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Mayo - Julio 2001

 

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Verdades tácticas y estratégicas
 

Por Gustavo Gorriti*
Número 22

El periodismo de investigación es simplemente periodismo que
ha tenido más tiempo para aplicar técnicas específicas de averiguación
respecto a temas o realidades que se resisten a ser revelados

¿Qué define al periodismo de investigación? ¿Cuáles son sus alcances y limitaciones? En eventos recientes me tocó participar en discusiones sobre el tema. Lo que sigue son las reflexiones que convocaron mayor coincidencia entre los, me temo, veteranos periodistas participantes.

En primer lugar, debe tenerse en cuenta que todo periodismo supone investigación. Periodista que no investiga no es periodista. El periodista le debe a su público el relato de la verdad de los hechos. Tal cual fueron y no tal cual dicen que fueron. Todo periodista debe ir más allá de la versión para aproximarse cuanto sea posible a la realidad. No es fácil hacerlo, y generalmente no hay tiempo para ser exhaustivo. Pero el solo contraste primario de versiones, por rápido que sea, ya es el primer y a veces decisivo paso de una investigación. Periodista que no lo hace, que no es escéptico, que no duda de lo que le dicen, termina sirviendo, muchas veces sin darse cuenta, a los funcionarios o a sus relacionistas públicos que le presentan como noticias sus versiones. Bill Kovach, periodista maestro y maestro de periodistas, lo expresó bien en una conversación que tuvo hace poco aquí en La Prensa [se refiere al periódico La Prensa, de Panamá]: El periodista, dijo Kovach, camina solo, está solo; debe siempre dudar.

Entonces, el periodismo de investigación es simplemente periodismo que ha tenido (a veces) más tiempo para aplicar técnicas específicas de averiguación respecto a temas o realidades que se resisten a ser revelados. Sus principios son los de toda disciplina de investigación, desde la epidemiología a la paleontología. Pero sus reglas son las del periodismo en general. Sólo se distingue en la práctica de otras formas de periodismo por la aplicación más frecuente y relativamente especializada de las mencionadas técnicas de averiguación. A veces interesantes, otras peligrosas, frecuentemente aburridas pero necesarias. El periodismo de investigación en Latinoamérica se ha desarrollado en forma a la vez paralela y subsecuente al periodismo de investigación estadounidense. La influencia de este último (visible hasta en el nombre de "unidades investigativas" o "periodismo investigativo" traducidos literalmente del inglés) es indudable, sobre todo en los periodistas más jóvenes. Sin embargo, el principal periodismo de investigación latinoamericano ha tenido un desarrollo diferente.

La formación de los más logrados periodistas de investigación latinoamericanos, arraiga en la tradición europea de indignación y denuncia, en la que se entremezclan el periodismo y la literatura. Es la tradición de Zolá, del "Yo acuso" expresada en el periodismo de hoy. Otra característica común, en muchos de los mejores periodistas de investigación actuales (Horacio Verbitsky, en Argentina; Fernando Rospigliosi y Ricardo Uceda, en el Perú, por ejemplo), es la del compromiso político superado. Ello explica en parte la vehemencia y a veces la acidez que permea su trabajo. La ideología quedó atrás, pero la indignación ante el abuso de poder y la corrupción permanece intacta. Algunos puristas y algunos filisteos encontrarán en ello una característica negativa, pero yo creo que es, por lo contrario, un factor favorable porque energiza la búsqueda del fondo antes que el culto a la forma.

Lo opuesto –es decir, el uso y abuso de jerga especializada para trabajos frecuentemente insignificantes– sucede en muchas, demasiadas, "unidades investigativas" formadas en imitación del modelo estadounidense. Ello puede ser, a mediano plazo, peligroso; sobre todo teniendo en cuenta la realidad actual del periodismo de investigación estadounidense, que ha sido una de las víctimas de la codicia corporativa. Hoy, la tendencia uniforme en los grandes periódicos es a tener menos periodistas, y asignar menos recursos para las investigaciones. Pero la tendencia realmente abominable es la de poner a los abogados del periódico, a quienes antes solo se les preguntaban si podrían, o no, defender tal o cual nota, a intervenir en la edición de casi todos los reportajes contenciosos.

