Por Juan Ulises Hernández Jiménez
Número 21
En el tránsito
hacia la democracia, los medios de comunicación impresos
y electrónicos juegan y jugarán un papel muy importante,
en la medida en que estos se democraticen y cumplan con su papel
social de informar con veracidad a la ciudadanía de todo
lo que acontece en los diversos ámbitos de la sociedad, de
manera que todos sin excepción estemos bien informados y
contemos con los elementos necesarios que nos permitan tomar decisiones,
sin ser más víctimas de los manipuladores de opinión
pública que sirven a los distintos grupos de poder o al "poder
invisible", como lo califica Bobbio (1).
Por razones estructurales, sabemos
que nuestros países por su forma de desarrollo, mantienen
un desfasamiento entre el desarrollo económico y el político,
donde el segundo marcha más aprisa que el primero, hecho
que algunos científicos sociales consideran que representa
el problema principal para la democracia(2), toda vez que quienes
vivimos bajo regímenes de este tipo nos vemos en la disyuntiva
de optar entre la necesidad de vivir en una democracia con resultados
económicos poco fiables como es el caso de México,
o bien pensar en la posibilidad de contar con una "dictadura
con justicia social" que permita ver resultados a más
corto plazo en cuanto al bienestar material, priorizando lo económico
sobre lo político y sus avances.
El problema que se nos presenta entonces,
es cómo lograr un mejor sistema democrático que vaya
acompañado de mayor justicia social, haciendo posible que
el término democracia sea sinónimo de bienestar para
todos, aún cuando este tipo de políticas ya se agotó
en el mundo. Este es uno de los retos de la democracia, sus resultados
económicos y sociales.
Pero en un México con diversas
corrientes políticas actuando en su seno, donde cada una
de ellas visualiza de diferente forma el camino hacia la democracia,
obliga a los actores sociales a consensar mecanismos que permitan
que la democracia goce de una unanimidad ficticia (3), donde este
concepto es entendido como un sistema protector de la libertad individual,
independientemente de los atributos que veamos de manera particular
o grupal, que tiene la existencia de un sistema democrático.
Otro de los retos de la democracia,
independientemente de la capacidad de las instituciones para estructurarla
y darle funcionamiento, así como de la competencia política
entre quienes se disputan el privilegio de dirigirlas, Nohlen enfatiza
que es la necesidad de conocer cuál es la actitud de los
sectores sociales hacia las instituciones y las élites que
las dirigen, entendiendo esto como parte de la cultura política
de la población, cultura surgida de un movimiento armado
y de un sistema político que la utilizó como una forma
de legitimar su dominio a través del discurso de la Revolución
Mexicana.
Pero, sin menospreciar las gacetillas
del siglo pasado y los planteamientos de Zarco, podemos decir que
junto con la Revolución Mexicana surgieron también
los medios de comunicación impresos que, conforme al modelo
de los grandes diarios de Estados Unidos, comenzaron a informar
a los sectores medios y altos de lo que pasaba en el país
de acuerdo a su muy particular forma de entender la realidad nacional
y conforme a los intereses políticos con los que se les relacionaba
entonces.
En 1923, la radio, un medio electrónico
de comunicación, se sumó a la lista de instrumentos
del sistema para enviar mensajes a los ciudadanos, aunque no supieran
leer, para ir dando forma al bagaje de la cultura política
que el discurso de la Revolución llevaba a los mexicanos.
El Universal y Excelsior, fueron
periódicos que por las posturas que adoptaban ante acontecimientos
sociales de magnitud como la guerra Cristera, ponían en entredicho
la legitimidad del régimen revolucionario, por lo que en
1929, con el Partido Nacional Revolucionario, se crea el diario
El Nacional Revolucionario, mismo que está por desaparecer
como vocero del gobierno, pero que en los años 30 sirvió
para consolidar el manejo del discurso de la Revolución como
una forma legitimadora del sistema político en formación.
Desde ese momento se pensó
que era necesario moldear la actitud que debían tomar los
sectores, a través de los medios de comunicación,
hacia las instituciones revolucionarias y las élites que
las dirigían, estructurando para ello un discurso legitimador,
mismo que difundirían los medios durante décadas.
Sin duda, como lo han expresado prestigiados
politólogos, la democracia está integrada por una
multitud de resortes, palancas y ductos que se contraponen en un
complejo equilibrio y una de esas herramientas que sirve para moldear
la conciencia ciudadana de manera que, se legitime o deslegitime
un sistema político, son los medios de comunicación.
México, desde su nacimiento
como nación libre y soberana, mostró un desfasamiento
estructural entre lo económico y lo político, ya que
los actores sociales con el fin de expandir el capitalismo agrario
y comercial realizaron una serie de acciones típicas del
fomentalismo, mismas que al entrar en crisis provocaron un movimiento
armado que dio sustento a diversos grupos en el reparto del poder
político en México, sin olvidar que tanto el régimen
que se combatía como el que nació, obedecían
al mismo proyecto histórico: el desarrollo del capitalismo
(4).
De esta forma, diversos factores
dieron origen a una situación sui generis en cuanto a la
composición de la nueva clase dominante de la nación,
por grupos que buscaron el control político del país,
avalando sus acciones en las proclamas de la Revolución Mexicana
que difundían por los medios a su alcance.
La identidad de los actores sociales,
sabemos que procede del liberalismo mexicano que tuvo su cuna en
las Leyes de Reforma de 1857, conformándose así el
bagaje político, cultural y social de la sociedad mexicana
en su conjunto que las élites difundían entre sus
integrantes, porque eran ellas las que tenían el predominio
como clase política o sector dominante de los sectores subalternos;
todo con diversos matices.
En este siglo, los actores sociales
obtienen en la Revolución su identidad y con la ayuda de
los medios de comunicación van moldeando a la sociedad para
que acepte como legítimo su discurso, dando paso a un desarrollo
reformista con radicalismo de masas (5) en algunos momentos de la
historia, en los que la clase emergente dominante buscaba el control
del gobierno, pero siempre evitando que el radicalismo no fuera
excesivo y que tuviera el consenso de las clases sociales.
