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Por Raúl
Trejo
Número
54
En
marzo de 2006 el respetado comunicador Virgilio
Caballero organizó un foro para discutir
la posibilidad de que la Ciudad de México
tuviese un canal de televisión y una estación
de radio propios. Aquel evento formaba parte
de la campaña de Marcelo Ebrard, que más
tarde fue electo jefe de Gobierno de esta ciudad.
Cuando Virgilio me invitó y luego, cuando
presenté esta participación, aclaré
que estaba muy lejos de simpatizar con la campaña
de Ebrard y con la del candidato presidencial
de su partido. Ahora que el gobierno de la ciudad
de México ha formalizado la propuesta
para tener una televisora y una radiodifusora,
se están debatiendo problemas como los
que señalamos en aquel encuentro. Esta
es la participación que llevé en
aquella ocasión.
El centralismo
mexicano ha permeado todos los intersticios del
tejido nacional. En la ciudad de México
se comercia y especula, se delibera y se decide
para todo el país. Ese síndrome
centralista ha sido reforzado por los medios
de comunicación. No contamos con un solo
diario que tenga presencia en toda la República
pero a los que se editan en esta capital, por
ese sólo hecho, se les llama “periódicos
nacionales”. La radio es el único
medio en donde pareciera haber algún equilibrio
entre las dimensiones local y nacional. En cambio
la mayor parte de la televisión que ven
los mexicanos tiene origen, rasgos, prioridades
y contenidos chilangos.
Todas las mañanas
los televidentes de Mérida, Hermosillo,
Tepic o Villahermosa tienen que desayunar, si
quieren ver televisión nacional, mientras
contemplan los incidentes del tránsito,
las consecuencias del clima y los atropellos
del crimen en la capital del país. En
ese terreno sin embargo, la ciudad de México
en el pecado lleva la penitencia. Nuestras vicisitudes
y obsesiones las exportamos electrónicamente
al resto del país. Pero no contamos con
una televisión que tenga el espacio, el
interés, la densidad y la vocación
suficientes para hospedar contenidos de índole
específicamente local.
Los intentos
para hacer televisión intencionalmente
destinada a la ciudad de México por lo
general han quedado abrumados por un localismo
ramplón o por el comercialismo voraz.
Cuando la televisión privada ha tenido
proyectos destinados a esta ciudad ha sido, por
lo general, para vender aquí los mismos
programas que antes han circulado en el mercado
nacional. O, en otras ocasiones, se ha buscado
explotar mercantilmente una suerte de provincianismo
defeño. En todo caso de parte de la televisión
privada no ha existido el propósito para
retratar, más allá de los estereotipos,
la inmensa variedad de preocupaciones, personajes,
experiencias y enfoques que hay en la ciudad
de México. En algunas ocasiones la televisión
del Estado, en espacios fundamentales como el
de Cristina Pacheco en Canal Once, se ha ocupado
de esos temas.
Una
televisión de servicio... y algo más
Por varios motivos sería pertinente la
existencia de una televisión propia para
la ciudad de México. Las necesidades de
comunicación de una capital como esta
requieren del empleo intensivo de todos los medios
posibles. Un canal dedicado al DF podría
dar espacio, con mucha mayor holgura que los
canales nacionales, a asuntos relacionados con
la seguridad, el medio ambiente, las campañas
de salud y educacionales y la cultura cívica
entre otros temas. Tendría que ser, antes
que nada, una televisora comprometida con el
servicio.
Al mismo tiempo
un canal como ese podría difundir, y de
esa manera solidificar, rasgos de la cultura
propia de cada zona de la ciudad de México.
Ferias, mercados, parques, calles, auditorios,
que son de por sí zonas del espacio público
abiertas a la gente, encontrarían en él
un instrumento de propagación audiovisual.
Y como corresponde a una urbe versátil,
cambiante y repleta de contrastes como es el
DF, el canal tendría que reflejar todas
las posiciones pero especialmente la cultura
de los jóvenes que constituyen su segmento
más numeroso y activo.
Una televisora
así, tendría que contar con un
perfil claramente distinto de las emisoras específicamente
culturales como los canales 11, 22 y el canal
por cable que ahora tiene la UNAM. Debería,
desde luego, estar nutrido por contenidos sustancialmente
disímiles de los que suelen difundir las
televisoras privadas.
Al reconocer
la densidad y diversidad poblacionales, culturales
y sociales de la ciudad de México, una
televisora de esa índole tendría
que tomar en cuenta la imbricación del
Distrito Federal con su entorno. Sería
inevitable reconocer que, independientemente
de las demarcaciones formales, nos encontramos
en una metrópoli cuyas contornos alcanzan
a varias entidades distintas del DF.
