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Por Gustavo Gorriti*
Número 22
El periodismo
de investigación es simplemente periodismo que
ha tenido más tiempo para aplicar técnicas específicas de averiguación
respecto a temas o realidades que se resisten a ser revelados
¿Qué define al periodismo
de investigación? ¿Cuáles son sus alcances y limitaciones? En eventos
recientes me tocó participar en discusiones sobre el tema. Lo que
sigue son las reflexiones que convocaron mayor coincidencia entre
los, me temo, veteranos periodistas participantes.
En primer lugar, debe tenerse en
cuenta que todo periodismo supone investigación. Periodista que
no investiga no es periodista. El periodista le debe a su público
el relato de la verdad de los hechos. Tal cual fueron y no tal cual
dicen que fueron. Todo periodista debe ir más allá de la versión
para aproximarse cuanto sea posible a la realidad. No es fácil hacerlo,
y generalmente no hay tiempo para ser exhaustivo. Pero el solo contraste
primario de versiones, por rápido que sea, ya es el primer y a veces
decisivo paso de una investigación. Periodista que no lo hace, que
no es escéptico, que no duda de lo que le dicen, termina sirviendo,
muchas veces sin darse cuenta, a los funcionarios o a sus relacionistas
públicos que le presentan como noticias sus versiones. Bill Kovach,
periodista maestro y maestro de periodistas, lo expresó bien en
una conversación que tuvo hace poco aquí en La Prensa [se
refiere al periódico La Prensa, de Panamá]: El periodista,
dijo Kovach, camina solo, está solo; debe siempre dudar.
Entonces, el periodismo de investigación
es simplemente periodismo que ha tenido (a veces) más tiempo para
aplicar técnicas específicas de averiguación respecto a temas o
realidades que se resisten a ser revelados. Sus principios son los
de toda disciplina de investigación, desde la epidemiología a la
paleontología. Pero sus reglas son las del periodismo en general.
Sólo se distingue en la práctica de otras formas de periodismo por
la aplicación más frecuente y relativamente especializada de las
mencionadas técnicas de averiguación. A veces interesantes, otras
peligrosas, frecuentemente aburridas pero necesarias. El periodismo
de investigación en Latinoamérica se ha desarrollado en forma a
la vez paralela y subsecuente al periodismo de investigación estadounidense.
La influencia de este último (visible hasta en el nombre de "unidades
investigativas" o "periodismo investigativo" traducidos
literalmente del inglés) es indudable, sobre todo en los periodistas
más jóvenes. Sin embargo, el principal periodismo de investigación
latinoamericano ha tenido un desarrollo diferente.
La formación de los más logrados
periodistas de investigación latinoamericanos, arraiga en la tradición
europea de indignación y denuncia, en la que se entremezclan el
periodismo y la literatura. Es la tradición de Zolá, del "Yo
acuso" expresada en el periodismo de hoy. Otra característica
común, en muchos de los mejores periodistas de investigación actuales
(Horacio Verbitsky, en Argentina; Fernando Rospigliosi y Ricardo
Uceda, en el Perú, por ejemplo), es la del compromiso político superado.
Ello explica en parte la vehemencia y a veces la acidez que permea
su trabajo. La ideología quedó atrás, pero la indignación ante el
abuso de poder y la corrupción permanece intacta. Algunos puristas
y algunos filisteos encontrarán en ello una característica negativa,
pero yo creo que es, por lo contrario, un factor favorable porque
energiza la búsqueda del fondo antes que el culto a la forma.
Lo opuesto es decir, el uso
y abuso de jerga especializada para trabajos frecuentemente insignificantes
sucede en muchas, demasiadas, "unidades investigativas"
formadas en imitación del modelo estadounidense. Ello puede ser,
a mediano plazo, peligroso; sobre todo teniendo en cuenta la realidad
actual del periodismo de investigación estadounidense, que ha sido
una de las víctimas de la codicia corporativa. Hoy, la tendencia
uniforme en los grandes periódicos es a tener menos periodistas,
y asignar menos recursos para las investigaciones. Pero la tendencia
realmente abominable es la de poner a los abogados del periódico,
a quienes antes solo se les preguntaban si podrían, o no, defender
tal o cual nota, a intervenir en la edición de casi todos los reportajes
contenciosos.
