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Por Marcelo López
Número 28
¿Para
qué sirve la semiótica?
-preguntó una vez a un semiótico una mente desprevenida.
Hombre, es lo que impide decir cualquier cosa
-fue la respuesta.
(A.J. Greimas, Nouveaux actes sémiotiques)
¿Para qué
sirve la Marca?
-preguntó otra vez a otro semiótico otra mente desprevenida.
Hombre, es lo que impide tener que bajar el precio
-fue la respuesta.
Del cómo al por qué
y del por qué al qué hacer
Aun en los mercados publicitarios más sofisticados y afectos
a la exploración teórica (Inglaterra, Italia y Francia
especialmente) a inicios de la década de los '90, la praxis
semiótica se limitaba al estudio de las estrategias persuasivas
y los mensajes publicitarios consecuentes. En esos años (recientes
por cierto) los profesionales de marketing y los publicistas le
encargaban a la semiótica dos modalidades de colaboración:
- que corroborara las esperanzas
de significación que tenían las marcas existentes,
y
- que desentrañara cuál era el sentido que las marcas
tenían para un grupo objetivo predeterminado por los analistas
de marketing.
Durante este período la semiótica
se utilizaba "a posteriori". Eran los tiempos del ¿Cómo?:
¿cómo se reconoce a nuestra Marca?, ¿cómo
se internalizó el mensaje?, ¿cómo lo
decodificó el público?, ¿cómo lo
hicimos vs. la competencia?
Pero lo que ocurrió en esta
última década fue que la intervención semiótica
generó resultados explosivos. Tanto que el semiótico
ya no estuvo condenado a intervenir tan solo en un ambiente limitado
por conceptualizaciones pre-digeridas, decididas e impuestas por
la gente de marketing. En efecto, el semiótico pasó
de explicar cómo ocurren los fenómenos comunicacionales
a explicar por qué ocurren. Fue el momento del ¿Por
qué?: ¿por qué se reconoce a nuestra
marca de determinada forma y no de otra?, ¿por qué
el público internaliza (o no) nuestros principales significados?,
¿por qué somos quienes somos?. Los tiempos,
como las preguntas y respuestas, eran día a día más
complejos. Sin embargo, la semiótica aun se continuaba usando
"a posteriori".
Los fenómenos de acortamiento
del ciclo de vida y homologación de los productos, globalización,
hipercompetitividad, y otros terremotos de mercado que entusiasmaban
y perplejizaban por igual a los analistas obligaron al último
gran salto: hoy el semiótico supera la etapa del por qué
ocurren los fenómenos para dedicarse al qué hacer
para que ocurran. ¿Qué hacer para que nuestra
Marca tenga determinados significados?, ¿qué hacer
para ser más de lo que somos o para ser distintos de
lo que somos? ¿qué hacer para para alinear
los significados de nuestra Marca con los valores del mundo construído
del consumidor?
La semiótica se comienza
a usar "a priori", a partir de una intervención
activa asentada en explicar las culturas en juego y, desde allí,
entregar los lineamientos para operarlas. Por ello, la trascendencia
que se comienza a reconocer en el ámbito de los negocios
a la exploración semiótica (o "marketing semiótico",
como podemos denominar a esta modalidad exploratoria) ya no reside
en la comprobación de fenómenos comunicacionales,
sino en su capacidad de generarlos.
Para explicar claramente este lento,
cauteloso, pero persistente acercamiento de la semiótica
al mundo de los negocios (y viceversa), veamos a la disciplina de
los signos como el "pensamiento lateral" con el que se
puede innovar en el espacio de los fenómenos del comportamiento
de consumo, el marketing y la publicidad. Pero ¿por qué
hablamos de "pensamiento lateral"? Porque la intervención
semiótica permite abordar -por primera vez en esos campos-
un tema soslayado tanto por el punto de vista economicista como
por el socio y sicológicos: el tema del "sentido".
Muy bien, pues. Hablemos del sentido.
