Por Raúl
Trejo
Número
58
Las
novedades en la relación entre el poder
político y el poder mediático en
México han sido intensas, contradictorias
y en alguna medida sorpresivas. La decisión
de los principales partidos políticos
para modificar la Constitución incorporando
la prohibición para que haya propaganda
pagada suscitó una desusada animosidad
de las principales corporaciones televisivas.
Los días 12 y 13 de septiembre de 2007
publiqué en La Crónica de Hoy
un par de textos que ofrecen un recuento
y un balance muy inicial, inevitablemente a vuelapluma,
de esa confrontación y de las decisiones
legislativas.
12 de
septiembre. Desenfocados
Desangelados y despistados, parapetados en una
soberbia que ya no intimida con facilidad, ayer
los dueños del espectáculo mediático
y sus voceros ofrecieron el peor show de su vida.
La vieja prepotencia, que tan notorios beneficios
les rendía cuando casi no había
legislador o gobernante que no se doblara ante
el amago para dejarlos fuera de los noticieros,
ha perdido al menos parte de aquella eficacia.
Los senadores que ayer recibieron a los directivos
de la radiodifusión no se quedaron callados
ante reproches y bravatas de los patrones del
poder mediático. Y los quejosos quedaron
enredados en su propio, confuso y equívoco
discurso.
La sesión
en las oficinas del Senado estaba planteada más
como recurso testimonial que como espacio de
interlocución. Acostumbrados a hacer política
en el regateo tras bambalinas y nunca en la deliberación
abierta, los jeques mediáticos apostaron
en esa sesión sus últimas cartas
contra las reformas constitucionales relativas
a la competencia electoral. Estimaron que con
un desplante de apantallamiento mediático
impresionarían a los senadores. Quizá
por eso atendieron, como diría el clásico,
a la forma y no al fondo.
La forma en
su comparecencia la aportaron los radiodifusores
con una insólita cobertura mediática.
Tan reacios como son a las cadenas nacionales,
ellos hicieron la suya propia con la transmisión
simultánea en todas las televisoras y
prácticamente todas las radiodifusoras
afiliadas a algún consorcio comunicacional.
Pero el fondo del discurso que buscaron difundir
con tanto estruendo resultó patéticamente
endeble.
Algunos miembros
de la CIRT se refirieron a temas de la reforma
electoral distintos del que los había
convocado: reelección de los legisladores,
candidaturas independientes. Otros, recalcaron
los riesgos que la iniciativa de reformas constitucionales
podía implicar para la libertad de expresión.
La premura con que ha sido redactada deslizó
en la iniciativa un párrafo que habría
podido ser interpretado para vulnerar los derechos
de opinión y crítica. Nadie “podrá
contratar o difundir mensajes en radio y televisión
dirigidos a influir en las preferencias electorales
de los ciudadanos”, se decía en
una de las adiciones propuestas al artículo
41 Constitucional.
Con esa disposición
se pretende evitar mensajes como los que patrocinó
el Consejo Coordinador Empresarial poco antes
de la elección presidencial del año
pasado. Los senadores reformaron esa propuesta
para que diga que nadie “podrá contratar
la difusión de mensajes...” Asunto
resuelto. Estará prohibida la propaganda
electoral que no sea producida por los partidos
y esa disposición no será pretexto
para censura alguna.
Cuando el senador Ricardo Monreal les dio a conocer
esa modificación los dirigentes de la
CIRT se quedaron sin el argumento central de
su comparecencia. Pero estaban encarrerados y
siguieron como si no hubieran escuchado. No defendían
prerrogativas de la sociedad sino sus propios
intereses.
El desasosiego
de los representantes de TV Azteca y Televisa
no se debía al afán de reivindicar
la libertad de expresión de los ciudadanos
sino al dinero que dejarán de recibir
gracias a la decisión de los legisladores
para evitar cualquier contratación de
propaganda política en los medios electrónicos.
Esa es la causa que movilizó ayer a los
dueños del poder mediático. Se
trataba de una batalla de antemano perdida porque
la víspera, en un comunicado que difundieron
en sus noticieros, los radiodifusores habían
admitido el fin de la propaganda pagada en medios
electrónicos.
