|
Por Raúl
Trejo
Número
54
Si
quisiera, el nuevo presidente de México
podría establecer una relación
de mejor transparencia y mayor responsabilidad
con los medios de comunicación. Felipe
Calderón asume el gobierno del país
en un panorama de casi irreductible crispación
del que forma parte una actitud cada vez más
crítica, por parte de segmentos importantes
de la sociedad y el mundo político, hacia
las grandes empresas mediáticas. Nunca
como ahora, los medios son reconocidos en México
como una dificultad en nuestra democracia. Es
cierto, también, que nunca como ahora
los grandes grupos comunicacionales, especialmente
Televisa, han alcanzado tanta influencia social
y tanto poder político. Precisamente por
ello el nuevo gobierno, si logra mirar al país
y hacia el futuro con una perspectiva de Estado
y más allá de los diferendos y
las ambiciones circunstanciales, podría
reconocer que los medios se han convertido en
un problema que es ineludible atender.
Calderón
llega al gobierno con una ventaja nada desdeñable.
No les debe nada a Televisa ni a otras corporaciones
mediáticas. Si se reconoce que en la cobertura
de la campaña electoral esa y otras empresas,
lejos de apoyar expresamente al candidato del
PAN como en algunas ocasiones se ha llegado a
suponer otorgaron espacios similares a los principales
candidatos presidenciales –e incluso con
ligera ventaja para Andrés Manuel López
Obrador– se podrá advertir, entonces,
que ni Televisa ni cualquiera de las firmas radiofónicas
de alcance nacional tienen motivos para esperar
del nuevo presidente un comportamiento propicio
a sus intereses. Después de las elecciones,
es cierto, la mayor parte de los medios respaldó
el resultado del 2 de julio y puso en evidencia
las exageraciones del candidato de la Coalición
por el Bien de Todos. Pero es difícil
sostener que su apretadísimo triunfo electoral
el nuevo presidente se lo deba al respaldo mediático.
Quizá
en la contratación de publicidad el PAN
y su entonces candidato presidencial se beneficiaron
de algún comportamiento discrecional de
los grandes medios. Es altamente posible que
Televisa y otros grupos le hayan vendido a ese
partido espacios de promoción política
a precios menores a los que establecen en sus
tarifas. Pero suponemos, a reserva de confirmarlo
dentro de algunos meses cuando se haga pública
información del gasto de los partidos
durante la campaña de 2006, que esa actitud
la tuvieron también con el PRD y el PRI.
Por lo pronto, se ha conocido el enorme y posiblemente
ilegal descuento que Televisión Azteca
le ofreció a López Obrador al venderle
el espacio para el programa que tenía
todas las mañanas a un precio 40 veces
menor a las tarifas que esa emisora le había
entregado a la autoridad electoral.
Así que,
si quisiera, Calderón podría actuar
sin ataduras ante los medios de comunicación.
Otra cosa es que esté dispuesto a hacerlo.
Nunca cuestionó la Ley Televisa y el de
los medios no ha sido un tema sustancial ni en
sus propuestas de campaña ni en los diagnósticos
que ha presentado de la situación nacional
después de las elecciones. Que se sepa,
no ha reprochado la irregular composición
de la actual Comisión Federal de Telecomunicaciones,
la mayoría de cuyos integrantes favorecieron
abiertamente los dictados de Televisa cuando
se discutieron aquellas reformas en el primer
trimestre del año.
Todo pareciera
indicar que el nuevo presidente no querrá
enemistarse con los grandes medios y preferirá
mantener la situación actual. Allí
se podrá apreciar en qué medida
el proyecto de Calderón implica una auténtica
renovación política o simplemente
la continuación, quizá con un oficio
gubernamental que su predecesor nunca quiso ni
supo tener, en la conducción y gestión
de los asuntos públicos.
Poder
de los monopolios
La concentración de excesivos recursos
en pocas manos es, por definición, atentatoria
para la democracia. Más aún, se
trata del desafío principal que hoy enfrentan
las economías de mercado en todo el mundo.