En una razonable simplificación
operativa, definimos a la semiótica como la disciplina que
estudia los sistemas de significación y, más allá
de su función primigenia, los sistemas distintos al lingüístico:
la imagen, el gesto, lo audiovisual, lo digital, la música,
las vestiduras, los objetos. Por otra parte, es particularmente
interesante para nuestro examen el hecho que la semiótica
muestre una alta competencia para investigar un lenguaje completo
el cual -para alcanzar capacidad comunicativa- debe ocupar segmentos
de todos los otros que acabamos de listar: la publicidad.
Para explicar el punto, tengamos
presente que el primer objetivo semiótico es el inventario
de los significantes. Esto no es casual ni caprichoso, puesto que
la disciplina semiótica establece la imposibilidad de transmisión
de un significado sin la mediación de un significante específico.
Es tan exigente el precepto que hasta en el caso extremo de que
un texto genere en el receptor una percepción confusa, ésta
no se deberá a la ausencia de significantes que aporten claridad
sino a la presencia de significantes que aportan confusión.
En este análisis, muchos semióticos hemos adoptado
la perspectiva estructuralista que impulsaran Claude Levi-Strauss
en lo antropológico, Roland Barthès en lo social y
Julien Algirdas Greimas con la creación del "Cuadrado
Semiótico". A partir de estos parámetros teóricos,
el examen semiótico no trata cada significante como un mundo
aislado sino como parte de un sistema de oposiciones entre los signos:
la luz roja es significante porque se opone a la luz verde, la gestualidad
de la furia porque se opone a la de la placidez y la capacidad refrescante
de una gaseosa porque representa la contrariedad de la sed intensa.
De la misma forma, los significados de tabaco aromático y
fuerte que propone Camel (traducidos en un mundo de aventuras exóticas)
son significantes al oponerse a los significados de tabaco suave
y poco perjudicial para la salud que sugiere Kent (connotados por
un mundo ingrávido, celeste, "techno").
Hablando claro, cuando hay alternativa,
hay sentido.
Pero tomemos otro ejemplo de la
misma industria: si es nuestro objetivo que la marca Marlboro tenga
un sentido de masculinidad, acción y recompensa, la dotamos
de signos (creamos un mundo) cuyos significados, al articularse,
sean capaces de cumplir ese objetivo final.
Aquí podemos advertir claramente
tanto la diferencia como la complementaridad de enfoques entre el
pensamiento que viene proponiendo el marketing tradicional y el
sostenido por el marketing semiótico: mientras éste,
como vimos, disecciona el mundo profundo e implícito del
sentido, el punto de vista del marketing tradicional se sustenta,
particularmente, sobre las relaciones explícitas Anunciante
- Consumo - Consumidor. Como ejemplo: mientras el análisis
tradicional suele dictaminar que "la eficacia de la publicidad
reside en su poder de cautivar al consumidor", para un semiótico
la eficacia sólo se comprueba a partir de las condiciones
de producción de un texto en un contexto determinado y su
capacidad de sostener, contra viento y marea, el sentido de la Marca
que representa.
Como se podrá advertir, en
el dominio publicitario se verifica un universo particularmente
afín a la práctica semiótica. Ello debido a
la facilidad de acceso a los discursos, su concisión, la
riqueza de sus códigos, la densidad de reflexión y
variedad de disciplinas que colaboran en su producción y,
finalmente, por la inmediatez interpretativa que impulsa en los
receptores. Y es aquí donde el concepto de sentido adopta
una concepción decididamente concreta y utilitaria: al
interior del mundo publicitario, definimos al sentido como el objeto
final que articula todos los significados que intencionadamente
componen un mensaje. Si consentimos en ello, consintamos también
en que es hora que la semiótica meta la cuchara en este plato.
Mientras que, durante décadas,
el punto de vista del marketing anglosajón exigió
a la publicidad que fuera un motor de fascinación, hoy sabemos
que no basta con cautivar para provocar adhesión y consumo.
En las actuales condiciones de hipercompetitividad, se requiere
dotar a un producto o servicio de tres estándares semióticos
que cautelen su robustez simbólica y, en consecuencia, su
supervivencia en el mercado.
1. Mantenimiento del sentido
de origen.
A lo largo de su vida transaccional, muchas marcas van perdiendo
el sentido con que fueron creadas. En algunos casos, en mérito
a una estrategia consciente que impulsa al cambio (Coca-Cola pasó
de ser un jarabe medicinal a un refresco); en otros casos -la mayoría-
fruto de cataclismos en la cultura del consumidor que la marca no
alcanzó a visualizar, comprender y actuar en consecuencia.
