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Mayo - Julio 2001

 

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El Tiempo
 

Por Leonardo E. Cativa Tolosa.
Número 22

No hay característica que diferencie más a la sociedad occidental actual de las sociedades anteriores, sean de Europa u Oriente, como su concepción del tiempo. Para los antiguos chinos o griegos el tiempo estaba representado por los procesos cíclicos de la naturaleza, el cambio del día a la noche, el paso de las estaciones. Los nómadas y los labradores medían el día desde el amanecer hasta el ocaso, y el año en términos de la siembra y la cosecha, así como por las caídas de las hojas, y el hielo que se derrite en ríos y lagos.- Mientras el agricultor trabajaba de acuerdo con los elementos, el artesano lo hacía según el tiempo que necesitaba para perfeccionar su producto. Se pensaba en el tiempo dentro de un proceso de cambio natural y los seres humanos no se preocupaban por medirlo por exactitud.

Por eso es que civilizaciones altamente desarrolladas tenían medios muy primitivos de medición del tiempo: se usaba un tipo de reloj de agua o de arena que medía el tiempo al marcar la cantidad de agua salida de un recipiente por un pequeño agujero. Es probable que el instrumento más antiguo concebido para medir el tiempo sea el gnomon (consistía en colocar una estaca vertical en un lugar plano y descampado al amanecer, a la salida del sol, veremos una larguísima sombra proyectada por esa estaca. A medida que transcurre el día, la sombra se acortará poco a poco hasta llegar a una longitud mínima para luego, tan lentamente como antes de alcanzar el mínimo, alargarse tanto que al morir el día será, nuevamente, infinitamente larga). Otros medios antiguos para medir el tiempo fueron los cuadrantes solares. Pero sólo a partir del siglo XIII comienza a difundirse la construcción de grandes maquinarias de relojería. Generalmente se los instalaban en lo alto del monasterio o catedral, edificios que convocaban y regulan la vida de la comunidad.

Socialmente el reloj tuvo una influencia más profunda que cualquier otra máquina, porque fue por el medio por el cual se pudo lograr la regularización y regimentación de la vida, tan necesarias para un sistema de explotación industrial. A partir de la revolución industrial esto se hizo realidad. Los artesanos empezaron a desaparecer y la industria se empezó a hacer más popular. Entonces los trabajadores fueron entrando a la monarquía y tiranía del tiempo. En las industrias - las fábricas textiles y talleres mecánicos- en que la nueva disciplina de tiempo se imponía más rigurosamente, donde la contienda sobre las horas se hizo más intensa. Al principio algunos de los peores patronos intentaron expropiar a los trabajadores de todo conocimiento del tiempo. Declaró un testigo: "Allí trabajábamos mientras pudiéramos ver en el verano y no se qué decir a que hora parábamos. Nadie sino el patrón y su hijo tenía reloj, y no sabíamos la hora. Había un hombre que tenía un reloj pero se lo quitaron y lo pusieron bajo custodia del patrón por que había dicho a los hombres la hora.

Otro testigo ofrece prácticamente la misma evidencia: "En realidad no había horas regulares: patronos y administradores hacían con nosotros lo que querían. A menudo se adelantaban los relojes de las fábricas por la mañana y se atrasaban por la tarde y en lugar de instrumentos para medir el tiempo se utilizaban como capotes para el engaño y la opresión. Aunque esto se sabia entre los trabajadores todos tenían miedo de hablar y de llevar consigo sus relojes".

Se utilizaban mezquinas estratagemas para acortar la hora del almuerzo y alargar la jornada. Los patrones enseñaron a la primera generación de obreros industriales la importancia del tiempo; la segunda generación formó comités de jornada corta en el movimiento por las diez horas; la tercera hizo huelgas para conseguir horas extras y jornada y media. Habían aceptado las categorías de sus patronos y aprendido a luchar con ellas. Habían aprendido la lección de que el tiempo era dinero demasiado bien.

La necesidad de levantarse temprano reducía al pobre obrero a la necesidad de marchar pronto a la cama y evitaría así el peligro de las diversiones de Medianoche.

Los nuevos hábitos de trabajo se formaron, y la nueva disciplina de tiempo se impuso, en todos estos modos: la división del trabajo, la vigilancia del mismo, multas, campañas y relojes, estímulos en metálico. En algunos casos tardó muchas generaciones (como en el caso de los alfares) y puede dudarse de la medida en que se fue plenamente conseguido: los ritmos irregulares de trabajo se perpetuaron e incluso institucionalizaron.

Se disponía de aún otra institución no industrial que podía emplearse para inculcar la "economía del tiempo":LA ESCUELA. Una vez dentro del recinto de la escuela, el niño entraba en un nuevo universo de tiempo disciplinado. En las escuelas dominicales los maestros eran multados por su impuntualidad. La primera regla que debían aprender era: "Tengo que estar presente en la escuela pocos minutos antes de la nueve y media". Una vez allí, se encontraban bajo una reglamentación militar.

El tiempo entonces dejó de ser tenido en cuenta y los seres humanos empezaron a hablar y pensar en extensiones de tiempo. Los hombres se volvieron como relojes, actuando con una regularidad repetitiva sin ninguna semejanza con la vida rítmica de un ser natural. Se volvieron como mecanismos de relojería. Quien no se adapta al tiempo se enfrenta a la desaprobación social y la ruina económica. Si llega tarde, el obrero perderá el trabajo. Los almuerzos apurados, la fatiga de tener que trabajar según horarios, todo contribuye, a través de disturbios nerviosos y digestivos, arruinar la salud y acortar la vida. El ser humano vive en un mundo que funciona de acuerdo a los símbolos mecánicos y matemáticos del reloj. ESTE LE DICTA SUS MOVIMIENTOS E INHIBE SUS ACCIONES.


Notas y referencias bibliográficas:

"Con el sudor de tu frente. Argumentos para la sociedad del ocio" de George Woodcock.
"Tradición, revuelta y conciencia de clase" de William Thompson



Leonardo E. Cativa Tolosa.
 

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