La comunicación,
un sendero

RAZÓN Y PALABRA, Número 1, Año 1, enero-febrero 1996


RAZÓN Y PALABRA


Octavio Islas Carmona.

Nota: los números entre paréntesis remiten a la fuente bibliográfica.

Estas líneas responden a la necesidad de explicar por qué adoptamos el nombre de RAZÓN Y PALABRA para nuestra revista electrónica.

En Metafísica de la Expresión, para poder afirmar que el hombre es "el ser del logos", Eduardo Nicol nos remite a Platón, quien en su diálogo "El Banquete" reitera el profundo simbolismo que contiene el bello mito filosófico de Empédocles acerca de los orígenes del mundo y de la vida.

En su relato, Empédocles refiere la existencia de unos primitivos seres, en quienes extrañamente se mezclaban la naturaleza varonil y la femenina. Podría suponerse que esos seres resultarían más completos y autosuficientes que los humanos. Sin embargo, su terrible fatalidad radicaba en que éstos eran completamente estériles. Por tal motivo, pronto desaparecieron de la faz de la Tierra.

Posteriormente -prosigue Empédocles- surgieron nuevos seres, los cuales ya estaban claramente diferenciados como varón o hembra; es decir, definidos por la misma carencia del ser ajeno. En ellos -relata el filósofo- ardería intensamente el fuego del deseo, porque el fuego mismo expresaba el ferviente anhelo de unirse nuevamente a su semejante.

En El Banquete, Platón, profundiza en el amplio simbolismo de este mito filosófico a través del discurso de Aristófanes. Eduardo Nicol precisamente acude a ese mito para reflexionar sobre la trascendencia de nuestras acciones comunicativas y concluir que el hombre es el ser del logos:

"La humanidad primitiva era también cabal en su dualidad: cada ser tenía dos caras en una misma cabeza, cuatro manos y otras tantas piernas, cuatro orejas y dos sexos(...) Su fuerza y su vigor eran tan prodigiosos que ambicionaron escalar el cielo e invadir la morada de los dioses. Mal podrían éstos consentirlo, pero tampoco querían deshacerse de los hombres y aniquilarlos, privándose entonces de los honores y ofrendas que de ellos recibían. Necesitados, pues, de los mortales, pero temerosos de su pujanza, Zeus y los demás dioses deliberaron y luego acordaron cortarlos por la mitad, duplicando su número de esta manera, a la vez que le restaban a cada uno la mitad de su poder. Este corte, originario de la condición humana actual, desdobló la naturaleza del ser primitivo, y dejó a cada hombre con la oscura convicción de que el suyo no era más que medio ser, y con el anhelo de reunirse con la otra mitad, que lo complementaría de nuevo. El ser humano tiene, pues, el afán constitutivo de formar un solo ser, entero y cabal, con el ser ajeno. Por esto, el amor de unos por otros está implantado en el ser mismo de los hombres. El amor sería como la expresión de una insuficiencia metafísica. Pero más agudamente todavía, la expresión misma sería consecuencia de esa mermada condición ontológica del hombre. El amor se lograría en plenitud, y con él se lograría la plenitud del ser propio, mediante la reunión cumplida con el ser del otro. Pero este amor puede aspirar a la comunión porque el otro no es un ser ajeno, en el sentido de ontológicamente extraño al propio: con dos partes disímiles no puede recomponerse una unidad. El otro es un ser al que llamamos prójimo, o semejante, porque su ser no es tan ajeno que no pueda apropiarse: tiene constitutivamente la disposición de ser parte del ser propio. Y esta disposición radical es la que determina la expresión. La palabra es el nexo de vinculación y de restablecimiento de la "unidad primitiva", como se llamaba el mito, o sea el modo de lograr la plenitud ontológica".
(1)

De lo anterior, podría concluirse que el hombre es un ser ontológicamente insuficiente; como tal, desea reunirse consigo mismo, para completarse, y sólo puede completarse con el otro, que le es propio y ajeno a la vez. Por su misma insuficiencia ontológica, el hombre se ve en la necesidad de intentar trascender, saliendo de los estrechos límites que le reserva su mismidad. Para poder emprender la búsqueda de la otredad, el hombre expresa. Es la misma dialéctica del ser la que determina la dialéctica de la expresión.

Para Platón, el hombre es un ser simbólico, el hombre es el ser del sentido. Esto quiere decir que, para el hombre, la expresión es ser en acto, es realizar la potencia propia del ser. De ese modo, Nicol, a partir de Platón propone que la comunicación solo es posible desde el mismo ser: "el ser del hombre se hace patente de manera directa e inequívoca en la expresión humana". (2) De esa manera, mientras que las teorías de la comunicación intersubjetiva ubican la relación entre un yo y el otro yo desde la óptica de una relación mediata, Nicol en cambio afirma que la expresión no es "mediadora", sino inmediatamente comunicadora del ser.

El hombre es el ser del logos. Logos -nos explica Nicol- es razón y palabra: "estas dos ascepciones del término son complementarias o recíprocas, como el anverso y el reverso de una moneda, y no debieron nunca desprenderse la una de la otra". (3)

La palabra es nuestro profundo nexo de comunidad ontológica. La acción comunicación revela al ser. La comunicación implica en sí misma la participación activa y productiva del ser. La palabra no es tan solo el ser en acto del ente particular que lo expresa; es una forma de actualidad del ser en general. Por tanto, el ser se presenta a sí mismo en la relación dialógica que entraña la acción comunicativa. La relación dialógica, sin embargo es dialéctica. El ser de la expresión es un ser histórico.

RAZÓN Y PALABRA es un espacio abierto al encuentro del diálogo productivo del ser y su historia.


NOTAS:

1. Véase Eduardo Nicol: Metafísica de la expresión, Fondo de Cultura Económica, México, 1989, pp. 17-18.Regreso

2. Idem. p. 41. Regreso

3. Eduardo Nicol: Los principios de la ciencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p.61. Regreso


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