Mantener el sentido de origen es el único aval para sustentar
una adecuada correlación entre los deseos del productor y
los significados que la Marca manifestará en el curso de
su negociación con el consumidor.
2. Adecuación de las relaciones
semánticas
Los productos y servicios en el mercado se articulan semánticamente
(o sea a través de sus significados) con los consumidores,
y este esfuerzo, como ya sabemos, recae en la Marca.
El análisis semiótico proporciona el conocimiento
necesario para modelar el lazo entre los atributos tangibles del
producto con los atributos intangibles de la Marca y, luego, a ambos
con los valores culturales y de consumo de las personas.
3. Normalización de las
relaciones sintagmáticas
La calidad de vida de un producto o servicio en nuestros mercados
hipercompetitivos tiene en el poder simbólico de la Marca
un portentoso escudo que, a la vez de defender, identifica y distingue.
Pero este poder no se agota en ello, sino que alcanza a cobijar
las necesidades de multiplicidad de línea, una táctica
que encuentra en la Marca su aliado principal en cuanto a allanar
la relación con el consumidor.
En este aspecto, la intervención semiótica detecta
la adecuada relación sintagmática (esto es la combinación
de una unidad de producto con otra y de cada unidad con toda la
línea), y establece las normas precisas para normar su desarrollo
a nivel significacional.
Construyendo Marca, construyendo
sentido
Una de las tendencias
más sobrecogedoras que se verifica en el mercado actual es
la brutal homogeneidad de los productos y servicios en competencia.
En un proceso cada vez más riesgoso en función de
la brutal escalada de paridades en la performance, los atributos
tangibles del producto (organolepsia, tamaño, tecnicidad,
funcionalidad, precio, distribución, etc.), han ido sumiéndose
en la confusión de la oferta y perdiendo la despótica
relevancia que ostentaban en la era industrial.
Pero este vaciamiento no debe tomarse
como pérdida sino como punto de inflexión, puesto
que frente a la comoditización de los atributos tangibles,
comienzan a surgir a cambio nuevos valores, implícitos, subjetivos,
inmateriales: los valores de la Marca.
Esta evolución no es casual ni caprichosa en modo alguno.
Durante el feudalismo europeo, el
aldeano promedio mantenía un exiguo cotidiano contextualizado
por el mismo paisaje, el mismo hábitat, los mismo utensilios
y la misma indumentaria. Además, tan solo disponía
de un consumo que no superaba el centenar de productos diferentes,
todos ellos bajo categorías generales que amparaban sub-géneros
estáticos (frutas / manzanas, naranjas, peras; bebidas/ agua,
vino). En cambio, el "aldeano" de hoy se asoma, en buena
parte de los supermercados, a una oferta en torno a las 50,000 referencias.
De 100 a 50,000, y ello si nos restringimos
sólo a productos de consumo masivo. En este vertiginoso túnel
del tiempo podemos distinguir tres eras que establecen sucesivas
etapas de sofisticación en la oferta del mercado:
1. Era de la Proclamación
del Producto
(el mercado de la ciudad, la oferta voceada, ítems generales)
2. Era del Producto Comunicado
(transferencia persuasiva de atributos materiales)
3. Era de la Proposición de Marca
(transferencia persuasiva de valores simbólicos)
Pero ¿qué ha ocurrido
para que no sea suficiente con transferir materialidades en el objetivo
de lograr el consumo?
La respuesta se encuentra en que
el permanente esfuerzo de los productores por no quedar rezagados
en cuanto a innovaciones en la capacidad satisfactora material de
sus productos termina por generar una interminable oferta de réplicas
que, a los ojos del consumidor, son racionalmente homologables.
Esto genera un desalentador cuadro -al que denominamos "nivelación
de performance"- definido como el efecto de las circunstancias
que llevan al consumidor a suponer que entre las opciones de una
categoría de productos o servicios no existen diferencias
competitivas relevantes.
