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Televisión, cultura política, autoritarismo y violencia. La formación ciudadana de todos los días
 
Por Enrique E. Sánchez Ruiz
Número 17

Una "cultura política" es una configuración de sentido, o campo semántico, que se refiere a la organización y la jerarquía del poder en algún ámbito (familiar, escolar, institucional, comunitario, "nacional", etc.), y que eventual y finalmente, tendrá como principal referente al sistema político constituído y legitimado en la sociedad. Digo "finalmente" porque pienso ahora en términos del proceso mediante el cual se genera en los individuos tal constelación de sentido. El niño de pre-primaria puede no saber absolutamente nada acerca del gobierno y sus pormenores, pero sabe ya, muy pronto, que al ejercicio del poder se accede diferencialmente, y sabe que la organización asimétrica de los recursos de poder se traduce (o no, según el caso) en la imposición más o menos violenta y arbitraria, o en la discusión negociadora, o quizás se explica por la simple posesión de atributos "naturales", como por ejemplo el pertenecer a determinado género.

A la escala biográfica, pues, la generación temprana de la cultura política va de la mano con el proceso más amplio de socialización primaria, es decir, mediante procesos de aprendizaje de las pautas de significación y de acción "propias" o "adecuadas", a las diversas circunstancias y en los múltiples entornos sociales en los que cada individuo se desenvuelve. Hablamos, entonces, de "socialización política" (primaria, en una primera etapa), misma que va más allá del mero aprendizaje de los nombres del presidente o del gobernador en turno y su gabinete, o de los poderes y niveles de gobierno. Esta tiene que ver con el desarrollo de cogniciones y opiniones, evaluaciones, actitudes y propensiones a actuar, con respecto a figuras de autoridad, al poder y su distribución en las instituciones sociales --comenzando por la propia familia-- y eventualmente con respecto a las instituciones y procesos políticos, propiamente. La socialización política, entonces, eventualmente produce como resultado las identidades ciudadanas, componentes simbólicos centrales de la cultura política, que configuran las maneras eventuales de participación en las múltiples formas de organización de la sociedad en la que se vive. El "ciudadano" es entonces un producto biográfico-histórico de estos complejos procesos de aprendizaje.

Nosotros proponíamos en un trabajo anterior encuadrar el análisis del proceso de adquisición-producción de la cultura política --socialización política--, en especial en lo referente al papel de los medios de difusión masiva, en términos de aprendizajes incidentales y "educación informal". Es cierto que una cosa es enunciar términos como el de "educación informal" y otra muy diferente producir, por lo menos, una buena tipología de formas y ámbitos en los que se desarrollarían estos procesos, los cuales hemos indicado que son asistemáticos y aparentemente desordenados, por lo menos en comparación con el ámbito de aprendizaje por excelencia, que es la educación formal que tiene lugar en la escuela. Sin embargo, lo importante en todo caso era dar cuenta de que la socialización política ocurre en todos los ámbitos de aprendizaje social (formales, no formales e informales); y que la contribución de los medios de difusión masiva, en la medida en que tiene lugar básicamente a través de su operación de entretenimiento, es principal pero no únicamente, en téminos de procesos de "educación informal", o de "aprendizaje incidental".

Aquí hay ya un dato importante: En nuestras sociedades capitalistas, la principal función de la televisión es proveer entretenimiento y diversión, por sobre la información y la educación (en un sentido más estricto). De hecho, a pesar de que, por ejemplo, encuesta tras encuesta nos corrobora que la gente prefiere la televisión a cualquier otro medio, para informarse sobre el acontecer político, es muy claro también que una buena proporción de la información "nueva" que la gente adquiere en cualquier día normal, proviene de los formatos y géneros televisivos de entretenimiento, que incluyen las telenovelas, las series extranjeras y las películas, pero también los nuevos géneros "pseudoinformativos", como los "reality shows", clasificados como de "infotainment" o "infoentretenimiento". Con respecto a las telenovelas, investigaciones empíricas han indicado que personas de diversas condiciones aprendían sobre la "realidad nacional" en ellas, además de patrones de comportamiento para solucionar los problemas propios.