Dos semanas antes del inicio del nuevo gobierno
en México la revista británica
The Economist, en su edición
fechada el 18 de noviembre, apuntaba que Calderón
tendría la oportunidad de avanzar en el
terreno de la democracia así como en el
crecimiento económico siempre y cuando
quisiera arriesgarse más que su antecesor
enfrentando al poder de los monopolios, tanto
públicos como privados. Entre ellos dicha
publicación identifica al sindicato de
maestros, a Pemex, a Telmex y a las empresas
privadas de telecomunicaciones. Todos ellos,
dice, son “vestigios del viejo orden que
todavía detienen al país... bastiones
de un poder incomprensible”.
Si no quiere
solamente administrar un país en donde
las grandes corporaciones trafican, incrementándolos,
con los privilegios que han solidificado durante
décadas, el nuevo gobierno tendría
que hacer lo posible para acotarlas creando espacios
de regulación eficaces, favoreciendo el
escrutinio público ante el desempeño
de esos grupos y sobre todo, auspiciando el surgimiento
de nuevos actores. Televisa es, sin duda, la
más poderosa de las empresas de telecomunicaciones
a las que alude The Economist. El poder
que acapara ese consorcio entorpece el desarrollo
cabal de la sociedad y de la democracia pero,
también, la gobernabilidad y las atribuciones
del Estado.
Si se decidiera,
Calderón podría contribuir a establecer
nuevos contrapesos ante ese poder comunicacional
tomando medidas en temas como los siguientes.
1. Nuevas
concesiones de radio y televisión.
Desde su campaña, el ahora presidente
Calderón anticipó que entre sus
primeras decisiones estaría la apertura
de nuevas frecuencias. Una de las 100 medidas
de su gobierno establece: “Se identificarán
las ciudades susceptibles de ser atendidas con
nuevos servicios de radio y televisión,
tanto comercial como cultural, educativa, comunitaria
y oficial, a efecto de iniciar los procedimientos
de licitación pública o permisionarios,
según se trate, durante el primer semestre
del 2007”. Es pertinente que en ese compromiso
se reconozca la diversidad de opciones que hay
y que debiera incrementarse en la televisión
y la radio. Pero la necesidad de nuevas emisoras
no existe únicamente en las localidades
del país en donde no hay pocas frecuencias
activas. Incluso en las ciudades y regiones más
grandes, la preponderancia de unos cuantos grupos
radiofónicos limita la pluralidad de opciones
a la que tienen derecho televidentes y radioescuchas.
Las nuevas frecuencias
tendrán que ser asignadas por licitación.
Las actuales disposiciones en esa materia, resultado
de la Ley Televisa, le permiten al gobierno decidir
las reglas y los beneficiarios de tales subastas
tomando en cuenta únicamente la postura
económica que presenten los interesados.
Si así ocurriese, el gobierno de Calderón
estaría convalidando la preponderancia
del dinero sobre cualquier otra consideración
para acceder al derecho a comunicar en nuestro
país.
El gobierno,
sin embargo, puede añadir otros criterios
para definir el resultado de las licitaciones
de frecuencias. Se podrían considerar
el perfil profesional, la experiencia en materia
de comunicación, el carácter innovador
y sobre todo la diversidad en las propuestas
que presenten los interesados en tales concesiones.
Aun con la retorcida legislación actual,
la Secretaría de Comunicaciones y Transportes
tiene facultades para orientar la realización
de esas licitaciones e incluso para suspenderlas
si considera que no se han presentado propuestas
satisfactorias.
2. Frecuencias
para quienes realmente quieren operarlas.
Varios grupos de radiodifusores que tienen frecuencias
en la banda de Amplitud Modulada han insistido
para que, además, se les asignen canales
en Frecuencia Modulada. Las radios “combos”,
como sus posibles beneficiarios le han llamado
al otorgamiento de una frecuencia en FM por cada
una de las que tienen en AM, se han convertido
en exigencia pertinaz que, sin embargo, no tiene
sustento legal alguno. El hecho de tener una
frecuencia no le confiere a nadie el privilegio,
solamente por esa circunstancia, de contar con
otra más.
