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Por Víctor Montoya
Número 26
"El último Grumete de
la Baquedano", de Francisco Coloane (Quemchi, Chile, 1910),
es una obra que cayó en mis manos con el peso misterioso
de un libro bitácora, que se salvó de un naufragio
después de haber navegado por alta mar, bajo el brazo de
un marino ansioso por narrar las aventuras que le tocó vivir
a bordo de un buque de guerra.
La obra está dividida en
catorce capítulos y presenta a lo largo del tratamiento del
tema valores morales y estéticos que, probablemente, lo convierten
en uno de los relatos más hermosos de la vida de los marinos
que navegan viento en popa por los canales australes de Chile, pues,
a ratos, gracias a la magia y la intensidad del relato, el lector
tiene la sensación de estar a bordo de la corbeta la "Baquedano",
sujeto al timón y mecido por las olas que se rompen contra
la proa.
De este modo, Francisco Coloane,
"escritor sencillo, pero sensible", como él suele
considerarse, nos invita a dar un paseo imaginario por la vasta
geografía chilena, llevándonos a bordo de la "Baquedano",
que zarpa del puerto y navega por una geografía que él
frecuentó desde su infancia, conviviendo con pobladores humildes
y trabajadores que forjaron su ser y estimularon su vocación
literaria.
Para cualquiera que haya incursionado
en el mundo narrativo de Coloane, no será sorprendente descubrir
en "El último grumete de la Baquedano", a ese viejo
marino acostumbrado a contarnos, una y otra vez, historias cuyos
cabos sueltos están también presentes en sus novelas
"Cabo de Hornos", "La tierra del fuego" y en
su reciente libro de memorias "Los pasos del hombre",
donde el autor nos relata sus viajes y aventuras que transcurren
en la región austral de uno de los países más
largos y angostos de América.
"El último grumete de
la Baquedano", escrito con pasión y conocimiento de
causa, es un libro que bien podría servir como excelente
manual de navegación para quienes se embarcan en un puerto,
con las esperanzas de saciar su sed de aventuras y curiosidad con
los secretos escondidos en la vastedad del mar. El autor hace gala
de un estilo depurado y elegante, y desarrolla un argumento que
fluye con soltura a lo largo del relato, desde la caracterización
de los personajes, hasta el registro de giros idiomáticos
y expresiones propias de la jerga marina: "¡Veinte gados
a babor!", "¡Cierra la tarasca!", "¡Cazar
las escotas de estribor!", "¡Atrinca para la mar!",
"¡Prepararse para vivar por avante!"...
Francisco Coloane, en esta obra
de profunda trascendencia humana, nos sorprende con la sencillez
y sensibilidad de los grandes narradores de la literatura universal.
No pocas veces, más por su temática que por su estilo,
ha sido comparado con Jack London y Joseph Conrad, aunque a él
no le agradan ni desagradan las comparaciones con otros autores,
cuyos temas también abordan las aventuras de piratas y marinos.
Coloane sabe, de algún modo, que el mar no sólo es
una inmensidad azul que se pierde en el horizonte, sino un personaje
con vida propia, una suerte de amante que respira en sus flujos
y reflujos. Tal vez por eso recuerda la tarde en que doña
Eliana Rojas le dijo: "El rumor del mar es como los pasos de
alguien que se acerca pero que nunca llega", una imagen metafórica
que lo llevó a sentir nostalgia por el mar, y que fue confirmado
por las palabras que su padre le susurró antes de morir:
"Volvamos al mar".
Leer "El último grumete
de la Baquedano" implica, sin lugar a dudas, hacerse cómplice
del hilo argumental, sobretodo si alguna vez se estuvo a bordo de
un barco que avanza rumbo al Sur, donde las ráfagas del viento
ululan en las noches y los témpanos de hielo flotan como
osos polares en Tierra del Fuego.