En sus primeros años de vida, el ciudadano en ciernes desarrolla su identidad individual mediante la interacción social-familiar y la observación directa: nos han hablado los psicólogos sociales sobre la "introyección" de roles, proyección del "otro generalizado", etcétera, especialmente en las interacciones directas. Pero también y cada vez más, a través de las historias que el sujeto ve y escucha en los medios, en particular en la televisión. Dice Giovanni Sartori:

Por encima de todo la verdad es que la televisión es la primera escuela del niño (la escuela divertida que precede a la escuela aburrida); y el niño es un animal simbólico que recibe su imprint, su impronta educacional, en imágenes de un mundo centrado en el hecho de ver.

Ahora, )Qué es lo que hace tan atractiva a la televisión? Bueno, hay factores que tienen que ver precisamente con la videotecnología y la verosimilitud de la imagen que otros estudiosos han descrito adecuadamente. Pero hay otra serie de factores que tienen que ver con el uso de los géneros y formatos de la televisión, que la han hecho convertir a la realidad en espectáculo, en palabras de Furio Colombo. Con respecto a esta "espectacularización de la vida cotidiana", hay un aspecto que, por lo menos en México recientemente, ha causado gran furor y debate, aunque es un tema ya tradicional en las discusiones sobre la televisión: este es el creciente recurso a la violencia y al amarillismo, pero también a hacer público lo más privado de la vida de los sujetos, para atraer y mantener la atención del público, en estos tipos de programas pseudoinformativos.

Es sabido que por ejemplo, de entre la programación tradicional de ficción, las caricaturas --que se supone son programación "infantil"--, son en su mayoría muy violentas, además de serlo otros géneros como las series policíacas y varios tipos de largometraje (de aventura, de terror, etc.). Pero en México, más o menos a partir de 1996, se comenzaron a transmitir con intensidad programas informativos especializados en la nota roja, haciendo uso de recursos amarillistas y escandalosos y que, deafortunadamente, lograron pronto muy altos índices de audiencia (o "ratings"). Ante la escalada de violencia televisiva, entre 1996 y 1997, ciertos grupos de la sociedad civil, diputados federales e incluso el presidente Ernesto Zedillo, exigieron a las televisoras, que se encontraban enfrascadas en una "guerra por el rating", que disminuyeran la carga de violencia en sus programaciones. Aunque algunos de los principales programas fueron finalmente retirados, en realidad han ido siendo substituídos por otros similares, y ya dejaron su marca, por ejemplo, en el estilo de informar --muy similar en Televisa y TV Azteca-- de los principales noticieros. Pero, )Qué tiene que ver la violencia televisiva con la cultura política y la educación cívica? Es interesante al respecto el punto de vista de Karl Popper, que se refería a la televisión inglesa y europea más en general:

Lo que la gente de la televisión debería aprender en lo sucesivo, es que la educación es necesaria en toda sociedad civilizada y que los ciudadanos de dicha sociedad --es decir, los ciudadanos civilizados que manifiestan un comportamiento cívico-- no son producto del azar sino del proceso educativo. Ahora bien, la civilización consiste esencialmente en reducir la violencia.

Al parecer, en México la programación televisiva está siendo entonces cada vez menos "civilizada" en términos de Sir Karl Popper. Esto, porque como hemos comentado antes, al contenido violento tradicional de las caricaturas, las series y los largometrajes, ahora cada vez más se le ha sumado el recurso al sensacionalismo y la virulencia en la cobertura de crímenes y todo tipo de actos delictivos, tanto en los noticiarios "normales", como desde luego en los nuevos informativos de corte escandaloso que han proliferado en los últimos años. Como sea, personalmente concuerdo con el filósofo inglés en que el grado más alto de civilidad, incluso lo que podríamos llamar una cultura política democrática, es aquella que prescinde de la violencia: por ejemplo, para dirimir los conflictos y desacuerdos mediante el diálogo ("debate civilizado"): aunque no necesariamente se logren siempre los consensos totales, pero se aprende a convivir en un ambiente de pluralismo, tolerancia y respeto al punto de vista ajeno y, consiguientemente, de paz y libertad.

