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Por José Vericat
Número 21
I
Son
conocidas algunas peculiaridades psico-fisiológicas de Charles
Sanders Peirce, a las que él con bastante asiduidad se refiere:
ser zurdo y pensar en términos diagramáticos y visuales,
que con frecuencia alguno de sus biógrafos ha interpretado
como la clave de su originales planteamientos teóricos y
filosóficos. Sin embargo, poco o nada se ha escrito sobre
su ambiente familiar y educación, en el contexto de la rica
e innovadora atmósfera intelectual del Boston de la primera
mitad del siglo XIX, a la que sin duda debe buena parte de su genio,
coincidiendo con el momento en que la universidad de Harvard pasaba
con increíble rapidez de ser un College especializado en
la formación teológica a constituirse en una institución
científica de primer rango. Cambridge era sin duda en aquellos
momentos un lugar apropiado para nacer, tal como dice Brent en su
biografía; con todo no es cierto, o en todo caso, no es exacto,
que Charles fuese el adorado hijo de una familia patricia, en el
sentido que este término tenía entre las potentes
familias brahmanes de Boston por usar el término con
el que se referían a sí mismas. Charles fue
sin duda el adorado hijo de su padre, Benjamin, matemático
y astrónomo, y a todas luces genial también como persona.
Su conocida carta (10.sept.1839) comunicando el nacimiento de su
hijo Charles a su hermano y tío de éste da buena prueba
de ello. Brahmanes bostonianos eran los Lowell y los Holmes, por
mencionar sólo unos pocos de los varias familias asentadas
entonces en Harvard. Pero en modo alguno los Peirce. Su madre Sarah
era hija de un Senador de los EEUU, de Elijah Hunt Mills, un político
relativamente brillante y jurista especializado en cuestiones constitucionales,
pero que tuvo que retirarse prematuramente por problemas de salud
mental. De hecho fue más bien una persona modesta, que no
pudo dejar a sus hijos caudal alguno significativo. En contra de
lo que algunos biógrafos suyos afirman, Charles no llegó
a heredar nada importante; simplemente porque de acuerdo con la
misma afirmación de la madre en cartas a su hijo, confesaba
que no tenía nada que dejar: Es duro que seamos tan
pobres
Mi herencia prácticamente es nula.[1].
Es falsa pues la idea ampliamente extendida de que Arisbe, la casa
adquirida por Charles en Milford durante su segundo matrimonio con
la francesa Juliette, había sido adquirida en parte al menos
gracias a la herencia de su madre. Por el lado paterno la familia
tampoco era especialmente acomodada. La casa en la calle Kirkland,
contigua a la universidad, donde vivieron toda su vida, se compró
en su momento a iniciativa de la tía Lizziey, hermana del
padre, con el dinero que esperaba de sus padres. Y como resultó
insuficiente, Lizziey y Benjamin tuvieron que recurrir a una hipoteca,
lo que puso al padre al borde de un ataque de nervios; ya que era
persona totalmente desligada de las cuestiones crematísticas.
Tras la muerte del padre la casa pasó a la entera propiedad
de la tía Lizziey, hasta el punto que su madre le confesaba
a su hijo que se sentía una sin techo. Una vez convertida
en propietaria de la casa, tía Lizzey, que obviamente ejercía
de tía pseudo-rica, vetó la entrada no sólo
a Charles y a su segunda mujer Juliette, sino también a su
hermana Hellen y a su marido Willy, un buenazo, pero sin brillo
alguno.
