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2000

 

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Sueño social y político de una noche de verano
 
Por Enrique Velasco Ugalde
Número 17

Quizá para algunos esto que aquí se expone les resulte una mafufada. No lo es. Es algo en lo que este autor cree firmemente como posible. La razón de tal creencia es simple: como sea, de una u otra maneras, México va hacia cambios profundos en lo social y político. No puede ser de otra manera. El escenario mundial en el que hoy vivimos obliga a cambios profundos. Lo terrible por impredecible, es ¿hacia dónde vamos? Pero las ciencias sociales y humanas no son exactas ni duras y como lo que sí son, requieren en el rigor académico de la especulación, de la previsión y hasta de la imaginación; todo, sobre la base de las necesidades sociales, sobre todo las no resueltas y que a todos nos afectan. En esto hay mucho de ideal y hasta utópico, pero aun esto es importante en los procesos sociales.

Las experiencias que sustentan lo que aquí se expone así nos lo han demostrado, de modo tal que creemos que no sólo se trata de buenos deseos sino de alcanzables realidades. No obstante, es de esperar que quienes atiendan esto nos expresen su opinión y sus críticas pues después de todo, nada es verdad y nada es mentira...

México, una nación desinformada

México es una nación que a lo largo de su historia ha acumulado grandes rezagos sociales. En todos los rincones de nuestro país, desde el norte hasta el sur, desde el Golfo hasta el Pacífico -desde la M hasta la O para decirlo pronto-, la injusticia social, la intolerancia, la pobreza, la falta de democracia, la corrupción y la violación a los derechos humanos, entre muchos otros males, han marcado el curso de nuestro acontecer cotidiano.

De ésos y muchos otros conflictos uno quisiera saber que se resuelven o están en vías de solución, pero no, ni pensarlo; una gran mayoría de los asuntos que agobian a la sociedad mexicana ni siquiera han sido enunciados. No se conocen, y si acaso algo de eso se llega a saber, lo conocido resulta insuficiente, distorsionado y distante, como si nada de esto tuvieran algo que ver con todos y cada uno de los ciudadanos.

¿Cuántos de los que ahora atienden esto saben de las dimensiones de problemas tales como el de los niños de la calle que está por todos lados, del abuso y la prostitución infantil, de la desintegración familiar, del machismo, de la segregación femenina, de la deserción escolar, de la falta de oportunidades y nulo acceso a la educación, a la salud, al empleo...?

La población mexicana, en los tiempos recientes, ha sido testigo de hechos conmovedores que van marcando nuestros destinos en la oscuridad de un largo túnel al que no se le ve salida por la aplicación gubernamental de una política económica aberrante, que privilegia los intereses empresariales por encima de la equidad y la justicia social. Esto ha dado como resultado toda clase de fenómenos sociales que hoy en día no sólo cierran el paso al desarrollo individual, colectivo, regional y nacional, sino que –lo más grave- amenazan el patrimonio y hasta la vida de las familias y los individuos.

La reciente incorporación de México en el mercado globalizado mundial, sin una planeación que valorara previamente nuestro verdadero potencial industrial, nuestro desarrollo tecnológico, nuestra identidad cultural, nuestros recursos naturales renovables y no renovables, nuestros energéticos y el uso estratégico que de éstos han hecho las naciones poderosas para hacernos dependientes de los centros financieros internacionales vía deuda externa, para desestabilizar el mercado internacional con precios coyunturales a la baja en caídas estrepitosas que ha México le han significado devaluaciones, inflación, cierre de numerosas industrias y comercios de la pequeña y mediana empresas, ha dado lugar a un ahondamiento entre ricos y pobres de modo que cada día hay menos de los primeros pero más y más ricos y, en contraste, más y más pobres los que cotidianamente avanzan hacia la miseria y la miseria extrema.

Esta es una realidad que nadie puede negar. Los costos, trágicamente están a la vista: desempleo, disminución brutal de los niveles de bienestar social, pérdida de valores fundamentales, frustración en el yo individual y colectivo, crecimiento y fortaleza de la economía informal la que se vuelve contra la parte formal haciéndola entrar en crisis y, de manera muy preocupante, inseguridad pública.

