Número 10, Año 3, Abril-Junio 1998

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 Colecta por Shakatak
Shakatak. The Collection. Karrusell Int. / Polygram, 1996.
 
Por: Walter Islas

El placer que da el escuchar música es indiscutible, cuando esta actividad ha sido preparada vía libre elección, o la bienvenida sorpresa entregada al escucha mediante algún amigo o conocido.

La música es una de las artes más accesibles, si se le puede ver así. Ello porque, sea por la radio, en las calles, en el transporte público (el surtido es abominable y repugnante en su mayor parte), en la oficina, en la escuela, en la casa basta con abrir los oídos; estamos expuestos a las más diversas muestras musicales, sea por personalísima selección o por inoportunidades de nuestros vecinos, amigos, hermanos o familiares.

Pensemos por un instante: vamos a entregar las orejas a un paquete colectado de origen inglés, con 18 muestras diferentes de jazz funk sueve, sin grandes pretensiones y sumamente accesible para públicos familiarizados con el pop rock británico surgido en el octavo decenio del moribundo siglo XX.

(Por favor, en castellano, al referirse a la gente que nos lee o nos ve, no le llamemos audiencia, traducción directa del inglés audience; en mi opinión, utilizar preferentemente la palabra público).

Ya en los sesenta, como una alternativa real y en absoluto inocente, el entonces mocosón James Brown hizo el funk una propuesta musical tangible, rica en apoyos rítmicos y preponderante arma de ataque en contra de la opresión y las vejaciones de que eran (son) objeto los afroamericanos en los Estados Unidos, en la etapa en que Kennedy y Johnson gobernaron su nación.

El funk tiene su base en el uso percusivo del bajo eléctirico, en el cual se jalan o se golpean las cuerdas, añadiendo sabor y primitivismo - por qué no decirlo - a piezas musicales que invitan a bailar, a moverse. A esto se une la batería y otros elementos que pueden golpearse, para enlazar un tejido que permita al cantante aullar, gritar y recibir réplicas del bajo, o de otros comparsas bastante socorridos en este estilo musical: los matales (trompeta, trombón y saxofón).

El combo que debe su nombre a una vieja disquería del barrio londinense del Soho comenzó sus andanzas justamente en 1980. Su valor, en mi muy personal opinión, reside en detalles simples si se quiere, pero que al paso del tiempo brotan atemporales, frescos, bien estructurados y capaces de nuevas lecturas (nuevas audiciones):

La voz de Jill Saward es dulce, estudiada y bien acoplada al trabajo de sus compañeros de locuras, capaz igualmente de musitar sentimientos ("Lady -to Billie Holiday-") o de divertirse de lo lindo en un tema que bien puede valer más por la alegre melodía que por las frases que contiene ("Day by day").
 

"El Penoso Accidente"
Xavier Esqueda, 1967

Agregaré a esta observación  la sobresaliente calidad y ejecución de los tecladistas Bill Sharpe y Nigel Wright, y el estupendo golpeo del bajo George Anderson, quienes asimismo se animaron a componer una enorme porción de los cortes que integran Shakatak, The Collection.

Diversas canciones patentizan lo dicho arriba, y sin lugar a dudas (es una apreciación, que quede asentado en actas) el hecho de recrearlas es suficiente para el acuerdo o la diferencia de juicios. Estas son: "Invitations", "Night birds" (ambas programadas en su momento en la radio de la ciudad de México), "Don´t blame it on love", "Streetwalking", "Holding on" y "Out of this world". Me atrevo a afirmar que esta agrupación debe su sonido peculiar a la habilidad de los tecladistas, y al empuje correcto e invitante del bajista.

Con todo ello, después de escuchar todo el material pareciera que la voz es un remanso de accesibilidad para quienes no son muy afectos al jazz, y mucho menos instrumental; aunque en última instancia, alguno de sus primeras canciones de aquellos días en que el Punk daba sus últimos alaridos, y el Reggae cobraba mayor auge en Inglaterra y gradualmente en el resto del planeta al son de "Could you be loved" de Bob Marley, salen de su estuche y parecen decir: se puede hacer buen  jazz funk, calmo y decoroso (una muestra es "Easier said than done").

No todo por supuesto, y como la vida misma, es miel sobre hojuelas sonoramente hablando. Shakatak cayó muchos en la fórmula de hacer temas juguetones, veloces y simples con tal de ingresar en las listas de las radios británicas o en los conteos de revistas como Melody Maker o New Musical Express - por lo menos esa es la impresión del que esto escribe-.

Ejemplos: el tema deudo-desigual-de-las-tendencias-Miami-Sound-Machine "Dr. Dr.", o la canción con sabor a pop a lo Rick Astley y hasta Estefanía de Mónaco "Something Special", que con todo se deja escuchar por sus notas de bajo sintetizado y su saxofón tímido.

Pero qué importa. No toda la obra de un músico, escritor, pintor, escultor, cineasta es pareja e irreprochable. Este es el caso de este sexteto enmarcado -como todos sus súbditos- en las glorias de Isabel II (¿Habrá tales glorias?); cuyos temas elegidos para cerrar este compacto sacrificarían dinamismo y efectos especiales en pro de un asiento en el tren del pop rock: hablo de "Turn the music up", sin más pretensión que ser un corte bailable, y "Mr. Manic and Sister Cool", rayando en patrones rítmicos más cercanos (aunque sabe guardar su decoro y distancia) al pop de los afroamericanos de fines de los ochentas; las probadas de teclados en este tema lo salvan en cierta medida, pero no lo rescatan por completo.

 
 


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