*
* *
La
posibilidad de que la ciudad de México
cuente con un canal de televisión propio
abre expectativas muy amplias. Los productores
independientes contarían con un espacio
propicio a la imaginación y la originalidad.
El debate entre las opciones políticas
que hay en esta ciudad encontraría un
foro necesariamente abierto al intercambio. Los
acontecimientos más variados que a diario
ocurren en esta urbe podrían ser comunicados
de manera profesional –es decir, sin incurrir
en el oficialismo pero tampoco en el sensacionalismo–.
Los asuntos locales podrían ser plataforma
para una televisión distinta, afianzada
en el servicio, respaldada en la creatividad
y comprometida con las ideas.
Todas
esas, desde luego, son buenas intenciones. Sin
ellas sería imposible –incluso,
creemos, sería indeseable– la discusión
de un canal de televisión para la ciudad
de México. Deliberadamente no me refiero
a la propuesta para crear, también, una
radiodifusora. Creo que si bien resultaría
de alguna utilidad, una estación de radio
propiedad de la Ciudad no es tan necesaria como
la televisora. El dial radiofónico en
el Distrito Federal tiene una amplia variedad
de opciones y contenidos.
La
radiodifusora de la que también se habla
podría ser complemento al canal de televisión
pero este es, me parece, el proyecto de auténtica
importancia. En todo el país hay sistemas
estatales de televisión y radio que amalgaman
los dos medios. Abundan experiencias al respecto,
varias de las cuales tienen ya varias décadas
–en Michoacán, Tabasco, Tlaxcala
y otros sitios– de trabajo fructífero
y perseverante. La existencia de esos sistemas
estatales confirma la precariedad en la que se
ha mantenido a la ciudad de México en
materia comunicacional. Mientras en otras entidades
desde hace tiempo se desarrollan sólidos
y útiles sistemas de televisión
y radio, aquí apenas ahora se discute
seriamente dicha posibilidad.
Esa
marginación también se experimenta
respecto de las tendencias mundiales más
fructíferas. En distintos países,
las cadenas nacionales de televisión pública
se han complementado con la creación de
televisoras locales. Esa propensión a
imbricar lo global con lo nacional y a su vez
con lo específicamente local, está
respondiendo a uno de los nuevos derechos de
los ciudadanos en materia de información
y comunicación. De la misma manera que
requieren programas producidos en diversas latitudes,
los ciudadanos necesitan la densidad cultural
y social que –cuando está bien hecha–
propicia la televisión de carácter
nacional. Y al mismo tiempo, tienen derecho a
una televisión que rescate y exponga sus
inquietudes de carácter local.
Hace
casi una década, cuando en España
comenzaban a cumplirse las disposiciones legales
para que se desarrollase la televisión
local, el periodista Antoni Esteve advertía
que esas emisoras no tendrían sentido
si, antes que nada, no afianzaban su compromiso
con la gente. “La información –decía–
no hay que entenderla sólo como las noticias
puntuales del día o las convocatorias
de actos, detrás de la actualidad muchas
veces no se puede distinguir la realidad......
En los reportajes se ha de recoger la voz y la
imagen de muchos ciudadanos, no sólo de
aquellos que tienen un grado de representatividad
política o social, sino también
de la gente que nunca sería protagonista
en ninguna otra televisión. Se han de
buscar los vínculos afectivos entre la
televisión y la ciudad. Tanto por la presencia
constante en la calle como por su participación
en campañas cívicas. Ha de promover
todas las iniciativas que permitan la interactividad
y la bidireccionalidad. Dar la voz a los ciudadanos
siempre que sea posible, que hagan preguntas,
que puedan visitar los estudios y participar
en los programas. La gente ha de hacerse suya
la televisión, que también ha de
ser un instrumento de promoción de la
ciudad, así como de sus actividades comerciales
y empresariales”1.
Añadía
ese periodista, que además es profesor
en la Universidad Pompeu Fabra: “La audiencia
no ha de ser una obsesión, pero no hay
ningún medio de comunicación que
no busque el máximo de lectores, oyentes
o espectadores. Por tanto hay que pensar en quién
estará mirando, en sus intereses, y en
el mejor lenguaje para que pueda entendernos.
Con una fuerte competencia entre cadenas de televisión,
donde se juegan miles de millones, sería
un objetivo suicida plantearse conseguir espectadores
que sólo vean la televisión local.
Es la cultura del zapping la que permitirá
subsistir a estos canales que tendrán
que aprovechar todos los resquicios que deja
el panorama audiovisual y, sin duda, el principal
es el de la especialización en cuestiones
locales. Ha de ser, por tanto, una televisión
temática que se plantea como complementaria.
