Razón y Palabra Bienvenidos a Razón y Palabra.
Primera Revista Electrónica especializada en Comunicación
Sobre la Revista Contribuciones Directorio Buzón Motor de búsqueda


Diciembre 2001 - Enero 2002

 

Número del mes
 
Números anteriores
 
Editorial
 
Sitios de Interés
 
Novedades Editoriales
 
Ediciones especiales



Proyecto Internet


Carr. Lago de Guadalupe Km. 3.5,
Atizapán de Zaragoza
Estado de México.

Tels. (52) 58 64 56 13
Fax. (52) 58 64 56 13

La Generación Yoghurt o la Juventud en éxtasis que lanza Un grito desesperado
 
Por Juan Enrique Huerta Wong
Número 24

Cuando en mayo de 1997 investigadores nacidos en la década de los 60 se reunieron para compartir experiencias y reconocerse como una segunda generación del estudio de la comunicación en México, identificándose a sí mismos como la Generación McLuhan (Marques de Melo, 1997), también surgió la necesidad de identificar a una tercera edad entre los personajes involucrados en la acumulación de conocimiento en el área1 , estudiantes de esos profesores de treintaitantos.

El resultado fue que aparentemente de una forma algo autoritaria, a estos jóvenes -que, justo es decirlo, se reconocen como generación quizá por ahora tan sólo a partir del mero nombre-, se les confirió el nombre de Generación Yoghurt. La primero que diferencia a esta generación, real o deseada, es que el mote les fue impuesto, a diferencia de sus profesores McLuhanianos, quienes sintieron que el tiempo por el que les tocó nacer, correspondiente al establecimiento de las ciencias de la comunicación como área de estudio, coincidió y en gran medida obedeció a las aportaciones del estudioso canadiense.

Este texto tiene como objeto revisar crítica pero también muy subjetivamente algunas de las características de esta aún muy emergente generación partiendo desde una perspectiva en principio más amplia a la estrictamente académica, tal como proponen Marques de Melo (1997) y Sánchez Ruiz (1995)2, hasta llegar a la enumeración de algunos de los problemas y retos principales que le corresponde abordar. Justo es decir que el texto, como un rasgo propio de la generación, no se toma demasiado en serio.

Resulta preciso reconocer dos grandes sesgos de origen. El primero de ellos es que esta visión está hecha desde el interior de la generación y por ende es necesariamente parcial y subjetiva, con la agravante de la carencia de que, contrario a lo que Fuentes Navarro expone como deseable, esta discusión no parte, por lo menos no de manera primaria, del ejercicio de la "autorreflexividad sobre las prácticas reales y concretas de investigación" (1997, p. 228). Valga decir aquí que al tratarse de un trabajo desde y sobre una generación emergente, las "prácticas reales y concretas de investigación" en las que se apoya no han encontrado aún las rutas de la publicación o se encuentran realizándose3. El segundo es que este texto recupera algunos de los muchos puntos propuestos sobre todo por Fuentes Navarro (1995, 1996a, 1996b, 1997, 1998, 1999ª, 1999b), pero también por otros autores de la suya y de la generación McLuhan y casi sin proponer nada más, los examina a la luz de este grupo emergente. De suyo quizá esta doble limitación haría innecesarias estas páginas, sino por la sutil invitación de Nimijean (1997) a que los estudiantes participen en la discusión de los procedimientos del conocimiento científico, reconociendo en principio su posición algo menor ante aquellos actores ya reconocidos. Es en esta lógica que estas breves líneas no pretenden convertirse en un Tratado de nuestra generación, sino, en el no menos ambicioso de los proyectos, introducir una discusión desde una perspectiva de profesores y estudiantes si, pero en términos horizontales, democráticos, inteligentes y no autoritarios, cerrados, verticales.