Se da entonces un Estado Mexicano
administrado por los herederos de la Revolución, sin la participación
directa de la burguesía y con políticas estatizantes
como forma de controlar el peso de los intereses burgueses en la
toma de decisiones económicas para el país, formando
a la vez, una casta de políticos-empresarios.
Modelo de Revolución nacionalista
que no socialista, antiimperialista (6) en el mejor de los casos,
la mexicana se convierte después, gracias a su difusión
por los medios, en ejemplo para América Latina, de donde
los actores sociales toman su forma de pensar y su cultura como
derivada de los ideales revolucionarios de 1910, enfrentando su
proyecto de Nación a la de otros sectores subalternos de
la sociedad que se aliaron a la burguesía o de la burguesía
aliada a sectores revolucionarios minoritarios.
Es en esta búsqueda de un
proyecto unitario que hiciera frente a los sectores subalternos
reaccionarios, que nace el Partido de la Revolución como
aglutinador de las fuerzas sociales surgidas y simpatizantes de
los ideales del movimiento armado de 1910, de donde nace también
toda una serie de discursos que proclaman la justicia social, el
bienestar para la familia y la seguridad para todos los mexicanos.
El partido político que une
y controla a los grupos revolucionarios diversos, necesitó
de un bagaje ideológico para dar forma al discurso que legitimara
a los gobiernos encabezados por ese instituto producto de la Revolución
y de los revolucionarios. Nace así, el discurso de la Revolución
como parte de la ideología dominante de la clase en el poder
y los medios de comunicación juegan un papel importante para
difundirlos como legitimantes del sistema social que surgió.
Por ello es que en la formación
de este discurso ideológico de la Revolución, se encuentra
el legado de los intelectuales del Ateneo, de los denominados siete
Sabios, de la generación de 1915, las tesis de Vasconcelos
y del maestro Lombardo que los medios de la época difundían
entre los mexicanos, creando una ideología, una mentalidad
que normara la actitud de la población hacia las nacientes
élites que gobernaban.
La prensa documenta que partido y
discurso son la forma de organización de los actores que
antes se enfrentaron por la toma del poder y de posiciones dentro
del gobierno de la Revolución, fue una manera de lograr ampliar
su influencia en la toma de decisiones del grupo gobernante, conocido
después, gracias a los medios, como familia revolucionaria.
Vemos entonces que el modelo de sustitución
de importaciones propio del desarrollismo reformista (7), generó
una expansión de las clases medias urbanas y transformó
a los países rurales en países de ciudades medias
con alto crecimiento demográfico. Dio pie también
a un Estado basado en el clientelismo, con programas populistas
que se legitimaron a través del tiempo y su difusión.
Esto generó una nueva composición
de los actores dominantes y subalternos de la sociedad mexicana
que fueron manifestándose en la recomposición de la
clase política y en los diversos movimientos como el médico,
ferrocarrilero, estudiantil y magisterial, principalmente y de los
cuales los medios dieron cuenta con ciertos matices, como lo hicieron
después con la llegada de los movimientos democratizadores
de la clase política tradicional que se vio fracturada con
la pérdida de lealtad entre sus miembros, producto esto de
las nuevas formas de organización propia de las políticas
neoliberales que en la búsqueda de mayor libertad económica,
crean la coyuntura de mayor competencia política y la posibilidad
de un tránsito a la democracia de manera pacífica.
De 1940 a la fecha, el Discurso de
la Revolución tuvo en los medios de comunicación a
sus principales voceros ante los diversos sectores sociales que
en su momento lo acogieron como el que dictaba las normas de la
conducta política de los actores sociales y de los ciudadanos
que se sentían cobijados por los regímenes revolucionarios.
Pero parece que nunca nos dimos cuenta
que la magia de la política mexicana logra con la ayuda de
los medios de comunicación "... que en sólo 8
meses un hombre pase de la indigencia política más
cabal a tener un poder casi absoluto sobre un país, una Nación
y un Estado..."(8), como sucede con la elección sexenal
de nuestro gobernante.
Es cuando los medios hacen que el
presidente en turno se presente como el árbitro supremo de
la sociedad y esto se proclama a los cuatro vientos como una verdad
a "... cuya representatividad todos los grupos someten sus
diferencias y por cuyo conducto legitiman sus intereses..."(9),
se rinde el culto a la personalidad y "... se utilizan formas
tradicionales de relación personal, el compadrazgo y el servilismo,
como formas de dependencia y control..."(10).
Es cuando el presidente se convierte
en una institución y su poder, en el poder institucional
de la Revolución que lo llevó a ese sitio, donde tiene
como gobernante su interpretación de los ideales de ese movimiento
armado y su forma de justificarlos ante la sociedad en cada una
de las acciones que su gobierno emprende y que difunde a través
de los medios.
Vemos entonces que los medios de
comunicación, forman parte también de la superestructura
del Estado para ayudar a la legitimación del Discurso de
la Revolución a través de los años, hasta llegar
a los sexenios neoliberales que han llevado al país a esta
situación de polarización de clases, donde se han
revivido circunstancias similares a las del porfiriato, a pesar
de estar a un siglo de distancias y en contextos distintos.
No olvidemos que el discurso dominante
opera como una forma de hacer común la dominación
de clase en todos los estratos de la sociedad y sobre todo, si el
discurso es el del Presidente de la República, el cual lo
utiliza como un medio de justificar sus acciones, obtener el consenso
social y la autoridad para hacer sentir su poder ante los demás.
