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Homo Apocalypticus
 
Por Alfredo Troncoso
Número 24

El Homo Videns de Giovanni Sartori constituye el punto de partida obligado si se quiere plantear con toda claridad, con brutal claridad, lo que está en juego en el debate en torno a la crisis de la escritura a manos de la cultura visual, la así llamada cultura de la imagen. Pero esa claridad se paga, el costo es una caricatura de la escritura y sus poderes que lejos de favorecer su causa como el medio de la racionalidad, la ponderación del juicio y las distinciones conceptuales, la sitúa en la irresponsabilidad conceptual que es, justamente, lo que Sartori le reprocha a los medios audiovisuales.

Según el politólogo italiano, un agudo y matizado autor en ese campo, la escritura promueve la abstracción, el pensamiento lineal y la atención a lo inteligible, lo visual promovería, por el contrario, la concreción, lo sensible, lo inmediato y, por ende, el debilitamiento de nuestras capacidades conceptuales.

"El hombre videoformado se vuelve incapaz de entendimiento abstracto, de entendimiento conceptual"1

¡Así de claro! Sartori alega, con supuesta valentía y generosidad, que le importa poco que se le califique de apocalíptico, que para no restarle fuerza al debate que seguiría a su libro, él, un intruso en el área de las ciencias de la comunicación, no se preocupará por matizar pues sabe de antemano que la manera brutal en que formula su tesis le acarreará inevitablemente la ira de los esprits de finesse, estudiosos que, como su compatriota, el semiólogo Paolo Fabbri, han dicho, de manera no menos brutal me temo, que "es estúpido afirmar que lo visual es irracional"2

Pero contrario a lo que defiende de la escritura, a Sartori no le interesa hilar fino. Su libro pretende, por un lado, convertirse en una advertencia para padres, estudiantes y políticos ante los peligros de una sociedad democrática que, gracias al empobrecimiento cognitivo operado por las imágenes, quede desprovista de las competencias intelectuales necesarias para que el debate político gire en torno a abstracciones como la justicia, la igualdad, y la democracia.

Por otro lado, la tesis fuerte del libro pretende ser un reto para los científicos sociales, para que más allá de sus abstrusas argumentaciones sobre un presunto "lenguaje" de la televisión, puedan demostrar en los hechos que lo visual no empobrece nuestras facultades cognitivas. Lo que espera Sartori, como el mismo lo dice en uno de sus prólogos, es que la suya sea una profecía que se autodestruye, una profecía lo suficientemente alarmante como para que se tomen medidas y la sociedad y los científicos lo desmientan en los hechos.

En lo que sigue procuraré argumentar tres cosas: 1- que la profecía de Sartori no puede desmentirse porque en verdad es un diagnóstico, un hecho consumado, 2- que sobrevalora el poder del escrito y 3- que si de medidas para salvar la escritura se trata, la primera, y urgente, es evitar las dicotomías insalvables entre cultura de la imagen y cultura del concepto; nada le hará más daño a la escritura en su actual predicamento que una comunidad reaccionaria de escritores apocalípticos esperando el improbable regreso del humanismo de las letras.

LA PROFECÍA ES UN DIAGNÓSTICO
Por más que el italiano se mofe de tales descalificaciones, la profecía de Sartori lo sitúa irremediablemente en el campo de los apocalípticos, aquellos que sólo ven lo que se cierra con la aparición de los nuevos medios y deciden situarse en la resistencia, en la nostalgia reaccionaria de los viejos tiempos en que supuestamente una escritura hegemónica garantizaba la racionalidad de sus usuarios. Pero se trata no de una profecía, sino de un hecho consumado: el primado de la imagen ha acabado con el espacio privilegiado que las letras habían tenido durante los últimos dos y medio milenios. Dicho más dramáticamente, si por humanismo entendemos el proyecto de una civilización del escrito iniciada por los griegos del siglo V AC, continuado por los romanos, conservado por los medievales y revitalizado por los modernos después de Gutenberg, entonces estamos hablando, ni más ni menos, y a pesar de todas las piadosas y nostálgicas voces en sentido contrario, del fin del humanismo.