Así que,
extraviado el foco de sus reclamos, los radiodifusores
comenzaron hablando de todo y nada. Y cuando
entendieron que las cadenas nacionales que estaban
difundiendo esa sesión desde la Torre
del Caballito lejos de amilanar a los senadores
les daban más ánimo, involucionaron
a un discurso insolente y ramplón. El
hecho de que, hacia ese segmento de la comparecencia,
eligieran como voceros a personajes de tan cuestionada
fama pública como Ferriz De Con y Paty
Chapoy, da cuenta del extravío de los
concesionarios. Y cuando, instalado en la histeria,
el abogado de Televisa Javier Tejado aseguró
fuera de cualquier proporción jurídica
o histórica que los senadores “están
estatizando” a los medios electrónicos,
era evidente quiénes habían perdido
esa partida.
El escenario
quedó perfectamente adecuado para que
Pablo Gómez les encajara a los radiodifusores
una contundente lección de derecho constitucional
pero, sobre todo, de claridad política.
Cuando los invitó a que se preguntaran
por qué fuerzas tan distintas como PAN,
PRI y PRD se ponen de acuerdo para impulsar una
reforma que acota el hasta ahora desmedido poder
de los medios respecto de la política,
ese senador perredista les hizo a los patrones
mediáticos un inestimable obsequio. Pero
no será sencillo que, tras un ejercicio
de poder atrabiliario tan sostenido como impune,
los dueños y directivos mediáticos
hagan ese ejercicio de conciencia al que Gómez
los convocó.
Los temas plausibles
de la reforma electoral no opacan los abusos
que al amparo de ellos quieren cometer los partidos,
comenzando por la destitución de los consejeros
del IFE que a estas alturas no ha sido justificada
por un solo legislador. La remoción de
los consejeros será resultado de una injusta
venganza política. La cancelación
de la propaganda pagada será consecuencia
de una desigual y ahora, por lo visto, insostenible
relación de subordinación de las
fuerzas políticas respecto de la radiodifusión
comercial.
Dueños
y voceros de ese poder mediático ayer
lucieron desquiciados, sin maquillaje, desenfocados.
No tardarán en recuperar la figura sin
abandonar el viejo estilo: severas advertencias
en privado, dosificadas menudencias de rating
en público. No pasarán muchas horas
para que sepamos si esos gastados recursos todavía
atemorizan a la clase política.
13 de
septiembre. El principio del fin
Desafiados por las televisoras, los senadores
manifestaron una cohesión jamás
vista al menos en los años recientes.
Con alusiones a la entereza de Belisario Domínguez
invocada por el perredista Carlos Navarrete o
recordatorios del panista Santiago Creel y el
priista Manlio Fabio Beltrones al poder fáctico
de los consorcios comunicacionales, la sesión
de anoche en Xicoténcatl se convirtió
en enfática respuesta del poder político
a las bravatas de la mediocracia.
Horas antes,
los jeques del poder mediático, ahora
acompañados por algunos jeques empresariales,
habían reiterado y profundizado sus reproches
contra los legisladores. Igual que el día
anterior, les sobró retórica y
les faltaron argumentos. El presidente de la
Cámara de la Industria de la Radiodifusión
advirtió que, de aprobarse, la reforma
constitucional “acotaría la libertad
de expresión”. El presidente de
la Concamín denunció que “los
legisladores están agarrando de rehén
a este país”. El presidente del
Consejo Coordinador Empresarial consideró
"inaceptable que se pretenda privar a la
sociedad de la posibilidad de expresar libremente
sus puntos de vista”. Y dos voceros de
TV Azteca exigieron posponer la aprobación
de esa reforma.
Desmesurados,
acaso porque no tienen más contraste que
el espejo de autocomplacencias que ellos mismos
han creado, los concesionarios de la televisión,
respaldados por la quizá desinformada
aquiescencia de numerosos concesionarios de radio,
tensaron al máximo su desafío al
poder político. Sergio Sarmiento sintetizó
ese encrespado estado de ánimo: “no
podemos permitir que la sociedad sea secuestrada
por unos cuantos dirigentes de partidos políticos”.
