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Por Alberto Ferreyra
Número 23
Es preferible
esperar
A las 19.58 llegó a la parada.
Tenía que estar a las 20.
No debía tomar un colectivo. Lo suyo era jugar un partido
de pool.
Había acordado con Graciela encontrarse allí pues
a ninguno de los dos le gustaba esperar allí donde el
que está solo cree que los demás lo imaginan víctima
de un plantón.
-En el pool no, está lleno de tipos -dijo Graciela.
-En un banco de la plaza Olmos podría ser. El problema es
que a lo mejor ese banco está ocupado por una pareja y nos
desencontramos -contestó Adolfo.
A Graciela le gustó la ocurrencia de Adolfo de verse en la
parada de ómnibus tras la Municipalidad y desde allí
caminar hasta el pool de Sobremonte al 500, entre Deán Funes
y Fotheringham.
-Así me hago la que espero un colectivo mientras vos llegás.
-No vas a tener que esperar. Voy a ir un par de minutos antes de
las 8 -replicó Adolfo, con afán de puntualidad después
de haber llegado tarde un par de veces en menos de un mes.
Los coches llegaron, se detuvieron y continuaron viaje, como es
de prever en las paradas.
Las 19.58 fueron parte del pasado. Quedaron cada vez más
lejos conforme se hicieron las 20, las 20.03, las 20.06 y siguientes
horas.
Sentado en la verja del edificio de calle Irigoyen al 600, Adolfo
miraba hacia la izquierda. Sabía que la chica no iba a llegar
por 25 de Mayo, sino por Belgrano o por Irigoyen bajando la numeración,
de sur a norte.
Una sombra lo hizo girar la cabeza a la derecha. "No es",
fue la amarga consecuencia pensada después de haber visto
a un pibe al que había imaginado Graciela.
Lo supo
A las 20.12, Adolfo tuvo
la certeza de que ella no iría a la cita. La sabía
puntual, con esporádicas impuntualidades de menos de 10 minutos.
Aunque era impaciente como pocos -los analistas del horóscopo
se lo atribuían a su condición de taurino-, Adolfo
hubiera deseado seguir esperando a darse cuenta de que Graciela
no iba a jugar con él al pool. Quizás debido a que
la piba con la que inicialmente tomaba el café de los amigos
le había generado sentimientos como para proponerle noviazgo.
Autoridades
-Él es rector de la Universidad.
-Él es decano de Ciencias Exactas.
Las tonterías estaban de parabienes en boca de la
dupla de jóvenes que parloteaban en el boliche adonde habían
ido después de un asado en la casa de Román, un amigo
común.
-En realidad no soy el rector, voy a serlo dentro de 20 años
-prometió Ezequiel.
No hizo falta desmentir que Martín era autoridad de la Facultad
de Exactas.
Las dos chicas a las que se dirigían los miraban y sonreían,
acaso momentáneamente entretenidas o aburridas de un modo
distinto del de ratos precedentes.
Martín se puso a charlar con Lucía; Ezequiel, con
Fiorella.
"Vos tenés dos chicos, yo tengo una nena", fue
una de las expresiones que Martín recordó como suya
mientras iba saliendo del boliche en remís junto con Ezequiel
y Román.
La frase había sido la última de un diálogo
con Lucía hasta ese momento prometedor.
El otro par
Después de hablar
de un abuelo y una hermana de Fiorella a los que Ezequiel conocía,
aludieron a la necesidad de trabajar de ella y al concepto de él
relativo a que quien trabaja sin estudiar una carrera universitaria
está más expuesto a hacer lo que no le gusta.
Él se ofreció a ayudarla en lo que pudiera. Bueno,
pero no héroe de los que aparecen muy de vez en cuando, advirtió
que la ocasión era propicia para pedirle el teléfono.
No importó la falta de birome y de papel, ni que fueran 9
los números a memorizar, como que se trataba de un celular.
El sábado, cerca de las 7 de la tarde, él la llamó.
El domingo, a las 8 y 10 de la noche, se sentaron a una de las mesas
del café Square, de donde salieron a las 11 menos 20.
Un reloj particular
"No podrás decir que
soy impuntual". La frase, pronunciada al tiempo que le mostraba
el reloj clavado en las 20:00:00, fue la primera de Adolfo a Graciela
ese domingo de marzo.
Ella sonrió y descalificó la hora del reloj de quien
sabía que llegaba cerca de 10 minutos después de
las 20 a la cita en la heladería que está enfrente
de la terminal de ómnibus.