Ante este hecho consumado, la solución de Sartori, si solución podemos llamarla, es la resistencia, el intento quijotesco3 de defender los derechos del escrito, de fustigar los efectos perniciosos de la TV, el cine y el mundo virtual. Inútil decir que semejante lucha está de antemano destinada al fracaso, que la simple defensa del pasado, por elocuentemente que se prefigure un futuro monstruoso, nunca ha traído consigo el retorno de ese pasado, ni siquiera, como lo veremos más adelante, cuando hace siglos hubo quienes quisieron defender el pasado oral contra la irrupción de la escritura.

La profecía de Sartori no podrá autodestruirse gracias a una reacción aterrorizada ante el panorama que pinta, nuestros contemporáneos no cambiarán sus documentales del Discovery Channel por los vetustos tomos de la Enciclopedia Británica, si acaso la consultarán en línea; no preferirán la lectura de Proust a las películas de Hollywood, ni siquiera aceptarán las versiones fílmicas de la Búsqueda del Tiempo Perdido; no cambiarán la fruición que les proporciona el uso de sus computadoras personales por el conocimiento físico matemático necesario para entender su funcionamiento, ni siquiera se preocuparán por saber como funcionan, les bastará con que funcionen; no se preocuparán, en fin, por reflexionar sobre qué es la justicia, la democracia, bastará que las narraciones televisivas (de ficción o información, poco importa), les digan quién es justo, cuándo alguien se comporta democráticamente, en qué circunstancias se puede hablar de injusticia...

También yo exagero. Seguramente pasará un largo tiempo, tal vez siglos, antes de que la literatura desaparezca. Por un tiempo incluso, la proliferación de textos digitales favorecerá el crecimiento de esas publicaciones de lujo donde no se puede separar el qué del cómo, donde, en consecuencia, la materialidad del formato es indispensable. En efecto, nunca se han vendido tantos ejemplares de las obras de Proust, Shakespeare o Cervantes como ahora. ¿Fetichismo? Tal vez; el hecho es que la industria editorial no muestra signo alguno de contraerse.

Pero la lectura sí. Los datos de Sartori no son los datos para una profecía, sino, insistimos, para un diagnóstico: la lectura ya no ocupa el lugar privilegiado que ocupó durante siglos en nuestras vidas individuales y en nuestra cultura, ni siquiera en la política que, como advierte apocalípticamente Sartori, ya es video política.4

¿SOBREVALORACIÓN DE LOS PODERES DE LA ESCRITURA?

" Las grandes sociedades modernas ya no pueden producir su síntesis política y cultural más que marginalmente por la vía de los medios literarios, epistolarios y humanistas. Esto no significa de ninguna manera que la literatura haya llegado a su fin, sino que ésta se ha afinado para convertirse en una subcultura sui generis y los días en que se le sobrevaloraba considerándola el vector de los genios nacionales ha pasado"5

El escrito ha tenido un lugar central en nuestras "síntesis políticas y culturales" durante tanto tiempo que se ha convertido, se había convertido, en una segunda naturaleza; el horizonte dentro y a partir del cual transcurrían nuestras vidas. Como tal, se había vuelto invisible, transparente. El evangelio alfabetizador había tomado tal inercia, sobre todo en los últimos 300 años, que se daban por sentados sus poderes civilizadores, su capacidad como dice Sloterdijk, para domar a la bestia humana, para inhibir sus tendencias más salvajes. Si el ideal educativo de los últimos 300 años había sido el de alfabetizar a nuestros niños con la seguridad de que así se volverían ciudadanos, no es sino con espanto que nos empezamos a dar cuenta de lo irrelevante que puede ser para ellos una curricula escolar centrada en la lectoescritura; el estudio de los libros, otrora considerado la llave de acceso a la cultura, es recibido por una buena parte de nuestros niños con una abulia inversamente proporcional al entusiasmo que generan sus videojuegos, espacios virtuales, cultura popular y video transmisiones. Las seis horas diarias de los niños en la escuela no pueden competir contra las 18 horas que pasan frente a los nuevos medios.

Antes de preguntarnos por las perspectivas que se abren (no sólo las que se cierran) y las medidas a tomar, resulta imperativo evaluar con mayor atención el poder de la escritura. ¿Es cierto, como dice Sartori, que su primado es condición sine qua non para la vida democrática? ¿Es cierto que la práctica de la lectoescritura garantiza las competencias cognitivas que permiten una "lectura" racional del mundo? Hasta una somera revisión histórica demuestra que las cosas no son tan sencillas.