Sin embargo
la presuntamente secuestrada parece tomar con
serenidad el diferendo entre el poder político
y la mediocracia. Las arengas soliviantadoras,
que han sido especialmente agresivas en los canales
concesionados a Ricardo Salinas Pliego, no tendrán
más consecuencia que el berrinche expresado
de esa tan patente cuan patética manera.
La respuesta de los legisladores, unificados
gracias a la altanería de los consorcios
televisivos, fue la votación que, al filo
de las 10 de la noche aprobó, en lo general,
el dictamen para reformar varios artículos
constitucionales. 110 votos a favor y 11 en contra
corroboraron ese viraje del Senado respecto del
poder mediático.
Los empresarios
de la radiodifusión, en este episodio,
han sido tan quejumbrosos como mentirosos. Saben
muy bien que en el dictamen votado ayer en el
Senado no hay una sola disposición que
restrinja la libertad de expresión. La
frase que podría haber implicado alguna
limitación en ese terreno fue modificada
el día anterior. Al contrario, una de
las reformas incorpora al artículo 6º.
Constitucional el derecho de réplica,
que es una reivindicación de la sociedad
que hasta ahora solo había sido reconocido
de manera parcial por las leyes en este país.
La reforma aprobada
anoche y que ahora deberá pasar la prueba
de una Cámara de Diputados quizá
más susceptible a presiones mediáticas
y corporativas tiene dos ejes principales. Uno
de ellos es la modificación radical en
las relaciones entre partidos y medios de comunicación
electrónicos, que hasta ahora han sido
determinadas por el dinero. Con tal de recabar
fondos para comprar espacios en televisión
y radio, candidatos y dirigentes políticos
establecían los más variados compromisos
con adinerados de toda índole. Y con tal
de obtener descuentos y sitios preferentes para
la difusión de sus spots, los partidos
se consideraban obligados a tener un comportamiento
obsequioso y de cuando en cuando sometido al
interés de los consorcios de la radiodifusión.
Ayer mismo (“autocríticamente”,
dijo) el senador Navarrete admitió acerca
de esa relación entre partidos y televisoras
que, hasta hace poco, “todos fuimos a tocar
las puertas traseras de las empresas para entrar
a la competencia electoral”.
Esa peregrinación
no se repetirá. La contratación
de propaganda política queda prohibida.
Quizá los empresarios de la radiodifusión
confunden la libertad de expresión con
las prerrogativas del dinero para adquirir espacios
en los medios electrónicos. Pero esa no
es una libertad de la sociedad. Durante las campañas
del año pasado los partidos gastaron al
menos 589 millones de pesos en la contratación
de tiempos en radio y 1384 millones de pesos
en la compra de espacios en televisión.
El país
ya no tendrá que hacer gastos como esos.
Pero lo más importante es la modificación
que esa reforma impondrá en la relación
entre la política y los medios de comunicación.
Las radiodifusoras y especialmente las televisoras
tendrán que dejar de ver a los partidos
como clientes y quizá comiencen a considerarlos
como interlocutores.
Hoy en día
los ven como adversarios. Pero no quieren acordarse
de la escandalosa docilidad con que esos partidos
y el gobierno anterior hicieron suyas, a veces
sin siquiera aderezarlas con un mínimo
rigor jurídico, las leyes y reglamentos
que salían de las corporaciones mediáticas.
Los “unos cuantos dirigentes de partidos”
de los que hoy se quejan las televisoras, les
parecían prohombres de la edificación
democrática cuando se comportaban como
personeros suyos.
Separar al dinero
de la política mediática no es
atentar contra la libertad de expresión.
Pero si la prohibición para comprar propaganda
en medios electrónicos fuese desatendida,
ameritaría sanciones que podrían
llegar a “la orden de cancelación
inmediata de las transmisiones en radio y televisión,
de concesionarios y permisionarios, que resulten
violatorias de la ley”. Es natural que
los hasta ahora intocados concesionarios de la
radiodifusión se inquieten ante una advertencia
como esa. Pero no tendrían de qué
inquietarse si no tienen previsto transgredir
la ley.
