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Por Gabriel Hernández
Calderón
Número 25
Hoy en día,
las sociedades son una especie de Sísifo. En la mitología
griega Sísifo fue condenado por Zeus a subir una piedra a
la cima de una montaña. Cuando lograba hacerlo, tenía
que tirarla de nuevo. Luego debía bajarla y subirla de nuevo
Y ese era su castigo eterno. Esta es la imagen de la sociedad civil
que hoy podemos percibir: por un lado producimos para destruir.
Y como destruimos, eso nos fuerza a producir de nuevo. Sólo
bajo este contexto es previsible la aseveración de Marshall
Mac Luhan: tal parece que el único lugar donde podemos estar
verdaderamente solos es en el baño; saliendo de él,
estamos sujetos al mundo de la industria y al ciclo de la producción-destrucción.
Educación
y la sociedad del nuevo milenio
En efecto, socialmente hoy se rompen todas las estructuras, mientras
que la descomposición avanza y ocupa un lugar importante.
Sin embargo, al mismo tiempo protagonizamos el surgimiento de nuevas
conciencias superiores que van forjando una cada vez mayor participación
social. Es así como nuestro mundo enfrenta, no una crisis
social que parece además de recurrente, interminable; sino
ante todo, una mutación de la civilización.
Junto a esta situación
de nuestras sociedades, en las teorías predomina, por un
lado, el "objetivismo", basado en las cosas e intereses
económicos, mientras las batallas por la libertad y la democracia
rebasan esos horizontes. Por otro, las interpretaciones que reducen
todo al instrumentalismo pragmático y la búsqueda
de control, son superadas por los movimientos sociales espontáneos
que surgen en todos los países, independientemente de su
grado de "desarrollo".
Así como Kant
había dicho que la ciencia encontraba en la naturaleza lo
que previamente había puesto en la hipótesis, los
investigadores sociales, en muchos casos, sólo se encuentran
lo que interesa o halaga al cliente o institución que los
contrata.
Y así como
la economía real margina a las mayorías y se habla
del predomino de los servicios, de las finanzas y la especulación,
la teoría preferida se ocupa de "modelos", de instrumentos
de trabajo que no tienen valor cognoscitivo sino operacional; pues
desde el comienzo de estas tareas "científicas"
se renuncia a ver la realidad, así como el especulador financiero
renuncia a producir y busca acrecentar su capital apropiándose
el ajeno.
Y todo esto sucede
en una época donde el contexto global muestra tendencias
contradictorias hacia el integracionismo y la internacionalización
de las sociedades, en tanto que se pone en crisis la capacidad asimilatoria
del capitalismo y la producción se orienta hacia la obsolescencia
programada - desgaste rápido de los bienes de uso y consumo
para incrementar las ventas - .
Todo esto nos induce
a pensar que debemos reestructurar las ciencias sociales, y podemos
afirmar contundentemente que hay bases para esta misión.
Sin embargo, dicha tarea no será posible si no se considera
a la educación como uno de los principales bastiones de cambio
que marcan la pauta para no sólo reestructurar al estudio
social, sino a la propia sociedad.
Para ello es necesario
realizar un arduo trabajo de integración de las vertientes
educativas y construir las aportaciones positivas derivadas del
análisis crítico. Por ejemplo, frente a la cosificación
de las relaciones y objetos sociales, es necesario considerar a
la libertad social también como objeto de estudio y como
una de las principales potencialidades de la educación. Los
seres humanos, y por lo tanto las sociedades, tenemos la capacidad
de ser libres; es así como la educación debe desalienarnos,
es decir, reconstruirnos a nosotros mismos con base en una nueva
racionalidad, que no será simplemente la racionalidad natural
o técnica, sino una racionalidad humanizada.
Una verdadera educación
para las ciencias sociales debe ser capaz de ir más allá
del fetichismo, es decir, la nueva educación y ciencia social
habrán de ser reflexivas, críticas y humanistas; capaz
de superar sin transacciones a las concepciones liberales, positivistas,
formalistas y a la ingeniería social.
Hay que recuperar
al estudiante como un sujeto social, rechazando a la persona como
una entidad abstracta. En otras palabras, si bien la persona es
el asiento de la dignidad, entonces estamos obligados en la formación
académica de nuestros estudiantes a potenciar esas dignidad
en la medida en que construyamos ciudadanos y sujetos verdaderamente
existentes, superando con ello la vieja noción de la sociedad
simplemente como objeto o como sujeto, porque nuestro mundo social
ya no es simplemente objeto o sujeto, sino mundo social, donde es
inseparable la realidad de la conciencia, y más aún,
nuestra capacidad de acción.
