Número 12, Año 3, octubre 1998 - enero 1999


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 UN FULGOR LLAMADO 68

Vasni Blázquez

68 quedó arraigado en las mentes de muchos como una eterna herida que no cicatriza y se mantiene abierta ante cualquier demanda de los viejos sueños que habitan la memoria. El sueño hacia el amor con la esperanza, aquellas viejas glorias hoy parece que se reflejan en los ojos húmedos, de los padres, que rememoran en una sonrisa el marchito sueño del frenesí revolucionario. Nuestra percepción nos hace creer mirar el 68, cuando es el 68 quién nos mira. Aquel verano de la utopía, que culminó con un crudo otoño, yace en nuestros días como la respuesta a muchas incógnitas. Es entonces cuando el 68 se encuentra con nosotros y ríe de una sociedad que habita en la crítica hecha por el delirio de sus sueños. Aquellas tardes al clamor del grito: "no queremos olimpiadas, queremos revolución", el movimiento social que hizo frágil las percepciones, los sistemas y modelos. La juventud rompía el silencio en lo privado y externo. Caían los paradigmas, cimentados en la religión, del papel de la mujer en las sociedades. En la palabra de la adolescencia se cuestionaba, no sólo el autoritarismo patriarcal hacia la familia, sino la contradicción del ideal revolucionario que sólo era un monumento en donde se sepultaron a los héroes, la libertad y equidad. Se abría la caja de pandora: la revolución implicaba la muerte de las viejas ideas, los viejos sistemas, pero también de la percepción personal.

 

La década de los 60's situó a su generación entre el cambio y la continuidad, fue así que se iniciaba una revolución cultural que a largo plazo reclamaría un cambio en lo político y económico. De tal manera que el movimiento estudiantil del 68 fue el punto de encuentro de viejas luchas que se habían dado casi dos décadas antes de su tiempo. Desde las luchas campesinas de Rubén Jaramillo, pasando por Demetrio Vallejo, los médicos, las querellas estudiantiles de provincia, hasta el bazukazo a la puerta de San Ildefonso. Sería que las partes adolecían de la misma herida: la represión. Los 60ís en México no sólo se distinguieron por su gran crecimiento económico, sino también por ser un tiempo en que el sistema mostraba su fragilidad al reprimir el diálogo y todo movimiento que fuera en su contra. Crecía la economía; pero el desarrollo, la democracia, libertad y justicia seguían aún estancadas. El romance creado de la revolución entre pueblo y gobierno se rompía, la violencia era el síntoma del descontento social. Aquellos ideales reprimidos se confundieron en ese verano de 1968.

 

El caminar peinaba el asfalto de calles y avenidas, los gritos encontraban asilo en los muros de los palacios de fachada barroca del centro de la Ciudad de México, la protesta se volvía una necesidad. Aquellas multitudes que caminaban hacia un mismo punto; que ideaban el mundo alrededor de su propia crítica; las mantas con la figura del Che Guevara; las consignas; las manos levantadas dibujando la "V"; los manifiestos; Vietnam; Cuba; Francia; Checoslovaquia; la URSS; las discusiones entre padres e hijos hacia el seno familiar sobre lo que debía ser y no ser; el sexo de la censura a la libertad, después al marketing. Por las calles y avenidas del 68 transitaron todas las protestas y propuestas, se podría decir que la juventud antes de ganar las calles ganaron la mesa de la cocina donde se cernían los miembros de la familia a obedecer al padre, pero ahora el por qué invitaba a una bendita desobediencia. Ante su voz se opuso el autoritarismo del silencio, ya fuera en la familia, ya fuera con el Estado.

 

La amenaza del cambio acechaba sobre los viejos paradigmas que siempre se han negado ha cambiar y que día a día sobreviven abortando la evolución. Es así como el antiguo sistema político mexicano, al igual que el de otros países, se negaba al cambio, bebía sangre para sentirse más fuerte. Es indudable que para que un pueblo cambie el primer paso está en la cultura. La mayor parte de los cambios que hemos vivido en estos tiempos emanaron de la revolución cultural del 68: liberación sexual; feminismo; la reivindicación del individuo contra el estado; la caída del comunismo; las ebriedades fortuitas, ya más frecuentes, de los pueblos con la democracia; la fractura del autoritarismo dentro del núcleo familiar, más no su rompimiento. 68 abrió muchas puertas, pero también cerro otras tantas. Estamos ante una revolución cultural que no ha culminado, dio el primer paso, pero el segundo aún está al aire. Los sistemas políticos al sobrevivir el 68 se hicieron más fuertes, aunque su debilitamiento comenzaba de una manera paulatina. Por desfortuna aquella época fue la escenografía de una guerra fría donde las muestras feasientes del absolutismo imperial en su arrebato por el poder global rasgaban el mundo: los golpes de estado en América latina y Europa del este, las invasiones a Vietnam y Yugoslavia, etc. Los movimientos sociales del 68 ponían a los Estados Unidos y la antigua Unión Soviética en la encrucijada entre morir o vivir. Ante tal amenaza ambos bloques brindaban la fuerza y el silencio. La libertad se negaba a conjugarse con el capitalismo y el comunismo.

 

Aunque claro está, de esa lucha hubo un vencedor: el capitalismo y su abominable consumismo. Dice Gonzalo Ceja que "el comunismo no supo alcanzar la era del consumismo", ese fue el factor a favor que tuvo el capitalismo para sobrevivir un poco más que el comunismo. No sólo se mantiene la crítica individual en la coma de la globalización, sino también hay un producto del cual el individuo está habido: la rebelión. Pero ahora la rebeldía se dominó bajo la moda y el percepto de la "originalidad". Los medios de comunicación y sus ídolos efímeros han mantenido preso el sentimiento rebelde. Ahora el Che Guevara es más un slogan publicitario que el ideal retomado parar llevarlo hasta el final; la critica ya no hay que crearla, basta con aceptar el maniqueo y manejo superficial que hace la TV de la información al servicio de ciertos intereses; la liberación femenina vista más como un mercado (hecho para satisfacer al hombre) que como una verdadera reivindicación de su papel tanto en la sociedad como en el hogar; la ideología de la imbecilidad y sus pensadores Beavis and Buthead; Nike y su just do it; MTV y su inquisición al individualismo. El mundo se concibe virtualmente, nacen dos realidades, pero la primera (la cruda realidad) siempre rebasa la segunda (la realidad virtual). Sin darnos cuenta esta cultura grotesca termina haciendo de los medios de comunicación parte del individuo, no a parte del individuo.

 

La represión fue la actitud inmediata, después vendría el viento del consumismo quien amainara la fuerza de aquel fuego. A tiempos pareciera que el 68, sus juglares, sobrevivientes e historiadores están tratando de justificar el ayer y no remendar el mañana. Pareciera, también, que la falta de planteamiento hacia el futuro de esta generación crea un sentimiento de esclavitud hacia el pensamiento total y un temor al pensamiento individual, sentimiento que hace 30 años fue un fuego de libertad. Tal vez y la esencia del 68 sea la reconciliación (como lo manejara Octavio Paz en "el laberinto de la soledad") de nuestra razón con aquel sentimiento, tal vez y lo que buscamos no está en ese grito desesperado de protesta que nos lleva a perdernos en la imbecilidad y abandonar la solución. 68 tan lejos y tan cerca, cuantos puentes tendió, cuantas tierras separó y ese tren en la memoria que siempre lleva ahí, a 1968.  

 


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