El otro polo
de esta reforma es el esfuerzo de los partidos
para tener mayores controles sobre la autoridad
electoral. La creación de una contraloría
designada por la Cámara de Diputados y
de un “órgano técnico”
para fiscalizar a los partidos nombrado por el
Consejo del IFE pero separado de él son
dos medidas que limitan la independencia de la
autoridad electoral. Y sobre todo la destitución
de tres de los actuales consejeros, entre ellos
el Presidente del IFE, sigue siendo una decisión
caprichosa e inopinada.
En los artículos
transitorios del dictamen se dice cuándo
deberán ser designados, de manera escalonada,
los consejeros que tendrá el organismo
electoral durante los siguientes seis años.
Pero no se establece con qué procedimiento
serán seleccionados los tres que dejarán
el cargo en cuanto la reforma constitucional
sea aprobada y los otros 3 cuya gestión,
en vez de concluir en 2010 como estaba previsto,
llegará únicamente hasta el año
próximo.
Ese es el haz
y el envés de la reforma electoral. La
cancelación de la propaganda pagada en
medios electrónicos constituye una de
las medidas más importantes que se han
tomado, durante varios años, en la ya
larga cadena de modificaciones legales para facilitar
la competencia política. La destitución
de varios consejeros electorales (al menos ya
no todos ellos como se pretendía la semana
pasada) constituye un exceso imprudente y revanchista
por parte de los partidos contra la autoridad
electoral.
Pero no hay
abuso contra la libertad de expresión
ni contra los medios de comunicación.
Los espantajos creados por la CIRT y las televisoras
terminarán por desmoronarse. Quizá
entonces pueda comenzar a reconstruirse una relación
hasta ahora convenenciera y perversa entre el
mundo político y los medios de comunicación
más influyentes. Anoche mismo el senador
Pedro Joaquín Coldwell les ofrecía
una salida decorosa cuando estimaba que, ya sin
el dinero público que reciben por motivos
políticos, “los medios ganarán
calidad y estatura moral para criticar al poder”.
El acceso a
los medios continuará siendo importante
para los partidos. Candidatos y dirigentes seguirán
buscando espacios en noticieros y programas de
distinta índole pero ya no tendrán
que comprar publicidad para contentar a esas
corporaciones. La propaganda política
seguirá resultando fundamental en las
campañas electorales pero ahora no será
pagada con dinero público porque se transmitirá
en espacios del Estado en los medios electrónicos.
Durante las
campañas (que en el caso de las elecciones
presidenciales serán de 90 días)
los partidos tendrán acceso, entre todos,
a 41 minutos diarios en cada estación
de radio y televisión. El IFE dispondrá,
para difundir mensajes de promoción electoral,
de otros 7 minutos diarios.
Y ya que no
gastarán en la contratación de
medios electrónicos, es pertinente que
los partidos reciban menos dinero. La nueva fórmula
para definir cuántos pesos le entregará
el Estado a cada partido implica ahorros como
los que también anoche, al refutar las
mentiras de un asesor jurídico de Televisa,
explicaba en la tribuna de Xicoténcatl
en senador Ricardo García Cervantes. Si
la reforma no se aprueba, en las campañas
de 2009 los partidos recibirán 2670 millones
de pesos (que significarían, con campañas
de 71 días, casi 38 millones de pesos
diarios). Con las nuevas reglas, dentro de dos
años los partidos recibirán 800
millones de pesos que, gracias a la reducción
en los plazos para campañas, equivaldrán
a 13.3 millones de pesos diarios.
La reforma constitucional
tiene otras consecuencias sobre las que será
preciso detenerse más adelante. Entre
ellas se encuentran la reglamentación
de precampañas, nuevas atribuciones del
IFE para organizar elecciones locales y prohibición
para que los sindicatos puedan formar partidos
políticos.
Cara y cruz
de una reforma contradictoria: por un lado es
preciso advertir la iniquidad que cometen los
partidos con el árbitro electoral. Y al
mismo tiempo, se puede reconocer un saludable
desplante de emancipación de esos partidos
respecto de la inmoderada mediocracia. Quizá
sea, decía anoche el senador Pablo Gómez,
“el principio del fin del miedo de la clase
política a los concesionarios de la televisión”.
Quizá.
Dr.
Raúl Trejo Delarbre
Investigador,
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM,
México. |