Los
Peirce vivían del doble sueldo del padre, como profesor de
Harvard y como funcionario del Instituto Oceanográfico (Coast
Survey). Lo que ciertamente no sólo no les permitía
presumir de familia brahman, sino que más bien pasaban con
frecuencia acuciantes dificultades económicas, debiendo recurrir
en algún momento a la ayuda de los amigos. Era impensable
encontrar a los Peirce entre los invitados a los brillantes bailes
de la sociedad bostoniana, o entre los nombres de los propietarios
del West Boston Bridge, que se había construído entonces
para unir Cambridge a Boston. Una típica obra característica
de la opulenta y benefactora de aquella sociedad, estrechamente
ligada al Harvard College, y entre los cuales se podía encontrar
los nombres de los Appleton, Austin, Bulfinch, Brimmer, Brattle,
Brewster, Cabot, Coolidge, Cushing, Dana, Derby, Dexter, Eliot,
Greenleaf, Grant, Gray, Lakson, Jarvis, Mackay, Mason, Prince, Russell,
Sullivan, Thorndike, Winthrop, Ward, Wenedell, etc,; es decir, nombres
que en cada etapa de la historia del estado [Nueva Inglaterra] han
contribuido a la promoción de su bienestar y a estampar alto
su nombre.[2]
Buena
parte de la psicología un tanto anómica de los hijos
y de la hija se debía precisamente al íntimo sentimiento
de sentirse en aquel contexto social y universitario como una familia
de outsiders. Ningún Peirce aparece en los matrimonios relevantes
que tuvieron lugar por aquella época; y no sólo entre
las familias brahamnes propiamente tales, sino entre las intelectuales
de relieve, aun cuando el padre, Benjamin Peirce, sin duda reconocidamente
lo era. Es decir, que al revés de los Holmes, Dixwells, Russells,
Jaksons, Peabodies, o también de los Hawthornes y los Emersons,
que en algún momento emparentaron entre sí, o con
aquellas grandes familias de mecenas, los Peirce debieron conformarse
con matrimonios poco brillantes para los usos de aquella sociedad.[3]
Los fracasados esfuerzos de la madre, Sarah Ellis, por casar a su
hija Hellen con alguien de la buena sociedad bostoniana expresa
por sí sólo uno de los menos conocidos traumas psico-sociales
de la familia Peirce, pero de gran impacto en la vida familiar.
De hecho, la imposibilidad de llegar a ser parte de la buena sociedad
de Boston y Cambridge marcará en buena parte el destino de
todos sus miembros. Por una lado determina la personalidad inquistorial
de la tía Lizziey, a la vez que será una de las razones
de que la madre, Sarah, buscase refugio en su naturaleza depresiva.
Y sin duda ahí puede residir buena parte de las razones del
apresurado matrimonio de Charles con Zina, su primera mujer, hija
de un sencillo pastor protestante de un pueblo de Nueva Inglaterra,
así como de su repentino derrumbe.
El
plan inicial de ambos de poner una escuela en Cambridge fracasa
por falta de alumnos. No se puede descartar ahí el efecto
de un cierto vacío social de la sociedad local, a pesar del
esfuerzo de su madre por ayudarles a través de sus amplias
y buenas relaciones con la sociedad universitaria de Harvard. Posiblemente
el feminismo militante de Zina no fuese totalmente ajeno tampoco
a un tal rechazo. En todo caso, por mucho que los biógrafos
resalten las afinidades intelectuales entre Charles y Zina, lo cierto
es que la relación fue muy débil desde un principio,
debido en buena parte a una casi total ausencia de vida emocional
entre ambos. A este respecto resulta instructivo comparar el estilo
de las cartas que Charles dirigió a sus dos mujeres, primero
a Zina y luego a Juliette : más bien formal y fría
las dirigidas a Zina, y enormemente sensuales y emocionales las
escritas a Juliette, una francesa que Charles envolvía en
un aura de aristócratas y príncipes europeos, la verdad
de todo lo cual con todo los biógrafos no parece hayan podido
desentrañar aún hasta momento.
Lo
que nos muestra una tal comparación es la enorme significación
que tiene lo emocional y sensual en la psicología de Peirce.
Mientras el matrimonio con Zina tiene toda la apariencia de un matrimonio
intelectual, en el de Juliette parece dominar lo sensual. Un aspecto
éste al que a Peirce era altamente sensible, y que iba jugarle
malas pasadas en el futuro. La afinidad intelectual con Zina no
tiene demasiado fundamento. Su fuerte militancia feminista poco
tenía entonces que ver con el mundo intelectual de su marido.
Peirce se encontraba ya sumido en una tradición filosófica
y científica, estrechamente ligada a la escuela escocesa
del common sense, a la que la mayoría de los alumnos de Harvard
habían sido introducidos ya durante sus años preparatorios
en la Cambridge High School, tutelada entonces muy directamente
por la misma universidad, siguiendo el sistema organizativo escocés
de enseñanza, que es el que se había impuesto en la
Nueva Inglaterra de entonces. Pero también a través
de su padre y otros colegas suyos, a cuyas reuniones privadas asistía
a veces, los cuales en su mayoría profesaban las teorías
de la filosofía escocesa. La retórica de Campbell,
la lógica de Whateley, la moral de Whewell, la metafísica
de Bowen, la antropolgía dee Stewart, se estudiaban en la
escuela y en la universidad. Y tanto Lord Kames como Thoma Reid
y William Hamilton eran nombres habituales en el discurso teórico
de aquellas instituciones educativas.