-No pensarás que atrasé el reloj a propósito
para aparentar puntualidad -dijo él en tono más
jocoso que serio.
Una sonrisa a la que él leyó como "Sos un desastre"
fue la contestación de Graciela.
Dolor de muelas adujo ella para no tomar helado.
El impuntual, que acreditaba algún que otro elemento de
caballerosidad, explicitó que no era lo mejor para ella
quedarse ahí viéndolo tomar un helado. Trascartón,
la invitó al tercer café entre ambos.
No fue en Square ni en el Cyber Café de calle Alvear al 600.
Se instalaron en uno de Sobremonte al 1000, entre Moreno y Rioja,
donde a Graciela no le importaba estar con "ropa de entrecasa",
tal la calificación de ella respecto de una remera y un pantalón
negros.
El del lugar no resultó el único cambio con relación
a los anteriores encuentros. Por primera vez, él la acompañó
de vuelta a su casa. Es dable suponer que la conducta confirmaba
el entusiasmo creciente de él y el consentimiento de ella.
Una vecina como
la gente
Cristian bajó del 2 que vuelve
de la universidad donde jamás lo había hecho en más
de seis años de viajes. Una poderosa razón de nombre
Belén motivó su descenso del colectivo en la ruta,
a mitad de camino entre la Avenida Reforma Universitaria y la rotonda
de la ruta a Córdoba.
Sabía que debía caminar cuatro cuadras de tierra hasta
llegar a la casa de ella. Como no veía números en
las viviendas, consultó si faltaba para el 2400. Le confirmaron
que restaban los 400 metros que el tenía en mente.
Desconocía el número exacto, por lo cual preguntó.
Una de las personas interrogadas fue una mujer de unos 35 años,
quien afirmó ser vecina de la familia de Belén, que
se había mudado "hace 15 minutos".
Cristian necesitaba ubicar a Belén, tras no poder comunicarse
telefónicamente, para avisarle que había hecho las
gestiones que le ofreciera llevar adelante.
-Si no la veo, ella puede creer que yo me borré. Y yo hice
las cosas -le aseguró a la vecina.
-Mirá, la madre tiene que volver mañana a buscar unas
cosas que le quedaron acá. Si querés, dame tu número
de teléfono y tu dirección y yo le cuento que viniste
para que ella le diga a Belén.
-Le agradezco desde ya.
El día después de ese miércoles, el contestador
no tenía registrado llamado alguno en el teléfono
de Cristian.
Al retornar de la universidad el viernes, sobre su cama, donde la
madre le dejaba los mensajes, Cristian encontró un papel
donde se leía: "Te habló Belén".
Antes de que transcurrieran 10 minutos, cerca de las 9 de la noche,
la chica lo llamó una vez más.
Cristian no volvió a la casa de la vecina que tan bien se
portó. Le resultaba por demás incómodo a su
vagancia y a su moderada ingratitud bajarse nuevamente
del 2 en la ruta al regresar del campus universitario y tomar otro
colectivo hasta su casa. Eso sí: días después,
cuando le contó la historia a su hermana, dijo de la vecina:
"Dios la tenga en la gloria el día que le toque capitular".
Convite
-Cambiando de tema, Andrea, me
caés bien. Me gustaría invitarte al río, a
escuchar música, a tomar un café o a tomar un helado.
La de Enrique fue una propuesta que incluyó alternativas,
de modo similar a los diferentes finales que podía haber
en la colección de libros Elige tu Propia Aventura.
Sobrarán ganadores que expresarán: "El tipo
se regaló".
Habrá comprensivos quienes estimarán: "Dijo
lo que sintió".
Los coleccionistas de los discos de Charly García - Nito
Mestre aprovecharán la oportunidad para la feliz evocación
al pronunciar: "Fue una invitación sui generis".
-Bueno, dale -respondió Andrea. Al enterarse, los ganadores
coincidieron en que "hoy por hoy cualquier infeliz tiene
suerte", los comprensivos se miraron contentos y los coleccionistas
de obras de Sui Generis tararearon Confesiones de Invierno.
Recuerdo
Lucas hablaba con la madre de la
destinataria de un alfajor Tofi triple de chocolate negro.
La golosina era el pago que él -más tacaño
que ahorrativo- decidió correspondía para la apuesta
perdida con Carina en razón de la derrota de Argentinos Juniors
contra River.
