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El viaje de los mayas

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Por Paloma Gil

 

Viajar no sólo significa desplazarse a lo largo y ancho de nuestro planeta, también se puede viajar más allá, en otra dimensión, por ejemplo en el tiempo. Viajar a través del tiempo es algo que hacemos constantemente. Cuando leemos un libro, cuando visitamos un castillo, cuando contemplamos un cuadro o una obra de arte… hay miles de formas. Así pues hoy, vamos a emprender un pequeño gran viaje a la Centroamérica que comprende desde el siglo III hasta el XV, para encontrarnos con una cultura que ha despertado las pasiones de muchos y las curiosidades de otros tantos: los mayas.

Su civilización se extendió desde Guatemala hasta Honduras, pasando por Yucatán, aunque no constituían un estado unificado como tal, de hecho ni siquiera hablaban el mismo idioma, digamos que eran algo así como un pueblo, una raza. Era una sociedad politeísta que creía firmemente en la existencia de mundos anteriores al nuestro, quizá era su forma de explicar lo que en otras culturas viene a ser la reencarnación. Y, al igual que los egipcios, sus colegas constructores de pirámides cuadradas, creían que el universo se dividía en 3 partes: cielo, tierra e inframundo o infierno. Un cielo de 13 capas, la última de ellas era la que estaba en contacto con la tierra y un inframundo de sólo 9 capas.

El centro religioso por excelencia, era la ciudad y allí es donde vivían tanto los nobles como los sacerdotes, es decir, la élite social de entonces. Los esclavos, que eran la mano de obra más que barata, vivían donde podían. Mientras que los campesinos lo hacían en zonas rurales cercanas, donde podían encargarse de la agricultura, la base de su economía. Tanto era así que, a veces se hacían con trozos de selva para plantar en ella. Y al igual que hicieran los soldados romanos con la sal, que empleaban para pagar el “salario” de los mercenarios, aquí se empleaba el cacao como moneda de cambio.

Un dato más que significativo de la importancia de la agricultura y de las posibilidades sacro-mágicas de este grano. Teniendo en cuenta todos estos rasgos tan característicos, vayamos a lo que realmente nos interesa: su sistema de comunicación. No tenemos grandes vestigios ni tratados que hagan referencia a este sistema, ni siquiera una gramática al uso que recogiera una regulación para el idioma. No porque haya sido destruida, sino porque simplemente no era algo que preocupase a los pueblos de la antigüedad. Sólo algunas culturas más avanzadas recogen estos aspectos en siglos posteriores.

De hecho en la actualidad, algunos estudiosos han publicado algo semejante a diccionarios entre idiomas modernos y voces mayas, o lo que ellos consideran que pudieron ser voces mayas porque aunque consigamos descifrar todos sus jeroglíficos, jamás sabremos cómo sonaban exactamente sus palabras. Lo que sí tenemos son algunos ejemplos de lo que para ellos resultaba importante comunicar. Para empezar, las grandes construcciones y los edificios en general. Uno construye una casa para resguardarse del clima, pero no construye una pirámide. Las pirámides tenían una función comunicativa en sí, mostrar la grandiosidad de este pueblo, a los posibles enemigos que se aventurasen a atacarlos.

Las pirámides egipcias, por ejemplo, fueron concebidas para perpetuar la vida de los faraones, ya que ellos creían que la verdadera vida llegaba después de la muerte del cuerpo… pero ésta no. Estas pirámides no servían como tumbas (y si lo eran, no tenían mayor importancia), sino como templos religiosos. Su estructura, con esas escaleras interminables, es un símbolo del acercamiento entre cielo y tierra, que el sacerdote aprovecharía para entablar comunicación directa con los dioses. Entonces, por un lado servían como nexo de unión entre cielo y tierra; y por otro como un instrumento de divinización individual, con respecto al poder del soberano. De hecho, a los pies de las pirámides se podían encontrar estelas explicativas que daban fe de las bondades y maravillas del jerarca.

Además, las decoraciones de las mismas, también representaban una forma de comunicar a los posibles observadores el tipo de hazañas por las que había sobresalido el soberano. Para ello utilizaban colores y esculturas en bajo-relieve, ya que la complejísima escritura jeroglífica sólo sería dominada por unos pocos. Menos conocidos quizá, pero también existieron los palacios, rectangulares y alargados, de piedra caliza y arenisca, adornados con mármol y pinturas policrómicas. Templos, calzadas, fortificaciones y algunos otros edificios de uso común, como podrían ser termas de agua o baños públicos. En todos estos edificios, la decoración tenía una función comunicativa muy clara y casi siempre orientada a ensalzar la figura del rey.Que además resultaba un ser magnánimo cuando construía edificios de uso público para mejorar la calidad de vida de su pueblo.

Por otra parte, también quisieron dejar vestigios de su civilización para comunicarse con nosotros, porque desarrollaron el sistema de escritura más complejo de todos los pueblos indígenas de continente americano. Y dejaron ejemplos como el Códice de Dresde, un tratado del siglo XIII sobre la adivinación y la astronomía, el Códice de París, del mismo siglo y que contiene profecías y adivinaciones, el Códice de Madrid, con horóscopos y almanaques y un calendario completo en el Códice Grolier. Cuatro ejemplos dedicados a lo mismo, el cómputo del tiempo y la posibilidad de adelantar acontecimientos en la medida de la posible: adivinaciones. De ello se desprende que se trataba de un pueblo culto, pero terriblemente supersticioso.

Temeroso del futuro, para lo cual albergaba la necesidad de adelantarse a él y tenerlo, en la medida de lo posible, controlado. No obstante, y aunque no se conserven, parece que también escribieron tratados de medicina, botánica, historia, matemáticas… con las que tuvieron una relación bastante particular, pero muy acertada y, por supuesto, de astronomía y astrología. Al margen de la adivinación, su conocimiento del universo, a nivel planetario, era muy exacto. Tanto es así que desarrollaron un calendario muy preciso, con un año solar de 365 días. Divididos a su vez en 18 meses de 20 días y un mes más de cinco días. Además, crearon también otro tipo de calendario conocido como tzolkin, que haría las veces de zodiaco, revelando a cada uno su misión de la tierra, en virtud del día de su nacimiento. Se movieron mucho entre la adivinación y el manejo del tiempo.

La incertidumbre ante lo desconocido, el futuro, marcó a esta civilización y la llevó a estudiar incansablemente. En cuanto al idioma en sí, se admite de forma generalizada que es ligeramente distinto a nuestras lenguas modernas, por ejemplo no tiene artículos ni géneros, lo cual dificulta mucho la concritud en muchas ocasiones, algunos verbos, ya que no tienen infinitivo, pueden funcionar a la vez como verbo y a la vez como sustantivo. Por lo visto, era abundante en sonidos sordos, es decir, empleaba consonantes glotalizadas, para lo que abría sido una excelente ayuda poder estudiar su sistema fonador y comprobar si eso se debía a una elección personal o a alguna particularidad en sus paladares. También se afirma que tenían como base morfemas monosilábicos, ahorrando al máximo las vocales, con ejemplos como: yaaf (amor), oc (perro), koj (puma), etc.

Claro que había palabras mucho más complejas, pero solían agruparlas en pequeños grupos. Veamos otros ejemplos: bix a beel (¿cómo estás?), ma alob (bien). Son siempre grupos reducidos que facilitan de algún modo la pronunciación. Sin embargo… muchas de estas cosas no son más especulaciones, ya que, como decía antes… nunca podremos estar seguros del todo.


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