Entonces quizá sea necesario plantear en principio algunas preguntas como punto de partida, ¿cómo podemos definir a la Generación Yoghurt, cuáles son algunos de los rasgos de su contexto histórico, que importancia tiene discutir su existencia?, ¿cuál es el escenario que les toca habitar en el campo académico de la comunicación?, ¿qué tipo de compromisos ha de enfrentar?, ¿por qué es posible, incluso deseable, hablar de una tercera generación de investigación de la comunicación en México?.

Generación Yoghurt: escenario, retos
Una primera revisión de la literatura respecto al campo académico de la comunicación4 dificulta cualquier acercamiento a una definición de la Generación Yoghurt. El único autor que se encontró documentando el término fue Marques de Melo (1997) en un trabajo que fue catalogado como periodístico (Fuentes Navarro, 1997, p. 237). Partiendo de esa dificultad, valga un ensayo de definición, siempre incipiente e insuficiente, dados los motivos mencionados arriba. En principio este texto supone a la generación Yoghurt como aquella en la que sus componentes nacieron en los setenta, para distinguirla de la generación McLuhan, nacidos en los sesenta (Razón y Palabra, 1997, introducción). Por tanto se trata de jóvenes de edades entre 20 y 30 años, estudiantes de pregrado y posgrado o profesores noveles interesados en el quehacer académico y quizá con una formación doctoral en gestación, ya porque se esté gestando, ya porque forma sólo parte de sus buenos deseos. Desde otra perspectiva, supone también la última de la generación X, aunque el boom tecnológico que la generación Y parece vivir, los alcanza parcialmente. Otros la llaman La Generación de la Crisis (Mejía, 1998) y la ubican hasta los 32 años. Para seguir la lógica de la discusión de Marques de Melo (1997), el mundo que a lo largo de su crecimiento han observado estos jóvenes parece ser a grandes rasgos uno donde la guerra fría fue cuando mucho un muy ajeno emisario del pasado; uno donde las luchas ideológicas se confundieron con la mezcla espiritual del New Age; uno donde pocos cuestionan ya el poder de los medios -en el sentido de la facultad hegemónica de los medios, no de su capacidad para lograr cualquier efecto fijado- pero en donde también muy pocos pugnan por alejarse de él; uno en donde el conservadurismo ha vuelto a imponer su ley paulatina, silenciosamente, pasada la fiebre de las postrimerías de la guerra fría, bien representado en nuestro país con el voto primero y el aplauso callado después a los gobiernos de la derecha. Siguiendo a Mejía (1998) -y a los recientes acontecimientos mundiales-, este mundo es uno en donde las luchas han dejado de ser ideológicas y se han vuelto raciales, religiosas. Un mundo donde la confusión invade casi todos los escenarios, en crisis pero globalizados, posmoderno y autoritario, todo junto y separado al mismo tiempo.

En las ciencias, todo se replantea, se cuestiona, no sin tropezones y reticencias, pero se duda. En algunos sectores, la pertinencia de la ciencia misma es sujeta a escrutinio (Chalmers, 1997). En las ciencias sociales, algunos de los autores más influyentes exigen revisar la vigencia de las "disciplinas", una división realizada, según Wallerstein (1991), bajo criterios de la política liberal del siglo 19, que por supuesto no toma en cuenta el estudio de la comunicación social, un área del siglo 20. Sin embargo, esta revisión, reticente, hecha por quienes fueron educados bajo esos modelos, tampoco incorpora a nuestra área de estudio, como muestra la lectura que sobre una discusión reciente de Wallerstein hace Fuentes Navarro (1998, p. 173). Ya es añeja la noción de triple marginalidad que Sánchez Ruiz propuso hace una década (cfr. Sánchez Ruiz, 1995) y una lectura diferente de los datos aportados por Fuentes Navarro (1997 y 1996b) sugiere que en el gran escenario de las ciencias sociales la comunicación es aún vista como una hermana menor, cuando más.