El protagonista principal de la
obra, Alejandro Silva Cáceres, era el segundo hijo de una
madre viuda que, para solventar las necesidades de su humilde hogar,
lavaba y planchaba las ropas de dril y paño de los marinos,
cuyos oficiales lucían uniformes blancos y camisas de cuello
almidonado los días domingos.
Alejandro, hasta antes de embarcarse
clandestinamente en la "Baquedano", era alumno aplicado
en la escuela primaria y el liceo. Estudió con la obsesión
de ingresar algún día a la Escuela de Grumetes de
la Armada. Quería ser marino a cualquier precio, aun sabiendo
que su padre murió en un naufragio, y que su hermano mayor,
Manuel, desapareció en Magallanes, a donde se marchó
con la ilusión de que en los mares del Sur se ganaba mucho
dinero cazando nutrias, lobos, zorros y otros animales de piel fina.
De los trescientos y un hombres
que estaban a bordo de la "Baquedano", el último
tripulante era Alejandro Silva Cáceres, oriundo de Talcahuano,
quien, escondido en el peñol de la proa, inició la
mayor aventura de su vida, luego de haber tomado la decisión
de despedirse, por medio de una carta, de su madre y sus profesores
de liceo. Aunque tenía apenas quince años, como el
capitán de una de las novelas célebres de Julio Verne,
poseía el espíritu valiente y sagaz de un marino dispuesto
a enfrentar los avatares del destino. Al fin y al cabo, estaba consciente
de que este era el último viaje de la corbeta "Baquedano"
y la única oportunidad que tenía para convertirse
en uno más de los grumetes del glorioso buque de guerra,
que levantó los velámenes y zarpó rumbo a los
canales del Sur, llevando a bordo a trescientos y un hombres que
se internaron en la inmensidad del mar, con la proa en dirección
al viento.
Alejandro, al cabo de ser descubierto
en su escondite por el guadiamarina, fue presentado al capitán
y luego al comandante, quien, al escuchar las explicaciones del
muchacho, decidió que lo consideraran el último grumete.
A partir de entonces, Alejandro aprendió a armar un "coy"
con el colchón y las dos mantas de reglamento, a levantarse
al toque de la corneta y a subordinarse al mando de sus superiores.
Aprendió, asimismo, el nombre de los instrumentos y compartimientos
de una corbeta de guerra, y posteriormente las maniobras de una
navegación a vela.
Así, poco a poco, empezó
a amar a la "Baquedano" como a su propia madre, pues era
una nave donde, además de impartir las instrucciones correspondientes
a la Escuela de la Armada, se contaban historias de aparecidos y
buques fantasmas, como ese cuento de "El fantasma del Leonora",
referido por un viejo sargento que pasó su vida a bordo de
la "Baquedano". En realidad, el fantasma del "Leonora",
velero rescatado de las rocas del Estrecho de Magallanes, no era
más que el mascarón de proa; tenía aspecto
de sirena, "los brazos abiertos como queriendo abrazar al mar
y las aletas plegadas a los bordes, igual que una aparición,
blanca como el mármol". El sargento contó que,
mientras los tripulantes dormían en el camarote, se les aparecía
esta figura femenina, de cara hermosa y túnica blanca. Los
tomaba del brazo y los conducía a través del velero,
con la intención de arrojarlos por la borda y desaparecerlos
sin dejar rastro alguno.
Francisco Coloane, aferrado a su
pluma de narrador innato, nos cuenta las peripecias de su joven
protagonista, con la experiencia de quien ha recorrido muchos mares
y ha visto muchos sitios. Está claro que el autor, por su
ascendencia natural, revive su niñez en medio de la naturaleza
agreste y accidentada de Chiloé. Además, se debe recordar
que Coloane navegó desde su infancia por los canales del
Sur, que vivió desde su adolescencia en Puerto Montt y Punta
Arenas, que era hijo de un capitán de barco ballenero que
hacía su travesía hacia el Estrecho de Magallanes,
y, para entender mejor sus vivencias y experiencias como hombre
y escritor, se puede afirmar que Coloane no sólo fue navegante
en los canales australes, sino también cazador de lobos,
ovejero y diestro domador de potros en las estancias de Tierra del
fuego.