Esta anomalía percepcional
es más antigua de lo que solemos creer. Hace casi medio siglo
(1957, para ser más exactos), cuando aun el concepto de supermercado
estaba en pañales, Pierre Martineau ya caracterizaba el fenómeno
de la homologación: "En esta economía tan competitiva,
pocos productos conservan durante mucho tiempo una superioridad
técnica. Hay que darles una resonancia que los individualice,
dotarlos de asociaciones de imágenes, darles significaciones
a numerosos niveles si queremos que se vendan bien y suciten vínculos
efectivos que se expresen en fidelidad a una Marca".
Cuando semiótica y publicidad
eran dos universos herméticos y absolutamente ajenos entre
sí, Martineau ya percibía con cierta deliciosa inocencia
pero a la vez con espectacular claridad que la capacidad de significación
-hecho que pertenece por completo a la disciplina semiótica-
era la razón de ser de la adhesión y la lealtad a
una Marca.
Cuarenta años después,
en 1998, el Departamento de Investigación de la agencia BBDO
midió la percepción que se tenía entre consumidores
de veintisiete países respecto a trece categorías
de productos. Los investigadores detectaron que, en una escala 0-100,
donde 100 es la máxima paridad percibida posible, los consumidores
de esos veintisiete mercados tendían a percibir mínimas
o nulas diferencias respecto a los productos de las trece categorías
exploradas.
Los consumidores, desde luego, no
dejan de tener razón: luego de fugaces períodos en
los cuales un producto u otro establece supremacías innovativas,
el resto de la categoría está en condiciones de equipararlas
y hasta ofrecer novedades aun más poderosas. Un ramplón
examen visual en terreno basta para demostrar que de aquellas cincuenta
mil referencias de un hipermercado la gran mayoría son vulgares
"me too" en sus atributos tangibles. Si sobreviven es
porque no son "me too" como marcas. Ese es el punto.
Entonces, dejemos establecidos dos
hechos de especial trascendencia:
- Las diferencias que deciden que
el consumidor opte por una oferta u otra están absoluta
y definitivamente asentadas en la alineación de dos mundos
insustanciales: el mundo que la Marca ofrece y el mundo que el
consumidor ha construído y convertido en su propia realidad.
- Las diferencias entre producto
y Marca son día a día más radicales:
- El producto se compra, la Marca se adquiere.
- El producto tiene precio, la Marca valor.
- El producto se desgasta, la Marca madura.
- El producto se consume, la Marca permanece.
- El producto denota, la Marca connota.
- El producto es práctica, la Marca espíritu.
- El producto es realidad, la Marca percepción.
La capacidad de producir significados
es lo que define al ser humano y lo diferencia como especie de todas
las demás, puesto que ninguna de éstas tiene capacidad
simbólica. De la misma forma, podríamos afirmar que
la Marca es lo que define un producto y, gracias a que le otorga
una capacidad simbólica, lo distingue de todos los demás.
El carácter perentorio de
estas diferencias -las cuales difícilmente quedan al descubierto
descansando sólo en la actual metodología de examen
cualicuantitativa- pueden sintetizarse de manera concreta: en la
actualidad, el universo del consumo y el de la vida se han convertido
en un organismo indeclinablemente gestáltico y lo que produjo
este fenómeno de unicidad es el sistema de relaciones significacionales
que nos nutre como individuos sociales.
Un equipo de alta fidelidad no sirve
exclusivamente para reproducir música sino para seducir,
o para recrear determinada atmósfera, o para regresar a un
cierto tiempo, a un cierto paisaje, a una cierta persona. Una camisa
excede la necesidad de vestirse para suponer la adquisición
de una personalidad pública. Un auto, más que un medio
de movilización, es un generador de prestigio. Por supuesto
que los equipos de audio suenan, las camisas visten y los autos
andan, pero, más allá de estas funcionalidades, lo
que las personas compran -cada vez con mayor frecuencia y asombrosamente
sin que exista ninguna prueba empírica de ello- es su capacidad
simbólica. Los productos pasan de servir a Significar. Los
productos se convierten en Marcas.
De este modo, Camel no es un simple
cigarrillo sino un símbolo de lo exótico; Hollywood
no es un barrio de Los Angeles sino el símbolo de la industria
cinematográfica americana y todo su glamour; Titanic, más
que un barco es un naufragio; Swatch no es un reloj sino moda; Benetton
es conciencia social aun más que ropa.