No hay mejor forma de entender lo que significó la primera alfabetización de una sociedad6 y las dificultades que se debieron superar para que la escritura "racionalizara" a sus usuarios, que leer ese documento fundador del espacio literario que es el Fedro platónico. Ahí, Platón nos presenta una situación muy lejana a la automática promoción de competencias racionales, una sociedad que no termina de aceptar el nuevo medio y tiene aún que vérselas con sus apocalípticos e integrados ante la escritura7. Basta leer las primeras líneas del diálogo para detectar un ambiente en el que más de un padre veía a la escritura como un peligro para la educación de sus hijos. Tal como un padre de hoy se preocupa pensando que si su hijo sigue viendo tanta TV se volverá tonto, un padre ateniense del siglo V A.C. probablemente se decía: "este hijo mío se volverá tonto si sigue leyendo tanto".

En efecto, en la primera página Platón nos presenta un revelador encuentro campestre entre Sócrates y Fedro. Al preguntarle Sócrates al joven Fedro qué hace fuera de los muros de la ciudad, este contesta que acaba de oír un discurso tan magnífico que ha salido para que no se le olvide, para grabarlo en su memoria. Ante esto, Sócrates replica que si ese es el caso, entonces qué es lo que Fedro acaba de esconder bajo su túnica. Sonrojándose, el joven debe confesar que Sócrates lo ha descubierto en pleno delito, la vergonzosa verdad es que ha salido para leer un discurso del popular Lisias. ¿Qué puede tener de vergonzoso, dirá un lector dos y medio milenios más tarde, el leer un discurso?

Fedro vive en una Atenas cuyas decisiones se discuten públicamente, donde la hábil palabra hablada lo puede todo, donde los mitos homéricos cantados por el rapsoda o escenificados por el poeta, aún son el meollo de la educación, el patrimonio ético y estético -un griego de esa época no habría entendido la diferencia- común en la memoria de cada ciudadano. Que Fedro, un joven de alto rango en Atenas, lea los textos de un fabricante profesional de discursos es tan grave como que un actual estudiante de literatura sea sorprendido viendo la telenovela de las cinco.

A partir de ahí, el resto del diálogo es una discusión sobre la práctica, la nueva y aún desprestigiada práctica, de escribir y leer discursos. Como el común de sus coetáneos, como nosotros ante los nuevos medios, Platón tenía dos vías fáciles a su disposición. Podría, adoptando la actitud de los integrados de todos los tiempos, haberse dedicado a escribir provechosos discursos exaltando la utilidad que sus conciudadanos creían haberle encontrado al nuevo medio, a saber, la composición de discursos "orales" más eficientes en la asamblea pública. Es obvio que no le habrían faltado aptitudes.

O podría haber adoptado la actitud apocalíptica de sus aristocráticos amigos. Podría haberse limitado a deplorar la ruina de la hermosa tradición oral homérica, la decadencia de los valores tradicionales, la corrupción demagógica de las instituciones a manos de artificioso y maquiavélicos especialistas en persuasión, en manejo de la opinión pública diríamos hoy a riesgo de hacer demasiado evidentes las analogías.

Platón prefirió evitar la facilidad de juzgar a la escritura a partir de lo que, desde la siempre miope perspectiva tradicional, se perdía o ganaba con ella. Parece haber intuido que todo juicio de esa naturaleza desconoce los poderes del medio y se limita a evaluar su supuesta utilidad o daño como si aún estuviera en nuestro poder aceptarlo o rechazarlo. Imposible ilustrar esta lucidez sin citar el célebre mito donde Platón propone la respuesta que habría dado el dios Thamos a Teut, el inventor de la escritura:

"Mas cuando se llego a la escritura, dijo Teut: He aquí, oh rey, una enseñanza que hará a los egipcios más sabios y memoriosos, que con ella se inventó el remedio para memoria y sabiduría. Quien a su vez contestó: Oh artífice de artífices, Teut; uno es el capacitado para dar a luz las cosas de arte, otro el apto para juzgar el lote de daño o provecho que reportarán quienes las emplearen. Y en este caso tú, padre de la escritura, le has atribuido por benevolencia lo contrario de lo que puede; porque la escritura producirá en las almas de los que la aprendieren el olvido precisamente, por descuidar la memoria, ya que, confiados en lo escrito, desde afuera y por extrañas improntas y no desde dentro de sí mismos les vendrá el recuerdo. Inventaste, pues, no remedio para la memoria sino para la reminiscencia. (Fedro 274e-275ª)

A primera vista, el pasaje recién citado tiene todo el aspecto de una respuesta apocalíptica a una evaluación integrada de la escritura. Mientras que Teut confía en la utilidad de la misma, Thamos le reprocha la pérdida de memoria (la virtud propia de las sociedades orales) que se seguirá de su adopción. Pero hay razones para pensar que la respuesta platónica a la escritura es más matizada, más compleja y, ¿por qué evitar la palabra?, más sabia.

En primer lugar, razones inherentes al pasaje citado. Thamos le recuerda a Teut (y a nuestros actuales ingenieros) que una cosa es la utilidad atribuida a un artefacto por su creador, otra cosa lo que éste realmente hace con sus usuarios. A riesgo de presentar a Platón como un Mc Luhan avant la lettre, hay que poner de relieve8 la ambigua palabra empleada para definir el poder de la escritura: pharmakon. La traducción de García Bacca por remedio es correcta, sólo que excluye el otro sentido del término: veneno. Si tomamos acto de esta ambigüedad, todo el pasaje y toda la obra platónica (y toda su posteridad "humanista") adquieren un halo inquietante, empezamos a sospechar una lucha soterrada por librar a la escritura de cierta potencialidad que lo es todo menos garantía de racionalidad.

Esto nos conduce a las razones externas al pasaje citado para suponer que Platón no es un mero enemigo, un reaccionario ante la escritura. Por un lado, como se dijo, porque su evaluación de la misma es ambigua: remedio/veneno no para la memoria (mnemé), sino para la reminiscencia (hypomnemé) por vía de huellas (typoi) externas. Por otro, porque sería absurdo pensar que Platón despreciara la escritura ante la evidencia del tiempo y talento enormes que dedicó a la composición de sus diálogos.9 Cualquier lector atento dotado de una mínima sensibilidad reconocerá que la escritura de Platón, lejos de ser un repudio a la Sartori (o una aceptación a la Bill Gates), representa una superación de la dicotomía oralidad o escritura; representa el primer clásico del nuevo medio y la inauguración del espacio literario donde se conjugan dos culturas, la oral y la escrita, con sus respectivos ámbitos: la imagen y el concepto. Se conjugan dos culturas y se conjuran 10

¿Por qué le hemos dedicado tanto espacio a la discusión de un autor de hace dos y medio milenios si lo que nos ocupa aquí es el juicio que hace un autor contemporáneo sobre los poderes enormes (pero supuestamente perdidos) de la escritura? Porque a pesar de Sartori, a pesar de ciertas lecturas del mismo McLuhan (y Negroponte, Gates, etc), Platón es la prueba fehaciente de la falsedad, mejor, de la simplificación abusiva de todo determinismo tecnológico- si estamos discutiendo a Sartori es porque, como en toda caricatura, algo hay de verdad en su histeria.

Hay un notable libro de Eric Havelock, un autor que aparece en la bibliografía de Homo Videns, titulado The Greek Concept of Justice, fromo its Shadow in Homer to its Substance in Plato, donde el helenista canadiense propone una sólida argumentación para demostrar que un griego de la época homérica, pre alfabetizada, habría sido incapaz de preguntarse, mucho menos contestar, qué es la justicia.11 Podía dar ejemplos de actos o personas justas e injustas, tener en mente a la diosa Diké, inspirarse en pasajes míticos donde se procedió con justicia, en una palabra, podía evocar "imágenes" de la justicia, pero nunca definir lo que ésta es al margen de situaciones o personajes concretos. Según Havelock, Platón, por el contrario, se habría beneficiado de la estabilidad que el escrito, ya relativamente bien instalado en la Atenas de su tiempo, le confería, negro sobre blanco, a la palabra diké. De la justicia escrita a la justicia que es siempre, al concepto de justicia (la "idea" platónica de justicia), habría habido sólo un paso.