Es por ello que debemos
impulsar desde las aulas voluntad, decisión y acción
en nuestros educandos, para no caer en el vacío y poder hacer
frente a las nuevas realidades sociales. Así pues, la nueva
educación no podrá ser simplemente un conocimiento,
y menos un simple instrumento para programar o controlar poblaciones.
Siendo reflexiva y crítica, la educación debe fomentar
la ciencia, que habrá de ser a la vez con-ciencia; esto es,
la educación no debe limitarse a ser una superestructura
social, sino ante todo, racionalidad que impregna la vida social
y que sea condición para la autoconciencia colectiva e individual.
El mito de la educación en ciencias de la comunicación
La práctica educativa de las ciencias de la comunicación
está envuelta dentro del anterior panorama, viéndose
obligada a replantear sus actuales esquemas. Debe construir nuevas
alternativas para propiciar no sólo profesionistas, sino
además profesionales capaces de trabajar más allá
de las nuevas tecnologías de la información o de dominar
las técnicas persuasivas. Su objetivo, forjar ciudadanos
conscientes de la necesidad imperante de cambios en las estructuras
sociales, mismos que pueden ser potenciados desde la comunicación.
Antes, debemos trabajar
en la búsqueda de una identidad común de nuestro quehacer,
al tiempo que debemos de olvidarnos de las galanterías y
mitos que rodean a la comunicación para no pervertir su sentido
original: la unidad, el enlace social. Comunicación no sólo
son los medios masivos; si extralimitamos nuestro campo nunca podremos
entender que, análogamente, la comunicación para la
sociedad como el fluido sanguíneo del cuerpo humano.
En pocos años,
la comunicación se ha generalizado, extendido, especializado,
profesionalizado y abierto a nuevos modelos y esquemas; se han constituido
oficios nuevos como el marketing directo, la comunicación
financiera, etcétera, y se ha abierto a nuevos medios. En
otras palabras, ha segmentado su discurso, en la medida en que se
ha complicado por el hecho de la multiplicación de los emisores,
de los mensajes, de los medios, de los públicos, por lo que
los parámetros para elaborar estrategias de comunicación
requieren cada vez de mayores y complejas acciones.
En este plano, la
práctica educativa en las ciencias de la comunicación
es un factor hegemónico para poder dar respuesta a estos
nuevos retos. No obstante, todavía encontramos resistencias
y viejas inercias y ambigüedades en la práctica educativa
de la comunicación, que obstaculizan el desarrollo de una
conciencia participativa de los educandos, quienes deberán
poseer ya no sólo los conocimientos comunicativos, sino además
las vivencias, voluntades, decisiones y acciones que deben seguirse
para hacer frente a los nuevos desafíos de las sociedades.
Y es así como
entramos a múltiples inquietudes, ¿debemos enseñar
a coordinar mensajes o a dirigir políticas de comunicación
que favorezcan las relaciones sociales?; ¿debemos uniformizar
o unificar sistemáticamente las estrategias educativas?;
¿cómo abordar el tema de la conciencia participativa
y la formación democrática de comunicadores?; ¿aún
existe un problema de identidad en las ciencias de la comunicación,
y en consecuencia, en su práctica educativa?; ¿debemos
expresar en la educación de las ciencias de la comunicación
una voluntad política o reducirla a categorías de
dispositivo técnico?; ¿la comunicación debe
aplicarse sobre productos o sobre sistemas?; ¿debe ser vertical
u horizontal la enseñanza comunicativa?
y así
un sinfín de cuestionamientos sobre la esencia de la propia
comunicación como ciencia y de su transmisión a través
de la educación.
Incluso hay quienes
afirman, como el caso de Federico Campbell, en su libro Periodismo
escrito (Ariel), que en las escuelas donde se imparten las ciencias
de la comunicación se fomenta el analfabetismo regresivo,
al despreciar un amplio núcleo de conocimientos, privilegiando
otras categorías. Y aún es más severo al señalar
que se trata de instituciones fraudulentas impulsadas por profesores
ignorantes.
Es evidente que resulta
controversial la opinión del mencionado periodista, pero
habría que revisar bajo qué términos lo afirma
y en qué contexto nos desenvolvemos las escuelas de ciencias
de la comunicación y periodismo. Ciertamente no podemos negar
muchas inercias en nuestra práctica educativa y planes de
estudio, como tampoco debemos negar los importantes avances que
ha generado nuestro campo de estudio en sus diferentes niveles.