No
es extraño que en medio de tales tensiones sociales, psicológicas
e intelectuales el joven Charlie resultase intelectualmente arrogante
a la vez que de naturaleza tímida y evasiva. No se paraba
en chiquitas a la hora de afirmar su genialidad intelectual. En
una carta a su madre escribía: Me siento en mi situación
totalmente independiente, de un carácter sin la menor tacha,
y con una capacidad fuera de toda duda. Pero también,
por las mismas épocas, trabajando de asistente en el Instituto
Oceanográfico, del que su padre era un alto cargo, escribía
a su hermano Jem, con quien siempre mantuvo una estrecha relación:
tanto en Baltimore como en los demás lugares en los
que conozco a alguien mi ropa me obliga a mantenerme alejado de
ellos
. [4] El tema del mal estado de
su ropa sería una obsesión a lo largo de su vida,
y un tema recurrente en las cartas a la familia, poniendo de manifiesto
un curioso y constante estado de ansiedad social, significativo
para entender muchos de los avatares de su compleja y torturada
vida, pero también de su creatividad intelectual.
II
Me
quiero referir aquí a uno de ellos, en los que ambos factores
en cierto modo convergen. Fue aparentemente el primero en la vida
intelectual de Peirce, o al menos aquél que dio lugar a su
primera publicación impresa. Tuvo lugar a modo de debate
en el Harvard Magazine (MAGA), una publicación de los estudiantes
de la universidad. Un compañero suyo de clase, F. C. Hopkinson,
había escrito en tal revista un artículo sobre Shakespeare
titulado: La fierecilla domada (The Taming of the Shrew).
Hopkinson era un estudiante de rasgos contrapuestos a los del joven
Charlie. Por los datos y las fotografías que hay sobre él,
del mismo curso de 1859, Hopkinson era una persona de porte abierto
y aristocrático, y de mirada clara. Tenía un bella
cabeza, y sus maneras eran aparentemente elegantes. El joven Peirce,
sin embargo, como sabemos por las fotografías existentes,
y por sus mismas descripciones de sí mismo, tenía
la mirada un tanto estrábica, y un gesto de boca algo torturado.[5]
Física y psicológicamente eran lo opuesto uno del
otro. Aunque en común tenían el que ambos, cada uno
a su manera, eran un tanto protagonistas. Hopkinson era muy popular
entre sus compañeros por su brillantez y agudeza en los juegos
de palabras.[6] Su artículo sobre la obra
de Shakespeare era de hecho un juego de palabras. Su tesis era la
de que en la tal obra los personajes centrales estaban desdoblados;
es decir, habían dos Blancas y dos Catalinas, las dos hermanas
y heroínas de la trama. Una suave Blanca al principio, aparece
al final como insolente y desobediente, mientras la
impetuosa Catalina se convierte en una sumisa y fiel esposa.
A partir de una tal aparente inconsecuencia Hopkinson viene a afirmar
la existencia de dos manos en la autoría de la obra.[7]
Con todo, lo verdaderamente importante de la cuestión, tratándose
como se trataba de una revista de estudiantes, no era tanto la cuestión
del qué, sino la del cómo; es decir, lo que importaba
no era tanto el mayor o menos sentido de la tesis defendida por
Hopkinson, como la actitud que se arrogaba de transgresor al
tomar por asalto una de las firmes conclusiones de la obra;
y ello según confiesa el mismo autor del artículo
en su afán por defender a Shakespeare de sus indiscriminados
aduladores, dispuestos siempre a no encontrar en él la menor
incoherencia. Pero el hecho innegable decía Hopkinson
era que en la estructura narrativa de La Fierecilla Domada tenía
lugar un cambio abrupto, nada natural, que había que explicar;
tanto más cuanto que se trataba de un autor al que todo el
mundo elogia precisamente su fidelidad a la naturaleza. La cuestión
metodológica afectaba muy directamente a los intereses teóricos
del joven Peirce; pero aún más si cabe en aquellos
momentos la aparición de un rival como Hopkinson que parecía
hacer gala de un snobismo intelectual que entraba en competencia
con su propia arrogancia intelectual. Peirce siente el artículo
de Hopkinson como un guante arrojado a su cara, sintiéndose
impelido a reaccionar rápidamente. Aparentemente filtra sus
intención de dar una dura respuesta a Hopkinson, ya que éste
en su contra-réplica[8] a la crítica
de Peirce escribiría: Recibí oscuros mensajes
de que en el número de abril me harían trizas.