De ahí se afirma que "el
discurso presidencial... está en la condición privilegiada
de hablante de la que goza en un sistema presidencial... (donde)
hay críticas que sólo el Presidente puede formular...
además, el discurso presidencial tiene necesidad de presentarse
como universal frente al conjunto de la sociedad..."(11). Y
es el discurso presidencial el que jerarquizan los medios de comunicación,
por así convenir, como el principal de sus notas, dándole
a la voz del Presidente, como en la era de los aztecas, la resonancia
de la voz del Tlatoani, a través del cual los dioses hacen
saber sus designios a la sociedad dominada, en este caso, por un
sistema presidencial, planeado como la forma de terminar el poder
de los caudillos de la Revolución, pero asegurando la legitimidad
de los gobiernos emanados de ella.
LA DEMOCRACIA DIFUNDIDA POR LOS
MEDIOS
Si nos trasladamos a los 30 y leemos
la crónica periodística de la época, vemos
que los medios de comunicación preparaban la llegada del
"Presidente Caballero" (12) al poder en una etapa de gran
efervescencia revolucionaria entre los grupos que se disputaban
la conducción de la Revolución, difundiendo a la nación
la convocatoria a una nueva asamblea nacional constituyente del
Partido de la Revolución que, después de 9 años
de creado, cambiaba su nombre de Partido Nacional Revolucionario
(PNR) a Partido de la Revolución Mexicana(PRM). Había
que fijar ese concepto entre la población a través
de su constante difusión.
El 31 de marzo de 1938, el escenario
lucía así: "...una gran decoración alusiva
representando a los obreros, campesinos y militares... en la Revolución,
y a los lados grandes banderas: la enseña nacional y la rojinegra
del proletariado..."(13).
La reseña periodística
nos dice que cada sector ocupó las butacas que le fueron
seleccionadas de manera anticipada: los obreros, campesinos, militares
y el populacho, a quienes se les entregó de antemano la declaración
de principios, el programa y los estatutos del nuevo partido del
que ya formaban parte y donde se establecía la necesidad
de lograr una "... democracia funcional... (que) reconoce la
existencia de la lucha de clases..."(14).
Pero no era todo, el lenguaje constituido
por palabras y significados distintos jugaba un papel importante
en la conformación del discurso de los distintos sectores
y se daba por hecho que el destino de nuestro país dependía
del "... programa de la Revolución..." (15).
Ya como precandidato del Partido
de la Revolución como hasta ahora se ha denominado al que
detenta el poder desde 1929, Manuel Avila Camacho, el último
general Presidente que borró de la Constitución la
frase que preconizaba la educación socialista en México,
declaraba que la Revolución estaba en marcha en la búsqueda
de mejoras económicas para la población a través
de la justicia econ¢mica de acuerdo a la riqueza potencial
de nuestra patria, a lo que la prensa hacía eco.
Lo importante leíamos, era
fortalecer económicamente al país para poder vivir
en plenitud a la Revolución con la aplicación de normas
de justicia social. El Estado Mexicano se constituía así
en el árbitro de la lucha de clases y en el garante de la
armonía entre los distintos sectores sociales, quienes debían
sacrificar sus intereses en aras de la unidad nacional y la construcción
de un nuevo modelo de país bajo el mismo sistema social:
un capitalismo a xico dentro
de la ideología revolucionaria..."(16).
Y así lo hizo por diversos
medios, porque esa era la mejor forma de darle contenido a los gobiernos
emanados de la Revolución, construyendo un discurso que sirviera
para dar legitimidad a las acciones emprendidas por los gobernantes
y contar para ello con el consenso social de los sectores que se
acogían a los beneficios del sistema, del cual no sabíamos
si era democrático o no, pero al cual la sociedad se cobijaba.
El 18 de enero de 1946, se declaró
oficialmente desaparecido el Partido de la Revolución Mexicana,
surgiendo en su lugar el PRI con la finalidad de continuar la búsqueda
de "... convertir en realidades elocuentes el programa social,
económico y político que se trazó la Revolución
Mexicana..."(17) con su lema de "democracia y justicia
social".
Institucionalizada ya la Revolución,
Miguel Alemán Valdez reafirma el concepto de la Revolución
del cual se parte y hacía el cual se va en cuanto a sus principios
e ideales y cuyo cumplimiento se va postergando de manera sexenal
en la medida en que crecen y se desarrollan nuevas necesidades sociales
de la población mexicana.
Al respecto, el líder del
PRI, Rodolfo Sánchez Taboada advertía por medio de
la prensa que en su partido "... (sólo) aceptaremos
a todo aquel que... acate las leyes, el programa y los principios
de la Revolución" (18).
Pero a cual Revolución se
refería si la corriente Henriquista proclamaba ya la agonía
del PRI, el otrora pujante y vigoroso partido revolucionario que
"... lejos de mostrarnos fuerza y virilidad... nos revelan
la euforia precursora de la muerte y el pánico de los enfermeros
de que vaya a imputarse a ellos la defunción del incurable
PRI" (19).
En esos momentos, los medios mostraban
su simpatía por cierta difusión distinta a la institucional
pero sin salirse de las normas, por ello publicaban afirmaciones
como la de que el PRI ni era partido ni era revolucionario, puesto
que lejos de cumplir con los ideales de la Revolución estaba
al servicio de una camarilla, misma que a través de la coptación
o de la represión en su caso, acababan con sus opositores,
al viejo estilo del porfirismo.
Sólo que la incidencia ante
la opinión pública de los medios impresos era tan
poca como aún lo es en la actualidad, por lo que este tipo
de declaraciones no llegaba a la población poco instruida
en la lectura de medios, como hasta la fecha, toda vez que la población
generalmente norma su criterio con base en los programas radiofónicos
en un primer momento y después televisivos que les dictan
normas de conductas y comportamiento.
Esas eran las primeras críticas
públicas al discurso de la Revolución y sus ideales
a cumplir como metas de gobierno, ya que denunciaba la existencia
de una nueva dictadura, la del Presidente, al considerar que "...
la Revoluci¢n ha sido falseada y por todas partes ha cundido
la corrupción..." (20).
Pese a ello, la disputa por la representatividad
de la Revolución cuando menos en el discurso, era el centro
de la lucha política de las distintas facciones que buscaban
la paternidad del termino y para ello se valían de los medios
de comunicación.