En este contexto,
la práctica educativa para las ciencias de la comunicación
incluso hay que concebirla como uno de los agentes que constituyen
las bases de un desarrollo sustentable de la sociedad. El problema
es retador desde muchos puntos de vista, ya que implica una serie
de cambios esenciales a las formas tradicionales. En efecto, se
requieren transformaciones conceptuales, metodológicas y
valores para internalizar los retos asociados a una transición
hacia el desarrollo sustentable. Asimismo, se necesitan formas más
democráticas en el ejercicio del poder y mayores posibilidades
de participación social, y en particular de los diversos
sectores involucrados con el ramo comunicativo. Por ello la estrategia
privilegiada de cambio es la educación en todas sus derivaciones,
obligándonos a revisar los sistemas formales y no formales.
La amplia problemática
de la comunicación, como la difusión de la cultura,
la educación y otros ámbitos que incluso aún
no hemos descubierto, nos obliga a refundar algunos de los ejes
en los que sustentamos la práctica educativa. Un ejemplo
podría ser las escasas reflexiones con los estudiantes en
torno a sus propios hábitos de consumo frente a los medios
de comunicación o su introyección de la comunicación;
también podríamos hablar del papel que juega la falacia
del estudio de la comunicación como un buen producto de mercadotecnia
que genera recursos a las universidades y que a todas luces resulta
atractivo para los jóvenes, ávidos de poseer un buen
status, gracias a una carrera profesional con "potencialidades
para crear fama, éxito y dinero".
El reto es complejo,
ya que más allá de su bondad discursiva, un sistema
transversal de enseñanza debe luchar con inercias disciplinarias
que se resisten a la integración. Por otro lado, resulta
claro que el ejercicio no puede consistir en tomar fragmentos de
cada disciplina e integrarlos forzadamente. Las líneas de
acción de la práctica educativa en las ciencias de
la comunicación deben voltear la mirada al receptor, a los
públicos, buscar nuevos mecanismos para darles la palabra,
para impulsarlos a la acción, motivarlos al cambio y comprometerlos
con los nuevos desafíos, en la medida en que se le presenten
los elementos reales, permítase la redundancia, de la realidad,
para que los reflexionen, los critiquen, propongan alternativas
y se involucren en acciones concretas. Así se asume que debe
propiciar estrategias preventivas y reorientar patrones de consumo
y mediación, así como promover la corresponsabilidad
y la participación social.
En estos procesos
se propone la generación de individuos que, al egresar, puedan
modificar su sistema de valores y actitudes, y que a su vez se inserten
en un esquema social de relaciones más solidarias, cooperativas,
autónomas y equitativas. La tolerancia, la pluralidad y el
compromiso social son algunos de los valores esenciales que se deberían
promover, más allá de falsas utopías o de añejas
y viciadas ideologías.
Los niveles de intervención
en el proceso educativo son también diversos. Por un lado,
en el ámbito de la educación formal existen espacios
que no pueden ser desatendidos, como el diseño curricular
y la formación y actualización magisterial. También
es necesario promover cada vez más espacios de acción
en el área de la comunicación y no sólo acceder
al control de los medios de comunicación, sino también
a amplios sectores que demandan especialistas del campo, como son
los movimientos sociales, las organizaciones no gubernamentales,
áreas específicas del sector oficial como las de salud,
cultura, recreación, deporte y otras, por sólo citar
algunos ejemplos, que nos demuestran la ya conocida centralización
hacia los tradicionales medios masivos de comunicación.
Las inercias en la enseñanza
de las ciencias de la comunicación
Lamentablemente, dentro del mismo proceso de la comunicación
se presentan variadas inercias, que suelen agudizarse dentro del
proceso de enseñanza-aprendizaje en las escuelas especializadas.
Antes de referirnos a éstas inercias es pertinente aclarar
el manejo analógico del término inercia. Para la física,
ésta refleja el estado de reposo o movimiento uniforme, que
bien podría tornarse en la pasividad e indiferencia dentro
de la educación y sus principales agentes; en la desidia
o en un esquema lineal, y por tanto, monótono, conservador
y arcaico de formar ciudadanos y seres humanos integrales, emprendedores
y humanistas, y no sólo técnicos.
Así, la inercia es aquel
obstáculo que impide el desarrollo de una conciencia participativa,
como perfil y meta de los educandos; esto es, una posibilidad de
potenciar cambios a través de decisiones de convicción.
Utopías hechas realidad en aras del bien común.
Una primera inercia es la inercia
teoricista. Arroja amplia información, que puede resultar
exhaustiva para los estudiantes, pero que aparece fragmentada y
sin ningún contexto que les permita significarla en un marco
más amplio.
La inercia disciplinaria centraliza
los planes y diseños curriculares hacia el aprendizaje técnico
y de manejo de los medios de comunicación, por encima de
las otras aplicaciones del campo de estudio, ignorando áreas
como la asignatura de comunicación educativa o didáctica,
por citar un caso.