Todo el mundo estaba a la expectativa de la respuesta de Peirce
en el MAGA. Fue la razón de ser de su curiosa réplica:Think
again!.[9]
El
joven Peirce, en su respuesta a la tesis de Hopkinson, cambia rápidamente
de tercio el planteamiento del problema. El problema no reside en
que a lo largo de la trama se alteren los caracteres de los personajes.
La unidad de la misma exige ciertamente coherencia, pero no es imposible
que se produzcan cambios en su desarrollo. Cambios radicales
de carácter escribe son ciertamente improbables,
pero no es natural que las improbabilidades nunca ocurran.
Es más, añade buscando el fondo de la cuestión
en el campo en que la ha planteado el mismo Hopkinson: Son
casos extraordinarios, pero una obra de teatro en la que no hay
giros extraordinarios en los caracteres resulta simplemente vulgar.
Cualquiera familiarizado con su obra sabe que este tratamiento de
las probabilidades, especialmente en su aplicación a sucesos
históricos o sociológicos, encierra una idea a la
que estará dandole vueltas a lo largo de toda su vida. La
encontraremos más adelante en su crítica de la idea
de probabilidad manejada por Hume en su tratado Sobre los Milagros,
así como también en sus propios manuscritos sobre
la Lógica de la Historia. En aquellos momentos de estudiante,
probablemente la está desarrollando bajo inspiración
de Poe, cuyas obras lee con frecuencia, y más técnicamente
de De Morgan, cuyo tratado sobre las probabilidades formaba parte
de la enseñanza matemática tanto media como superior.[10]
El impacto psicológico estaba sin embargo en la firma elegida
por él, como autor de la tal respuesta: El Hombre Normal
(The Normal Man). Frente a Hopkinson autoproclamandose como transgresor,
Peirce recurría a la imagen irritantemente contrapuesta de
hombre normal. En un debate entre snobs ello constituía un
auténtico golpe bajo a Hopkinson. De hecho, éste reacciona
un tanto humillado por ello. Dice que no era la crítica que
esperaba: pero, contra toda apariencia, precisamente en virtud de
la normalidad de la misma. Hopkinson aquí se vale del recurso
al juego de palabras en lo que era famoso, de lo que se valdrá
a lo largo de toda su contraréplica. La normalidad a la que
vincula aquí a Peirce tiene que ver con su dependencia educativa
de la Escuela Normal, que era el nombre que se daba al sistema escolar
fundado por Horace Mann, el influyente pedagogo de la Nueva Inglaterra
de la época, siguiendo el modelo de las escuelas prusianas,
y con quien el padre del joven Peirce mantenía una gran amistad
y colaboración. Hopkinson alude así sutilmente a la
prepotencia con la que, aparentemente, a los ojos de algunos de
sus compañeros, con los que por lo demás poco se mezclaba,
se movía el hijo del gran profesor de Harvard. De ahí
que critique en él valerse de la injusta ventaja de
su normalidad, de su distante indiferencia, y
en suma de haber dicho que no respondería a ninguna ulterior
crítica, fuese la que fuese. Hopkinson, con todo, acepta
que se ha equivocado en su juicio de la Fierecilla Domada. Y haciendo
suyo el argumento de Peirce escribe: Acepto la probabilidad
de estar equivocado. Intentando así anular el efecto
del argumento de aquél, universalizándolo, como por
deseperación. Aunque a la postre no puede evitar on la idea de que hay un modelo ideal
de coherencia en función de la cual hay que medir la realidad,
o, en el caso de la obra enjuiciada, la realidad representada dejando
de lado aquí que para Peirce la realidad como tal es toda
ella representación. Un modelo formal según
la cual la consistencia supone identidad entre las premisas iniciales
y las conclusiones finales; cuando, para Peirce, como sabemos, en
una igualdad formal, en un silogismo o en una proposición,
el todo es siempre mayor, y en todo caso distinto a las partes.
Lo curioso con todo es que él empezara tan tempranamente
como en la escuela a desarrollar una tal idea. Hay un trabajo escolar
suyo altamente curioso a este respecto, escrito en la Dixwell School,
donde se preparó para entrar en la universidad de Harvard.
El tema propuesto a los alumnos era: Cada persona labra su propia
suerte, que el joven Charlie aprovecha para criticar el proceder
tradicional conforme a principios, es decir, de acuerdo con razones
a priori. Los razonadores a priori escribe son,
en general, personas pobres en lo práctico. Es más,
incluso en el plano de la invención y de la ciencia, son
raros los genios que descubren algo nuevo y verdadero mediante
el viejo modo pitagórico de razonar. Un método
que, en su opinión, procede partiendo de una idea sobre la
naturaleza de las cosas para concluir en lo que éstas serán.