Es por esto que su programación se ha
de repetir muchas veces para hacer posible que
los ciudadanos puedan seguirla en diferentes
momentos de la jornada o de la semana. Una fórmula
que hace que la audiencia no se concentre en
un horario determinado, pero los programas la
van acumulando gracias a la multidifusión”.
Las
opciones de programación para una televisora
urbana y de cobertura geográficamente
acotada son muy diversas. En la capital de Argentina
el Canal Abierto de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, que recientemente comenzó
a transmitir en una banda de televisión
de paga, presenta segmentos cortos con videos
de variadas temáticas. Su director de
contenidos, Gabriel Reches, explica en una entrevista
reciente: “lo que intentamos es que el
canal sirva para mostrar una ciudad que en realidad
contiene a muchas ciudades distintas, contradictorias
entre sí, con muchos discursos sociales
diferentes. Creemos que debemos compensar cierta
cosa salvaje que tiene el mercado, que por un
lado, repite fórmulas; y que por otro
lado, recurre para promocionar a determinados
artistas del establishment, que sin
considerar si son interesantes o no, forman parte
de una gran maquinaria comercial, dejando de
lado a una serie de artistas que para nosotros
son sumamente interesantes, en algunos casos
más interesantes, que no tienen pantalla
y que en el canal encuentran un lugar de expresión,
de promoción, etcétera”2.
En
la programación, un canal de la ciudad
de México tendría la oportunidad
para diferenciarse de otras televisoras. Pero
en su régimen legal, debería contar
con las garantías necesarias para sobrevivir.
A fin de estar auténticamente al servicio
de los habitantes de la ciudad, esa tendría
que ser una televisora con estructura, financiamiento
y régimen jurídico capaces de certificarle
una permanente independencia respecto de los
poderes políticos locales y federales.
La
tentación que pueden tener el grupo o
los funcionarios a cargo del gobierno de la ciudad
de México para considerar que la televisora
local se constituya en recurso de propaganda
y legitimación políticas, sería
uno de los riesgos primordiales de un canal como
el que mencionamos. Por eso es absolutamente
indispensable que además de contenidos
y opciones técnicas, la reflexión
acerca del canal de televisión para la
ciudad de México incluya todas las previsiones
legales y políticas para que estuviera
al margen de las vicisitudes y/o las ambiciones
que pudiese despertar en el gobierno local. Ese
constituye un requisito para la supervivencia
pero, además, para la respetabilidad de
los medios de vocación pública
en todo el mundo. Pero sería una condición
especialmente necesaria si, como indican las
preferencias de voto que se pueden conocer en
este mes de marzo, las elecciones del 2 de julio
ratifican al Partido de la Revolución
Democrática en el gobierno de la ciudad
de México.
Más
allá de cuestionamientos y, si se quiere,
reconocimientos que se le puedan hacer en otros
terrenos, en el campo de la comunicación
de masas el gobierno de ese partido en la capital
del país se ha singularizado por considerar
a los medios como instrumentos de un proyecto
político faccioso y no como mecanismos
de interlocución de y con la sociedad.
El gasto discrecional, excesivo y, peor aún,
en muchos rubros secreto que se ha realizado
para difundir la imagen del gobierno de la ciudad
de México; la resistencia a acatar las
más elementales reglas de transparencia;
la falta de respeto a los reporteros cuyas preguntas
en las conferencias de prensa, cuando eran incómodas,
suscitaban desaires y burlas del hasta hace pocos
meses jefe de Gobierno, así como las amenazas
e intimidaciones a medios y comunicadores que
no se allanaban a la mansedumbre o la complicidad
periodísticas que exigía esa administración,
definieron el comportamiento comunicacional del
gobierno de la ciudad de México cuando
lo encabezó Andrés Manuel López
Obrador.
Si
el Distrito Federal llega a contar con una televisora
propia sería imperioso que se le mantuviera
a salvo de afanes de manipulación y coacción
como esos. Tendría que ser concebida como
una estación no de gobierno, ni de grupo
alguno sino, en el más ambicioso sentido
del término, como una televisora pública.
Notas:
1
Antoni Esteve, “La televisión prometeica”.
La Factoría, Número 2,
Barcelona, febrero de 1997. Disponible en: (http://www.lafactoriaweb.com/default-2.htm)
2 Luis Barreras
y Juan Manuel Bellini, “Canal abierto de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: la
estética de lo urbano y lo callejero”.
Revista Question, Facultad de Periodismo
y Comunicación Social de la Universidad
Nacional de La Plata, Argentina, verano 2006.
Disponible en: (http://perio.unlp.edu.ar/question/)
Dr.
Raúl Trejo Delarbre
Investigador,
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM,
México. |