-Yo le dije que definiera ella el objeto de la apuesta. Como no
lo hizo, compré este alfajor. Es de valor simbólico.
-Seguro, lo que vale es la intención. Le voy a decir a Carina
que te llame - agregó la mujer.
-A lo mejor a usted le hace caso.
-Sí, ella está contenta con vos.
Hubo después más palabras en el diálogo de
cinco minutos entre Lucas y la madre de Carina. No importaron. El
protocolar "Chau, que te vaya bien" y otras expresiones
de similar trascendencia pesaron menos en el espíritu de
él que eso de "ella está contenta con vos".
No era la primera vez que lo escuchaba. Lorena, una de las hermanas
de Carina, también se lo había confiado horas antes.
Cambio de rumbo
Lucas se subió a la
bicicleta rodado 20 y comenzó a andar despacio. Evitó
volver directo a su casa. Necesitaba dar sin apuro unas vueltas.
A la tarde su fastidio había sido grande por un par de llamadas
no contestadas. A la noche tampoco encontró a su pretendida.
Pero se sentía distinto. Por equis causa, "ella está
contenta con vos" le sonó mejor pronunciado por
la madre que por Lorena.
Para los infidentes, la causa no era equis. Ellos aseguraron
que el distinto sentir ante esa misma frase era debido a que Lorena
se la expresó tras decirle que Carina no lo podía
atender dado que estaba en el baño. Esto a Lucas le cayó
como yunque sobre el pie pues le recordaba una situación
poco feliz con su novia anterior.
Teléfono
-Te voy a decir dos cosas en serio,
aunque sé que no me las vas a creer: primero, que soy
serio; segundo, que me caés muy bien.
Daniel sabía enumerar, a pesar de lo cual ponía condiciones
para contar hasta tres.
-Y te diría una tercera cosa, pero si no creíste las
dos primeras no tiene mucho caso que te la diga.
Mariana le pidió que hablara.
Él hizo una introducción en la que señaló
que iba a expresar su idea -más allá de sospechar
que no iba a ser tomada seriamente- por cuanto creía que
era más meritorio hablar ante auditorios reticentes a dar
crédito que hacerlo frente a oyentes concesivos. Concluida
su exposición, en la que no se privó de citar
a Alejandro Dolina, consignó:
-La tercera cosa es que me gustaría hacer un intento por
ser tu novio.
-¿Y por cuánto tiempo sería? -preguntó
Mariana, quien dudaba de la responsabilidad de Daniel.
-Hasta que me atropelle un camión, es decir, no sé.
A mi novia anterior hasta le escribí que la iba a querer
por siempre y después dejé de estar con ella. No quiero
repetir ese error.
A continuación, dijo:
-El problema es que vos sos prejuiciosa, creés que ese noviazgo
de 4 meses y 2 días fue el de mayor duración mío
y no pensás que a lo mejor fue el único debido a mi
timidez.
-Callate -fue la respuesta de Mariana, en su español aporteñado.
Continuidad
Eran las 18.40 de un sábado.
El diálogo telefónico siguió. Ella no cortó
y él estaba muy cómodo hablando desde su cama sin
apuro por trabajar, como que era oficinista de lunes a viernes
y agente de descanso los sábados y domingos.
Las palabras fueron y vinieron. Hablaron del Boca - River de dos
semanas después. Él, que solía invitarla a
tomar café los domingos a las 8 de la noche, prometió:
-Para ese fin de semana no te voy a invitar un café el domingo.
Vas a estar mal por la derrota de River y encima vas a tener que
oírme cargarte, así que más vale voy a invitarte
a salir el viernes.
Rápido, como que había planeado la llamada -tanto
le importaba la chica y tan poco creía en sus reflejos-,
añadió:
-A propósito, el jueves yo llamé a tu casa para invitarte
a ir a la peña a bailar. Tu hermana me dijo que no estabas,
que habías ido a cenar con una amiga. ¿Hubieras aceptado
la invitación?
-Sí, ¿por qué no?
Minutos después, la llamada era un fragmento del pasado y
un partido al pool sugerido por él, una parte de lo pendiente.
Oportunidades
Jimena era una compañera
de Inglés de Diego.
A Mariano, amigo de él, le parecía que la chica gustaba
de Diego.
-Está con vos, date cuenta -le pedía.
-Ah, dejá de molestar -era la respuesta entre cuyas variantes
Diego incluía "Son cosas tuyas", "no creo"
y "mentiras".