En este contexto de cambio tan extremo,
la marca ha pasado a establecerse como un valor estratégico
prioritario en mérito a haberse transformado en el corpus
evocativo de los atributos inmateriales de un producto.
Estos "atributos inmateriales" a los que me refiero son
el conjunto de connotaciones que el producto -a través de
la marca- es capaz de evocar e instalar en el terreno de lo simbólico
y lo imaginario del consumidor. En dos palabras: sus significados.
Sin embargo, descubrir este proceso
no implica automáticamente saber de su naturaleza y su funcionamiento,
elementos sin los cuales es imposible ejercer una operación
analítica válida.
Asimismo, resulta imposible adquirir
una dimensión global centrándose en un punto de vista
monodisciplinario. Sin duda, la economía puede explicar la
medida en la cual los consumidores reaccionan frente a un cambio
de precio. La sociología, la dinámica de los grupos
de consumo. La sicología, los efectos del mensaje en entidades
individualizadas. La teoría de las necesidades, la relación
microcósmica entre deseo y saciedad. La semiótica,
las relaciones simbológicas, los procesos de negociación
de sentido y las operaciones de código, decódigo y
recódigo. Pero sólo un intercambio franco del conjunto
de estas y otras disciplinas afines -reunidas en un nuevo saber
definible como Marketing Semiótico- es capaz de abarcar el
fenómeno en un todo multidimensional que, más allá
de dar testimonio, sea un instrumento de gestión y logro.
Fundamentando nuestro proyecto en
esta reunión cumbre de cualidades disciplinarias, encaremos
una exploración semiótica-sicosocial de la marca destinada
a analizar y extraer conclusiones prácticas relevantes que,
al articularse con la operación de marketing tradicional,
nos pueda proporcionar respuestas eficientes en la gestión
de comercialización de una marca en el mercado.
Volvamos a la carga sobre la
Marca
La Marca es una herramienta simbológica cuya antigüedad
es comparable con las nociones de propiedad o identidad, registrando
antecedentes tan notables como, por ejemplo, el atávico acto
de tatuar distintas zonas del cuerpo, lo que manifiesta una clara
expresión comunicativa.
En este sentido, es probable situar
primeros indicios de actividad simbólica en las marcas halladas
en las rodillas de una momia de los Alpes italianos, con las que
este cazador fallecido hace 5.000 años intentaba expresar
su habilidad profesional. Otro antecedente significativo lo encontramos
en la enorme variedad de tatuajes que engalanaban el rostro y vientre
de las sacerdotisas egipcias (2000 AC), comunicando no sólo
su condición de hetairas sino la consumada exquisitez con
que realizaban sus labores. Recordemos también que los primeros
cristianos se identificaban en su compartida clandestinidad a través
del tatuaje de una pequeña cruz en el dorso de la muñeca,
mientras que los judíos mantienen hasta hoy el rito simbólico
de la circunsición para representar su pertenencia y adhesión
irreversible a la fe.
A nivel público y corporativo,
la marca actual es un paradigma de identificación y personalidad,
un reservorio simbólico del cual se alimenta el producto,
pero desde los albores de la Edad Media lo fue para territorios
(las banderas), profesiones (los emblemas gremiales) e individuos
(los escudos de armas). En efecto, el rasgo supremo de la marca
es su irreductible naturaleza comunicativa, la que hoy alcanza
tal rango fenomenológico que no sólo ampara al producto
sino que muchas veces lo supera y hasta consigue ser el producto.
En nuestros días sería
prácticamente inimaginable lanzar un producto sin marca,
designificado, carente de ese imaginario escudo de armas que convoque
al nombre (y con él la figura, el poder, la influencia y
categoría) de quien se ampara bajo la armadura.
El ejemplo más extremo de
la ello se encuentra precisamente en una estrategia que, en la superficie,
pareciera llevar la prescindencia de personalidad hasta el límite
de lo absoluto: nos referimos a los llamados productos "blancos",
con los que los supermercadistas norteamericanos primero y los europeos
más tarde apostaron a la comercialización de commodities
en función de menor precio. En realidad, el simple acto de
colocar en las góndolas productos básicos en envases
sin ningún valor de identidad excepto la categoría
manifiesta un extremo valor simbólico -"la ausencia
de"-, con lo que se devela la expresa intención de persuadir
respecto al valor de economía, al no cargar al precio a público
el costo del intangible.
