Razón y Palabra

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Número 16, Año 4, Noviembre 1999- Enero 2000


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MI FUTURO

Por Lorena Campos

Hoy me llevaron al doctor. Me fui (qué ingenua) muy contenta en el asiento trasero del coche. Hacía mucho calor y me dolía la panza. Nadie me dijo a lo que íbamos, yo creí que aquello era un paseo. A mi edad es fácil engañarme.

Entre ruidos y meneos volábamos a mi cita. Por fin llegamos a una casa llena de jardín; yo, feliz, pensando que visitábamos a alguien. La alegría se me acabó cuando pisé el blanco piso del consultorio. El sujeto ya me estaba esperando, vestido con una gran sonrisa (de ésas que siempre anuncian mucho dolor).

  • ¿Cómo está la abuela? – preguntó mientras me arrastraba a la plancha; ahí me sentaron. Yo, como Jesucristo, sin abrir la boca.
  • ¿Qué nos duele?- volvió a preguntar con otra sonrisota.

Antes de que pudiera prevenirlo me abrió los ojos, escuchó los gruñidos de mis entrañas y hasta me pellizcó una oreja.

Lo que vino después fue peor. Ante las miradas de mis familiares se atrevió a examinarme y a platicar sobre mis intimidades. Preguntó mi verdadera edad, cuántas veces voy al baño, cuántos dientes he perdido y hasta lo que como a escondidas.

No culpo a mi familia, pobres, se veían asustados. Más cuando les dijeron que mis tumores parecían un racimo de uvas. Yo ya me quería ir pero nadie me tomaba en cuenta. Me metieron el termómetro, olvidando el respeto a mi edad, a mis canas.

-¿Ha tenido hijos?

- Cinco, pero se le murió uno- respondió Mariana.

- Para serles sincero no veo muchas opciones – sentenció el doctor -. Está infestada de tumores; además, su edad no permite una operación tan delicada.

Mientras decía esto, mi familia me miraba como si ya estuviera despidiéndose. Yo fijé mis ojos tristes en otro paciente que, dentro de su jaula, temblaba como yo.

- Creo que lo más humano es dormir a la viejita.

La viejita (yo) hubiera llorado si con eso se hubiera aplazado la decisión. Pero nada pude hacer, más que fingir que no entendía nada, que los animales no sufren ni saben. Así, seguí sentada en la plancha, contemplando en silencio el fin de mi futuro.



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