Cuando, en su opinión, la realidad práctica es justo
al revés ; ya que ahí se parte de lo que ha
sido [para llegar] a la naturaleza de las cosas. Y precisa: El mejor
plan, el más perfecto, es aquél se realiza más
fácilmente
aquél que dependen menos de cualquier
otra cosa
[es decir, el] infinitamente flexible e infinitamente
practicable en todas sus modificaciones.[11]
El joven Peirce a lo que está aludiendo es al modo de proceder
de quien, pocos años después, calificaría de
hombre normal, y cuyo proceder o método calificaba aparentemente
ya entonces de pedestre o pedestrianismo. El escolar
estaba intuyendo ya entonces los principios del pragmatismo, valiéndose
de un término, por el que su padre le pregunta no sin sorna,
y que al parecer él toma de Lord Kames, al que se refiere
en este mismo trabajo, uno de los más representativos pensadores
de la filosofía escocesa del XVIII. Es curioso que Diderot,
en su Carta sobre los Sordos y Mudos, en la que desarrolla una teoría
del lenguaje en la que propone como modelo de orden gramatical el
más natural de los gestos, se refiere en este mismo sentido
a la lengua pedestre[12] Curioso, pero
no extraño, ya que el empirismo inglés y específicamente
el de la filosofía del common sense tenía una importante
entrada en algunos círculos de la cultura francesa.[13]
Peirce dejará claro a lo largo de toda su inmensa obra que
uno de sus principios fundamentales de partida se basa en la constatación
de que es en la vida cotidiana donde se produce la más clara
adaptación de la mente a su entorno, y que por ende las claves
metodológicas del conocimiento hay que ir a buscarlas a la
base de esta situación que es la del hombre normal.
Una situación que no es distinta para el caso del escritor,
y que precisamente define la creatividad del genio.
*
Extracto del libro El Laberinto de la Representación. Una biografía
intelectual de C. S. Peirce. De José Vericat.
[1]
. Sarah M. Peirce [SMP] a CSP [Charles Sanders Peirce] Aparentemente
esperaba heredar algo de una tía suya, pero tal como escribía
a su hijo, aquella herencia con la que había contado
tanto, no llega ni al mínimo que prometía. (SMP
a CSP, 1885?].
[2]
. I. Livermore. An Account of Some of the Bridges over Charles River.
Cambridge: Chronicle Press, 1858.
[3]
. Cf. Lilian Whiting. Boston Days. The city of beautiful ideals;
Concord, and its famous authors; the Golden Age of Genius; Dawn
of the Twentieh Century. London: Sampson Low, 1902.
[4]
. CSP a JMP (James M. Peirce) (23 abril 1860).
[5]
. Para las fotografías del curso, incluídos los profesores,
cf. Officers, Buldings and Members of the Class of 1859 of Harvard
College, july 15th, 1859. Cambridge: Bound by W. Mcclean, 1860.
Boston Libraray. Había pertenecido a W. Everett.
[6]
. Cf. Papers, por F.E. Abbot, Class 59. Harvard University
Archive.
[7]
. F.C. Hopkinson, Taming of the Shrew, en: The Harvard
Magazine, Marzo, 1858, 58-67.
[8]
. Second Thoughts, en: MAGA, Mayo, 1958, 155-161.
[9]
. MAGA, abril, 1858, 100-105. El artículo de CSP ha sido
publicado en el vol. 1 de la Chronological Edition de sus escrito
(Indianan University Press, 1982, 20-24).
[10]
. A. De Morgan. An Essay on Probabilities, and on their Application
to Life Contingencies and Insurance Offices., en la edición
de la Cabinet Cyclopædia, ed. Por D. Lardner, ca. 1839. Ya
en la biblioteca de la Escuela disponían de obras de De Morgan
cuya influencia en su pensamiento lógico será de importancia
determinante.
[11]
. Ms, 1629, Houghton Library. Harvard Univesity.
[12]
. D. Diderot. vres Complètes. Vol. I.1 Paris, 1818,
p. 377.
[13]
. J. Seznec, ed. De los Salons de Diderot señala en el Prefacio
al vol. III, que trata del Salón de 1765, reseña la
frecuentes alusiones a la filosofía y literatura inglesas
y escocesas (p.ix).
José Vericat
Universidad Complutense
de Madrid
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