Resulta interesante observar los desequilibrios del escenario actual. Siguiendo a Fuentes Navarro (1996a), los 10 años que siguieron a 1985 registraron un mayor número de escuelas, estudiantes y egresados que lo que se había sumado hasta ese año. La lectura del mismo autor aporta un reflejo de este crecimiento. Aparentemente la matrícula ha seguido creciendo con la misma velocidad. El autor documenta primero poco más de 120 escuelas (1996a), 140 después (1996b) y más recientemente 150 (1997), cifra que coincide con un estudio hecho desde otro lado (Pérez Dávila, Rodríguez Díaz, Vázquez Vázquez y Toscano García, 1997). En cualquier caso, estos autores explican que parece haber más licenciaturas sobre comunicación ofrecidas en México que no aparecen en los directorios del Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación de las Ciencias de la Comunicación -Coneicc-, Secretaría de Educación Pública -SEP- o la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior -ANUIES-. De acuerdo con la información limitada de estos directorios, podemos decir que existen al menos 817 universidades e instituciones de educación superior, de las que más del 18 por ciento ofrece alguna carrera en el área de comunicación (Pérez Dávila et. al., 1997). Para Fuentes Navarro (1996b, 1998, 1999), existen datos suficientes para asegurar que de las 10 carreras profesionales de mayor demanda en México, la comunicación es la que mayor crecimiento reporta.

Este crecimiento cuantitativo, como también reporta Fuentes Navarro (Cf. el capítulo 3 de 1998, así como 1999b) no ha ido de la mano de un crecimiento cualitativo. La demanda, reporta Luna (1995) empujó a la institucionalización y a la sobreoferta, esto aunado a la condición peculiar de que en México no se necesita un título -menos aún uno de una universidad exigente-, para ejercer (Cf. aquí el capítulo 2 de Fuentes Navarro, 1998, así como 1995) prácticamente en ningún espacio de los tradicionalmente clasificados como correspondientes al perfil de los egresados de la carrera.

Esto parece reflejarse en el comparativamente lento desarrollo de la cantidad y calidad del subcampo científico de la comunicación, que en algunos sentidos parece marcar un retroceso. De tres posgrados que en comunicación alcanzaban los criterios de excelencia de la Comisión Nacional para la Ciencia y la Tecnología -Conacyt- en 1995 (Fuentes Navarro, 1995), para 1999 sólo quedaban dos (Fuentes Navarro, 1997), los de la Universidad Iberoamericana -Uia- y de la Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM- luego que Conacyt decidió que la maestría del Tecnológico de Monterrey no cuenta con suficientes profesores de planta que formen parte del Sistema Nacional de Investigadores, aparentemente un criterio decisivo (p. 235). Hoy este dato ha crecido, particularmente mediante asociaciones con otras disciplinas de las Ciencias Sociales. Aunque en los últimos años ha habido un interés creciente de parte de los investigadores de temas de comunicación por ingresar al Sistema Nacional de Investigadores -más o menos correspondido por este organismo- aún queda pendiente en la agenda de la discusión la apertura del rubro comunicación en esta nómina (Fuentes Navarro, 1995, 1997), lo que podría convertir en un círculo la falta de desarrollo del subcampo, pues muchos de los 18 investigadores nacionales reconocidos no forman parte del claustro de los posgrados y cuestionan fuertemente la legitimidad del único organismo constituido para producir, organizar, orientar y difundir la investigación de la comunicación en México, la AMIC (Fuentes Navarro, 1999a). Este escenario ha hecho, por ejemplo, que a Fuentes Navarro le parezca que el campo académico de la comunicación se encuentra desarticulado/desestructurado (cf. 1998), donde su estructuración parece depender mucho de su postdisciplinarización, que define como un

movimiento a la superación de los límites entre especialidades cerradas y jerarquizadas, y al establecimiento [...] de un campo de discursos y prácticas sociales cuya legitimidad académica y social dependa más de la profundidad, extensión, pertinencia y solidez de las explicaciones que produzca, que del prestigio institucional acumulado por un gremio encerrado en sí mismo (en Fuentes, 1997, p. 221).

