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Por Raúl
Trejo
Número
52
La
polarización suscitada por el enfrentamiento
entre las dos principales fuerzas políticas
del país encontró en los medios
espacios para reproducirse, socializarse e incluso
acrecentarse. Los medios de comunicación
más importantes se convirtieron en voceros,
a veces acríticos y en ocasiones intencionados,
de los discursos de animadversión y encono
desplegados por adherentes tanto de la Coalición
por el Bien de Todos –que postuló
la candidatura presidencial de Andrés
Manuel López Obrador– como de Felipe
Calderón y del Partido Acción Nacional.
Entre las últimas semanas de las campañas
electorales y las que prosiguieron a los comicios
del 2 de julio se pudieron apreciar tendencias
como las siguientes.
1. Portavoces
de la crispación. El clima de
enfrentamiento no fue creado por los medios pero
fue propagado, a menudo sin el contexto que les
permitiera a sus audiencias aquilatar esos acontecimientos
con mejores recursos de información y
opinión, en los principales espacios tanto
en la radiodifusión como en la prensa
escrita de nuestro país. Actores políticos,
partidos y candidatos, pero además comunicadores
y medios, se solazaron durante varias semanas
en la irradiación de los resentimientos
de unos y otros. Aunque con alguna frecuencia
deploraban la ausencia de proyectos e ideas,
conductores y comentaristas quedaron atrapados
en la espiral de pugnas suscitadas en el diferendo
partidario.
2. Ensalzamiento
de trivialidades. Los principales candidatos
a la Presidencia no supieron eludir lugares comunes
y discursos huecos. Eso no resultó novedoso
en un panorama político definido por la
ausencia de una auténtica deliberación.
Pero la indigencia discursiva favoreció,
entonces, el enfrentamiento y las descalificaciones.
La propaganda
negativa que se dispensaron unos y otros apelaba
a las emociones en detrimento de la construcción
de un electorado racional. Tampoco ese comportamiento
resultó inédito. Los medios, a
su vez, poco o nada hicieron para atajar esa
dinámica de excesos crecientes. En distintas
ocasiones algunos medios, incluso, les atribuyeron
a incidentes y denuncias baladíes una
relevancia que de otra manera no habrían
tenido.
Un ejemplo:
la noche del 2 de julio se conocieron, sucesivamente,
el mensaje del consejero presidente del Instituto
Federal Electoral anunciando que no informaría
de las tendencias de la votación porque
eran tan estrechas que no permitían identificar
claramente a un vencedor de la elección
presidencial e, inmediatamente después,
una alocución del Presidente de la República
comentando esa situación. El hecho de
que el presidente Vicente Fox haya estado enterado
de ese dilema fue tachado en numerosos medios
como supuesta demostración de la falta
de independencia del organismo electoral respecto
del gobierno federal. No había transgresión
ni subordinación alguna en el hecho de
que el IFE le hubiera notificado al gobierno
federal la tendencia de los votos ni era esta
la primera elección presidencial en la
que había ese intercambio de información.
Solamente en un contexto de intensas suspicacias,
que los medios lejos de atenuar contribuyeron
a exacerbar, se le pudo dar tanta importancia
a esa situación que no implicaba merma
alguna en la autonomía del organismo electoral.
3. Multiplicación
de acusaciones huecas. Nunca se demostró
–por lo menos hasta ya avanzada la segunda
mitad de julio– que Felipe Calderón,
cuando fue funcionario público, hubiera
beneficiado a algún familiar suyo. Tampoco
se ofrecieron evidencias de que el PAN tuviera
capacidad para modificar los datos del padrón
electoral. Sin embargo antes de las elecciones
proliferaron especialmente en algunos noticieros
radiofónicos, versiones como las relativas
al asunto Hildebrando o las acusaciones sobre
la existencia de un sistema de cómputo
paralelo al que controlaba la autoridad electoral.
El hecho de
que medios profesionales, de probada experiencia
en la búsqueda y comunicación de
noticias, accedieran a propagar versiones sin
confirmar y que a simple vista resultaban absurdas
(como el hecho de que el password para entrar
al sitio de Internet en donde había información
presuntamente incriminadora fuera el nombre del
denostado cuñado del candidato presidencial
panista) daba cuenta de la manera como la desconfianza
y las simpatías partidarias dominaron
en algunos espacios informativos.