El "cultivo" de representaciones televisivas y la educación cívica

Para enmarcar conceptualmente el papel de la televisión como generadora de una cultura política (socialización política), no es pertinente un enfoque con referencia al corto plazo, sino uno de mediano alcance. Por ejemplo, el enfoque sobre el "establecimiento de la agenda" (los temas de preocupación y conversación que proveen los medios, especialmente con respecto a la política) es un marco analítico de corto plazo. Igualmente lo son los que sirven para evaluar la efectividad de alguna campaña política o de un programa puntual. El acercamiento de Giovani Sartori en su Homo Videns (op cit) es de mas largo alcance, casi de corte MacLuhiano en el sentido de que apunta cambios "antropogenéticos", de orden "perceptivo-civilizacional". De entre diversos enfoques teóricos que conozco, hay uno que toma en cuenta las influencias culturales de la televisión, en especial de la violencia televisiva, en el mediano y largo plazos. Esta es la teoría del "cultivo" o de la enculturación, propuesta por George Gerbner. Si bien, como todo producto humano, es "imperfecto" este acercamiento, es decir que obviamente tiene algunos problemas conceptuales y metodológicos, creemos que contiene elementos y hallazgos que ayudan a pensar en términos de procesos biográfico-históricos, el papel de la violencia televisiva en la producción de aspectos de la cultura política predominante en una formación socio-histórica, como lo es el México del umbral del Siglo XXI.

De acuerdo con la crítica de Karl Popper, )estará la televisión mexicana "cultivando" el regreso a la "barbarie" al transmitir tanta violencia? Como ya indicamos antes, hay en México la percepción generalizada de que la violencia se está incrementando. La poca información empírica con que contamos muestra que no se trata solamente de una "impresión": en un análisis de contenido de los programas con más altos niveles de audiencia de 1997, se encontró "que la violencia está presente en la gran mayoría (83%) de los programas más vistos de la televisión mexicana". También a nivel latinoamericano existe la percepción de que la tele es altamente violenta; por ejemplo, en una encuesta reciente de Audits & Surveys Worldwide, en promedio el 55%, de una muestra conformada por 6,634 sujetos de siete países latinoamericanos, estaba "completamente de acuerdo" en que había demasiada violencia en la televisión. Esta impresión iba de un máximo de 64% en Brasil, a un mínimo de 32% en Colombia, y un 39% de la muestra mexicana. En otro estudio de la misma agencia, se encontró que 27% en promedio, de personas de entre 12 y 64 años, veían en 1997 regularmente los programas de noticias de "crimen", con un máximo del 54% en Puerto Rico y un mínimo, entonces, del 20% en México. A partir de los datos arrojados por un análisis de contenido de la programación clasificada como "infantil", de la televisión argentina, los autores hacían una serie de proyecciones nada satisfactorias:

Si consideramos que el promedio de un menor frente a la televisión durante la programación infantil es de 2 horas diarias, entonces tenemos que el niño percibe 39 escenas violentas diarias, sin considerar las que además pueden sumarseles como consecuencia de la publicidad y avances de otros programas de adultos.

(…) Esto significa que al cabo de un año los niños de Argentina pueden llegar a ver 14,235 escenas violentas, un 16 porciento más que los niños españoles, según un estudio similar publicado en la revista Análisis.

Proyectadas estas cifras a lo largo del período de 6 años continuos, … tendremos que habrá observado 3,110 escenas de muertes, 3,482 de heridos y 21,462 escenas de golpes, lesiones o caídas.

Con un abanico de escenas violentas de variada intensidad, el niño habrá acumulado en su memoria visual desde que tiene 4 años y hasta los 10, un total de 85,410 escenas violentas.

En Estados Unidos, tanto en las redes televisivas nacionales, como en las televisoras locales, se ha observado un incremento en la cobertura a noticias sobre crimen, en los programas noticiosos. En los programas dramáticos, en las horas de mayor auditorio, el porcentaje de programas con violencia física abierta fue de 58 en 1974, 73 en 1984 y 75 en 1994. El número de escenas violentas cada hora era de cinco; mientras tanto, en los programas infantiles del sábado por la mañana, las escenas de violencia ocurrían entre 20 y 25 cada hora.

Comenta George Gerbner:

La violencia es una demostración del poder. Su lección principal es mostrar rápida y dramáticamente, quién puede salirse son la suya, con qué y en contra de quién. Tal ejercicio define el poder de la mayoría y el riesgo de la minoría. Muestra cuál es el lugar de uno en el orden social de los picotazos (in the societal pecking order).

