lo más divertida.

Por eso me apetece animar a todo el mundo a conocer este rinconcito de Viena tan particular y entrañable, que cautivará al corazón más exigente.

   
   

 


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