Habrá habido sólo un paso, todo eso es indudablemente cierto y terriblemente instructivo, la palabra escrita prefiguraba al concepto, pero ese paso lo dio un hombre, un cierto Platón.

Si le hemos de creer al determinismo tecnológico, todos los contemporáneos lectores de Platón habrían escrito diálogos, todos se habrían dedicado a la dialéctica y las matemáticas, todos habrían inventado la teoría de las ideas y una nueva educación. Análogamente, todos los televidentes, Sartori incluido, deberían estar incapacitados para el concepto.

¿HAY ALGÚN MEDIO CAPAZ DE LIBERARNOS DE LA ESTULTICIA?
La gigantomaquia platónica con los poderes de la escritura nos permite romper con el mito de una escritura automáticamente capaz de racionalizar a sus usuario y llegar a la siguiente conclusión: ningún medio determina de por sí, según alguna presunta naturaleza intrínseca, la mayor o menor sapiencia de sus usuarios; ni el escrito mejora automáticamente el entendimiento humano-tanto en la época de Platón como en la nuestra hubo notables casos de idiotas letrados- ni lo visual conduce fatalmente a lo irracional. Cómo su maestro Sócrates y su discípulo Aristóteles, Platón debió librar una batalla para conjurar los peligros que la escritura representaba para la sociedad de su tiempo y, ya que ésta había socavado las bases de la educación tradicional, sentar las bases para una nueva educación.

Los piadosos deseos de pacificación y desarrollo social por medio de las letras han llevado a nuestros nostálgicos del humanismo a imaginar una época de oro donde una escritura sobrevalorada fungía de garante contra la estupidez. Según estos nostálgicos, sólo un "regreso" a las buenas lecturas sería capaz de mantener a raya la actual invitación de la TV a limitarnos a ver el mundo sin entenderlo; a sustituir, según la hábil formula de Sartori, el mundo visible por el mundo inteligible. Leemos la invitación impresa al "periodismo" de un cierto Abraham Zabludovsky, un homo videns como hay pocos: "Abraham te lo dice todo de la A la Z, sin tanto rollo, para que no tengas que leer entre líneas", y creemos confirmar las peores sospechas de Sartori, se trata sin duda de una descarada invitación a la estupidez. Sin embargo, hace poco más de un siglo, cuando no había ni TV ni cine, Flaubert atribuía el mismo tipo de efecto a la lectura de periódicos, panfletos y feuilletons de todo tipo por parte de sus contemporáneos. A ese propósito resulta sobremanera instructivo leer ese manifiesto contra la imbecilidad ambiente que es el Dictionnaire des Ideés Recues, cito un apartado que parece sacado de la TV, de algún noticiero de Zabludovsky o un discurso de Bush: "Asesino: siempre cobarde, aunque haya sido intrépido y audaz."12

Bref, el mundo ha sido siempre pródigo en estulticia, con o sin escritura, TV, internet o mitología. Tiene razón Fabbri, es estúpido afirmar que lo visual sea irracional, como es estúpido afirmar que el escrito sea racional. Durante siglos los escritores - que no la escritura, sino científicos, novelistas, juristas, filósofos, poetas, periodistas, charlatanes...- han luchado con los poderes de la escritura y no sólo para producir obras conceptuales. Ahí donde un inglés escribió Principia Mathematica, otro escribió Macbeth y Sueño de una Noche de Verano; ahí donde Flaubert componía La Tentación de San Antonio, rabiaba ya la prensa sensacionalista; ahí donde se urdían los primeros capítulos de la física subatómica, se amontonaban las fórmulas para bombardear a Hiroshima; ahí donde se invoca la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, ahí se abusa de los textos sacros en aras de algún fundamentalismo.

Aunque la técnica es asunto humano, el asunto humano por excelencia, no es asunto del hombre; para bien y para mal sus poderes escapan a su control. Habrá que concederle eso al determinismo tecnológico. Lo que no podemos concederle es que los frutos de la techné tengan una naturaleza. Tienen, por el contrario, una historia. Más que regresar al humanismo literario que sólo traerá consigo la radicalización de una malsana e ilusoria dicotomía entre el concepto y la imagen -como si la escritura representara sólo al concepto y excluyera a la imagen-, habrá que renunciar a las histerias milenaristas que proclaman el fin de la escritura, el fin de la metafísica, el fin de la modernidad... el fin de la historia.