La parcialidad
hacia versiones que favorecían la campaña
de la Alianza por el Bien de Todos en espacios
radiofónicos como el que conduce la periodista
Carmen Aristegui en W Radio --que pocos días
antes de las elecciones difundió versiones
sin comprobar acerca de esos temas-- fue equiparable
a la inquina que otros noticieros, como los de
Oscar Mario Beteta y Eduardo Ruiz Healy en Radio
Fórmula, han sostenido contra López
Obrador.
4. Sobredimensionamiento
de las encuestas. En busca de afirmaciones
concluyentes, o aturdidos en medio del estrépito
que estaba dominando al escenario nacional, los
medios y el mundo político magnificaron,
para luego vilipendiar, la importancia de los
estudios de opinión. Las encuestas son
un instrumento que permite conocer tendencias
e inflexiones en las opiniones de los ciudadanos.
Como tales, se han convertido en recursos indispensables
para hacer y entender la política contemporánea.
En esta temporada
electoral, sin embargo, a las encuestas se les
llegó a considerar prácticamente
como oráculos de lo que sucedería
el 2 de julio. La ausencia de un verdadero debate
con posiciones claras e incluso la falta de auténticos
acontecimientos que pudieran reportar a sus auditorios,
explica en parte ese sobredimensionamiento que
los medios hicieron de las encuestas. Pero también
el empecinamiento de candidatos y partidos no
sólo para medir su desempeño sino,
además, anticipar presuntos triunfos con
datos de encuestas que en rigor no resultaban
suficientes para vaticinar el desenlace electoral,
condujo a la centralidad que se les dio a tales
estudios meses antes de los comicios.
El resultado,
fue una mayor confusión debido a las limitaciones
propias de las encuestas que jamás permiten
conocer el futuro sino, únicamente, evaluar
el comportamiento en los puntos de vista de los
ciudadanos así como a la utilización
de metodologías diferentes que impedían
hacer comparaciones rigurosas entre unas y otras.
Hubo además una intencional politización
que condujo a ofrecer datos falsos, o por lo
menos sin bagaje metodológico alguno que
los respaldara, como las supuestas encuestas
de las que se ufanaba López Obrador. La
descalificación ideologizada del trabajo
de empresas profesionales cuyos datos eran desdeñados
porque no coincidían con las expectativas
de ese candidato, abonó también
en ese desconcierto. Después de las elecciones
ha podido constatarse que las tendencias que
algunas de esas empresas mostraron desde meses
antes apuntaban a una elección muy cerrada,
con diferencia de pocos centenares de miles de
votos, como la que registró el cómputo
que el IFE hizo de los sufragios del 2 de julio.
Esos estudios de opinión no anticiparon
claramente ganador alguno (ninguna encuesta seria
anuncia un resultado electoral) pero revelaron
que las simpatías por los dos candidatos
con mayor intención de voto tenían
diferencias de pocos puntos porcentuales o incluso
menos.
5. Equidad
antes del 2 de julio. La cobertura de
las campañas de los cinco candidatos presidenciales
fue, en términos generales, equilibrada.
Los principales programas informativos les dieron
espacios similares, especialmente a Calderón,
López Obrador y a Roberto Madrazo –el
candidato de la coalición encabezada por
el PRI--. Con datos como los que ofrece el monitoreo
encargado por el Instituto Federal Electoral
–y de cuyos resultados finales esperamos
poder dar cuenta en una próxima colaboración–
se puede decir que no se advierten sesgos especialmente
notables a favor de uno u otro de esos candidatos.
Ese comportamiento,
al menos de las dos cadenas nacionales de la
televisión comercial y en algunas radiodifusoras
nacionales, puede deberse a un intencional afán
para ofrecer espacios relativamente equitativos
a cada una de las tres campañas principales.
Pero muy posiblemente también influyó
la cada vez más estrecha relación
entre la contratación de publicidad política
y las “bonificaciones” que algunas
empresas de radio y televisión les ofrecieron
a los partidos. Debido a esos tratos, algunos
de los espacios informativos y especialmente
la incorporación de entrevistas e incluso
comentarios en distintos programas, obedecieron
a consideraciones mercantiles y no a las políticas
editoriales de tales empresas.