La investigación de la comunicación en México, sugiere en otro trabajo (Cf. el capítulo 3 de Fuentes, 1998), es más una práctica individual, aislada, quizá por tanto ensimismada, que un conjunto de quehaceres legitimados en los términos de esta postdisciplinarización. Aún parece pesar más el prestigio institucional que confieren, en un círculo vicioso y sólo por dar un ejemplo, la repetición de los nombres de personas y escuelas en las máximas cúpulas de la institucionalización y el campo de la comunicación en México (id). El mismo Fuentes Navarro da un buen ejemplo de la ausencia de visión crítica que, sugiere, sostienen frecuentemente los individuos que ostentan los máximos nombres de la institucionalización de la comunicación en México:

Cada uno de ellos [los autores del número 30 de Comunicación y Sociedad], en su más larga o más corta trayectoria, ha evidenciado su capacidad no sólo para realizar estudios empíricos y pertinentes sobre líneas de investigación bien definidas, sino también su competencia para poner en cuestión, responsable y críticamente, los esquemas y recursos que están en la base de sus prácticas... (1997, p. 219).

Desde este escenario resulta pertinente discutir la noción de una tercera generación de investigadores en México, recuperando la preocupación de "hacer sentido sobre la producción del sentido" que de acuerdo con Fuentes Navarro (Cf. la introducción de Fuentes, 1998, así como 1999b) es tarea toral para la comprensión de nuestro quehacer, para que no ocurra, como decía Caletti (en Diálogos, 31), que sólo podamos explicar a parientes y amigos el para qué de nuestros quehaceres. So riesgo de parecer simplistas, quizá podría decirse que toca a la primera generación la fundación del campo, bajo los tres modelos fundacionales de escuela de periodistas, filósofos y científicos sociales que propone Fuentes Navarro (Cf. 1995, el cap. 2 de 1998, y 1999b); a la segunda generación le corresponde ubicar las bases de la cientificidad del campo, organizar los quehaceres educativo y científico, así como determinar la "superación a los límites entre especialidades cerradas y jerarquizadas", también terminar con algunas dicotomías de siempre irreconciliables, como escuelas privadas-públicas, métodos cuantitativos-cualitativos. Es oportuno decir que así como los tres modelos fundacionales que de la carrera de comunicación propone Fuentes Navarro se superponen uno a otro y finalmente se mezclan, de similar manera estas dos primeras generaciones, aún en activo y de manera vigente dominantes han participado en todos estos procesos incluso sin que sean acabados, como es el caso del fin de las dicotomías. Con todo, quizá podemos ensayar esta breve mirada si reconocemos que resulta hasta forzado distinguir generaciones donde quizá sólo exista un camino natural de acumulación del conocimiento y relaciones de profesores y estudiantes unidos por preocupaciones de colegas. Valga decir que, como se ha mencionado arriba, no fue mi generación la que en principio distinguió estas diferencias y que las preocupaciones hacia miradas acríticas al interior del campo surgen de los sectores más reconocidos (Fuentes Navarro, 1999a).

Existen, como documenta Fuentes Navarro (en el capítulo 3 de 1998), algunas preocupaciones que de origen se tienen en el campo y otras que han surgido de los esfuerzos por solucionarlas. En el proceso de constitución del Coneicc y de la AMIC, se distinguen algunos puntos en común como promover la infraestructura para la investigación, impulsar la producción científica mediante publicaciones y becas, estrechar los lazos internacionales con organizaciones del área y desconcentrar al campo mediante la regionalización de los esfuerzos (pp. 173-176). El mismo autor sugiere que algunas se lograron, otras se intentaron y algunas más quedaron sólo en buenos deseos. Desde la pugna inicial entre Jara y Rota, la solución a la problemática trajo consigo la lucha por el prestigio al interior del campo académico. Esta búsqueda se convierte en factor desestructurante y establece paradojas. Quien pugna por una mayor calidad de la cientificidad que permita incorporar a nuestro país a la lógica del desarrollo del campo en el plano internacional, termina estableciendo cotos de poder cerrados, excluyentes y/o abandonando la práctica de la investigación para dedicarse a labores administrativas, opinan algunos de los más reconocidos investigadores mexicanos (Fuentes 1999a).