Adolfo Ruiz Cortinez, ya como Presidente
electo declararía que el propósito de su gobierno
sería el de que todos los mexicanos disfrutaran de los logros
de la Revolución en materia de paz, trabajo y justicia.
Esto porque "... para la Revolución...
la patria es una, donde caben y deben caber todos los mexicanos,
sin distinci¢n de credos religiosos o políticos, de
condición social y económica y de la actividad a que
se dediquen..."(21).
Aunque el triunfo electoral de Ruiz
Cortinez fue cuestionado por los Henriquistas, el discurso de la
Revolución que los medios recogían sirvió para
proclamar que los programas y las conquistas revolucionarias se
cumplirían, ya que quienes se oponen están en contra
de este proceso y de estas conquistas con lo que se ganan el repudio
del pueblo revolucionario o educado bajo ese discurso que dio forma
a la cultura política del régimen.
Entonces, lo que los gobiernos de
la Revolución buscan es consolidar y hacer realidad las conquistas
del movimiento armado, expresado en acciones gubernamentales que
son justificadas como demandas por cumplir y que se hacen realidad
de acuerdo a la interpretaci¢n que hace el gobernante en turno.
Con López Mateos, el discurso
de la Revolución fue más prolífico que en los
anteriores y de ello documenta la prensa de la época.
Fiel a su posición de árbitro
de la sociedad, pero simpatizante de ciertos sectores sociales,
López Mateos termina con los diversos movimientos de trabajadores
y habla de la determinación patriótica de los empresarios
progresistas que, afirma, están dentro de los planes que
postula el gobierno de la Revolución.
Considera que consolidado en el poder,
el pueblo al votar por el PRI lo que hace es apoyar a los gobiernos
que seguirán alentando los postulados y programas de la Revolución,
esa era la percepción democrática que a través
de los medios el sistema imponía a la población.
Por ello, el discurso hace deslizar
a la Revolución por todos lados y en todas partes, como si
tratara del Dios que la Iglesia predica nos cuida a todos, porque
en cualquier lugar que estemos se encuentra. Igual el discurso de
la Revolución como legitimante del sistema estaba presente.
Como cada 6 años, previos
al destape del candidato presidencial, el dirigente en turno del
PRI, calificaba como militante de la Revolución al presidente
de México en turno y a los integrantes de este instituto
como fieles a dicho movimiento y no sólo eso, sino que las
acciones de dicho partido las presentaba orientadas por los postulados
de la Revolución Mexicana, cuyos principios, se reiteraba
constantemente en los medios, se encuentran ya arraigados en la
conciencia nacional.
La lucha ideológica que se
libraba en los medios era en funci¢n de la vigencia o no de
la Revolución, del cumplimiento de los principios e ideales
que la generaron.
Pero quienes criticaban a la Revolución,
eran de inmediato calificados por los apólogos del movimiento
armado como integrantes de los sectores contrarrevolucionarios que
buscan desprestigiarla y atacan "... a sus organismos más
genuinos por su fracaso..." (22).
La lucha de las ideas para legitimar
a un sistema político, hace que ciertos conceptos como es
el caso de "la Revolución", sean siempre reiterados
para convertirlos en verdades sociales que tengan el consenso de
la mayoría de la población de un país.
El término de la Revolución
Mexicana, ha sido sin duda durante más de siete décadas,
el más utilizado para convalidar las acciones de los gobiernos
que surgieron de ese movimiento armado y para ello los medios han
prestados gran servicio al sistema.
En términos cuantitativos,
fue López Mateos, quien más utilizó el concepto
de Revolución, pero cada presidente de acuerdo a las circunstancias
sociales de su momento histórico, cualitativamente lo reiteraron
como forma de legitimar sus acciones en contra de aquellos elementos
que calificados de contrarios al regimen de la Revolución,
sufrieron las consecuencias de no alinearse al carro y a las conductas
de la familia revolucionaria.
Con la ayuda de los medios, la Revoluci¢n
adaptaba sus principios.
Así, con el fin del desarrollo
estabilizador, el Discurso de la Revolución se fue "adaptando"
a las nuevas circunstancias de desarrollo de la sociedad mexicana,
hasta la llegada de un nuevo modelo basado en promoción de
las exportaciones y mayores inversiones extranjeras.
En 1969, el PRI reiteraba que la
"fuerza legítima de la Revolución" se impondría
de nuevo para que los mexicanos tuvieran en el Presidente Luis Echeverría
Alvarez a un continuador del proceso revolucionario iniciado en
1910 y que a casi 60 años de ello, mediante el voto por la
Revolución y sus gobiernos de los mexicanos, los mantenía
en el poder.
Las definiciones e interpretaciones,
como en cada época, continuaban validando y legitimando al
sistema a través de su partido considerado como "fuerza
legítima de la Revolución", "abanderado
de los campesinos, obreros, clase media, vendedores y empleados",
instituto político "continuador de la ruta de la Constitución"
y "de su programa revolucionario", como podía leerse
en la prensa escrita de ese momento (23).
Incluso, en un amago de prepotencia
ideológica, el líder en turno del PRI, Alfonso Martínez
Domínguez, declaró que no existía "...la
remota posibilidad de que el PRI pueda algun día ser derrotado
por fuerzas democráticas distintas a las instituciones revolucionarias,
porque... el PRI es un partido mayoritario con una ideología
y un programa bien definido, arraigado en la conciencia popular"
(24) y la prensa convalidaba estos asertos.
Cuando se habló de la posibilidad
de que nuevamente un secretario de Gobernación se convirtiera
en el candidato de la Revolución, la prensa comenzó
la apología del perfil del pr¢ximo Presidente, halagando
sobre todo aquellas acciones que mostraban su actuación revolucionaria
y su apego a los principios de la Revolución Mexicana. El
ritual se repetía, nuevamente la Revolución se "adaptaba"
a las necesidades de los integrantes de la familia revolucionaria.
