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Por Leonardo
E. Cativa Tolosa.
Número 22
No hay característica que
diferencie más a la sociedad occidental actual de las sociedades
anteriores, sean de Europa u Oriente, como su concepción
del tiempo. Para los antiguos chinos o griegos el tiempo estaba
representado por los procesos cíclicos de la naturaleza,
el cambio del día a la noche, el paso de las estaciones.
Los nómadas y los labradores medían el día
desde el amanecer hasta el ocaso, y el año en términos
de la siembra y la cosecha, así como por las caídas
de las hojas, y el hielo que se derrite en ríos y lagos.-
Mientras el agricultor trabajaba de acuerdo con los elementos, el
artesano lo hacía según el tiempo que necesitaba para
perfeccionar su producto. Se pensaba en el tiempo dentro de un proceso
de cambio natural y los seres humanos no se preocupaban por medirlo
por exactitud.
Por eso es que civilizaciones altamente desarrolladas tenían
medios muy primitivos de medición del tiempo: se usaba un
tipo de reloj de agua o de arena que medía el tiempo al marcar
la cantidad de agua salida de un recipiente por un pequeño
agujero. Es probable que el instrumento más antiguo concebido
para medir el tiempo sea el gnomon (consistía en colocar
una estaca vertical en un lugar plano y descampado al amanecer,
a la salida del sol, veremos una larguísima sombra proyectada
por esa estaca. A medida que transcurre el día, la sombra
se acortará poco a poco hasta llegar a una longitud mínima
para luego, tan lentamente como antes de alcanzar el mínimo,
alargarse tanto que al morir el día será, nuevamente,
infinitamente larga). Otros medios antiguos para medir el tiempo
fueron los cuadrantes solares. Pero sólo a partir del siglo
XIII comienza a difundirse la construcción de grandes maquinarias
de relojería. Generalmente se los instalaban en lo alto del
monasterio o catedral, edificios que convocaban y regulan la vida
de la comunidad.
Socialmente el reloj tuvo una influencia más profunda que
cualquier otra máquina, porque fue por el medio por el cual
se pudo lograr la regularización y regimentación de
la vida, tan necesarias para un sistema de explotación industrial.
A partir de la revolución industrial esto se hizo realidad.
Los artesanos empezaron a desaparecer y la industria se empezó
a hacer más popular. Entonces los trabajadores fueron entrando
a la monarquía y tiranía del tiempo. En las industrias
- las fábricas textiles y talleres mecánicos- en que
la nueva disciplina de tiempo se imponía más rigurosamente,
donde la contienda sobre las horas se hizo más intensa. Al
principio algunos de los peores patronos intentaron expropiar a
los trabajadores de todo conocimiento del tiempo. Declaró
un testigo: "Allí trabajábamos mientras pudiéramos
ver en el verano y no se qué decir a que hora parábamos.
Nadie sino el patrón y su hijo tenía reloj, y no sabíamos
la hora. Había un hombre que tenía un reloj pero se
lo quitaron y lo pusieron bajo custodia del patrón por que
había dicho a los hombres la hora.
Otro testigo ofrece prácticamente la misma evidencia: "En
realidad no había horas regulares: patronos y administradores
hacían con nosotros lo que querían. A menudo se adelantaban
los relojes de las fábricas por la mañana y se atrasaban
por la tarde y en lugar de instrumentos para medir el tiempo se
utilizaban como capotes para el engaño y la opresión.
Aunque esto se sabia entre los trabajadores todos tenían
miedo de hablar y de llevar consigo sus relojes".
Se utilizaban mezquinas estratagemas para acortar la hora del almuerzo
y alargar la jornada. Los patrones enseñaron a la primera
generación de obreros industriales la importancia del tiempo;
la segunda generación formó comités de jornada
corta en el movimiento por las diez horas; la tercera hizo huelgas
para conseguir horas extras y jornada y media. Habían aceptado
las categorías de sus patronos y aprendido a luchar con ellas.
Habían aprendido la lección de que el tiempo era dinero
demasiado bien.
La necesidad de levantarse temprano reducía al pobre obrero
a la necesidad de marchar pronto a la cama y evitaría así
el peligro de las diversiones de Medianoche.
Los nuevos hábitos de trabajo se formaron, y la nueva disciplina
de tiempo se impuso, en todos estos modos: la división del
trabajo, la vigilancia del mismo, multas, campañas y relojes,
estímulos en metálico. En algunos casos tardó
muchas generaciones (como en el caso de los alfares) y puede dudarse
de la medida en que se fue plenamente conseguido: los ritmos irregulares
de trabajo se perpetuaron e incluso institucionalizaron.
Se disponía de aún otra institución no industrial
que podía emplearse para inculcar la "economía
del tiempo":LA ESCUELA. Una vez dentro del recinto de la escuela,
el niño entraba en un nuevo universo de tiempo disciplinado.
En las escuelas dominicales los maestros eran multados por su impuntualidad.
La primera regla que debían aprender era: "Tengo que
estar presente en la escuela pocos minutos antes de la nueve y media".
Una vez allí, se encontraban bajo una reglamentación
militar.
El tiempo entonces dejó de ser tenido en cuenta y los seres
humanos empezaron a hablar y pensar en extensiones de tiempo. Los
hombres se volvieron como relojes, actuando con una regularidad
repetitiva sin ninguna semejanza con la vida rítmica de un
ser natural. Se volvieron como mecanismos de relojería. Quien
no se adapta al tiempo se enfrenta a la desaprobación social
y la ruina económica. Si llega tarde, el obrero perderá
el trabajo. Los almuerzos apurados, la fatiga de tener que trabajar
según horarios, todo contribuye, a través de disturbios
nerviosos y digestivos, arruinar la salud y acortar la vida. El
ser humano vive en un mundo que funciona de acuerdo a los símbolos
mecánicos y matemáticos del reloj. ESTE LE DICTA SUS
MOVIMIENTOS E INHIBE SUS ACCIONES.
Notas
y referencias bibliográficas:
"Con
el sudor de tu frente. Argumentos para la sociedad del ocio"
de George Woodcock.
"Tradición, revuelta y conciencia de clase" de
William Thompson
Leonardo
E. Cativa Tolosa.
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