Los radiodifusores
interesados en ese beneficio sostienen que la
banda de AM ya no es negocio. Tanto por calidad
en la recepción como por la existencia,
dicen, de audiencias más numerosas, el
negocio ahora se encuentra en la FM. Aunque en
otros sitios del mundo la Amplitud Modulada no
ha sido desdeñada como espacio de comunicación
y negocio, podríamos suponer que a los
radiodifusores mexicanos les va mejor en la FM.
De ser así, ¿por qué se
empeñan, entonces, en conservar las frecuencias
que tienen en Amplitud Modulada? Ante esas peticiones,
el nuevo gobierno federal podría asignarles
frecuencias de FM a los radiodifusores que ya
no consideran redituable a la AM. Pero no habría
motivo para que se quedasen con las estaciones
en AM. Esas frecuencias podrían ser reasignadas
a otros empresarios, o a grupos e instituciones
culturales y comunitarios que quisieran aventurarse
a difundir en la menospreciada banda de Amplitud
Modulada.
3. Reglamentar
traspasos y “ventas” de concesiones.
La Ley Federal de Radio y Televisión permite
el traspaso de concesiones siempre y cuando sea
autorizado por el gobierno federal. En los hechos,
la autoridad se ha limitado a consentir esas
transacciones sin vigilar escrupulosamente el
cumplimiento, en todos los casos, de las disposiciones
que existen para ellas. A menudo los empresarios
que compran y venden estaciones simplemente informan
de ello al gobierno. Apenas en julio pasado el
Grupo Imagen le compró al empresario Raúl
Aréchiga la concesión del Canal
28 de la ciudad de México, a partir del
cual ese consorcio mediático quiere establecer
una cadena nacional de televisión. La
Secretaría de Comunicaciones y Transportes
se limitó a tomar nota de una operación
harto discutible. Si la ley se hubiera aplicado
con esmero, desde tiempo atrás Aréchiga
habría perdido esa concesión que
nunca utilizó y cuya inutilidad ha implicado
el despilfarro de un bien nacional como son las
frecuencias radioeléctricas.
4. Acotar a la COFETEL. En el terreno
de la regulación, el gobierno mexicano
dispone de un amplio margen frente a la Comisión
de Telecomunicaciones. Uno de los defectos de
la Ley Televisa era, precisamente, la autonomía
de pacotilla que se le otorgaba a esa Comisión
la cual, en cada una de sus atribuciones relevantes,
continúa supeditada a la Secretaría
de Comunicaciones y Transportes. A través
de esa dependencia, si quisiera, el nuevo gobierno
podría moderar las decisiones previsiblemente
afines a los intereses de Televisa que tome la
mayoría de los miembros de la Comisión.
Lo deseable sería, desde luego, que tuviéramos
una Cofetel verdaderamente independiente. La
que existe hoy no lo es porque sigue orgánica
y jurídicamente supeditada al gobierno
pero, sobre todo, porque varios de sus integrantes
son reconocidos personeros de Televisa.
5. Recuperar
tiempo fiscal y emplear racionalmente el tiempo
estatal. Con el decreto del 10 de octubre
de 2002, el presidente Vicente Fox privó
al Estado mexicano del 90% del tiempo del cual
disponía en la televisión y del
80% del tiempo al que tenía derecho en
la radio. Con otro decreto –si quisiera–
el nuevo gobierno podría recuperar todo
ese tiempo o parte de él. Como es altamente
posible que no quiera, de cualquier manera hay
mucho por hacer tanto para reglamentar como para
organizar el uso de ese tiempo. Esos espacios
son del Estado y no solamente del gobierno, como
con oportunidad la Cámara de Diputados
le recordó al presidente Fox. Pero si
está claro quiénes pueden usar
el tiempo fiscal, lo que sigue siendo ambiguo
es para qué se debe aprovechar ese espacio
que, en los términos actuales, significa
18 minutos diarios en cada televisora y 35 en
cada estación de radio.