Las cifras reales de la desigualdad y la injusticia sociales en México son, para decir lo menos, conmovedoras e indignantes. El 62.5 por ciento de la población del país, 61 millones de personas, viven en la pobreza, y de éstas, 22 millones viven en la pobreza extrema. Esto equivale a la siguiente relación: de cada diez mexicanos, casi siete son pobres y tres de éstos son extremadamente pobres; eso quiere decir que estos últimos no disponen de los recursos necesarios para poder adquirir la canasta alimentaria básica, es decir, no tienen ni siquiera para comer.

Por esto, en nuestro país cada año mueren 158 mil niños en la primera edad, por enfermedades que son hoy perfectamente curables, sobre todo las derivadas de afecciones respiratorias y males gastrointestinales; y no se diga, de anemia por la falta de nutrientes. Por eso también, son más de 10 millones los menores que en México se ven en la necesidad de trabajar y hay 35 millones de adultos que carecen de educación básica; 10 millones de mexicanos no tienen el más mínimo acceso a servicios integrales de salud y miles de hombres y mujeres en edad productiva se ven precisados a emigrar, sobre todo a los Estados Unidos, en calidad de trabajadores indocumentados, alterando dramáticamente el ciclo de desarrollo familiar y regional. No se tienen hasta ahora datos estadísticos que precisen cuántas madres solas hay y cuántas de éstas logran o no reunirse al cabo del tiempo en el seno familiar con su pareja una vez que emigró.

En contraste, el 30 por ciento de los más ricos en México, una notable minoría, concentra el 64 por ciento del ingreso nacional, mientras que los más pobres, que son la inmensa mayoría de individuos, se reparten apenas el nueve por ciento de ese mismo ingreso nacional. Esta es una relación de ingreso absurda, criminal e inaceptable. ¿Cuántos son los mexicanos que con la venta de su fuerza de trabajo generan la riqueza nacional, y no obstante no alcanzan ni el más mínimo de su disfrute?

¿Dónde está la realidad?

Esto que aquí se expresa es real y con toda su crudeza aparece todos los días en algunos periódicos o revistas de ésos que se han distinguido por su empeño de apego a la verdad. No hace mucho –por ejemplo- la revista Proceso publicó, dicho por el mismísimo secretario de Desarrollo Social, Carlos Jarque, quien antes fungió como presidente del INEGI cifras y datos de esto que aquí se mencionan.

Y para poner un ejemplo muy actual de una crisis que a todos debiera de preocuparnos pues en el fondo lo que está en juego no es otra cosa que la oportunidad para los jóvenes de acceder a una educación superior de excelencia, como debe de ser, de acuerdo a las grandes necesidades sociales en México. Me refiero al caso de la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, y sus ya casi ocho meses de paro.

¿Qué hay en el fondo de este gran problema? ¿En realidad la razón que ha paralizado drásticamente las actividades de la UNAM tiene que ver con la cuotas, su incremento y todo eso? Pues no, ¡claro que no! Lo que ahí está a discusión es el modelo y la pertinencia de la educación superior pública frente a un modelo de Estado que por su política económica puesta al servicio del interés de mercado, no reconoce ni siquiera la obligación constitucional de financiar la educación pública.

Obsérvese esta información que, como la ya expuesta, proviene de fuentes internas de la misma Universidad, del gobierno y de una investigación realizada en la UAM hace dos años, en 1997, misma que actualizada resulta peor todavía por el déficit fiscal provocado por la caída de los precios internacionales del petróleo en los años 1998 y este 1999 y que tanto ha fastidiado la economía nacional en general y en lo particular ha impuesto recortes presupuestales al gasto social, especialmente en la educación.

En términos reales, la tendencia presupuestal de la UNAM ha sido decreciente en los últimos 17 años. El subsidio federal otorgado en 1981, a precios y pesos de 1994, fue el equivalente a tres mil 107 millones de pesos. El poder adquisitivo de esa suma en ese momento, 1981, no se ha vuelto a alcanzar desde entonces.