Parece entonces que a la Generación Yoghurt habrán de heredársele es esfuerzo de las instituciones socialmente dominantes por agotar las ciencias sociales en nuestro país, se encuentran ya ocupados.

Con todo, lo primero es reconocerse como generación y ocuparse en este camino. Un aporte significativo a este dar cuenta de nuestro presente y futuro como generación lo ha realizado aparentemente la Red de Investigación y Comunicación Compleja -RICC-, que parece no se ha detenido a observar la formación curricular de sus miembros, sino sus capacidades y voluntades para participar en la acumulación de conocimiento en nuestra área, con algunos resultados ya visibles. La Generación Yoghurt forma parte importante de La Red, tal como ellos se distinguen, con más aciertos que errores. En ellos los proyectos regionales y aún nacionales parecen haberse convertido, con base en la elasticidad, en una realidad más o menos asequible, variando el tono según los proyectos de quién o de qué se traten. Sin embargo, pese a su formación horizontal discursiva, La Red cada vez más ha tendido a institucionalizarse y a cerrarse, además de que la adhesión de los Yoghurt a ella frecuentemente parece haberse efectuado de manera acrítica, algo que, sugerimos arriba, merma la acumulación en cantidad y calidad del conocimiento. La discusión interna, madura, civilizada, no parece ser una de sus características y una revisión en este sentido quizá les puede ser oportuna. O quizá, como este texto, su intención sea tampoco tomarse demasiado en serio.

Esto nos lleva a la proposición que quiero creer provocadora y que da motivo a este texto. Antes de enunciarla me gustaría revisar muy al paso algunos de los retos que la Generación Yoghurt debe tomar más por herencia que por compromiso voluntario. Éstos tienen que ver con la definición, de una vez por todas, de criterios de cientificidad al interior del área. Si bien más o menos existe acuerdo entre amplias zonas del campo por lo que es y no es científico, esto no parece alcanzar el grado de madurez y consenso que han alcanzado otras disciplinas. Muchos de los más reconocidos autores mexicanos han propuesto la necesidad de que sea la evidencia empírica y no supuestos sobre los que se fundamenten argumentaciones epistemológicas (cf. por ej. Sánchez Ruiz, 1995, Cervantes Barba 1994/1995, Lozano Rendón, 1996, Benassini, 1994, 1996, 1999, Fuentes Navarro, 1995, 1999b). El punto es que, quizá de manera equivocada, me parece que si bien son muchos los que han argumentado esto, son menos los que parecen dispuestos a "la talacha" y aún menos los que se sujetan al escrutinio público. De hecho, el formato de artículo (paper) suscrito a revisión para su publicación en revistas científicas (journals), que en países con una tradición científica más sólida goza de la mayor legitimidad como producto científico por excelencia, sigue siendo poco entendido por investigadores legitimados (Cf. Zermeño, 2000). Un factor por el que la Generación Yoghurt gana espacios de discusión al interior de simposios, encuentros y congresos, es que la enorme mayoría de los investigadores consagrados prefieren guardarse sus resultados antes que ventilarlos frente a la masa: el X Encuentro Nacional Coneicc sugirió que somos pares pero no tanto y que muchos de los doctores y/o investigadores con cierto reconocimiento ya no pueden presentar ponencias -que parecería la forma adecuada de reportar investigación reciente- sino conferencias, talleres, presentarse libros, darse premios, pero no exponerse a la muchedumbre si no es para el aplauso. El XI Encuentro Nacional Coneicc ni siquiera incluyó el formato de presentación de ponencias arbitradas.

