Por Humberto García
Gamboa
Número 28
Es fácil levantar
una crítica en contra de la Iglesia Católica. Pensadores
como Carlos Monsivais lo hacen a diario de una manera no sólo
irreverente sino con ironía e irresponsabilidad, aprovechándose
de los muchos episodios incómodos de la Iglesia, pero olvidando
el legado de esta institución a la cultura mexicana contemporánea.
Irreverentemente se han alzado las
protestas en contra de tonterías como el celibato y la castidad
en sacerdotes. Se ha pedido tolerancia a los altos fueros eclesiásticos
y el asunto ha sido mezclado con la política, de tal manera
que no será posible entender el avance de las cuestiones
sociopolíticas si no se admite antes la hipocresía
y las faltas dentro de la institución religiosa más
importante del país...
Se registró una notable afluencia
de ciudadanos a las salas cinematográficas por la proyección
de la película "El crimen del padre Amaro", pero
este interés -sinceramente- proviene de las culpas nunca
declaradas que han atormentado el corazón de nuestra idiosincrasia
desde hace mucho tiempo.
Se produce un fenómeno de
catarsis con respecto a la Iglesia. Sale a flote todo lo oculto
o lo que no se había tratado por temor, lo que debe corresponder
a una nueva etapa de madurez en la nación, a pesar de que
en este ejercicio se produzcan excesos que confunden hacia el retroceso...
Por otra parte, también hay
personas que piensan que las religiones, no solamente la católica,
han corrompido la realidad del hombre. Han vuelto la espalda al
espíritu por que son estructuras muertas y mecánicas.
El sistema eclesiástico del
mundo padece el desgaste del tiempo. Es un gran gigante de engranaje
totalmente autoritario que se basa en dogmas y laberintos exotéricos
de tal forma que necesita ser constantemente refrescado con las
ideas de los nuevos tiempos. Esa ha sido la labor del Papa.
¿Tendrá acaso importancia
la agudeza y sensibilidad del pontífice por devolver a los
feligreses el sentido de su devoción en medio de la intolerancia
y el fanatismo católicos?
El hombre no se salva por su apego
o discordancia con las normas de la institución religiosa.
Se tiene que salvar por su fe.
De nada sirve discutir el pecado o la rebelión de un sacerdote.
¿En qué consiste la polémica? ¿Si su
desobediencia ofende a alguien o no?
Tampoco tiene mucho sentido oponerse
a la exhibición de un filme debido a que su realización
y trascendencia ha traspasado los límites de la institución
religiosa y se ha hecho tan público que empieza a formar
cultura, es decir, es uno más de los grandes temas del mundo
actual.
El clero debe callarse. Por que
condicionar la libertad de alguien hacia una creencia determinada
es ya, de por si, un abuso, por lo tanto, pedir que se respete una
costumbre simbólica, como lo es el celibato, es llevar la
realidad religiosa a un exceso cuyo resultado es el dolor, tanto
de los sacerdotes que reprimen sus deseos como de las personas alrededor
de ellos.
Y es que, la verdad, el celibato
es tan sólo eso: una costumbre, una tradición, que
como todas, su origen es remoto y ha perdido el sentido que la instituyó.
Sin embargo, estas tradiciones han
sido importantes porque forman parte de una serie de figuras eclesiásticas
alrededor de la identidad del cura, las cuales, tenían un
rol central para aminorar las culpas de feligreses y aliviar las
tensiones de quienes se sentían solos o desprotegidos.
Es pues, que el celibato, a pesar
de ser una tradición vieja, en México funcionó
porque dio al cura la imagen necesaria para intermediar dentro del
intenso y energético corazón de las familias mexicanas.
Hoy en día el celibato y
la identidad que representan los sacerdotes están en una
grave crisis. Las tensiones intrafamiliares no solamente las resuelven
por sí solos los miembros de la familia sino que existe una
intermediación un tanto más sugerente en la vida íntima
de las personas. Este nuevo personaje, capaz de alejar la soledad
en nuestros corazones, no hay duda, es la televisión.
Humberto
García Gamboa |