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Por Martín Fontecilla
Número 28
El bloqueo
en la escritura es la imposibilidad ya sea ocasional o crónica
de escribir palabras sobre un tema; la mayor parte de las veces,
éste es experimentado como una limitación exasperante,
acompañada de sentimientos frustrantes y negativos ocasionados
por el hecho de no poder expresarse con palabras acerca de algún
asunto. Además, el bloqueo es mucho más lastimoso
cuando ocurre frente a temas en los que nos consideramos expertos.
Este lapso en blanco puede presentarse al principio del proceso
de escritura, cuando estamos iniciando nuestro texto, o en el transcurso
de la redacción cuando, dentro del desarrollo de nuestras
ideas, llega un momento en el que ya no podemos continuar y dejamos
el escrito incompleto.
El bloqueo da origen
a un fuerte sentimiento de frustración. Esta frustración
se origina en la incomodidad que produce el reconocer que, a faltos
de ideas propias, deberemos destinar nuestro potencial intelectual
a tareas más bien receptivas; es decir, tendremos que conformarnos
con el papel "menor" de copiar o repetir las ideas de
alguien más (el gurú de nuestra disciplina, el líder
intelectual en el asunto, la opinión de los demás)
y deberemos consumir nuestros mejores esfuerzos en entender sus
pensamiento. Pero, más que esto, el bloqueo es fuente de
malestar por la fuerte incertidumbre que nos plantea, es decir,
por la duda que cultiva en torno a si esta falta de ideas originales
es algo pasajero o si verdaderamente revela una característica
inherente a nuestra persona. Llega uno a pensar que, en efecto,
a lo largo de nuestra existencia no hemos dado muestras de creatividad
alguna y que somos unos seres vacíos, sin imaginación,
sin contenido, sin nada que aportar al mundo a través de
la escritura. En este sentido, el bloqueo puede ser terriblemente
aniquilante porque consolida nuestra convicción de que somos
entidades por completo carentes de originalidad y que, en contraposición,
la creatividad, la fantasía, la fuerza y frescura de las
ideas nuevas es una experiencia que sólo les ocurre a los
literatos, a los genios o a los inspirados, que viven en otros mundos
o que, en definitiva, comparten una naturaleza distinta a la de
los seres normales, comunes y corrientes de la vida cotidiana.
Frente a lo anterior,
es necesario que reconsideremos la naturaleza del bloqueo en la
escritura: lejos de ser un elemento externo o ajeno al proceso creativo,
forma parte de él. El bloqueo es como la piel de los esfuerzos
creativos y de la intuición de las ideas; en este sentido,
en lugar de rodearlo de connotaciones negativas, tenemos que aprender
a verlo en su forma positiva, en la función que cumple y
cubre. El bloqueo es, en efecto, una forma de protección.
El muro que éste representa es una defensa y esa defensa
no es contra nadie más sino contra nosotros mismos. El bloqueo
en la escritura es una salvaguarda contra nuestras ideas vagas e
inexactas acerca de lo que significa escribir y contra las exigencias
a que sometemos este acto. Normalmente, la escritura es considerada
como una ocupación que se realiza en un breve, sino brevísimo,
período y que consiste en la anotación o transcripción
de las ideas que nos lleguen a la cabeza sobre el asunto de la composición;
en general, se considera que escribir es algo que debe realizarse
rápido y bien desde un principio. Entendida así, la
escritura es sometida a una serie de exigencias muy dañinas.
Una de ellas es el perfeccionismo; éste consiste en querer
escribir desde el primer momento la frase exacta que revele nuestros
pensamientos; dado que la escritura es considerada como un acto
único, no una serie de acercamientos hacia nuestras ideas,
resulta que tenemos un solo intento para dar en el blanco y para
expresar adecuadamente nuestro razonamiento. Como esto raramente
ocurre, el bloqueo es la respuesta a esta expectativa derivada de
un agobiante ideal de perfección. Otra exigencia dañina
es el criticismo en exceso. Este consiste en la actitud constante
de corregir desde el principio del proceso todo lo que escribimos.