En 1994 y 1997, es cuando más se ha acercado el presupuesto a esa posibilidad real de poder adquisitivo, y con todo, una inflación calculada en un 14% le ha asignado a la llamada máxima casa de estudios un diferencial de menos 3.8 por ciento. En lo que va del gobierno zedillista el subsidio otorgado a la UNAM no ha alcanzado ni tres mil millones de pesos a precios de 1994. La inversión federal por estudiante ha sido decreciente: comparando con lo invertido en 1981, en 1997 la inversión por alumno fue menor en un 14.3 por ciento.

¿Qué le ha significado a la UNAM esta disminución? Todo: incapacidad para responder a la demanda real (está dejando fuera a más del 80 por ciento de los jóvenes que aspiran a ingresar), insuficiencia docente, disminución, atraso tecnológico y pérdida y caducidad de la infraestructura, deficiencia en la investigación y alejamiento brutal de la excelencia académica. Y como este caso, hay ciento, miles de hechos cotidianos en la vida nacional que debieran estar en la conciencia de todos los mexicanos y no lo están.

Ante esto, ¿hay alternativas?

Si estamos de acuerdo –sobre todo sobre la base de lo que aquí se ha querido demostrar en cuanto a la ignorancia de la realidad nacional en que vivimos la inmensa mayoría de mexicanos, y las consecuencias que esto tiene para poder salir del bache en el que nos metieron regímenes con más de 70 años de antidemocracia- creo que en el reconocimiento de esa realidad está la fortaleza de un proyecto de comunicación social comprometido con su sociedad y con su tiempo.

Nada de esto que se señala -que es real y existe junto a nosotros, en nuestros espacios y en nuestros tiempos con toda su enorme carga de desgaste social- pasa por la radio y la televisión, y son estos medios los que de manera principal construyen todos los días la opinión pública nacional.

En nuestro país desafortunadamente no se leen los periódicos o las revistas de manera que sea por estos medios como se construya la opinión pública de la nación. Esto lo demuestran contundentemente los míseros tirajes de los diarios y revistas, aun los más importantes con circulación en casi todo el territorio nacional, los que aunque sumados no llegan ni siquiera a cubrir un mínimo porcentaje de los ejemplares editados diariamente por periódicos o revistas de enorme influencia y que circulan en ciudades de Estados Unidos o de Europa con poblaciones de uno a tres millones de habitantes. Mientras en México hablamos de miles de ejemplares por día para una población de 80 millones de individuos, en esas otras ciudades del mundo se tiran diariamente por cada publicación millones de ejemplares para servir a una población local y regional infinitamente menor.

Por esto, muchos intelectuales y analistas han calificado en México la relación prensa-ciudadano, como un asunto de analfabetismo funcional y pleno subdesarrollo.

Por su parte, la radio y la televisión, que son los medios que más atiende la sociedad mexicana, están dedicados sustancialmente a dos cosas: uno, a seguir siendo parte fundamental del arsenal político del grupo en el poder y su partido, el PRI, para que nada cambie en el país y los dueños de esta industria sigan beneficiándose grandiosamente, con todo el proteccionismo gubernamental, acumulando poder económico y político; y dos, a seguir saqueando impunemente la inteligencia nacional con programaciones aberrantes, indignas de un pueblo históricamente culto y con identidad.

Y es aquí donde surge la enorme necesidad de contar con un Estado emisor y no dejar nada más en los particulares la enorme responsabilidad de la eficacia, de la oportunidad y de la objetividad de la información que a todos nos atañe porque es parte fundamental de nuestro desarrollo.

La radio y la televisión privadas en nuestro país han sido empresas concentradas en unas cuantas manos, lo que ha dado lugar a uno de los más grandes monopolios nacionales. Si el valor de nuestra identidad no está en una cultura nacional porque ésta se integra con un enorme mosaico de múltiples, ricas y variadas manifestaciones culturales regionales, la radio, y mucho más la televisión, se han encargado de suprimirlas y de uniformarnos con la imposición de héroes culturales de moda que sólo se sostienen por un afán mercantil y monetario, y que en el mejor de los casos han dejado a nuestro legado histórico cultural para el folklorismo y los museos convirtiéndonos a cada uno de nosotros, a nuestras regiones, a nuestro patrimonio, en una estrella más del canal de las estrellas.

¿Cuál ha sido la cuota que la sociedad mexicana ha tenido que pagar frente a los intereses empresariales y políticos de la industria privada de radio y televisión?

