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Oporto, la lengua del vino

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Por Paloma Gil

 

Una de las pocas ciudades del mundo que te viene a la mente cuando piensas en un buen vino, es sin duda la ciudad portuguesa de Oporto. Porque un buen Oporto es un lujo que nadie se puede negar, aunque sólo sea de vez en cuando. 

Al norte de Portugal, casi en la desembocadura del Duero hacia el océano Atlántico, se abre camino una ciudad que estremece a cuantos afortunamos ponen sus pies por allí. La ciudad de los puentes, tiene un life style marcado profundamente por el modernismo. Esa es la marca más hermosa de la ciudad… sus cafeterías, sus librerías, incluso los propios edificios de algunos de sus barrios. El art nouveau portugués es algo completamente particular.

El lenguaje visual de Oporto se fundamenta en el romanticismo y la buena vida. El modernismo que citaba, es buena parte de este ambiente. Todo ello sin mencionar nuestro propósito principal: el vino.

Bodegas a lo largo de todo el río, Douro en portugués. El paisaje recorre cientos y cientos de hectáreas de viñedos a lo largo de las orillas de este río tan especial. Todos ellos con el mismo objetivo: el vino. El fabuloso oporto tinto, blanco o, en los últimos tiempos, rosado.

El lenguaje de vino es bastante particular. Y el Oporto, como no podía ser de otra forma, tiene su propia jerga. Así como sus sustantivos y palabras que definen a cada vino o a cada clase de vino. Por ejemplo, cuando en cualquier parte del mundo, hablamos de tinto, está claro que hablamos de vino, concretamente del vino que producen las uvas rojas, mientras que cuando hablamos de blanco, nos referimos al vino que producen las uvas amarillas; o del rosado, que viene a ser una mezcla de varios factores. Casi siempre, porque en Oporto y, en general, en el norte de Portugal, tienen también el famoso Vinho Verde… que es más propio del color de las uvas amarillas verdosas que se producen en la zona norte, casi en la frontera con Galicia (España).

Pero vayamos más allá. Un ruby. No, no se trata de una piedra preciosa… aunque visto desde un ángulo adecuado es vino casi igual de valioso. Un tinto dorado. El Porto Ruby, es uno de los poquísimos vinos que aún se trituran a pie, con el fascinante ritual de pisar la uva en un lagar. Los mejores Rubí tienen entre 8 y 10 años de envejecimiento. Aunque para mí, el rey de la pista, sin discusión, es el Tawny. ¿A quién le sugiere un vino la palabra Tawny? Pues se refiere a un delicioso vino envejecido en roble durante 3 ó 5 años… así va adquiriendo ese color rojo pardo tan característico. La gracia de este vino es que envejece en la botella y no en la barrica, claro que si los expertos no lo consideran lo suficientemente bueno… lo dejan en la barrica y lo van probando a los 10, 20, 30… 40 años hasta que lo consideran perfecto. Y eso es porque efectivamente, es perfecto. Y si alguien no está de acuerdo conmigo, que tome una copita y charlaremos.

Pero aún no se ha terminado esta lección rápida de jerga vitivinícola. Un Vintage, no es un vino de los años 70, retro y con la etiqueta llena de espirales de color. Sino el vino de una añada excelente y no salen más que 3 ó 4 por década. Se embotella al tercer año, sin filtrarse y se desarrolla con los años. Y es preferible decantarlo antes de beberlo. O bien, el LBV. Esto quiere decir, Late Bottled Vintage. Este es curioso, porque se elabora en buenas cosechas, que no se declaran y que están listos para beber a partir de los 3 ó 5 años desde su comercialización, lo que quiere decir, que estos vinos también envejecen en la botella… algo que parece impensable a bote pronto. Pero que ofrece un resultado que sorprende al más erudito.

Habría material para hablar y escribir durante muchas hojas, pero me ceñiré a un último tipo de vino, el Assamblage. Que es aquél que proviene de diferentes añadas de una misma bodega, por lo que su edad no se puede determinar. Y que también es una concepción que personalmente, no había oído mencionar nunca, antes de Oporto.

Sé que no se trata de un idioma, ni de un dialecto específico, pero sí de un tipo de comunicación concreto y que a la vez designa uno de los grandes placeres de la humanidad. El buen vino. Por eso hay que conocerlo un poco antes de hacer la maleta y pasar unos días recorriendo las bodegas de esta ciudad, donde el buen gusto y la buena vida son una obligación.  

 


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