El compromiso de la generación entonces tendría que empezar con tomar estos espacios que los profesores e investigadores consagrados han dejado voluntariamente a un lado y convertirlos en verdaderos foros de discusión de datos, interpretaciones de algunas realidades e incluso el intento por teorizar holísticamente a la comunicación, todo lo cual se ha manifestado siempre en el discurso de las organizaciones aglutinadoras del estudio de la comunicación en México (cf. Fuentes Navarro, 1998, cap. 3).

Adonde quiero llegar es que en principio, la Generación Yoghurt habría de aprender aprendiendo en por lo menos dos vías. Una relacionada con la acumulación de todo tipo de conocimiento en el área, la segunda con "la producción del sentido acerca de la producción del sentido". Todo tendrá que replantearse, reconstruirse, mirarse críticamente. Para obtener una luz propia, esta generación tendría que dejar de sumarse a los grupos del aplauso mutuo e intentar espacios más allá de los cotos de poder, como ya proponen algunos de los investigadores de las generaciones precedentes (Fuentes, 1999a). La búsqueda del espacio internacional ante criterios legitimadores más allá del reconocimiento mutuamente ensimismado, cerrado, de algunas de nuestras publicaciones académicas puede ser una salida, si bien ardua, espinosa. Esto nos lleva a la necesidad de mirar allende la frontera, asomarse a los criterios de legitimidad de publicaciones internacionales, de las decisiones acerca de lo que es o no científico más allá del teorizaje o peor aún, del nepotismo. La característica parcialmente tecnificada de esta generación le facilitará esta internacionalización con más probabilidades que antes, que hasta ahora ha sido tan sólo aislada (Fuentes Navarro, 1998, 205).

Con todo, como desde el principio lo supieron los jesuitas que fundaron la carrera, la tecnología no basta, ni siquiera parece ser trascendente. Es necesario dejar de ser complacientes y mirar todo de manera crítica. Muy recientemente la revista Comunicación y Sociedad ha abierto un foro de discusión, aún pequeño y cerrado, pero abierto al debate al fin y al cabo. Esto parece ser un síntoma de estos tiempos. Y es que, como se ha dicho arriba, aún los espacios más horizontales como la RICC, se convierten en foros acríticos de elogio y aplauso mutuo. Un autor de la RICC ha dicho recientemente que

el punto clave es la pregunta por la percepción del mundo social por los distintos actores, y en particular por su aceptación o no de estructuras jerarquizadoras autoritarias frente a las posibles estructuras democráticas alternativas (Morales Lira, 1998, p. 245).

Es preciso decir que cuando llamamos a la necesidad de que la generación se distinga por su capacidad crítica eso no significa de ninguna manera ser contestatario de manera sistemática, como bien apunta Fuentes Navarro (1997, y también en el capículo 3 de 1998), sino la capacidad de revisar todo en calidad de pares y aún más, significa sistematizar, haciendo sentido de la producción del sentido, las maneras en que producimos y compartimos conocimiento, intentar obtener evidencia de estos cotos de poder que se supone existen y/o de si el reconocimiento a investigadores y profesores lleva tras de sí trabajo empírico sólidamente estructurado o si la conquista del prestigio obedeció más a causas políticas o administrativas que científicas. Estudiar al campo desde la percepción de sus actores y fuera de ella, parece una primera tarea importante y urgente.

Un grito desesperado 80000

En este texto, discursivo y muy limitado por tanto, se ha intentado una definición parcial, primera, identificatoria, de la Generación Yoghurt. Revisando el escenario actual del campo académico de la comunicación en México se ha dicho que parece pertinente la discusión de su rol en el subcampo científico a fin de retomar la propuesta de Fuentes Navarro de "hacer sentido de la producción del sentido" (1999b). Para ello se han aportado datos para decir con López Veneroni que este campo se encuentra aún en emergencia, si bien este carácter parece constante y producto de nuevas y repetidas crisis (Diálogos, 1991). Se ha planteado que uno de los principales obstáculos generacionales es la ausencia de espacios laborales y el descrédito y aparente inmovilidad de algunas de las instituciones más importantes del área, así como la presencia, más sutil, de la triple marginación propuesta por Sánchez Ruiz una década atrás. Dos son las vías que se han propuesto como retos principales de la generación, investigación rigurosa que permita paulatinamente teorización holística e investigación sobre la investigación, más sistemática aún, si se puede.