No sólo la ignorancia frente a los hechos reales sino la ponderación de una realidad virtual que construye cortinas de humo que ocultan a la conciencia nacional las verdaderas razones de nuestros valores de identidad; el México imaginario frente al México profundo, como nos lo legó ese gran antropólogo desafortunadamente ya desaparecido, Guillermo Bonfil, frente al cual hemos propiciado y fortalecido como forma de vida una inmovilidad social y política que nos ha hecho individualistas, dispersos, faltos de solidaridad e inmóviles no sólo frente a necesidades sociales, sino dramáticamente frente a nuestras propias necesidades. Nos distinguimos por una cultura política que anda en los límites de la miseria y eso se refleja fielmente en nuestra relación con la lectura de libros, periódicos, revistas. En esto sólo cumplimos el protocolo supuestamente informativo frente a la televisión. Vale la pena recordar aquí aquello de, ojos que no leen, corazón que no siente.

La propuesta...

Frente a este panorama, la radio y la televisión que los mexicanos esperamos, porque esas son las que necesitamos, no van a venir de la empresa privada; tienen que venir del Estado Mexicano. Es esta figura legal y política la que tiene que abrir los espacios en esos medios que hasta ahora han estado permanentemente cerrados para la ciudadanía. No sólo deben convertirse en una alternativa; no sólo deben ser medios alternativos sino medios alterativos. Que alteren el estado de cosas -este estado de cosas que nos resulta tan perjudicial- con una oferta programática que base su eficacia en los términos del desarrollo social que han de propiciar y no en cuánto venden y cuál es el rating. Calidad por encima de cantidad queremos los mexicanos en la radio y la televisión nacionales.

El Estado cuenta con los recursos legales, políticos y administrativos para hacer que esta propuesta opere. En casi todos los estados de la República ya existen medios regionales que de inmediato deben ponerse a trabajar al servicio de los cambios democráticos que el país necesita para que no se nos vaya de las manos como puede ocurrir si nuevamente caemos –como todo parece indicar- en fraudes, imposiciones, hechos políticos violentos y engaños a la voluntad ciudadana expresada en las urnas.

Es necesario impulsar el camino, insipientemente aún, de la creación de sistemas regionales, comunitarios de radio y televisión con emisoras pequeñas, de baja potencia y cobertura limitada. Esta figura ya opera en la legislación actual pero como esta concentrada en el gobierno federal no se ha extendido.

De la misma manera, debe simplificarse y desconcentrarse hacia los gobiernos estatales y municipales la gestión y el usufructo de recursos como los tiempos fiscales y oficiales en radio y televisión para que éstos sean utilizados por instituciones regionales como partidos políticos, universidades, organizaciones no gubernamentales, gremiales, ciudadanas y civiles; cooperativas y toda clase de organizaciones de producción y difusión cultural.

Todo esto sobre la base de la acción civil. Son los ciudadanos quienes tienen que decidir qué se transmite y qué no. La base para alcanzar esto son dos temas: consulta permanente a las audiencias y capacitación para la producción.

Se trata de ejercicios de retroalimentación sobre la base del conocimiento de la recepción que diagnostica la calidad y utilidad social de las emisiones en cuanto a formas y contenidos. El propósito es incitar a la gente a partir de sus instituciones, organizaciones civiles y gremiales y organizaciones no gubernamentales con fines humanísticos como ecología, derechos humanos, niños de la calle, salud, difusión cultural, etcétera, para que organizadamente participen en el levantamiento del estudio, en el procesamiento y valoración del mismo, en el diagnóstico y en la ejecución de los proyectos.

Esto brinda la oportunidad de formar grupos focales amplios y multidisciplinarios que por su heterogeneidad pueden garantizar un abasto amplio de temas a difundir, todos ellos de utilidad social.

También puede haber grupos convocados por las propias radio y televisión regionales que sobre la base de fórmulas como amigos solidarios de los proyectos, asociaciones, etcétera, se involucren con el diseño, producción, difusión y valoración de las programaciones de ambos medios.

En el terreno de la información, vale la fórmula de Don Paco Huerta y su Voz Pública: el Periodismo Civil. En esto el ciudadano es el comunicador, el analista, el comentarista, el cronista, el reportero, el periodista.