Porfiado y temeroso, Diego se resistía a leer de
un modo que le diera bríos conductas como las rápidas
partidas de Mónica, amiga de Jimena, cuando veía que
él entraba en el pasillo aledaño al aula -léase:
los quería dejar solos-. Se negaba también a ponerle
palabras del orden de "¿por qué no querés
ver que me gustás" a miradas de ella a sus ojos durante
las clases.
Mariano le repetía que la invitara a tomar algo. En setiembre,
cuatro meses después de haber cumplido 13 años, Diego
tomó impulso. Iría por Jimena. Consideró que
la fiesta de la Cultural de Idiomas, donde todos estudiaban Inglés,
era la ocasión. Sus vaqueros y el cinto ajustaban una camisa
a rayas verticales de varios colores atenuados. Sus amigos Mariano
y Mauricio, que junto a él iban a primer año del Industrial,
se alegraron: desde el vestuario se notaba que Diego estaba dispuesto
a definir.
Lástima que esa noche Jimena no estuvo en la fiesta. Fue
la única vez que Diego intentó relacionarse con esa
chica que le gustaba.
Ella: diagnósticos
y cambios
Diplomada en mal carácter,
experta en gestos avinagrados y doctorada en antipatía eran
los calificativos que le asignaban sus amigos.
Los enemigos directamente la descalificaban.
Algunos atribuyen a una tristeza más profunda que superficial
su modo de ser. Son los que le escucharon decir que "cuando
alguien es feliz, es más bueno. Yo lo sé, aunque no
lo siento".
Otros indican que la culpa de su desapego por la alegría
tenía varias causas, a saber:
-Le achacaban tristeza, pero no la ayudaban a cambiar de ánimo.
-No sabía qué quería y lamentaba a cuenta del
momento en el que suponía habría de sentirse aún
peor por advertir de qué se había privado.
-Era del tipo de personas que prefieren pagar alquiler de por vida
con tal de no llenar formularios para acceder a un crédito
hipotecario.
-Diagnosticaba minuciosamente los obstáculos que encontraba
y los que se construía en el camino que no atinaba a transitar
rumbo al bienestar. La conciencia de esto le generaba tal cansancio
anímico y físico que la dejaba sin ganas de pensar
acciones para despojarse de su lastre espiritual.
-Experimentaba culpa por preferir la inercia a los desafíos.
-Tildaba de injusta la situación que vivía cuando
escuchaba lamentaciones por hechos de los que no había sido
responsable y se castigaba toda vez que no podía dejar de
transmitir su malestar a quienes no se lo habían causado.
El empleado de la panadería adonde ella compraba "medialunas
o nada" cree que el principal problema de la chica era su afición
por los sentimientos de culpa.
La mujer de la despensa no daba crédito a las presunciones
del muchacho de la panadería. "No se conoce a nadie
por escucharlo decir 'deme pan', '¿cuánto es?', 'gracias'
y 'hasta mañana', era lo primero que expresaba antes de señalar
que "lo que a ella le falta es un compañero. Yo, por
ejemplo, tenía asma hasta que me casé y después
se me pasó".
El peluquero, quien aseguraba que el asma de la señora había
pasado a sufrirlo su marido apenas se casó con ella, estimaba
que la joven estaba bien mientras él le cortaba el pelo.
Segundos después reparaba en que la receta resultaba escasamente
útil pues no era mayor a una hora mensual el tiempo que ella
transcurría en la peluquería.
Los meses se sucedieron. Año nuevo la encontró a Rita
-tal su nombre- desechando la alternativa de pedir tres deseos.
Sus compañeros de cena la oyeron pronunciar que "nada
cambia, dejalo así".
Insuficiente
Eduardo andaba mal de ánimo.
Lo máximo que hacía era elucubrar de vez en cuando
las causas. No indagaba a fondo para tratar de precisarlas.
-Quizás sea porque los motivos de tu bajón no sean
puntuales -le decía su amigo Jorge, que solía consentirlo.
-Para mí que a vos te gusta sentirte mal -sentenciaba Adrián,
amigo cuya visión de la vida tenía dos colores, no
más.
El jueves 14 de junio de 2001, Rubén simplificó:
-A vos lo que te hace falta es una mujer.
-No vayas a creer que ésa es la panacea -respondió
Eduardo-. Aun cuando estuve de novio supe sentirme mal, con la diferencia
de que tenía menos tiempo libre para darme máquina.