Como cada seis años, se difundía
un balance de los logros de la Revolución, de las metas a
alcanzar considerando que la mexicana es una revolución cuya
conclusión se busca lograr cada sexenio, según los
conceptos de Díaz Ordaz, por lo que nuevamente había
que reinterpretar el concepto.
La Revolución no había
terminado, sus demandas esenciales simplemente se postergaban sexenalmente
y así se reconocía y los mexicanos educados con la
cultura de la Revolución, así lo creíamos.
Las frases se repetían: "...la
Revolución continúa con todo vigor su marcha ascendente...",
"... en estos momentos están las fuerzas revolucionarias
del país más unidas...","... que no se detenga
la marcha hacia el cumplimiento de los ideales mejores de la Independencia,
de la Reforma y de la Revolución" (25), leíamos
en la prensa.
Ante la "obra revolucionaria"
del Presidente saliente, se planteaban las acciones de lo que sería
la continuación del proceso revolucionario a realizar por
el Presidente entrante.
Para 1976, la prensa documentaba
ya la lucha de los técnicos contra los políticos que
se expresaba en las esferas gubernamentales. La disputa del discurso
de la Revolución y su forma de concebirla se veía
de nuevo.
Con la candidatura del secretario
de Hacienda, José López Portillo, se terminaba el
camino de los políticos como dirigente de los gobiernos revolucionarios
y se abría una brecha por la que los técnicos comenzarían
a colocarse para lograr en el siguiente sexenio, su deseo de acceder
al manejo del Discurso de la Revolución y de la administración
pública de cuyo modelo, los medios servían para legitimarlo.
Pero la prensa de entonces, destacaba
ya la preocupación del líder en turno del PRI, Jesús
Reyes Heroles, de que "... en el seno de los gobiernos revolucionarios
se incuban realidades contrarrevolucionarias..." (26), y eran
tales que un sobrino del apóstol Madero, Pablo Emilio Madero,
destacó que el PAN era el partido que más fielmente
interpretaba los ideales de la Revolución Mexicana.
Inclusive algunos grupos del Partido
de la Revolución hablaban ya de desviaciones, interrupciones
y traiciones al movimiento armado, de parte de algunos que desde
el poder decían seguir sus principios para bien de la Nación.
La disputa del Discurso de la Revolución
se hacía más abierta en los medios de comunicación,
aún cuando la apología de los logros de esta continuaba
siendo la norma general, sólo que ahora se cuestionaba la
figura de los revolucionarios y su verdadera convicción.
La prensa de 1980 hablaba ya del
avance de la tecnocracia que poco a poco tenía dominio de
la escena política nacional al grado que los tecnócratas
habían hecho a un lado a los políticos en el aparato
gubernamental.
Ese año, documentan los medios,
el aniversario de la Revolución Mexicana tuvo como orador
a un técnico, Miguel de la Madrid Hurtado, secretario de
Programación y Presupuesto, quien aseguró que la administración
pública "se seguirá supeditando a los fines de
la política, vigilando la probidad revolucionaria..."(27).
Considerado entonces, como uno de
los aspirantes presidenciales más técnicos y más
ubicado a la derecha, Miguel de la Madrid, comenzó a apropiarse
del Discurso de la Revolución, para adaptarlo a las circunstancias
históricas que le tocó vivir de manera que las acciones
que emprendiera tuvieran la legitimidad necesaria.
Ya como candidato del PRI y dueño
del Discurso de la Revolución, MMH denominó a su campaña:
"... la campaña de la Revolución, para la Revolución
Mexicana... (de) esta nueva etapa de la Revolución"(28).
Así las cosas, las políticas
neoliberales entrarían por la puerta grande a México
en tanto que los grupos opositores se recomponían y demandaban
la necesidad de una nueva Revolución, al considerar que la
de 1910, no había arribado al logro de sus ideales.
Fueron publicitándose nuevas
frases dentro del Discurso de la Revolución: "planeación
democrática", "desarrollo nacionalista", ya
que "los gobiernos de la Revolución se justifican sólo
en la medida en que promueven la justicia social sobre bases firmes..."
(29).
Pero ante la opinión pública
cansada de la fraseología que los medios difundían,
la fuerza legitimadora del Discurso de la Revolución seguía
su marcha descendente y la clase política lo percibía
en los resultados electorales y en la creciente marginalidad de
las familias, con la puesta en marcha de las políticas neoliberales
que iban polarizando a las clases sociales, lo que se documentaba
en la prensa, donde también ocurrían cambios debido
a la creciente competencia entre las editoras.
A raíz de estas contradicciones
entre Revolución y sus metas a cumplir como postulados elementales,
la división dentro de la clase política comienza a
sentirse con el nacimiento de la Corriente Democrática al
interior del PRI, cuyas denuncias en un primer momento sólo
algunos medios comenzaron a difundir, la cual demandó que
se retomaran los ideales del movimiento armado.
Pero esta no era la única
traición a los ideales de la Revolución. El discurso
del líder del PRI en turno, Jorge de la Vega, difundido profusamente
en los medios, fue considerado por los democratizadores como presagio
de una etapa de autoritarismo y de intolerancia contraria a los
ideales de la Revolución Mexicana.
Ahora, los contrarrevolucionarios
eran los que decían defender y gobernar bajo los postulados
del movimiento armado de 1910, no los que estaban afuera del Partido
de la Revolución sino los que estaban adentro del PRI, de
acuerdo al manejo informativo que los medios daban ahora a estos
disensos internos. Pero tuvieron que pasar varias décadas
para que los calificativos de ser elementos de la reacción
que los de adentro lanzaban en contra de los que se les oponían,
ahora fueran al contrario.
La familia revolucionaria envuelta
en una lucha entre políticos y técnicos, se desquebrajaba
para dar paso a una nueva corriente revitalizadora del Discurso
de la Revolución que continuara la búsqueda de la
realización de los ideales que llevaron a la lucha a miles
de mexicanos en 1910: justicia social y sufragio efectivo.