El tiempo fiscal
se añade, como es sabido, a los 30 minutos
que, de acuerdo con la Ley vigente, cada estación
de radio y televisión debe otorgar para
programas oficiales o culturales. La administración
de ese tiempo siempre se ha realizado con la
mayor arbitrariedad y el gobierno de Fox no fue
la excepción. El tiempo fiscal y estatal
podría organizarse de manera racional
y eficaz para difundir contenidos distintos a
los de índole únicamente comercial.
Sería preciso, antes que nada, dejar de
utilizarlo en la difusión de obras y logros
de instituciones estatales como sugerimos en
el punto siguiente.
Esos espacios
podrían tener dos propósitos esenciales.
El primero, sería difundir los mensajes
de los partidos en temporadas de campaña
electoral siempre y cuando sustituyeran a la
compra de propaganda en televisión y radio.
Una segunda y más frecuente utilización
sería su aprovechamiento por parte de
grupos de productores y organismos de la sociedad
que no suelen tener acceso a los medios comerciales.
Los espacios estatales podrían ser licitados
entre grupos de esa índole en concursos
discernidos por jurados de indudable imparcialidad.
Ya existe el antecedente de los certámenes
que organizó el IMER para asignar espacios
en la Radio Ciudadana cuya programación,
hoy en día, está definida por una
reconocible variedad de voces, posiciones y preocupaciones.
6. Terminar
con la propagada gubernamental. México
es uno de los poquísimos países
en el mundo en donde el gobierno anuncia en los
medios de comunicación sus proyectos y
logros. La utilización y en muchos casos
la compra de tiempo y páginas para ello
sigue formando parte de un comportamiento autoritario
y un tanto patrimonialista pero, también,
jactancioso y provinciano.
Al anunciar
sus realizaciones el gobierno presenta solamente
una parte de la realidad social y política
porque nunca destina espacios a reconocer, o
a discutir, lo mucho que ha dejado de hacer.
Y en realidad lo único que consigue con
tales espacios es manifestar que ha cumplido
con su obligación porque las obras y acciones
que anuncia las ha efectuado en ejercicio de
sus responsabilidades.
Suponer que
al pregonar que los hospitales públicos
atienden a los enfermos o que las carreteras
tienen menos baches los ciudadanos aprobarán
de manera automática al gobierno, implica
creer que la publicidad moldea voluntades al
margen del contexto en el que vive la gente.
Y si así fuera, esos anuncios se justificarían
todavía menos porque entonces formarían
parte de una operación de manipulación
por parte del poder político.
Gran parte de
esos espacios se difunden en ejercicio del tiempo
fiscal y estatal. Otra, con un gasto cada vez
más cuantioso, requiere de la contratación
de publicidad comercial en la televisión
y la radio –de la misma manera que en periódicos
y revistas–. La compra y utilización
de espacios para que el gobierno se haga publicidad
no tiene justificación alguna. Pero no
se trata de una práctica exclusiva de
la administración federal. Gobiernos estatales
y a veces también municipales, las cámaras
del Congreso Federal, organismos como la Comisión
de Derechos Humanos y las universidades públicas
más importantes, destinan a la contratación
de espacios publicitarios una porción
a veces cuantiosa de sus presupuestos.
La contratación
de espacios de auto promoción se ha convertido,
además, en una fuente de presiones, complacencias
y connivencias entre esos gobiernos e instituciones
estatales y los medios de comunicación.
Modificar esa
práctica tendría que ser resultado
de una decisión tanto del gobierno federal
como de los gobiernos locales y las instituciones
que hoy en día gastan miles de millones
de pesos para ufanarse de los edificios que inauguran,
los mexicanos pobres a los que piadosamente socorren
o de los premios que han recibido, todo ello
con cargo a recursos fiscales.
7. Resolver
situaciones irregulares. Desde hace varios
meses la frecuencia del Canal 40 en la ciudad
de México es manejada por Televisión
Azteca sin que a esa empresa le haya sido asignada
tal concesión. La confiscación
que el consorcio de Ricardo Salinas Pliego hizo
de esa frecuencia fue un despojo al concesionario
original pero, también, al patrimonio
de la Nación porque está utilizando
esa señal sin autorización legal.