Una mirada sobria a la historia debería bastar para constatar que cuando se cierra una etapa algo puede permanecer de la anterior, que cuando se cierra una etapa, otra puede abrirse; también que puede haber fines abruptos y destructivos. La mejor forma de liquidar a la escritura será desestimar esa posibilidad, limitarnos a resistir y renunciar así a la posibilidad de leer (y escribir) el mundo que se abre.


Notas:

1Sartori, Giovanni. Homo Videns, p.XIII
2Así se refirió Fabbri a la tesis de Sartori en una entrevista durante su última visita a México
3Quijotesco en toda la extensión de la palabra, en la medida en que también la aventura de Cervantes se da en el contexto radicalmente cambiado de una nueva cultura, la de la imprenta. Con un quijotismo más próximo al Quijote de Broadway que al más irónico que propone Cervantes, Sartori cita a Guillermo de Orange al comentar en el prólogo que la batalla está probablemente perdida de antemano: "no es necesario esperar para emprender, como no es necesario lograr para perseverar"
4 Algunos habrán tratado de consolar a Sartori diciéndole que, si bien el hombre masa no lee, la elite que nos gobierna sí lo hace. A reserva de hacer el catálogo de anécdotas como la de Menem que proclamó públicamente que sus lecturas favoritas eran las obras de Sócrates y las novelas de Borges (de José Luis Borgues corregirá alguien), que baste con mencionar el discurso de Bush ante los alumnos de su ex universidad: "A aquellos que tienen promedio de A, mis felicitaciones, a los demás, no se preocupen, también pueden llegar a presidente de los Estados Unidos".
5 Sloterdijk, Peter. Regles pour le Parc Humain. P, 13
6 No hablamos aquí de la aparición de la escritura, unos 3000 años anterior a la alfabetización griega, ni siquiera de las primeras escrituras fonéticas ciertamente anteriores al desarrollo helénico, si hablamos aquí de los griegos es porque fueron los primeros en lograr una alfabetización generalizada al grueso de su sociedad.
7 Como casi todo mundo sabe (menos Menem), el mismo maestro de Platón, Sócrates, rechazaba la escritura.
8 Como ya hizo Jacques Derrida en su célebre La Pharmacie de Platon.
9 Con todo, hasta la fecha hay quien sostiene la leyenda de origen aristotélico según la cual Platón no habría expuesto su verdadera doctrina en sus diálogos escritos, sino en una lección no escrita que reservaba a sus mejores alumnos.
10 Nadie ha sabido explicar el milagro de la escritura griega mejor que Kant para quien el mito sin la fuerza esclarecedora del logos era ciego; el logos sin la fuerza imaginaria del mito, estéril.
11 Para ello, alega, Havelock, habría que esperar que el ejercicio de la lectura hubiera purgado al verbo ser (einai) de sus sentidos concretos hasta convertirse en una cópula pura.
12 Flaubert, Gustave. Dictionnaire de Idées Recues, p. 13


Bibliografía:

  • DERRIDA, Jacques. La Pharmacie de Platon en La Dissemination. Seuil, Paris, 1972
  • FLAUBERT, Gustave. Dictionnaire des Idees Recues. Mille et Une Nuits, Paris, 2000
  • HAVELOCK, Eric. The Greek Concept of Justice. Harvard, Cambridge, 1978.
  • MCLUHAN, Marshall. Understanding Media. Mentor, New York, 1964
  • PLATÓN. Fedro. UNAM, D.F., 1964
  • SARTORI, Giovanni. Homo Videns. Laterza, Roma, 2000.
  • SLOTERDIJK, Peter. Regles pour le Parc Humain. Mille et une Nuits, Paris, 2000
  • __________. La Domestication de l'Etre. Mille et Une Nuits, Paris, 2001

Dr. Alfredo Troncoso
Director académico de Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Nuevo Mundo (UNUM) y Catedrático del ITESM Campus Estado de México, México

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