Número 12, Año 3, octubre 1998 - enero 1999

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AIRE SONORO
UN BLUES AL ATARDECER: EL BANQUETE DEL REY

Walter Islas

Albert King. Live. Altaya /Charly Records. 1992
 
Algunos piensan que hay que ser negro, o afroamericano -como claman ahora los orgullosos y respetables pobladores de raza negra en los  Estados Unidos- para saber y poder ejecutar la música casi prototípica de la plantación de algodón;de las chozas en las orillas del Mississippi; o de los salones olorosos a sudor, cerveza y botanas del centro de Chicago, por enumerar sólo algunos sitios. La referencia no es otra que al blues.

En México, y admitiendo abiertamente mi ignorancia, salvo Real de Catorce, Follaje y algún puñado de bandas más, la escena del blues es raquítica  y pareciera que no tiene un auditorio amplio.

No obstante el escaso entramado auditivo para esta corriente musical, los asiduos a comprar su periódico por las mañanas, o su revista cualquiera que ésta sea) alguna vez habrán visto, cuando menos en los expedios de la capital mexicana ciertos fascículos -que no son fascistas malandrines ni pequeños- incluyendo discos compactos con los exponentes del blues, a precios muy accesibles. Si no  recuerdo mal, el que ahora me ocupa costó cerca de 70 pesos. Y pueden creerlo: vale la pena.

Albert Nelson nació en Mississippi allá en la década de los años 20. En sus 30, cambió su apellido por el de King, y llegó a presentarse en los escenarios como el hermano de B.B. King. El parentesco sanguíneo es nulo, mas su estilo y calidad interpretativa bien puedan compararse. La colección Sentir el Blues, en su número 8 (Altaya/Charly Recs.) brinda al oyente un muy agradecible concierto en vivo de Albert King, celebrado en 1977 en el famoso Festival de Montreux, en Suiza. A continuación, diversos comentarios respecto de la grabación:

1) Lejos de los reflectores que bañaron y aún cobijan a bluesmen como el anotado Blues Boy, Buddy Guy, y en menor grado Bo Diddley, Nelson no ha sido muy reconocido que digamos por la industria musical ni por los panteones artísticos (murió en 1992). Mas eso parece quedar en segundo término al poner las orejas atentas a sus punteos, a su voz, que trabajosa pero apasionadamente acompañaba sus interpretaciones.

2) Los 10 temas contenidos en el álbum, simularían a la perfección un paseo en tren, donde el paisaje salvaje y brumoso se alterna con nubes blancas y cielos muy soleados, que cantan al ritmo de los metales y el bajo que enmarcan al guitarrista. Ejemplos de alegría, de sabrosas recetas donde fusionar la pimienta del jazz funk con el amargor del blues, para cocinar muy ricas entradas, son: "Watermelon man", "That's what the blues is all about", y "Kansas City", trío de platos que se dejan comer con su mezcla de rasgueos y embates de saxofón y trompeta, que en mi humilde opinión provocan un gusto satisfactorio.

No es cuestión exclusiva de echar los alimentos a la ensaladera, o de molerlos a lo tonto en el procesador: se trata de conjugar la habilidad ganada con los años, la calidez al confeccionar las notas y los vibratos, la honestidad al desgarrar los cansados músculos vocales, y la sabia manera de arropar todo con un bajeo muy degustable, bastante decoroso, y con metales que agregan un picor característico a esta muestra.

3) En el blues sería impensable relegar al baúl los tragos amargos, las decepciones, el abandono. El dolor en resumidas cuentas. Albert nos lo ofrece, como aquella noche helvética lo hizo ante sus oyentes, colocando en nuestra mesa diversas copas y charolas: "Blues at sunrise", "Stormy monday", escrita por el que algunos consideran legendario T-Bone Walker; y "I'm gonna call you as the sun goes down". Tres bebidas que no se apuran, se degustan despacio y por varios minutos, plenas de riffs que harían escuela para otros maestros de las seis cuerdas como el fallecido tejano Stevie Ray Vaughan. Tres piezas que concentran buena parte del sentimiento del blues, que musicalmente no será muy diverso, pero le basta con unos cuantos acordes para proyectar de manera directa sus dichos y sus visiones de la vida.

Si ponemos oídos pacientes a la guitarra de Albert King, podremos acceder a un vino apetitoso aunque difícil de tomar, un caldo añejo no exactamente dulce, que refleja una de las vertientes musicales norteamericanas que más ha enriquecido a la música de hoy.
 

 
 

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