En todo caso, para comprobar el
poder y la relevancia trascendental de la marca bastaría
con preguntarse: ¿cuánto vale Coca-Cola, incluyendo
la fórmula pero no la marca? Respuesta: el valor bursátil
de Coca-Cola alcanza los 156 billones de dólares; el valor
de sus intangibles es de 149 billones. No es el único caso:
una investigación del Brooklyn Institute determinó
que el valor de los activos intangibles sobre el capital de mercado
de las empresas pasó del 38% en 1982 al 62% en 1992 y trepó
hasta el 85% el año 2000. En ese porcentaje se suman variables
como la calidad de las relaciones con los clientes, el talento y
los conocimientos del personal, la excelencia de los procesos, el
uso de tecnologías de información entre otras. Pero
a la hora de vender o fusionar, la defensa del patrimonio recae
en el intangible de mayor valor: la marca. Siempre la marca.
Definiendo el concepto de marca
En principio, la marca
no es más que una abstracción, un mero resultado del
conjunto amplio de textos surgido de las proposiciones de los productores
que participan en su producción (de origen). Semiótica-mente
es una fragmentación, una síntesis que carece de objetivo
en sí misma. Sin embargo, cuando le adicionamos la intervención
teórica de otras disciplinas de análisis comienzan
a verificarse sus particularidades y, con ello, su trascendencia
actual. De este modo, es posible la confraternización de
distintas visualizaciones, las que, al exhibirlas conjuntamente,
terminan por materializar una composición clarificadora.
El resultado es lo que sugieren dos Aproximaciones y una Definición
Significante.
Primera Aproximación:
la marca ampara.
"La marca es un instrumento simbológico
que define propiedad, identificación y diferenciación".
En efecto, la marca opera como un
"halo" incorpóreo que envuelve al producto, dotándolo
de proposiciones de naturaleza comunicativas principalmente direccionadas
a una interpretación percepcional. A nivel más particular,
bajo esta primera descripción establecemos que las tres funciones
utilitarias que hacen al objeto de la marca son propiedad,
identificación y diferenciación.
Partiendo desde la instancia corporativa,
en primer lugar el Anunciante determina su visión, su misión
y sus objetivos (políticos, estratégicos, comerciales,
de marketing y de comunicación). Inmediata-mente después,
situándonos ahora en la instancia operacional, éstos
se traspasan a la marca para que los homogenice y represente simbológica-mente
a través de la manifestación de sus significados.
La calidad de representación (alineación de los valores
de la marca con los significados que se exhiban y la cultura de
su público objetivo) determinará, por último,
el grado de posibilidad de que el sentido original se sostenga en
el acto de recódigo que ejerza el intérprete.
Segunda Aproximación:
la marca relaciona.
"La marca es la resultante histórica de la interacción
comunicacional entre un emisor que la sostiene y un receptor que
la interpreta"
En este aspecto, es fundamental
comprender que la marca no es simplemente el resultado de la voluntad
de quien la crea, sino la resultante de su dinámica permanente
de relacionar culturas en el mercado. De hecho, dada su naturaleza
comunicativa, sólo en la acción se verifica su existencia,
evento que acontece al interior de la negociación de un par
(un Productor / emisor y un Intérprete / receptor). En ese
ámbito de perpetua interacción bipolar la marca va
nutriendo y modificando sus significados permanentemente, de tal
forma que podemos afirmar que una marca no existe hasta contar
con una historia relacional de dos componentes:
Aceptación
(lo que su discurso dice que es )
y
Alterización
(todo lo que las otras marcas no son).
De una identificación superficial
de estos componentes, quien obvie la aproximación recién
compartida podría suponer la inevitabilidad de una actitud
inmovilista, lo cual, como acabamos de determinar, es falso y, en
la práctica, finalmente catastrófico. Por ello, dejemos
esto en claro: sostener una marca no implica sostener incólume
el discurso producido originalmente. Por el contrario, lo que
se debe sostener sin ambages es un tropos pernenne: los cambios
que el discurso exigepara adecuarse a la volatilidad y nomadismo
del receptor.
