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EL MAORÍ, CÓMO NACE Y SOBREVIVE UNA LENGUA

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Por Paloma Gil

 

Fecha de publicación: 1 de mayo de 2013

Hoy nos toca movernos hasta el otro lado del globo. Una maravillosa tierra donde, su buen criterio, nos hará creer que estamos en el paraíso. Y digo esto porque es un auténtico vergel, no exento de todas las comodidades que queramos desear y, sin embargo, cuidado con tal mimo y esmero que lo heredarán, casi intacto, muchas generaciones futuras.

Cierto es que este continente vive un poco a su ritmo, ajenos por decisión propia al ajetreo que nos traemos en Occidente, más por aburrimiento que por otra cosa. Lo que deriva en una extraña atmósfera de relajación, alegría, disfrute… lo que la lengua francesa denomina “savoir vivre”. En este caso es exactamente eso.

Y ahondando un poquito en las raíces de semejante panorama, llegamos a los maoríes.

Parece que originalmente vivían en Tahití o alguna otra isla polinesia, hasta que decidieron expandirse y se hicieron al mar en canoas. Llegaron a Nueva Zelanda y la llamaron La tierra de la gran nube blanca, es decir, Aotearoa. Se asentaron en el nuevo territorio creando tribus, cada una con el nombre de la canoa en la que llegó e instauraron un régimen aristocrático, en el que el jefe de la tribu es aquél que más antepasados puede contar hasta llegar al que llegó efectivamente en una de esas canoas… parece ser su versión del rey, el ariki rangi, aunque en realidad su poder se reducía a la fuerza física y moral con la que éste fuera capaz de gobernar a su grupo. Los que tenían la sartén por el mango, al final como siempre, eran los sacerdotes, los tohunga.   Que al fin y al cabo eran los que se encargaban de todas las ceremonias y lo más importante, de eliminar los tapu. Los tabúes y sortilegios, eran los que podían purificar.

Además eran astrónomos, botánicos, poetas, historiadores y profesores…  era una sociedad animista y chamánica. El resto de la sociedad estaba formado por guerreros y trabajadores, los nga tuta y finalmente por esclavos, los nga tuare kareka, que eran considerados objetos. Teniendo en cuenta esto y el hecho de que también eran caníbales, podemos afirmar que los maoríes, a día de hoy han evolucionado y mejorado muchísimo.

Lo que no ha variado ni, afortunadamente, desaparecido es su arte, su gastronomía y su idioma. Pero su trabajo ha costado. En los últimos 200 años la lengua maorí se convirtió en la lengua predominante de Nueva Zelanda, pero en torno a 1860 el inglés llegó para hacerle sombra, traído por los misioneros invasores, los buscadores de oro y otros comerciantes honrados. Digamos que, más o menos hasta la II Guerra Mundial los maoríes hablaban maorí como lengua materna… el siglo XX fue convulso en todas partes y el idioma experimentó una reducción drástica, pero en 1980, cuando quedaban un 20% de hablantes nativos, comenzaron los programas de recuperación de la lengua como el movimiento Kohanga Reo, que quiere decir, Nido del Lenguaje, enseñando el maorí a niños desde la guardería. Y después de otros muchos programas para re-educar a todo el personal, el maorí quedó salvado.

El maorí, como lengua pertenece a la familia de las austronesias. Lo más curioso de todo es que, si bien en Nueva Zelanda convive con el inglés, como lenguas oficiales, también lo es que hay multitud de dialectos menores en atención a la zona en que nos encontremos. Aunque cada vez, lógicamente está más estandarizado, pero vaya uno donde vaya, es cierto que en cada reducto nos da por adoptar un cierto acento que acaba siendo nuestra marca de identidad y aquello acaba por convertirse en un dialecto como tal. En cualquier caso no es una lengua extremadamente difícil. Sólo diferente. Por ejemplo, los sustantivos no cambian en singular o plural, sino que cambia el artículo, tampoco cambian los verbos en ningún tiempo,  lo hace el auxiliar, por lo que el idioma es realmente sencillo.  Y divertido, además. Suena muy musical.

Aunque no es el idioma lo más interesante de Nueva Zelanda ni de la cultura maorí, en mi opinión, la belleza del paisaje, para el que no tengo palabras suficientes, y la fascinante gastronomía son seguramente los mayores alicientes. Otras dos formas de comunicación bastante elocuentes.

 


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