Desde 1967, Gerbner y sus colegas de la Universidad de Pennsylvania han estado haciendo análisis de contenido anuales de la programación televisiva estadounidense, dentro de un proyecto llamado de los "indicadores culturales"; y desde 1974, realizan encuestas en diversos estados del país vecino, para explorar "las consecuencias de crecer y vivir con la televisión". La gran cantidad de violencia que se transmite por el medio ha cultivado, según los hallazgos de Gerbner y sus colegas, el "síndrome del mundo mezquino" (mean world syndrome). Es decir, que las personas que más televisión ven y en consecuencia se exponen a más programas violentos, tienden a desarrollar la percepción de que el mundo "allá afuera" es altamente violento y cruel y, por lo tanto, tienden a mostrar altos índices de desconfianza en sus prójimos, especialmente aquellos que aparecen en la tele con mayor frecuencia como "los malos"; es decir, usualmente pertenecientes a las minorías latina y negra en el caso de Estados Unidos. Aquellas personas que son consumidoras ávidas de televisión, consideran que se necesita mayor protección porque "no se puede confiar" en la mayoría de la gente y casi todo el mundo "busca su propio interés". De aqui se pasa a la dependencia en algunos casos casi ciega, de las autoridades establecidas. Estos rasgos son algunos de los que caracterizan al síndrome psicosocial de la "personalidad autoritaria", que tiene su correspondencia central en el autoritarismo como rasgo de cultura política. Entre algunas de las implicaciones más directamente políticas del análisis del cultivo, se ha encontrado que quienes son espectadores ávidos de la televisión (y que por lo tanto suelen calificar alto en el "índice del mundo mezquino"), sin importar si se autocalifican como conservadores o "liberales", resultan en sus respuestas a una batería de preguntas ad hoc, más conservadores que quienes usan menos la TV: "Entre los espectadores muy asiduos, los liberales y los conservadores se asemejan mucho más entre sí que los espectadores poco frecuentes". Hallazgos similares han aparecido en otros lugares, por ejemplo, "los adolescentes argentinos que ven más televisión tienen más altas probabilidades de estar de acuerdo en que la gente debería obedecer a la autoridad, en aprobar el establecimiento de límites a la libertad de expresión y en pensar que si uno es pobre es culpa de uno mismo".

Al parecer, los hallazgos de Gerbner y sus seguidores muestran que la violencia televisiva, y su consumo ávido, podrían estar cultivando en la sociedad rasgos psicosociales y de cultura política autoritarios, mismos que que no "se llevan bien" con un proceso de transición a la democracia, y de esfuerzos por generar procesos de formación ciudadana cívica, en suma, una cultura política democrática. De hecho, no es la televisión la única fuente de imaginarios que conduzcan al "miedo social", y contribuyan a ese posible síndrome psicosocial autoritario, especialmente en nuestros entornos urbanos contemporáneos, de suyo altamente violentos. Pero no parece haber duda de que ejercen un papel importante. Desafortunadamente en México no se han hecho todavía investigaciones empíricas que nos permitan comenzar a producir algunas respuestas.

En nuestro país, por la falta de más y mejor investigación empírica, tenemos muchas menos certidumbres que las que solemos simular con respecto a nuestras propias configuraciones de sentido referentes a los fenómenos y procesos políticos, y sobre las influencias posibles de los medios de difusión en su producción histórica, entre otros agentes de socialización. Creo que es urgente comenzar a realizar las investigaciones empíricas, concretas y específicas, que nos revelen si en nuestra propia realidad la violencia televisiva (complementada, por cierto, con buenas dosis de Nintendo, videos de terror y de acción en los videoclubes, etc.), estará cultivando un antídoto para el logro de la transición que muchos mexicanos deseamos hacia un orden verdaderamente más democrático.

Si las hipótesis que se han estado sugiriendo aquí encuentran fundamento en los hechos, eso quiere decir que es necesario que diversos actores sociopolíticos en nuestro país presionen para que se incluyan en la agenda legislativa con relación a los medios de difusión estos temas que son importantes, pero se "sienten menos" porque no son del orden de la percepción cotidiana inmediata, sino de la acumulación causal del mediano y largo plazos. Hay un sinnúmero de dimensiones más de la operación social de los medios de difusión que tienen repercusiones acumulativas en la esfera política, pero no inmediata ni directamente, en particular en lo que respecta a la programación y los géneros de entretenimiento. En lo personal pienso que si no comenzamos a indagar sobre estos niveles y dimensiones menos aparentes que las campañas y las secciones abiertamente políticas de los noticiarios, estaremos actuando como el fumador que asegura, posiblemente con razón, que "este cigarro no me va a matar".


Enrique E. Sánchez Ruiz
Universidad de Guadalajara

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