Contra los dogmas de buena parte
del análisis sociológico de fin de siglo, no es la
marca (ni, por extensión el productor) quien define el sentido.
Tan solo lo propone, dotándolo, eso sí, con la mayor
carga expresiva disponible. Pero es en el polo del consumidor, en
su calidad de intérprete independiente y soberano, donde
se ubica la capacidad de resignificar y, como consecuencia, completar
el ciclo incorporando sus propias condiciones a la negociación
simbólica. Es fundamental entonces tener presente que, al
formar parte esencial de la naturaleza de la Marca el mantenerse
en permanente circulación bipolar productor- consumidor,
su carácter es evolutivo y está sujeto al libre
albedrío de ambos actores.
Definición Significante:
"La Marca es una máquina de hacer sentido."
Su destino es producir,transferir
e internalizar significados expresivos y arbitrarios entre un productor
que la genera discrecionalmente y el conjunto de intérpretes
culturalmente homologables que conforman un mercado. Su combustible
está originado por la apropiación ecléctica
de palabras, colores, sonidos, conceptos, objetos e íconos.
Su corpus se manifiesta a través de una jerarquía
de organizaciones semánticas que convergen en un solo sentido
simbólico, de forma voluntaria y coherente. Su función
semiótica fundamental reside en construir representaciones
(mundos posibles) y, como flujo inherente a esa tarea, vehiculizar
en ellos identidades que motiven acciones de adhesión y consumo.
Su resultado, conseguir inexcusablemente que el microcosmos que
representa sea estructurado, comprensible, exclusivo, excluyente
y fundamentalmente deseable para el consumidor.
Composición semiótica
de la marca
Llegamos a un punto álgido
de nuestro examen en el cual es inevitable detenernos para captar
con la mayor precisión posible la dimensionalidad semiótica
de la Marca y la autoridad significacional que debe ejercer en el
proceso de consumo.
En primer lugar recordemos junto
a Umberto Eco que el corpus semiótico radica en estudiar
y comprender cómo se crean y transmiten los significados
entre las personas. Pero focalizándonos en nuestra área
específica -esto es al interior de los sistemas de consumo-
es posible percibir que la semiótica resulta de particular
riqueza operativa en cuanto a una capacidad insustituible: dotar
al marketing de conocimientos certeros sobre la relación
semántica existente entre los atributos de una marca, los
significados con que se expresan y los valores culturales del consumidor
en su reconstrucción de la realidad.
A este respecto, es Semprini quien
acota que "el papel primordial de la marca es crear y difundir
un universo de significación en torno a un objeto social
(un producto, un bien, un servicio)". En mi perspectiva, el
sino de la marca es connotar; su objeto, competir. Asumiendo estos
conceptos, se reconoce entonces la naturaleza semiótica de
la marca y su funcionalidad como productora de significados, con
lo que exaltamos la Definición Significante que acabamos
de ver. Y esto es, exactamente, lo que nos permite establecer un
hecho incontrovertible: la marca opera en la dimensión de
lo imaginario y, como todo lo imaginario, no puede ser evaluada
según los parámetros "verdadero-falso".
La marca, fantasía pura, siempre es cierta en sí misma.
Esto determina que, para encontrar el sentido de una marca, no debamos
remitirnos a su relación con lo dado-por-real como fuente
de legitimidad, sino a un doble valor de coherencia, ajeno por completo
a una descripción cartesiana: su coherencia interna y
su coherencia con la cultura del mundo construído por el
consumidor.
Gracias a una interacción
comunicacional significacionalmente compatible entre su stock de
textos y a través del tiempo, Shell puede hacer que quienes
usan sus lubricantes se abran paso en el mar como profetas bíblicos.
Adidas, que sus zapatos de fútbol incendien la pelota. Budweiser,
que los sapos eructen su nombre. Y Duracell, que sus conejos a pilas
forniquen incansablemente, trepen rascacielos o compitan en carreras
de lanchas.