Dado que, según la noción que describí más
arriba, la escritura se resuelve en un solo acto, se pretende realizar
al mismo tiempo las actividades de producción y edición
de las ideas, la escritura y corrección de las frases. Así,
por ejemplo, al mismo tiempo que se elabora la redacción,
el excesivo criticismo nos conduce a revisar la puntuación,
la tipografía, el empleo de los adjetivos, la acentuación,
la ortografía, la posición de los elementos de la
oración, etc. El resultado lógico de este proceder
es la constante interrupción del flujo de la escritura y
el bloqueo es el antídoto a este criticismo extenuante e
injustificado. Finalmente, el bloqueo es una defensa contra la excesiva
ambición a que sometemos el acto de escribir; esta ambición
desmedida puede tomar la forma de querer abarcarlo todo acerca del
asunto de la composición, es decir, desde sus ramificaciones
prehistóricas hasta la diversidad de sus manifestaciones
actuales. Otra forma en que se presenta la ambición sin límites
es la que querer exponer ideas de una trascendencia tal, de una
importancia tal, que las consideramos capaces de cambiar drásticamente
la forma de entender el asunto o la disciplina sobre la que escribimos;
entonces la escritura se presenta como el escenario de una futura
transformación, se depositan en ella tantas esperanzas, tantos
hechos futuros que, simple y llanamente, dan lugar a un colapso.
La imposibilidad de
escribir, en suma, es una reacción contra una idea equivocada
de la escritura (escritura como acto único) y contra estrategias
inadecuadas para su realización (perfeccionismo a ultranza,
excesivo criticismo, ambición ilimitada); en este sentido,
el bloqueo confirma una idea frecuente entre los teóricos
de la enseñanza de las habilidades escritas en el sentido
de que las dificultades más importantes que se presentan
en el proceso de composición provienen del escritor mismo.
Una forma adicional de corroborar esta circunstancia es examinando
una estrategia muy común para resolver la actividad de la
escritura: la inspiración. La inspiración como método
para escribir consiste en esperar la repentina aparición
de un torrente de ideas sobre el asunto de la redacción Este
procedimiento consiste en que nos preparemos en el ambiente más
adecuado a nuestros gustos (un jardín, un escritorio y con
una taza de café, un ambiente con música tranquila)
y nos sentamos a esperar... El punto es que la inspiración
no resulta una forma muy adecuada para resolver la escritura porque
dependemos no de habilidades cultivadas racionalmente por nosotros
sino de la súbita aparición de la musa. Como la inspiración
nos conduce a un estado de pasividad (no hacemos nada sino esperarla),
finalmente durante esta espera no actuamos de manera positiva o
constructiva. En este sentido, en lugar de ver la escritura como
una actividad en la que podemos realizar diferentes actividades
(generar ideas, organización de los pensamientos, esquematizar,
crear planeas, proponer tesis o ideas principales, ensayar párrafos,
etc.), la inspiración, como método de trabajo para
escribir, conduce directamente al bloqueo.
Es importante que entendamos
que la creatividad no está prohibida a nadie; en cada uno
de nosotros sobrevive un reino de la fantasía, donde nacen
y se desarrollan imágenes propias, plenas de sentido y de
significado; este imperio de las ideas originales hierve en entidades,
valores, esquemas que conducen nuestras intuiciones; tiene un pasado,
una historia y un futuro; y así como nos enorgullecemos de
nuestras realizaciones conscientes, del mismo modo este dominio
de la imaginación ha cultivado logros y realizaciones. Este
reino ha sido llamado muchas veces el "inconsciente",
el "niño interior" o capacidad de asombro, y se
le ha relacionado con el lado derecho del cerebro. Justamente el
bloqueo lo que hace es proteger este dominio creativo contra nuestra
ansiedad perfeccionista, contra el criticismo incisivo, contra el
exceso de ambición. Contra todo aquello que es destructivo
y necio de nuestra parte. Por este motivo, el bloqueo cumple una
función muy importante: impide que esta faceta rígidamente
perfeccionista, destructoramente crítico, ambicioso hasta
la enfermedad ingrese al dominio de la creatividad y lo dañe.
En cambio, para entrar a ese reino hay que utilizar otras estrategias
y en lugar de querer derribar por la fuerza las murallas del bloqueo,
hay que entablar relaciones de vecindad, relaciones de amistad,
relaciones fructíferas. Entonces tendremos no un asedio,
no un sitio sino una relación de colaboración entre
nuestras nociones conscientes y nuestras habilidades creativas.
Finalmente, tenemos
que reconocer que algo que nos aporta el bloqueo es justamente la
hoja en blanco. En la hoja en blanco no siempre es un obstáculo,
en ella podemos intentar varias cosas. La hoja en blanco es como
un anchuroso mar, podemos ir de viaje y divertirnos, podemos forjarnos
identidades falsas, contrarias, diferentes a las de nosotros mismos,
podemos intentar cosas que racionalmente no haríamos, podemos
decir cosas que nos avergonzarían, podemos imaginar mundos
imposibles. El bloqueo, es este sentido, cede ante un simple conjuro,
se derrumba ante una simple invitación: sé amable,
paciente y tolerante contigo mismo.
Lic.
Martín Fontecilla
Departamento de Letras, ITESM,
Campus Estado de México, México |