La inercia metodológica
nos habla de una ruta reduccionista de la realidad en la que
los problemas se fragmentan demasiado para poder ser analizados,
desdeñando la posibilidad de una visión sistémica
en la que se descubran los diversos elementos que componen un problema
y que lleven a la propuesta de mejores y mayores soluciones.
La inercia consignataria lleva
a casos extremos donde las actividades educativas emprendidas son
mecánicas y sin ninguna explicación, justificadas
en el hecho de cumplir un programa, limitando la iniciativa del
estudiante y su capacidad de analizar la comunicación con
diferentes matices, determinando sus efectos y dando seguimiento
a sus propuestas.
La inercia de la evaluación
limitada constituye una de los principales límites ala
práctica educativa en comunicación, que en vez de
generar una ética diferente para abordar y concebir al fenómeno
comunicativo, se imponen límites axiológicos, simbólicos
y significativos para "medir" el conocimiento, fundamentado
en el argumento magisterial de la "subjetividad" de la
tarea de evaluar la educación en valores y descalificando
inmediatamente esta estratégica labor que debería
acarrear la práctica inmediata, la reflexión, crítica,
análisis, propuesta, y sobre todo, acción de los educandos.
La inercia del enfoque propedéutico
bloquea las iniciativas amplias de comunicación, reduciendo
al proceso de enseñanza-aprendizaje a niveles primarios que
se conciben como un paso para los niveles superiores y en consecuencia
se diseñan programas a escala, incluso llevando al extremo
a la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación a una Licenciatura
en Cualquier Cosa. Por eso es necesario un esquema más básico,
en el que los valores, las habilidades y las actitudes tengan un
lugar dentro de esta obsesión enciclopédica.
La inercia de la asepsia.
Hay diversos autores que consideran que el Estado controla y mediatiza
a sus futuros ciudadanos a partir de una selección ciudadosa
y aséptica de los contenidos que deben revisar. Esta necesidad
lucha en muchos casos con no ideologizar demasiado la educación
y de concebirla en su más amplia expresión.
Por último, podemos encontrar
la inercia de la localidad y la globalidad. En este caso,
encontramos que muchas veces los conocimientos o marcos de referencia
para éstos se extienden a situaciones ajenas a la realidad
de nuestros educandos y están determinados mayoritariamente
por otros países. Por otro lado, y en notable contraste,
escasamente se plantean marcos de referencia de la propia localidad.
De esta manera se fragmenta la relación de la realidad y
queda poco claro para los alumnos cuál puede ser su participación
o la repercusión de unos y otros hechos en determinados contextos.
Hoy la práctica educativa
de las ciencias de la comunicación debe visualizar el actual
panorama del campo profesional, y mirarse en el espejo de casos
como el periodismo, donde el 80% de quienes lo ejercen se desempeñan
sin título de licenciatura, sin organizaciones gremiales
autónomas, sin colegio profesional, sin código de
ética, sin ofertas de superación académica
profesional, con reducidos salarios y prestaciones, altos riesgos
personales e inseguridad en el empleo y sin planes para desarrollarse
junto con las empresas, obligando a los muchos de los periodistas
a sumirse en la mediocridad y la vendimia, anclando las ideas de
servicio y democracia que potencien el desarrollo armónico
del país.
Por eso sería conveniente
dejar en el aire como síntesis de este trabajo la necesidad
de replantear qué debemos enseñar a nuestros estudiantes
de comunicación, a revelar la realidad, con "V",
o a rebelar la realidad con "B". Lo primero significaría
continuar intermediando, revelando, es decir, velando, tapando de
nuevo la realidad. Rebelar, con "B", nos obligaría
a construir ciudadanos comprometidos, capaces de inconformarse con
su realidad y hacer frente a los cada vez mayores desafíos
de nuestra actual sociedad nacional, e incluso global. Entonces,
pues, debemos revisar el sentido epistemológico de la práctica
educativa de las ciencias de la comunicación y conducirla
hacia planos que generen en los educandos estadios de conciencia
y participación.
Estas son sólo algunas de
las inercias a vencer, desde luego el problema es retador y tiene
que encaminarse a la generación de propuestas imaginativas
y viables que permitan una mejor práctica educativa en las
ciencias de la comunicación. De otra manera, seguiremos produciendo
generaciones de comunicólogos angustiados o indiferentes
ante los problemas que viven y ese es un futuro completamente indeseable
para todos.
Lic.
Gabriel Hernández Calderón
Periodista. Premio Nacional de Periodismo
Juvenil en la categoría de reportaje en 1996. Actualmente se
desempeña como Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad
de Morelia, así como catedrático de la Escuela
de Ciencias de la Comunicación de la Universidad
Latina de América. |