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En Italia el arte se comunica

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Por Paloma Gil

 

 

Un viaje a Italia es siempre un viaje en el tiempo. Una oportunidad de tocar con los dedos piedras que llevan cientos y cientos de años cumpliendo una función estética. Y no me refiero sólo a las obras de arte que tan celosa y acertadamente, se guardan en los museos, sino, en el caso de Italia, a casi cualquier edificio de la calle, porque el arte forma parte de la vida cotidiana a un nivel tan grande, que uno puede encontrar verdaderas obras maestras en una esquina, sobre un puente, pegadas a una pared… y parece que ellos, tan acostumbrados a verla, no le dan mayor importancia.

Italia es un país con mucha suerte en este sentido. En cierto modo, el arte forma una parte tan intrínseca de su vida que ya no les causa la misma sorpresa que nos invade a los turistas. Pero ¿cuál es la razón de este derroche de belleza? El excedente artístico se puede agradecer sin duda, a aquellos que se llamaban romanos fueran de la provincia que fueran, en tiempos del Imperio, allá por el siglo I a.C.

Es cierto que los romanos para comunicarse, no inventaron un alfabeto pero sí adaptaron el etrusco, que había sido tomado del griego, para elaborar el alfabeto definitivo que utilizamos hoy en día en Occidente. Al principio contaban sólo con 21 letras (aunque los etruscos tuvieran 26) y más adelante incluyeron otras de su propia cosecha, como G y otra fueron derivando por sí mismas de la I, como la J o de la V, como la U y la W. Además, tampoco contaban con minúsculas, eso vendría después. El latín, el idioma oficial del pueblo romano fue la base de las lenguas romances que utilizamos hoy en día.

Sin embargo, es evidente pensar que no todos tenían acceso a la educación y sólo unos cuantos privilegiados podían aprender a leer y escribir. Entonces, ¿cómo comunicarse con el resto del pueblo? Muy sencillo. Mediante los iconos. Este es un recurso empleado prácticamente por todas las culturas a la hora de dejar constancia de determinadas cosas y asegurarse de que el mensaje sería entendido por todos. La gran diferencia es que no es lo mismo hacer una figura como la Dama de Elche, que hacer un Faro como el de Alejandría.

Entonces podemos comprender con facilidad que los romanos utilizaron su arte para dejar constancia y hacer patentes muchas cosas, por ejemplo las leyes tácitas que no estaban escritas. Los templos y las estatuas de los dioses, hombres y mujeres hermosos, sanos, fuertes, atléticos eran representados como seres perfectos, grandes porque su poder era ilimitado y parecidos a los seres humanos porque, como nosotros, estaban sujetos a pasiones. La ira de un dios se podía apaciguar con un buen obsequio, aunque lo mejor era no despertar su ira, haciéndole pequeños regalos al templo. La arquitectura, como la escultura religiosa tenían un destino utilitario, que se cumple en su función narrativa, honoraria o descriptiva.

Los mandatarios, desde el emperador hasta el senador menos importante, hacían valer sus derechos presumiendo de sus riquezas, de su poder, de su posición, llenando sus villas de obras de arte y haciéndose representar a sí mismos, en piedra y cubriéndose con metales y piedras preciosas, para comunicar al pueblo que ellos eran la máxima autoridad, para ser admirados y temidos. La belleza es muy importante, pero mucho más lo son la robustez y la majestuosidad, porque éstas, transmiten un mensaje de permanencia y, por supuesto, de poder. Se trata de una artesanía supeditada a las exigencias honoríficas y conmemorativas.

Y aquello que iniciaron los romanos hace más de 20 siglos, lo encontraron de máxima utilidad otros pueblos, culturas o religiones que se hicieron con el territorio, como muestra un botón: el Vaticano. Una inmensa muestra de poder y grandiosidad. Repleta de pinturas y esculturas que aleccionan al que las ve acerca de parábolas o breves historias con una moraleja concreta, que invitan al que los observa a cumplir esos preceptos. Quizá hoy en día no sea tan grande su efecto, pero pensemos en un campesino que observara la Iglesia de San Pedro de Roma, a principios del siglo XIX. Imaginemos cuán grande sería el impacto.

En Italia, especialmente en sus ciudades más emblemáticas, en Roma, en Milán, en Florencia, está claro que el arte constituye una forma de expresión ingeniada como vía de comunicación con el pueblo, con la gran masa silenciosa. Y ese intento de intercambio comunicativo unidireccional trajo como resultado el hecho de que todo aquél que visita Italia en la actualidad, pueda disfrutar de cientos de miles de obras de arte, arquitectónico, escultórico, pictórico… o del tipo que sea, porque en Italia es hermoso hasta el paisaje.

 



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