Todo ese caudal de experiencias
le permiten contar, con la destreza narrativa de un Jack London
o un Robert Louis Stevenson, las maravillosas aventuras de un grupo
de marinos cuyo único escenario de acciones es el espacio
abierto entre la popa y la proa. Coloane, sin titubeos ni circunloquios,
sabe transmitir las sensaciones del alma ante una naturaleza salvaje
que, a veces, se sobrepone a las fuerzas humanas en medio de los
vaivenes del mar.
De hecho, los tripulantes de la
"Baquedano", junto al joven protagonista, estaban destinados
a resistir las embestidas del mar, con sus olas que se elevaban
por encima de la cubierta, y los vientos que zarandeaban los velámenes,
a tiempo que la corbeta se mecía cual una cáscara
de nuez en medio de la tempestad que enseñaba que el marino,
para sobrevivir a la travesía, debía mirar a la muerte
cara a cara, enfrentándose a los peligros con la serenidad
de los nervios y la tenacidad de los músculos.
Francisco Coloane, eximio narrador
de los sentimientos humanos y las fuerzas indómitas de la
naturaleza, nos permite imaginar, en el libro que comentamos, la
violencia implacable de las aguas embravecidas: "El mar aumentaba
sus furias; ya no parecía océano, sino un mundo de
montañas enloquecidas que bailaban estrellándose unas
contra otras. El viento aullaba y bramaba a ratos, el aguacero caía
como si otro mar se descargara encima. De vez en cuando, algo como
unos gritos lacerantes, plañideros, estentóreos, salían
de las bocanadas de agua y viento: era la voz de la tempestad".
De otro lado, Francisco Coloane,
al estilo de Selma Lagerlöf, quien escribió "El
maravilloso viaje de Nils Holgersson" para darnos una lección
de geografía sueca desde el lomo de un ganso, nos pasea a
bordo de la "Baquedano" -la formidable "Chancha"-,
realizando una descripción magistral de la zona austral de
Chile. Coloane, como todo marino convertido en narrador, tiene la
facultad de guiar al lector por un itinerario geográfico
que compendia fiordos, cabos, penínsulas, archipiélagos,
islas y bahías.
Bien se podría decirse que
"El último grumete de la Baquedano" es un pretexto
o un medio del cual se vale el autor para enseñarnos el paisaje
accidentado y exuberante de lugares como Talcahuano, Puerto Montt,
Golfo de Penas, Punta Arenas y Magallanes, donde los bosques, contemplados
a lo lejos, se levantan como montañas recortadas contra el
azul del cielo. No es menos maravilloso imaginar el paisaje de la
bahía de Puerto Refugio, que, aparte de ser un sitio ideal
para salir a mar abierto y cazar ballenas, está rodeado de
grandes cordilleras cuya única vegetación son los
robles y los musgos, o el encanto especial que ofrece el canal que
conduce a Puerto Edén, cuyo espléndido paisaje, además
de hacer honor a su nombre, es la tierra de los indios alacalufes,
que viven de los productos que les concede la tierra y el mar.
La "Baquedano", como cualquier
buque de guerra que sigue la ruta del Sur, atraviesa por sitios
mentados por los marinos más viejos, como es "La Tumba
del Diablo" en Punta Arenas, población ganadera de la
Patagonia, situada en las márgenes del Estrecho de Magallanes
y frente a la legendaria Tierra del Fuego. Se dice que aquí
fue amarrado y fondeado el Diablo, con tres toneladas de grilletes
y cadenas, y que: "¡En las noches de tempestad arrastra
sus cadenas debajo del mar, y los pocos marinos que lo han oído
y están vivos dicen que es un ruido terrible, que queda en
los oídos para siempre! ¡Más horrible que el
de la tempestad!".