En una clara alusión a la
forma en que el régimen se había legitimado, el Presidente
Miguel de la Madrid, afirmó en una gira por Michoacán
que "... en política no se puede vivir ya de prestado
de la historia"(30), aludiendo a la Corriente Democrática
del PRI que retomaba los postulados de la Revolución; de
esa historia de la cual habían venido viviendo los regímenes
emanados de ella, de esa historia de la que se aludía para
legitimar al propio gobierno de MMH y que este parecía olvidar
ante las circunstancias políticas que se dieron al fin de
su sexenio.
Si ya no se iba a vivir prestado
de la historia, de que iban a vivir entonces los gobiernos de la
Revolución, si su tesis legitimante ya no era vigente en
1987, como lo recogía la prensa del país, misma que
retomando las voces críticas del PRI, decía que la
finalidad última de estos, era "...recuperar el proyecto
nacionalista de la Revolución Mexicana..." (31), dando
entender que este ya se había perdido en los gobiernos revolucionarios
de los que formaban parte.
El mismo Discurso de la Revolución
era puesto en entredicho por lo no realizado por los gobiernos que
lo utilizaron como su legitimante social. Nacía un nuevo
Discurso de la Revolución en los medios que prometía,
ahora sí, recobrar la senda que llevara al país al
cumplimiento de las metas, ideales y postulados no logrados.
La democracia a la mexicana y sus
frases que los medios difundían se fue recomponiendo con
la nueva élite que buscaba moldear la actitud de la población
hacia las instituciones, ya que según palabras de Carlos
Salinas ellos eran los integrantes de una nueva generación,
"... la de la renovación nacional, la que está
modernizando a México..." y para ello como candidato
llamó a participar en su "...moderna campaña
de la Revolución..." (32) para buscar la realización
de los mismos ideales que sexenio tras sexenio se "adaptaban"
a las circunstancias históricas del gobernante en turno.
Carlos Salinas, prometió entonces,
la modernización del lenguaje como dándose cuenta
de que ya no se ajustaba al tiempo en que le tocó ser candidato
de la Revolución, de una Revolución cuestionada y
de la que dijo continuaría para erradicar la pobreza extrema
y ahora sí, asegurar la justicia social para todos los mexicanos.
"Nuestro camino para el cambio
será la modernización nacionalista, democrática
y popular. Será una modernización nacionalista, porque
reafirma los valores fundamentales que nos dan identidad como mexicanos;
porque abre una nueva etapa al proyecto de la Revolución...',
ya que "el propósito medular de la Revolución
Mexicana, que es la justicia social, no ha sido alcanzado..."
(33), reconociendo que no obstante los gobiernos revolucionarios,
pobreza y desigualdad seguían vigentes en el país.
Un nuevo discurso nacía, el
del Banco Mundial que llamaba a la reforma del Estado a través
de una redefinición de sus funciones para poder combatir
la pobreza extrema, la corrupción y sentar las bases para
una mejor gobernabilidad que alejara de los países las luchas
civiles a través de una mayor participación ciudadana
en las decisiones gubernamentales y una mayor competencia política
institucional que permitiera a la vez, a las fuerzas del mercado,
promover la competencia económica con la globalización
de los mercados (34).
Ante la globalización económica
que las fuerzas del mercado iban imponiendo, los medios de comunicación
difundían que la modernización nacionalista y popular
era el camino a seguir para "...hacer realidad a la Revolución...
(que) se propuso crear un Estado fuerte", sólo que "nuestra
Nación ha vivido al amparo de numerosas reformas emprendidas
en nombre de la Revolución... (pero) la mayoría de
las reformas de nuestra Revolución han agotado sus efectos
y no son ya la garantía del nuevo desarrollo que exige el
país. Debemos por ello, introducir cambios en el Estado...
y crear nuevos modelos de participación y de relación
política" (35), afirmaba Salinas de Gortari.
Justificaba la ejecución de
la propuesta del Banco Mundial de privatizar paraestatales, parodiando
a la Revolución: "un estado que no atienda al pueblo
por estar ocupado administrando empresas no es justo ni es revolucionario...
La privatización no deposita en manos ajenas al Estado la
conducción del desarrollo; por el contrario, el Estado dispone
ahora de recursos..." pero reconoce que "... más
de un millón de habitantes...viven en condiciones incompatibles
con el mandato de justicia de la Revolución Mexicana..."
(36).
Y ante los mexicanos que han dejado
de creer en la Revolución, en su gobierno y en el discurso
que lo legitimaba, CSG lo justifica como producto de una mala percepción
del mexicano debido a una ausencia de cambio prolongada durante
sexenios, para lo que propone modernizar, sinónimo de adaptar,
a su manera a la Revolución, su discurso y sus acciones.
Más que hablar de logros,
el Discurso de la Revolución del segundo sexenio neoliberal,
fue la de reconocer los rezagos y el incumplimiento de los postulados
del movimiento armado.
Y le dio un nombre a su reforma de
la Revolución que la prensa documentó; modernizando
el lenguaje: liberalismo social no neoliberalismo, aún cuando
las acciones son las propuestas por los organismos financieros internacionales.
Nuevas interpretaciones tenía
el gobernante para aludirla: "La Revolución Mexicana
no fue una sola; han existido dentro de ella varias concepciones
y, por eso, varias expresiones de la misma Revolución; cada
una en su tiempo y en su momento, tuvo su oportunidad y ejerció
su respoel propio sistema
había logrado con la ayuda de los medios de comunicación.
Era necesario un nuevo vocabulario que reemplazara al viejo y que
justificara los rezagos del movimiento revolucionario que se transformaban
en derrotas electorales para los candidatos del otrora Partido de
la Revolución.
Poco a poco, la Revolución
se adapta hasta en los momentos de crisis sistémica con la
aparición de nuevos términos que buscaban su nueva
legitimación social. Quienes criticaron a los gobiernos surgidos
de ella, también hacen uso del Discurso de la Revolución
como legitimante de su actividad política, considerando que
este discurso ideológico forma parte de la cultura nacional
y de la conciencia del pueblo mexicano, por lo que se justifica
su utilización como una forma de ganar consenso social que
les permita arribar al poder con una concepción de reforma
y búsqueda de los caminos que lleven al logro de las metas
hasta ahora incumplidas de la Revolución.