La imbricación
entre dinero, campañas y preferencias
políticas en el trato entre partidos y
medios de comunicación tendrá que
propiciar indagaciones más meticulosas
y, deseablemente, medidas legislativas para atajar
favoritismos que podrían haber transgredido
las actuales disposiciones electorales. Se puede
mencionar el trato preferencial que Televisión
Azteca le dio al PRD al venderle, a una cincuentava
parte de la tarifa que les había comunicado
a los partidos, el espacio para el programa de
media hora diaria que López Obrador mantuvo
todas las mañanas durante varios meses
en una de las cadenas nacionales de esa empresa.
Gestos como ese hacen imposible tomar en serio
las denuncias de López Obrador cuando
dice que los medios electrónicos no fueron
equitativos con él.
6. Posiciones
después de los comicios. Una
vez que transcurrieron las votaciones del 2 de
julio, diferentes medios y comunicadores expresaron
posiciones acerca del diferendo postelectoral,
especialmente para solicitar moderación
al candidato de la Coalición por el Bien
de Todos. En varias entrevistas con López
Obrador, conductores como Joaquín López
Dóriga tuvieron una actitud inquisitiva
que molestó a no pocos partidarios de
ese candidato. Y el domingo 9 de julio en el
Canal 2 de Televisa, durante la última
emisión del programa “El derecho
de mandar” que durante varios meses presentó
caricaturizaciones habitualmente burdas y simplonas
de los candidatos presidenciales y otros personajes
políticos, uno de los actores le endilgó
al personaje que imitaba a López Obrador
una catilinaria exhortándolo a que no
pretendiera la anulación de las elecciones.
Para entonces los reclamos de ese candidato eran
muy intensos y se hablaba, en efecto, de un cuestionamiento
general a los comicios del 2 de julio.
Las posiciones
manifestadas en esos y otros espacios en los
medios de radiodifusión ameritan, entre
otros, cinco señalamientos. A) Esas posturas
fueron publicitadas después de las elecciones
y no antes. Aunque la legislación mexicana
no obliga a los medios de comunicación
a ser imparciales en el tratamiento de la información
electoral, se puede considerar que lo fueron
en la cobertura de las campañas. Las posiciones
que expresen después de los comicios no
afectan intención de voto alguna. B) Es
imposible saber en qué medida esas definiciones
públicas influyen en los ciudadanos, especialmente
cuando son manifestadas por un cómico.
Suponer que los telespectadores son absolutamente
vulnerables a las opiniones que escuchan en los
medios electrónicos implicaría
reconocer que son, en esa materia, menores de
edad y que no discriminan entre las numerosas
opiniones que reciben, en los medios y fuera
de ellos, acerca de los asuntos públicos.
C) Durante varios años en la gran mayoría
de los medios de comunicación, incluyendo
a conductores y reporteros, hubo una notoria
condescendencia con los desplantes y exigencias
de López Obrador. La docilidad con que
periodistas y medios aceptaban las desatenciones
del entonces jefe de Gobierno del DF cuando ofrecía
sus conferencias de prensa matutinas hubiera
sido impensable delante de cualquier otro personaje
político en México. Quizá
entre las muchas cosas que terminaron el 2 de
julio se encuentra el acrítico beneplácito
que López Obrador encontró en el
entramado mediático de nuestro país.
D) Exhortar a que un candidato ciña sus
exigencias postelectorales al marco de la ley
no sólo no resulta excesivo sino que,
en circunstancias como la que se abrió
en el panorama mexicano después del 2
de julio, parece de la mayor necesidad. E) Esas
definiciones y opiniones son expresión
de puntos de vista que resulta legítimo
manifestar.
Sé que
las tesis de este artículo resultan políticamente
incorrectas. En distintos circuitos de la sociedad
mexicana, a la que no son ajenas algunas zonas
del campo académico y de la observación
crítica de los medios, ha campeado la
sensación de que, en el proceso electoral
de 2006, el voto de los medios favoreció
a Felipe Calderón y perjudicó a
Andrés Manuel López Obrador. Sin
embargo los datos, así como el examen
de dicho comportamiento mediático, indican
otra cosa. Es inevitable que las simpatías
y, en este caso, también las animadversiones
políticas, repercutan sobre el análisis.
En medio de la crispación que se ha cernido
en la vida pública mexicana quizá
sea demasiado pedir que el corazón no
nuble demasiado a la razón. Pero hay que
intentarlo.
*
Este texto apareció en la edición
de agosto de la revista Zócalo.
Dr.
Raúl Trejo Delarbre
Investigador,
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM,
México. |