Cabe recordar que la obra de Coloane
no sólo trata de rescatar la fauna y la flora del Sur de
Chile, sino también sus mitos y leyendas, cuyos personajes
respiran a través de la pluma de este narrador que, aparte
de saber anudar coherentemente los cabos sueltos de sus historias,
es uno de los escritores tradicionales más fecundos de la
literatura chilena contemporánea.
Si en su novela "Guanaco blanco"
retrata personajes míticos como son Timaukel, el más
poderos de todos, y Quenos, constructor de praderas y canales, en
"El último grumete de la Baquedano" cuenta la leyenda
de tres familias que se salvan del diluvio al estilo bíblico
del Arca de Noé. Se tratan de tradiciones orales que el autor
recogió de primera mano en los lugares de origen. De ahí
que cada uno de sus libros, al margen de ser leídos como
simples cuentos o novelas, contienen textos de carácter antropológico
y etnológico, que rescatan mitos y leyendas de las culturas
ancestrales, con héroes y epopeyas que, tras haber sobrevivido
al avasallamiento de la colonización occidental, se conservan
en la memoria colectiva, transmitiéndose de generación
en generación.
"El último grumete de
la Baquedano", por intermedio de los pensamientos y sentimientos
de su joven protagonista, nos pone en contacto con personas cuyos
valores culturales y códigos de vida son diferentes a los
de Occidente. Es decir, nos permite comprender mejor las razones
fundamentales de la diversidad cultural, no desde la perspectiva
del discurso demagógico del poder, sino desde la visión
consciente de un escritor que se suma a la causa de los pueblos
originarios que exigen respeto a sus derechos más elementales.
Con todo, casi al final del libro,
cuando la "Baquedano" arribó al Cabo de Hornos,
donde se cruzan las aguas del Pacífico y el Atlántico,
el último grumete, Alejandro silva Cáceres, encuentra
a su hermano mayor, Manuel, quien, vestido a la usanza de los indios
yáganse, vivía en calidad de cacique con una india
de buen parecer y tres hijos menores. Manuel, más que representar
el sincretismo cultural, asumió como suyas las costumbres
ancestrales de los yáganse. Quizá por eso, mientras
contemplaba las aguas gélidas del mar, se le acercó
a Alejandro y le dijo: "¡Los hombres somos como los témpanos,
la vida nos da vueltas a veces y cambiamos!".
En esta región inhóspita
y agreste, conocida como "El Paraíso de la Nutria",
los indios yáganse sobreviven aislados del mundanal ruido
de las urbes, llevando una vida sedentaria en medio de la nieve
y el viento helado. Se alimentan casi exclusivamente de la caza
de nutrias, lobos, pingüinos y otras aves, debido a que, a
diferencia de los primeros occidentales que llegaron atraídos
por la fiebre del oro, los habitantes ancestrales no conciben la
propiedad privada y prefieren llevar una vida en simbiosis con la
naturaleza, tomando los alimentos que les provee el mar, y, algunas
veces, del trueque que realizan con los tripulantes de los barcos
mercantes que atraviesan por ese helado confín del mundo.
"El último grumete de
la Baquedano", como todos los relatos clásicos bien
contados, es una obra que no podía dejar de tener un desenlace
feliz, ya que el joven protagonista, Alejandro Silva Cáceres,
a su retorno a Talcahuano, lleva el uniforme de marino, y, para
la alegría de su madre, las pieles y el oro que le entregó
su hermano Manuel, como prueba de que el amor de un hijo por su
madre es inmutable a pesar del tiempo y la distancia.
Así pues, este hermoso libro
de Francisco Coloane, que fue escrito "en recuerdo de la nave
que formó a tantas generaciones de marinos chilenos",
debería ser un texto de lectura obligatoria para quienes
deseen conocer algo más sobre la legendaria historia de la
"Baquedano", ese buque-escuela de la Armada que, después
de haber realizado el último crucero hacia el Cabo de Hornos,
echó para siempre sus anclas en un puerto, como cualquier
corbeta de guerra que envejeció en sus innumerables batallas
y periplos.
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Coloane. Foto:
Jorge Fuica
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Víctor
Montoya |