Número 13, Año 4, Enero - Marzo 1999


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CONDENAS

Por: Lauro Ayala

I

¿De qué magia llena de misticismo es tu mirada?
Ay de mí, que perdido en la hondura de tus ojos
se acelera mi corazón y echa a volar mi alma
impulsada del suspiro más hondo, más pleno.

¿De qué materia se conforma la albura de tu mirada?
En el estallido crepitante de un fuego que nace,
que lo consume todo como una fuerza sin fin
donde la mano del amor de Agustini golpea.

¿Quién eres Mujer, quién te puso en mi camino?
Porque lo sabes: una sola palabra tuya, mujer,
trastorna mis sentidos desde la raíz del equilibrio,

y me manda en espíritu y pensamiento al cielo,
oh bella dama, desde donde se gesta en su espesura
un sentimiento que hacia ti se torna enamorado.


II

Condenadas a morir entre tus manos de fuego,
mujer hermosa y esmero divino,
están las bellas flores de la primavera,
fulminadas de un solo golpe frente a tu mirada.

Ah! No habrá rosa que te resista
el tiempo para demostrar cuán sincero
es el corazón pleno de sentimiento
que, vano en su intento, llora ahíto.

Ah, la maravilla de tu alegre sonrisa,
doblegando, como las espigas de Neruda,
sobre los campos, a la misma boca del viento.

Diosa o mujer, yo no sé de esas cosas,
sino sólo de lo marchitas y opacas
que con tu presencia esmeralda tornas las flores.


III

Oh dama sin corazón, diabla toda llena de encantos divinos…
Sí, yo soy l que ronda tu departamento cuando no estás;
el que por debajo de la puerta arroja las cartas y escapa,
Mujer, como un niño aterrorizado de mirarte a los ojos.

Ay desdicha la mía de este corazón traicionero y mío:
se acelera palpitante como un ladrón: todo lleno de trastornos,
inundando la razón con los pájaros negros y nocturnos
que un sentimiento como una flecha enloquecida,

vuelca en este terror que ahora habré de confesarte:
culpable soy, bella mujer, por quererme ganar tu alma,
por quererme ganar tu espíritu alzando mi voz y mi canto

que en un papel, este papel lleno de palabras sin sentido,
en vano intento quisiera llegar a la hondura de tu ser
para conmover y hacer vibrar las fibras de tu corazón.


IV

¿Quién te dijo que podías entrar en mis sueños?
Oh dueña del cielo y de la tierra, Mujer,
que en las horas profundas de descanso nocturno
irrumpes en mi pensamiento tan abruptamente

que un latido espeso en las entrañas de mi pecho
se gesta de la misma sustancia del suspiro,
y me despierta, en un nuevo y colorido día,
con el recuerdo inmutable de tu hermosura.

Mujer, Mujer, Mujer, yo apenas y te conozco:
acaso tres veces me ha deleitado tu belleza;
acaso en tres veces has flechado mi corazón.

Soy ese desesperado de Neruda: la palabra sin ecos,
que en vano te escribe versos y que en sueños…
tristemente busca el camino para adentrarse en tu alma.

 

 


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