El fin del discurso oficial de la
Revolución sumió así al sistema político
mexicano en una crisis de credibilidad.
Aún cuando diversos estudios
señalan que la marginación y pobreza siempre han existido
en nuestra nación, ahora notamos que se ha modificado la
expresión de esta desigualdad social y la percepción
que la propia poblaci¢n tiene de ella.
En este sentido el Discurso de la
Revolución ha perdido legitimidad en los medios y ante la
sociedad, como forma para dar validez a las acciones de los gobiernos
emanados de ese movimiento armado y cuyas proclamas de alcanzar
mejores niveles de vida han quedado rebasados por la realidad social
que se vive.
En su momento el discurso fue legitimante
al incrementarse los niveles de educación, empleo y salud
de los mexicanos y de ello daba cuenta la prensa, pero las nuevas
políticas económicas han incrementado la marginación
y pobreza, decreciendo así las expectativas de bienestar
para las familias.
En el pasado reciente hubo movilidad
social y el Discurso de la Revolución era aglutinador de
los sectores sociales, pero al desgastarse han surgido discursos
heterogéneos antagónicos en lo económico y
político al discurso que fue sustento fundamental del sistema
político mexicano.
El reflejo del Discurso de la Revolución
en la vida cotidiana y en las corrientes culturales que lo tuvieron
como sostén ha ido desapareciendo con el proceso de transformación
del país de 1982 a la fecha y la llegada de las políticas
neoliberales.
Con esto, se reafirma que la legitimidad
de un sistema político está en función del
discurso que le da sustento moral y jurídico a la acción
de los gobiernos, el cual se difunde de manera masiva a través
de los medios, para normar la actitud de los sectores ante las instituciones
y sus élites que las dirigen.
Un análisis del discurso de
los sectores dominantes difundidos en la prensa, nos indica que
este acude "... a una cierta sutileza constructiva, necesaria
en la lucha política... a formas encubiertas del autoritarismo
en relación con sus oyentes, adversarios o seguidores..."
(38), llevando consigo un importante efecto ideológico en
su contenido.
Es así como el discurso dominante
opera como una estrategia de dominación al imponer al conjunto
de las clases de la sociedad un "... modo de interacción
socioverbal como uno de los mecanismos de reproducción de
las relaciones de clase..." (39), mismo que se reproduce como
cultura general de la Nación a la cual los individuos deben
acogerse como norma a seguir, denominándose a esta ideología
homogenizadora del consenso social, la "conciencia nacional".
Es en este rubro donde el discurso
presidencial, adopta diversas formas de manipulación de los
oyentes toda vez que es el único que "... está
en la condición privilegiada de hablante de la que goza en
un sistema presidencialista"(40).
Pero al abrirse una enorme brecha
entre discurso y realidad social imperante en México, la
universalidad del discurso se fue perdiendo y con ello su credibilidad
ante la población como argumento central de legitimación
de las acciones de gobierno del sistema político surgido
de la Revolución.
Por ello es que el Discurso de la
Revolución ha desaparecido de los actos oficiales ante la
insatisfacción de las demandas sociales de mejores niveles
de vida y seguridad para las familias que fueron la esencia de las
políticas de justicia social comprometidas por la Revolución.
De ahí que la legitimidad
del sistema político de la Revolución ha sido cuestionada
en las urnas por la población, quien ha dejado de ser ya
el sustento político-electoral del denominado Partido de
la Revolución como se le conoció al PRI.
El discurso político como
una forma de dominación de clase ha cambiado y los grupos
de la clase dominante tradicional se disputan ahora la titularidad
del nuevo discurso ante los medios de comunicación.
El discurso presidencial como aglutinador
de la clase política dominante se ha fracturado, dando paso
a nuevos grupos políticos que buscan ser los predominantes
en el manejo del nuevo discurso basado en aquellas cosas que la
Revolución no ha cumplido, pero que abren la expectativa
de lograrse bajo nuevas formas de hacer política.
El discurso se desgasta de acuerdo
a las épocas y contextos sociales de cada generación,
de manera que lo que ayer sirvió como aglutinador de las
masas y de legitimación de un sistema, deja de serlo si no
se renuevan las expectativas de justicia social, de acuerdo a las
nuevas necesidades de la sociedad.
Ahora, pese a que ha habido cambios
de gobernantes en municipios y gubernaturas del país, estos
aún no hacen posible que se reflejen las bondades de la Revolución
Mexicana y menos los cambios estructurales, sólo ha habido
cambios de partidos. Los tipos de conducta socialmente adquiridos
y que se trasmiten con igual carácter por medio de símbolos
para conformar el patrimonio intelectual y material de un pueblo,
siguen siendo los de la cultura dominante del sistema político
mexicano y, aunque ya muestran algunas variantes, estas no son aún
los suficientes como para hablar de un cambio en la cultura política,
donde aún predominan las inercias sistémicas.
El Discurso de la Revolución
que dio identidad a los actores: Presidente de la República
y gobierno, así como a los sectores subalternos de la sociedad
mexicana, está desapareciendo de los medios de comunicación
y con ello la identidad de los propios actores que configuran nuevos
rostros aún confusos, en una transición política
realizada por la clase dominante tradicional que se recompone y
cambia su discurso.
Si damos como cierto lo dicho por
destacado politólogo mexicano (41) de que la democracia exige
y se sostiene con una pluralidad de ojos, de ideas y de voces, donde
desde la multiplicidad de puntos de vista la verdad política
se discute y la democracia no se funda en el monopolio del saber,
sino en la diversidad de opiniones.