El resultado ahorra los costos de un litigio, pero produce un periodismo emasculado, chato, vacío. Me tocó ver algunas notas recientes, antes de pasar por los abogados y después de publicadas en dos periódicos grandes de Estados Unidos. El resultado fue lamentable.

El campo de acción del periodismo de investigación latinoamericano, de otro lado, ha estado focalizado en algunos temas centrales: violaciones a los derechos humanos (atrocidades, matanzas, torturas, maltratos, asesinatos); robo público (los grandes y medianos peculados, los sobornos y "comisiones"), que siguen creando clases enteras de nuevos ricos y anemizando cualquier esfuerzo de desarrollo); crónicas de mercenarios y de espías (sobre todo, pero no solo, en Colombia); y la memoria que abre tumbas y confiesa ("El Vuelo" de Verbitsky y la investigación reciente de periodistas brasileños sobre una ejecución de guerrilleros vencidos y rendidos que acaeció hace más de dos décadas, son ejemplo de ello.)

Hasta ahora, ha habido muy pocas investigaciones periodísticas en el terreno financiero. La que hizo La Prensa, sobre Banaico, ha sido una de las primeras en Latinoamérica. Tradicionalmente, solo se ha investigado la malversación de presupuestos públicos. Pero, la revolución (o contrarrevolución, según los gustos) neoliberal en América Latina, y la subsecuente ola de privatizaciones, hará, estoy seguro, que más y más periodistas de investigación se encuentren inmersos en el movimiento de bancos, negocios, sociedades privadas. Este campo había sido hasta ayer el coto de periodistas financieros y económicos. Ya no más.

¿Cuáles han sido los resultados de 12 o 15 años de periodismo de investigación en Latinoamérica? A primera vista, nada malos. Gracias a logros hazañosos de periodistas de investigación, se han abierto tumbas donde estaban enterradas las víctimas y la verdad (como en el caso de la Cantuta, en el Perú); ha renunciado un presidente (Collor); se ha revelado con precisión pormenorizada la corrupción en los niveles más altos de gobierno (en Argentina, Perú, Colombia y ahora México); se ha descubierto narcodonaciones (Colombia, Panamá.) En fin…

Pero si se hace un balance de resultados, el cuadro dista de ser halagüeño. En Latinoamérica en general, la corrupción en nada ha disminuido; la impunidad es la regla; y, salvo una que otra excepción, ladrones y a veces asesinos siguen en el poder, revestidos a nivel internacional por los blandos sofismas diplomáticos y tecnocráticos, de una falaz pero funcional respetabilidad.

Es que el periodismo de investigación tiene limitaciones grandes. No solo los obstáculos intrínsecos del periodista: el poco tiempo, la falta de recursos, el miedo, las represalias; sino también los externos: el hecho, por ejemplo, de que a veces la verdad de un caso, aunque sea importante, es poco deseada por las instituciones y aun por la sociedad. El periodismo de investigación solo funciona cuando existe una masa crítica de tejido social e institucional sano. Si no, por claro y contundente que sea, se perderá en la oscuridad del miedo, el cinismo, la indiferencia.

Pero incluso en el mejor de los casos, lo que se descubre es generalmente una verdad limitada, puntual; uno obtiene la verdad táctica, no la estratégica y el error mayor es confundir esa perspectiva.

Dentro de esas reales limitaciones, el periodista de investigación debe tener una visión similar a la del escalador de roca; y comprender que, por empinada y lisa que parezca una pared, o una burocracia, siempre habrá pequeñas salientes, grietas o fisuras que permitirán organizar –existiendo el entrenamiento y las condiciones adecuadas– una escalada o una investigación paulatina, una suma de indicios o momentos individualmente precarios, cuyo resultado final será, sin embargo, frecuentemente sólido e irrefutable.


*Gustavo Gorriti
es un reconocido periodista peruano, exdirector asociado del diario La Prensa, de Panamá, y miembro del Consejo Editorial de Sala de Prensa, donde fue publicado este texto (http://www.saladeprensa.org No. 5, abril de 1999, Año II, Vol. 2).

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