Número 13, Año 4, Enero - Marzo 1999


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AIRE SONORO
Alma y soul en Van Morrison
Walter Islas


El soul. Una de las corrientes derivadas del blues estadounidense, cargada de significados y bastante llena de dolor y de quejas, pero igualmente de sentimientos amorosos, melancólicos, anhelantes.

Hace más de tres décadas, diversos músicos británicos que tuvieron la oportunidad de pegar las orejas a grabaciones recién desembarcadas en puertos como Liverpool o Southampton descubrieron el blues. Lo mismo los Rolling Stones, Manfred Mann, o los Yardbirds, las bandas inglesas percibieron la fuerza expresiva de personal de la talla &endash;según dirían los que saben de esto&endash; de John Lee Hooker (recordado por su Boom boom, o por Boogie chillen), o de Elmore James (exponente del poderoso tubo de metal o de cristal que se desliza sobre el cuello de la guitarra, en piezas como Dust my broom). Sobre éste último, el que fuera bajo de los Stones, Bill Wyman, recuerda el enorme impacto que le causó escuchar los primeros segundos del tema referido. Palabras más o menos, Wyman pensó en que algo le pasaría al cielo, que se cimbraría con semejantes notas.

Quizá exageró en su apunte, pero el que no exageró fue el propio blues: Muchas agrupaciones retomaron canciones de los viejos hombres del blues negro de Estados Unidos (¿¿acaso había entonces otro tipo de blues??), y les dieron su toque particular. Una de estas combinaciones de músicos fue Them, encabezada por el compositor e intérprete Van Morrison (autor del sonado y exitoso tema interpretado por su tocayo de apellido, James, denominado Gloria).

Tal fue el impulso o la potencia que entró en las venas de los blancos y británicos jovenzuelos ya enunciados que, con posterioridad a la ocurrencia del blues revival en Inglaterra, Morrison se dio a la tarea de crear sus propias versiones musicales. De entre los discos que grabó hacia finales de los sesenta y albores de los setenta, alza su dedo un fonograma que compila sencillas pero certeras piezas de soul y blues. Se trata de un acoplado denominado, al menos en la serie de la editorial Altaya y Charly R/B records, Brown eyed girl (No. 9, 1996).

De entrada, los cortes demuestran una aparente simplicidad en cuanto a su armado instrumental: parece que son más que suficientes una batería, un par de guitarras, percusiones, bajo, pandero y la infaltable armónica de V. Morrison para contaminarnos de un modo sabroso y sutil con su propuesta sonora. Otro ingrediente que añadiría calidad a Brown eyed girl es el coro de voces femeninas que resuena y acaricia los oídos, en perfecto contraste con los desgarros y fraseos ligeramente 'descuidados' de este (hasta donde recuerdo) irlandés avecindado entonces en la mayor de las islas británicas.

Una vez ensamblados instrumentos y voces, los efectos son venturosos: piezas que despiden vientos de fiesta y que lindan un poco con baladas rock matizadas por rasgos latinos, como Spanish Rose y Chick-a-boom. Temas sobrecargados de cierta angustia y de tristeza, como serían He ain't give you none e igualmente It's all right. Y gritos, si se puede usar el término, de la armónica y del coro de damiselas que sacuden la voz de Morrison en otras composiciones de éste: Midnight Special, o Ro Ro Rosey.

Sintetizando: un álbum que refleja una etapa en la vida de este autor, cuando el blues y el soul recién habían ingresado en su sangre de solista, y que denota una actitud quizás despreocupada por la elaboración de canciones complejas, pero claramente abocada a recrear sus influencias, y por qué no, a dar a quien se dé tiempo y ganas de escucharlo un ejemplo de sencillez y de sabor. Un sabor que, aunque añoso, bien puede enriquecer el panorama musical tan 'ecléctico' que hoy nos envuelve con una cuestión fundamental en la música: el alma y el sentir del propio compositor y ejecutante.


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