Es claro entonces que la pluralidad
política que actualmente se vive en el país demanda
de los medios de comunicación y de los periodistas, pluralidad
y compromiso con la sociedad, a la que se deben los medios de comunicación,
para hacer realidad la tesis que sostenía el maestro Leduc
de que sólo con una prensa independiente de cualquier compromiso
grupal o faccioso, era posible dar vida a una sociedad con poder
réplica frente a los poderes.
En ese sentido, la relación
de los medios de comunicación como una de las instituciones
de la democracia, con respecto a las demás instituciones
del Estado, debe ser clara y transparente, profesional para terminar
con el manejo discrecional de la información que sirve para
manipular a la opinión pública en un sentido o en
otro.
No olvidemos que el derecho a la
información que consagra la Constitución y la libertad
de prensa son conceptos que están sujetos al interés
político o económico de los periodistas y de los dueños
de los medios de comunicación, de sus relaciones de alianza,
su dependencia a alguna institución o al "poder invisible",
o bien, del incumplimiento por parte de los editores del pago del
salario mínimo profesional que establece la ley para los
trabajadores de los diversos medios, que al no cubrirse promueve
y propicia la corrupción del gremio periodístico.
Hay que terminar con la venta de
protección que algunos medios ejercen a cambio de privilegios
de diverso tipo, también con el tráfico de influencia
y el compadrazgo que la cultura política ha establecido entre
gobierno y medios, para dar paso a una relación profesional,
respetuosa y cordial entre medios e instituciones, sin confundir
nunca la actividad profesional del periodismo con la simpatía
política que los periodistas como ciudadanos tenemos por
alguna corriente de pensamiento en lo particular.
En México, más que
restricciones de los poderes a la prensa, existe la autocensura
que los medios de comunicación realizan de acuerdo a sus
compromisos que tienen con el poder, misma que debe terminar. Debemos
acabar con esa cultura de compra de conciencia por publicidad que
por inercia se sigue practicando, para dar paso a un periodismo
profesional, serio, respetable y comprometido con la sociedad en
su conjunto.
Para ello debe derogarse la Ley de
Imprenta de 1917 y dar paso a una nueva normatividad que oblige
al Estado a cumplir con el derecho a la información que como
ciudadanos tenemos todos, a través de una Ley Federal de
Comunicación Social que norme la relación entre las
instituciones públicas y los medios de comunicación.
A quienes la falta de esta normatividad
los ha beneficiado, es obvio que se oponen a dicha reglamentación
que terminaría con parte del "poder invisible"
que ejercen en la sociedad, olvidando tal vez el perfil que un presidente
de México hizo de los periodistas al calificarlos de "mendigos,
embuteros y agazapados chingaqueditos a los que sabemos como aceitarles
el hocico"(42). Olvidando también que todos los derechos
de los mexicanos están debidamente reglamentados, como el
derecho al empleo y su Ley Federal del Trabajo.
Es claro entonces que para que haya
una buena relación entre pares, deben existir normas que
la convaliden y le den vigencia, porque en el mundo actual de la
revolución de las comunicaciones de masas, como advertía
Sartori (43), se ha dado paso a un mundo horizontal donde el estado
nacional se va perdiendo para generar sistemas sociales trasnacionales
que van destruyendo los nichos y las barreras de la historia y las
tradiciones culturales a pasos agigantados.
Y es este centralismo de la imagen
que los medios manejan, la que puede excitar y manipular a las masas,
sin que exista nadie quien controle la revolución de las
comunicaciones ahora globalizadas.
Por ello, las relaciones entre las
instituciones para la democracia no pueden estar sujetas al carácter
de una persona, al interés de un grupo o a las necesidades
de uno o la conveniencia del otro.
Los medios de comunicación
que se deben a la sociedad, deben estar al servicio de la sociedad
en su conjunto y no de algún grupo en lo particular para
servir a la simulación y manipulación de la opinión
pública.
La democratización de las
instituciones que dan vida a la nación dependen de la democratización
de los medios de comunicación que permitan forjar una cultura
política pluralista, tolerante, con una estructura de pensamiento
distinto al pasado autoritario del México y dar paso a un
México más acorde con los nuevos vientos democráticos
que nos permita encontrar en una fase posterior, una participación
ciudadana creciente que logre conjuntar los avances políticos
y económicos para lograr justicia social en la democracia.
La democracia pasa por los medios
de comunicación.
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(10) Ibíd.
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(14) Ibid. pp 4
(15) Ibid. pp. 6
(16) Ibid. pp. 32
(17) Ibid. pp. 71
(18) Ibid, Tomo II, pp. 87
(19) Ibid. pp. 94
(20) Ibid. pp. 96
(21) Ibid. pp. 117
(22) Ibid. pp. 193
(23) Ibid, Tomo III, pp. 1
(24) Ibid. pp. 8
(25) Ibid. pp. 34-35
(26) Ibid. pp. 72
(27) Ibid. pp. 113
(28) Ibid. pp. 128
(29) Ibid. pp. 145
(30) Ibid. pp. 170
(31) Ibid. pp. 184
(32) Ibíd. pp. 200
(33) LA JORNADA, SUPLEMENTO, 2 diciembre
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5.
(34) BANCO MUNDIAL, INFORME SOBRE
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(38) CARBO, Teresa, DISCURSO POLITICO:
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1984, pp. 22-42.
(39) Ibíd.
(40) Ibíd.
(41) SILVA-HERZOG, Jesús,
ESFERAS DE LA DEMOCRACIA, IFE, Cuadernos de Divulgación de
la cultura democrática, México 1996, pp. 51-52.
(42) KRAUZE, Enrique, LA PRESIDENCIA...
Op Cit. pp. 332-333.
(43) SARTORI, Giovanni, LA POLITICA...
Op Cit. pp. 322-324.
Juan Ulises Hernández Jiménez
Con el seudónimo El Tabasqueño Juan Ulises
Hernández Jiménez obtuvo Mención Honórifica
en el Tercer Certamen Nacional de Ensayo 1998 Francisco I. Madero
del Instituto Federal Electoral (IFE) Denominado Las Instituciones
para la Democracia en México. |