Entonces y sin ánimo de ser reduccionistas, todo parece simple de origen. La sistematización, el conocimiento de lo que ocurre al interior del campo académico probablemente indicará algún rumbo más cierto de la cientificidad de nuestra área, sobre todo si esta visión está influida por el panorama internacional y el conocimiento de lo que en los países que han alcanzado mayor grado de desarrollo en sus horizontes académicos es legítimo o no. No se trata de imponer otros criterios jerarquizadores, por tanto autócratas, sino de que no se avance a ciegas por esos senderos. Al mismo tiempo, el avance en el rigor científico podrá, quizá hasta de manera natural, permitir acercamientos paulatinamente más holísticos, ausencia que tanto se critica como hemos visto, al interior del campo académico de la comunicación no sólo en México, sino a nivel Latinoamérica, toda vez que más o menos las carencias mexicanas son también las de nuestra región. A la distancia, sin que tengamos mucho conocimiento de ello, Brasil parece haber avanzado en esa ruta. La propuesta por el debate en México sigue siendo novedosa, aún con los valiosos aportes de teóricos como los, justo es decirlo, superficialmente revisados en este texto. Si el conocimiento producido es de una vez sistemáticamente valioso y se difunde en foros más amplios, su naturaleza facilitará otro tipo de objetivos planteados también de origen, sobre todo por esta misma AMIC, tales como los nexos con la sociedad a través, por ejemplo, de Organizaciones No Gubernamentales y el Congreso de la Unión. Esto y el reconocimiento de la "gran" comunidad académica nacional e internacional quizá abra espacios laborales para aquellos interesados -más capaces en términos científicos y no políticos- en la acumulación del conocimiento. Tal es, supongo, uno de los grandes retos de la generación Yoghurt, esa Juventud en éxtasis que ni lanza Gritos desesperados, ni se toma demasiado en serio.


Notas:

1 Se utiliza aquí el término "área" para designar al estudio de la comunicación pero sobre todo la ausencia de consenso entre los estudiosos del tema, quienes no parecen estar de acuerdo en si nuestros objetos de estudios son suficientes para hablar de una disciplina, una ciencia, postdisciplinariedad o tan sólo convergencias. Para un ejemplo de esta discusión véase Fuentes Navarro, 1997.
2 Para quien la producción de conocimiento es "una práctica social, por lo tanto inmersa en condiciones y mediaciones sociales, culturales, económicas, políticas, institucionales, etc." (p. 83, subrayado en el original).
3 Este texto, por ejemplo, resultó de algunas reflexiones introductorias del estudio "Estructuras de poder en el campo académico de la comunicación en Mëxico" que habrían desarrollado profesores de los departamentos de comunicación del Tecnológico de Monterrey en Monterrey y Guadalajara. El estudio, como tantos otros proyectos en el campo, nunca se realizó.
4 En este trabajo ha de referirse al campo académico de la comunicación como la estructura estructurante/ desestructurada que parece proponer Fuentes Navarro (1998), pero en ocasiones también indistintamente con lo que este mismo autor plantea como el subcampo científico del área, toda vez que no es a las dimensiones profesional o educativa a lo que se aludirá con mayor frecuencia, por no ser ese el objeto de este texto, sino a la colectividad dedicada al crecimiento del conocimiento al interior de la disciplina (Fuentes, 1995).