La complicidad del gobierno del presidente Vicente
Fox con Televisión Azteca, confirmada
en el tortuoso desempeño de la SCT en
el litigio alrededor del Canal 40, hizo posible
esa apropiación. Si quisiera diferenciarse
de tales prácticas, el nuevo gobierno
federal simplemente podría emprender una
revisión rigurosa de ese y de los casos
similares que puedan existir y aplicar la ley.
8. Medios
auténticamente públicos. Sofocados
por ingentes carencias presupuestales y sometidos
a la posibilidad de que una decisión burocrática
modifique sus derroteros o sustituya a sus autoridades,
los medios de radiodifusión del Estado
se mantendrán en una situación
precaria mientras no tengan garantías
institucionales para vivir con recursos suficientes
y con la autonomía que requiere su trabajo
profesional. Aunque esas limitaciones se deben
en parte a la discriminación que les impone
la Ley Federal de Radio y Televisión que
les prohíbe apuntalar sus finanzas con
la venta de espacios publicitarios, los medios
del Estado podrían tener nuevo aliento
si el gobierno del presidente Calderón
viera en ellos un recurso para promover la diversidad
mediática.
9. Medios
comunitarios. El desarrollo de las radiodifusoras
comunitarias tendrá que ser resultado,
fundamentalmente, del respaldo y la adhesión
que encuentren en los núcleos sociales
en los cuales y para los cuales han surgido.
Pero el gobierno podría reconocer de varias
maneras esa expresión saludable de una
sociedad que quiere expresarse y que apuesta
por la comunicación. Exenciones fiscales,
créditos y facilidades para la compra
de equipos, becas y apoyos para sus productores
y sobre todo la eliminación de obstáculos
administrativos como los que con tanta pertinacia
se les impusieron a esas radiodifusoras en los
años recientes, serían formas de
respaldar su desarrollo. Tales medios, por su
parte, además de ofrecer contenidos más
profesionales podrían incursionar en otros
espacios como la creación de canales de
audio y video en Internet y (¿por qué
no?) el establecimiento de televisoras comunitarias
como hay en otros sitios de América Latina.
10. Publicidad
y contenidos en radio y TV: aplicar la ley.
La legislación ahora vigente –tanto
la Ley de 1960 como el reglamento que Fox expidió
en 2002– son harto discutibles pero, con
todo y sus abundantes defectos, tienen disposiciones
cuya aplicación sería ventajosa
para la sociedad. Actualmente no hay auténtica
fiscalización sobre el tiempo permitido
para la difusión de mensajes comerciales.
La clasificación de programas suele ser
desconocida por los televidentes. Muchos programas
de concurso no respetan la dignidad de las personas.
Los recursos de “baja comicidad”
–prohibidos por la Ley– son el verdadero
precepto que rige en numerosos espacios de Televisa
y TV Azteca.
Sería
preciso revisar las multas establecidas para
sancionar a los concesionarios que infringen
tales disposiciones. Y aun sin esos cambios el
gobierno podría inducir, con la ley en
la mano, un comportamiento de las televisoras
menos descomedido hacia la sociedad.
11. Informar
sobre los medios. En buena medida la discrecionalidad,
la inmoderación e incluso la impunidad
de muchos medios en México se ha debido
al secreto en el que se desarrollan y se relacionan
con otros poderes. El gobierno federal está
obligado a mantener un Registro Federal de Telecomunicaciones
en el que, además de los datos de cada
concesión, podrían darse a conocer
informes sobre las audiencias reales y el carácter
de los programas que difunden los medios electrónicos.
El gobierno federal también podría
respaldar proyectos sociales y académicos
para el estudio y la observación de los
medios de comunicación.
*
Este texto apareció inicialmente en la
edición de diciembre de 2006 de la revista
Zócalo.
Dr.
Raúl Trejo Delarbre
Investigador,
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM,
México. |