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Febrero - Abril 2001

 

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Carr. Lago de Guadalupe Km. 3.5,
Atizapán de Zaragoza
Estado de México.

Tels. (52) 58 64 56 13
Fax. (52) 58 64 56 13

El primer año
 
Por María Gómez Castelazo
Número 21

"Estas memorias, que son mi vida -porque nada
poseemos salvo el pasado--, estaban siempre
conmigo

Evelyn Waugh

En febrero de 1960, una mañana fría apenas iluminada por el opaco sol de invierno, unos cuantos alumnos, iniciamos el primer día de clases, del primer año, de la primera generación, de la primera Licenciatura de Comunicación (o como quiera que después se le llamara) que se impartió en México.

Al viejo plantel de la calle de Zaragoza se entraba por una puerta pequeña que conducía, por una calzada bordeada de setos, a la entrada principal. Esta se abría ante un jardín, con fuente y bancas al centro y enmarcado por interminables pasillos que llevaban a las vetustas oficinas y a una serie de cuartos destartalados usados como salones de clase. Al fondo del cuadrángulo del jardín, presidiéndolo, estaban un improvisado auditorio, una sencilla capilla y en un rincón, una cafetería, que a pesar de su modestia, proporcionaba subsistencias
complementarias a las de los otros dos recintos.

Aquél primer día de clases, los alumnos “viejos”, de las otras dos o tres carreras matutinas, invadieron el jardín y los espacios privilegiados alrededor de la fuente para tomar el sol y festejar sus reencuentros. Los “nuevos”, éramos alumnos, bien, de la cuarta generación de Administración de Empresas, “la joya de la corona” o alumnos que iniciábamos “una carrerita extraña que se inventó el Padre José Sánchez Villaseñor”. Casi todos, permanecimos en los helados pasillos esperando instrucciones de alguien que nos dijera que hacer.

Al fondo de un corredor, apareció el Padre Sánchez Villaseñor con su inconfundible traje gris, su bufanda y su pausado caminar. Los que lo conocíamos por habernos entrevistado con él, único requisito para inscribirse a la “carrerita” en aquellos tiempos, lo rodeamos mientras se sentaba plácidamente en una baranda soleada Seríamos unos quince o dieciséis jóvenes; algunos tímidos, otros destanteados, pero todos ansiosos, al menos por ese día, de saber que clases, donde y con quién las tomaríamos. Suave y tranquilo, repasó nuestros nombres: Graciela, Raúl, Conrado, Yolanda, Joaquín, Tamara, José María, Olivia, Adriana, Eduardo, Rodrigo, Sergio, María, Gonzalo y algunos otros que no recuerdo porque al rato se fueron. Nos presentó unos con otros y con la enorme dulzura y paciencia que siempre nos profesó, nos explicó que por lo pronto, tres veces a la semana, por las mañanas, tomaríamos clases de Contabilidad, Economía y Estadística con los alumnos de
Administración y que por las tardes, tomaríamos clases de Historia de la Filosofía, Metafísica, Estética y Filosofía de la Religión con los de la carrera de Filosofía. Entre mañanas y tardes, los otros dos días, cursaríamos Géneros Periodísticos, Psicología, Teatro, Relaciones Públicas e Historia de la Cultura.

Años después, los catorce que terminamos ese primer año y que finalizamos la carrera juntos, recordaríamos, riéndonos, el agobio, el terror, y el desasosiego que nos produjeron esas tres clases que tomamos con los de Administración. Todos coincidimos, que si no hubiera sido por el consuelo que significó la curricula vespertina, nunca hubiéramos asistido al segundo día de clases.

Así transcurrió el primer año, entre el cargo y el abono; la oferta y la demanda; la media y el percentil; la entrevista y el reportaje matutinos y el más gozoso y seductor desfile vespertino con los presocráticos, estoicos, idealistas y realistas; el inolvidable hecho religioso; el proceso de abstracción; la neurosis y el inconsciente; los públicos externos; Esquilo y García Lorca. Pero no se piense que andábamos perdidos o empachados con tanta sabiduría, pues la clase de Historia de la Cultura, proporcionaba el marco de referencia justo y necesario para ubicar nuestros incipientes saberes y prácticas profesionales en un amplio contexto cultural, desde los Neanderthal hasta la Guerra Fría.

Estoy convencida, a tantos años pasados y a tanta vida vivida desde el inicio de la aventura, de que lo que nos hizo permanecer ese primer año, además de los cantos y juegos y de los odios y amores nacientes, tuvo que ver con aquellas fundantes tardes, infinitamente soleadas y plenas, en que Sánchez Villaseñor nos impartía la clase de Metafísica. Sí, él era lo único real ente tanta entelequia. Aristóteles, Santo Tomás,
Samuelson, Freud y otros fantasmas, cobraban existencia cuando la sustancia y el accidente, la potencia y el acto, eran invocados por el Padre para acercarnos a la comprensión de su visión de lo que significaba nuestro quehacer como comunicadores, como nuevos intelectuales “dotados de un saber hondo, claro y viviente en torno al hombre y a su tarea en nuestro tiempo, conocedores de los medios de contacto, de los
instrumentos tecnológicos modernos para someter la técnica al espíritu y llegar al hombre de hoy, al hombre anónimo, al hombre angustiado, extrovertido y disperso en las mil solicitudes del dramático y complejo vivir cotidiano”. Estoy convencida también, de que lo que nos permitió permanecer y batallar por preservar la carrera en el curso de los siguientes años y lo que nos alentó en el ejercicio de la misma, donde pudimos y como pudimos, se sustenta en estas memorias.

El inicio de nuestro segundo año se iluminó por el ingreso de la segunda generación. Ya no éramos los únicos catorce locos y absurdos jóvenes empeñados en seguir la “carrerita”. A nuestro lado, había otros veinte y todos nos dimos “por buenos”. En el devastado “San Angel Inn”, otro de los planteles de la UIA donde nos confinaron por un rato mientras construían un segundo piso en Zaragoza, y en medio de sus maravillosos jardines, nos amamos y hermanamos para siempre. El idilio fue interrumpido por la prematura y desoladora muerte de José Sánchez
Villaseñor a mediados de 1961. Pero, ¿cómo el hecho sacudió a la UIA, a la naciente Carrera y a cada uno de nosotros? eso, ya no me toca a mí narrarlo.


María Gómez Castelazo
Febrero de 2001

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