Y en la base de todo esto, uno es el basamento: la capacitación. Capacitación para que el ciudadano de tiempo completo aprenda a utilizar los lenguajes de la radio y la televisión. Desde el diseño, el guión, los formatos, los géneros, la producción y todo lo que tiene que ver con la enorme responsabilidad de la operación de esos medios. En la labor de capacitación la multiplicidad de escuelas y universidades, públicas y privadas, de Comunicación Social, que actualmente están produciendo cantidad de desempleados, pueden aportar el conocimiento como una forma de involucrar a sus alumnos con una realidad concreta y muchas necesidades sociales reales. La UAM-Xochimilco tiene un programa docente y de investigación permanente en este sentido llamado Radio UAM.

En cuanto al financiamiento, debemos tomar conciencia primordialmente de dos cosas que la era moderna nos impone: uno, que una radio y una televisión puestos al servicio y para la utilidad de la comunidad, cuestan; y a quien le deben también costar es a los propios ciudadanos. Y dos, que en la globalización, ante el peligro de la pérdida de conceptos como nación, región, soberanía, el Estado proteccionista que está obligado de darnos todo ya no existe.

Esto nos debe llevar a comprender ampliamente el concepto de comunidad. Tal adjetivo no tiene nada que ver con la definición simplista de lo territorial. La comunidad no es demarcación ni precepto jurídico. Comunidad es un hecho social y político. Se refiere al conglomerado humano que tiene, comparte, disfruta y sufre cosas en común. De esta manera, instrumentos públicos de la comunicación social deben verse como proyectos comunitarios, esa debe ser su filosofía política y su praxis. No importa si son rurales o urbanos. Lo que cuenta es de qué manera nos son útiles como herramientas en nuestros procesos de sociabilidad, ejercicio fundamental que tiene que ver con una necesidad humana de integración con y entre nosotros mismos y con nuestro entorno social, económico, político, cultural, ecológico y de todo.

Así las cosas, estos medios son tan fundamentales como el hospital público, la escuela, el mercado, la iglesia y todos esos puntos de encuentro mediante los cuales construimos y preservamos nuestra unidad como región, país y hemisferio. Estos no serán medios como los privados comerciales, pues estos estarán hechos por y para nosotros, para nuestras familias, para nuestra comunidad. De sus mensajes seremos nosotros sus interlocutores y entes activos y no pasivos. Sujetos y no objetos. Estarán para servirnos y no para servirse de nosotros.

En consecuencia, es a nosotros a quienes nos tienen que costar. Fórmulas hay muchas: pago de cuotas por servicios de calidad como se paga el agua, la energía eléctrica, el gas; constitución formal y jurídica de cuerpos colegiados o patronatos que promuevan campañas y eventos para recabar fondos; suscripciones periódicas, creación de negocios lucrativos paralelos que permitan obtener ganancias para quienes los operen y para la radio y la televisión. En fin, hay muchas fórmulas como ejemplos a seguir, lo importante es tener la conciencia y promover y exigir en el gobierno la voluntad política de quererlo hacer sin que esto sea una carga para el erario.

Hay también en el universo de opciones de financiamiento, fondos privados, públicos y sociales tanto nacionales como internacionales, para costear proyectos de producción y difusión para campañas en contra de las adicciones, de la salud pública y su prevención, de la educación y recreación infantiles y a favor de muchos otros temas de amplio bienestar social.

Tal vez esto que se propone suene lejano, efímero y hasta utópico. Sí lo es, y precisamente porque lo es, es que puede ser realidad. ¿Acaso no han sido las utopías las que han movido al mundo?

El próximo dos de julio del año 2000, México estará nuevamente frente a la oportunidad histórica de redefinirse como nación. Quién sabe qué partido se hará del poder. Muchos esperamos que quien lo logre, entienda que si quiere gobernar lo primero que tendrá que atender será justamente el asunto de la radio y la televisión para eso precisamente: para poder gobernar. Porque no es posible seguir con medios cuyos afanes son la consolidación de una irrealidad que tiene costos muy altos y dolorosos para la nación, su pueblo y aun su gobierno.


Enrique Velasco Ugalde
Profesor y Coordinador de los Talleres de Comunicación Social de la UAM-Xochimilco

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