Número 14, Año 4, Mayo - Julio 1999


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LAS NINFAS DE SELENE BAILAN

Por:José Enrique Escardo Steck

La Luna se aferraba al cielo, con su melena serpenteando alrededor de las pequeñísimas estrellas que adornaban la negra y profunda noche. Mis ojos azules como un mar de mediodía, cenaban esa visión con gula y perfidia, con deseo y envidia.

Los lácteos rayos del menguante espejo marcado refrescaban mi terror al día siguiente, a la luz que mostraba mis imperfecciones y locuras repartidas por todas mis acciones. El baño cercano de la rojácea nave blanca humedecía mis pensamientos y nutría mis sensaciones.

Alta, fuerte, pacífica, aterradora y misteriosa. Elegante y posera. "Luna, lunera, cascabelera", que torpe canción. Me reí despacio y pedí perdón a Selene, su diosa, por haber tarareado esa tonta tonadita.

Esa hermosa querubina había desplegado sus alas invisibles y llevaba volando miles de años. Sin aburrimiento, sin cansancio. Todo lo vio, todo lo olvidó. Testigo con coartadas de 12 horas repetidas cada doce horas. Una cara siempre visible, la otra enmascarada, oculta, avergonzada.

En la casona del cerro las cinco bailaban, esquizofrénicas y desvergonzadas, alrededor de la mesa. Cuatro velas blancas en cada ventana iluminaban su danza, esa sensual sintonía que producía el contacto de su piel perversa con el cálido aire con olor a cera, incienso, tallarines y sudor alcohólico.

Quince kilómetros, pero las veía como si estuviesen aquí mismo, a mi lado.

Olía sus perfumes florales, sus bailes y sus conjuros en medio de risas quinceañeras. Su ropa de marca se mojaba con la lluvia y sus cuerpos se volvían caprichosamente sensuales cerca al límite de la vulgaridad.

Eran lunas, sonrientes e inocentes, con sus sombreritos de dormir con pompón. Lujuriosas y misteriosas, desnudándose en la mente de quienes las deseaban.

Se durmieron cuando la Luna se avergonzó de que el Sol la viera débil, frágil, despedazada por las nubes y los cerros. Ellas, vírgenes y prostitutas, imitaron la vergüenza lunar y se fueron a entretener la oscuridad de sus sueños frívolos.

Ellas, tan ansiosas y reprimidas, se escondieron tras sus párpados sudorosos, para despertar muy tarde, cuando el calor del ambiente se fatigó al sentir el calmante aire de Selene y su conejito gris

 


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