Referencias:

Benassini Félix, C. (1994). Entre la rutina y la innovación: Los egresados de nuestra carrera. México, D.F.: Universidad Iberoamericana.
Benassini Félix, C. (1996). ¿Desde dónde se enseña la comunicación en México? : Primer reporte de trabajo campos profesionales y mercados laborales. México, D. F.: Universidad Iberoamericana/CONEICC.
Benassini Félix, C. (1999). Campos profesionales y mercados laborales: Perspectivas de los egresados. Anuario de investigación de la comunicación (V), 123-146.
Cervantes Barba, C. (1995). ¿De qué se constituye el habitus en la práctica periodística? Comunicación y Sociedad, 24, 97-125.
Escuelas de comunicación, ¿para qué? Diez años de Felafacs. ("institucionalización", 1991) Diálogos, 31.
Chalmers, A. F. (1997). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la ciencia y sus métodos. (19a edición). México: Siglo XXI.
Fuentes Navarro, R. (1999a). Reflexividad y prácticas de investigación entre académicos de la comunicación en México. Anuario de la investigación de la comunicación (V), 97-122.
Fuentes Navarro, R. (1999b). La construcción social de la historia de la ciencia de la comunicación y su institucionalización universitaria. Ponencia presentada en el X Encuentro Nacional CONEICC, Colima, marzo 3-5.
Fuentes Navarro, R. (1998). La emergencia de un campo académico: continuidad utópica y estructuración científica de la investigación de la comunicación en México. México: ITESO/Universidad de Guadalajara.
Fuentes Navarro, R. (1997). Retos disciplinarios y postdisciplinarios para la investigación de la comunicación. Comunicación y Sociedad, 31, 215-241.
Fuentes Navarro, R. (1996a). La investigación de la comunicación en México: sistematización documental 1986-1994. Guadalajara: Universidad de Guadalajara/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente
Fuentes Navarro, R. (1996b). La estructura institucional mexicana para elestudio de la comunicación en los noventa. Espacios de Comunicación, 1,141-164.
Fuentes Navarro, R. (1995). La institucionalización académica de las ciencias de la comunicación: campos, disciplinas, profesiones. En Galindo, J. y Luna, C. (coordinadores). Campo académico de la comunicación: hacia una reconstrucción reflexiva, 45-78. México, D. F.: ITESO/Conaculta
Galindo, J. y Luna, C. (coordinadores) (1995). Campo académico de la Comunicación: hacia una reconstrucción reflexiva. México, D.F.: ITESO/Conaculta
Lozano Rendón, J. C. (1996). Teoría e investigación de la comunicación de masas. México: Alhambra.
Mejía, M. (1998). La generación de la crisis: 27 millones de mexicanos entre 17 y 32 años. El Financiero, abril 26, p. 6.
Morales Lira, R. (1998). De redes, creadores y sujetos otros: Las redes de comunicación y cultura en los jóvenes. Espacios de comunicación (2), 237-246.
Nimijean, R. (1997). And what about studens?: The forgotten role of students in the scholarly communication debate. Canadian Journal of Communication, 22 (3/4), 179-196.
Pérez Dávila, J. Rodríguez Díaz, M., Vázquez Vázquez, J. C., Toscano García, A. (1997). La carrera de comunicación en México, Estados Unidos y Canadá. Razón y palabra, edición especial 1. Disponible en: http://www.razonypalabra.org.mx
Razón y Palabra (1997). Introducción. Edición Especial 1, "Generación McLuhan". Disponible en: http://www.razonypalabra.org.mx
Sánchez Ruiz, E. (1995). La investigación de la comunicación en tiempos neoliberales. En Galindo, J., Luna, C. (coordinadores), Campo académico de la comunicación: Hacia una reconstrucción reflexiva, 79-92. México: ITESO/Conaculta.
Wallerstein, I. (1991). Análisis de los sistemas mundiales. En Giddens, J., Turner, F., La teoría social: hoy. México: Grijalbo.
www.cem.itesm.mx/ricc/ (1999, abril). Red de Investigación y Comunicación Compleja, página Web.
Zermeño, I. (2000). Fragmentos de cotidianidad televisiva y otras tecnologías. Colima/Guadalajara/México: Universidad de Colima/Universidad de Guadalajara/Conacyt.


Juan Enrique Huerta Wong
ITESM, Campus Monterrey, México