El resultado ahorra los costos de
un litigio, pero produce un periodismo emasculado, chato, vacío.
Me tocó ver algunas notas recientes, antes de pasar por los abogados
y después de publicadas en dos periódicos grandes de Estados Unidos.
El resultado fue lamentable.
El campo de acción del periodismo
de investigación latinoamericano, de otro lado, ha estado focalizado
en algunos temas centrales: violaciones a los derechos humanos (atrocidades,
matanzas, torturas, maltratos, asesinatos); robo público (los grandes
y medianos peculados, los sobornos y "comisiones"), que
siguen creando clases enteras de nuevos ricos y anemizando cualquier
esfuerzo de desarrollo); crónicas de mercenarios y de espías (sobre
todo, pero no solo, en Colombia); y la memoria que abre tumbas y
confiesa ("El Vuelo" de Verbitsky y la investigación reciente
de periodistas brasileños sobre una ejecución de guerrilleros vencidos
y rendidos que acaeció hace más de dos décadas, son ejemplo de ello.)
Hasta ahora, ha habido muy pocas
investigaciones periodísticas en el terreno financiero. La que hizo
La Prensa, sobre Banaico, ha sido una de las primeras en
Latinoamérica. Tradicionalmente, solo se ha investigado la malversación
de presupuestos públicos. Pero, la revolución (o contrarrevolución,
según los gustos) neoliberal en América Latina, y la subsecuente
ola de privatizaciones, hará, estoy seguro, que más y más periodistas
de investigación se encuentren inmersos en el movimiento de bancos,
negocios, sociedades privadas. Este campo había sido hasta ayer
el coto de periodistas financieros y económicos. Ya no más.
¿Cuáles han sido los resultados de
12 o 15 años de periodismo de investigación en Latinoamérica? A
primera vista, nada malos. Gracias a logros hazañosos de periodistas
de investigación, se han abierto tumbas donde estaban enterradas
las víctimas y la verdad (como en el caso de la Cantuta, en el Perú);
ha renunciado un presidente (Collor); se ha revelado con precisión
pormenorizada la corrupción en los niveles más altos de gobierno
(en Argentina, Perú, Colombia y ahora México); se ha descubierto
narcodonaciones (Colombia, Panamá.) En fin
Pero si se hace un balance de resultados,
el cuadro dista de ser halagüeño. En Latinoamérica en general, la
corrupción en nada ha disminuido; la impunidad es la regla; y, salvo
una que otra excepción, ladrones y a veces asesinos siguen en el
poder, revestidos a nivel internacional por los blandos sofismas
diplomáticos y tecnocráticos, de una falaz pero funcional respetabilidad.
Es que el periodismo de investigación
tiene limitaciones grandes. No solo los obstáculos intrínsecos del
periodista: el poco tiempo, la falta de recursos, el miedo, las
represalias; sino también los externos: el hecho, por ejemplo, de
que a veces la verdad de un caso, aunque sea importante, es poco
deseada por las instituciones y aun por la sociedad. El periodismo
de investigación solo funciona cuando existe una masa crítica de
tejido social e institucional sano. Si no, por claro y contundente
que sea, se perderá en la oscuridad del miedo, el cinismo, la indiferencia.
Pero incluso en el mejor de los casos,
lo que se descubre es generalmente una verdad limitada, puntual;
uno obtiene la verdad táctica, no la estratégica y el error mayor
es confundir esa perspectiva.
Dentro de esas reales limitaciones,
el periodista de investigación debe tener una visión similar a la
del escalador de roca; y comprender que, por empinada y lisa que
parezca una pared, o una burocracia, siempre habrá pequeñas salientes,
grietas o fisuras que permitirán organizar existiendo el entrenamiento
y las condiciones adecuadas una escalada o una investigación
paulatina, una suma de indicios o momentos individualmente precarios,
cuyo resultado final será, sin embargo, frecuentemente sólido e
irrefutable.
*Gustavo Gorriti
es un reconocido periodista peruano, exdirector
asociado del diario La Prensa, de Panamá,
y miembro del Consejo Editorial de Sala de
Prensa, donde fue publicado este texto (http://www.saladeprensa.org
No. 5, abril de 1999, Año II, Vol. 2). |