-Pagate un gimnasio -recomendó Adrián.
-Es caro.
-Salí a correr.
-Me da fiaca.
-Leé.
-Sí, puede ser.
-Tal vez sea cuestión de que te des tus propios tiempos para
pensar qué es lo que querés -intervino Jorge-. Yo
sé que esto no es fácil y sé que es más
fácil pedírtelo a vos que hacerlo yo conmigo mismo,
pero capaz que por ahí ande, si no la solución, un
principio de claridad para tu malestar. Creo que vos estás
bajoneado porque te angustia no saber qué es lo que querés.
-Sí, capaz que sí.
-Sea como fuere, con una mujer al lado te vas a sentir mejor -manifestó
Rubén.
-O ella también se va a empezar a sentir mal.
No había caso. Su autopercepción de tipo que hacía
menos bien que mal le obstaculizaba las relaciones a Eduardo. Su
rasgo egoísta por el cual dejaba hablando solos a sus familiares
al oírlos contar problemas lo sumía en la soledad
derivada de la lógica con la que dio forma a la segunda frase
dirigida a Rubén:
-No me gusta que me traigan problemas, ni me gusta llevárselos
a los otros.
-¿Y qué es lo que estás haciendo al contarnos
que estás mal de ánimo? -interrogó Adrián.
-Esto es distinto. Una cosa es que entre amigos nos juntemos a charlar,
de vez en cuando, y otra es que a mi novia, viéndola más
seguido que a ustedes, le vaya con problemas una y otra vez.
-Bueno, contale tus problemas en una de cada cuatro o cinco visitas
-sugirió Adrián.
-Pensala menos, si estás mal vas y se lo contás, pero
no te empecines en estar mal -pidió Rubén.
-Es que no sé por qué estoy mal. Yo sé que
soy complicado. Por ahí estoy tomando un café con
ustedes y después siento que perdí el tiempo, que
en ese tiempo tendría que haber estado trabajando o que tengo
cosas que hacer y estoy con ustedes pensando en eso y después
me da culpa no prestarles suficiente atención.
-Si yo estuviera en tu lugar, con trabajo y sin deudas, sería
feliz sí o sí -aseguró Adrián.
-Siempre es más fácil ser feliz por otros.
-Se confirma lo que yo digo, vos te buscás los problemas.
Hacé como quieras, pero un día vas a lamentar no haber
sido feliz cuando era más o menos fácil -previno Rubén.
A Eduardo lo inquietó la posibilidad de que en unos años,
meses o semanas tuviera que añorar como buenos los días
presentes, de tan malos que fueran los futuros. Dos días
después de hablar con Jorge, Adrián y Rubén,
lo hizo únicamente con Jorge.
-Estuve pensando en lo que me dijeron, sobre todo lo de Rubén,
eso de que algún día me voy a lamentar porque voy
a estar todavía más lejos de la felicidad que hoy.
¿Vos qué pensás?
-Importa lo que vos pensás, Eduardo.
-Está bien, pero decime lo que te parece a vos.
-No te molesta que te lo diga.
-Si te lo pido debe ser porque no.
-De acuerdo, ahí voy entonces: sin aspiraciones de videncia
o cosas por el estilo, se me ocurre figurarte como un tipo que un
día declara que se le perdió algo. Le preguntan qué
se le extravió y él no puede especificarlo. Se da
cuenta de que algo le falta, pero no es capaz de ponerle nombre.
-Sí, ya sé, y eso que perdí y que no puedo
nombrar ni reencontrar es la felicidad. Ese diagnóstico y
esa proyección ya la hice varias veces, Jorge, y te agradezco
la molestia de haberla pensado en relación a mí. El
problema es que no paso del diagnóstico y que tampoco lo
hago muy completo que digamos.
-Si llegás a decir que no lo hacés muy completo no
debe estar tan incompleto. Ése ya es un paso al frente para
mejorar.
-Pero no alcanza.
Ese sábado el diálogo continuó hasta extenderse
por dos horas y cuarto. Jorge se fue de la casa de Eduardo con la
sensación de que su amigo se amargaba pues en casi todos
los órdenes de su vida le daba por ver lo que faltaba, nunca
lo que había.
Lic.
Alberto Ferreyra
Facultad de Ciencias Humanas. Depto. de Ciencias
de la Comunicación. Universidad Nacional de Río Cuarto,
Argentina. |