Frente a semejantes maravillas connotativas,
el público no suele caer en colapsos histéricos como
ocurría con los espectadores de la mítica locomotora
de los hermanos Lumière. Por el contrario, admite estas narrativas
-por lo general sin mediar siquiera un entusiasmo desmedido- porque
simplemente comprende el juego sinestésico que se le propone
y el espacio simbólico dentro del cual la marca impulsa a
construir sentido. Y esta comprensión -gracias a la poderosa
complicidad propiciada por un esfuerzo intelectual común-
multiplica la relación íntima, consolidando y expandiendo
el contenido significacional que la marca posee desde su misma génesis.
Pero para ahondar en la mecánica
de este proceso, es necesario retomar la senda de Greimas, Semprini
y los célebres parisinos, rescatando y discutiendo -¡una
vez más!- la composición semiótica que determina
la proposición de identidad de la marca.
Tomemos como herramienta el esquema
de disposición de los niveles generativos, recordando que
en su organización están las condiciones para identificar
la organización de los "instantes generativos de significación".
Durante los últimos treinta años de exploración
semiótica se estableció que el proceso contínuo
de construcción de significados con los que la marca afronta
la negociación de sentido con el intérprete-consumidor,
se verifica en un tránsito ascendente desde lo profundo a
lo expuesto, desde lo oculto a lo público, desde lo simple
a lo complejo.
Nivel Profundo /
Axiológico
= instante de producción de significados
Nivel Emergente /
Narrativo
= instante de transmisión de significados
Nivel de Superficie
/ Discursivo
= instante de internalización de significados
En el nivel más profundo
-oculto al escrutinio del consumidor- el anunciante determina cuál
será el sentido que la marca debiera tener para el consumidor,
seleccionando los significados que debieran concurrir a ese objetivo.
En los dos niveles posteriores, la marca expone públicamente
su proposición de mundo, expresada mediante los signos y
símbolos insertos primero en un plano narrativo y luego en
un plano discursivo.
El primer nivel
Es el área más próxima al vértice izquierdo
del triángulo y la instancia donde se crean los significados.
Se trata de un nivel privado, donde habitan los valores de base
de la Marca, permanentes, incontrovertibles, correspondientes a
la cultura del segmento de público estratégico del
anunciante en cuanto a cómo quiere y necesita que sea percibida
su Marca. Estos valores representan la recompensa final para el
consumidor, deben ser capaces de trascender los cambios impuestos
por modas o coyunturas de mercado y expresan el sustento axiológico
permanente del cual se nutre su propuesta de sentido. En el caso
de Marlboro, por ejemplo, el valor de base es -desde 1954 hasta
hoy- la virilidad. Claramente, este valor corresponde a la
intención de comunicar su esencia de tabaco fuerte, propio
de hombres indepen-dientes en un entorno gregario, que ejercen una
faena varonil en una geografía áspera, de vastos espacios
abiertos.
El segundo nivel
Nivel emergente, de dominio público, manifiesta aquel valor
de base a través de la propuesta narrativa que lo contiene.
Este es el espacio donde la Marca propone sus significados al mercado
mediante una puesta en escena en la cual el productor instala la
oferta axiológica. Aquí la Marca despliega su paisaje
simbólico, desde el humano hasta el geográfico, desde
momentos del día hasta momentos del alma. Así, Lucky
Stricke se instala en claroscuros urbanos, desdibujada (redibujada)
entre una bruma de imágenes desenfocadas y objetos familiarmente
irreconocibles. Budweiser, por su parte, sugiere una fantasía
naif construída al amparo de una amigable animación
computacional, fundando un espacio irónico en torno a la
socarronería de pequeños animales campestres.
El tercer nivel
Pero sólo es en esta sección, la capa de la superficie,
donde la Marca hace su mayor esfuerzo por diferenciarse y capturar
la atencionalidad del consumidor. Es el momento para que el discurso
actúe haciendo uso de su máximo poder metonímico
(la síntesis capaz de evocar al todo). Aquí aparecen
los protagonistas -objetos o personas- con el objetivo de ser "llaves
del reino": figuras que nombran con su sola presencia a todo
el mundo al cual representan. Es en este plano, por ejemplo, donde
el antiguo motociclista de Lucky Stricke hoy es un igualmente solitario
adulto joven urbano que bucea en su alma y se desdibuja en luces
y sombras, en mujeres fugaces, en viajes interiores donde no hay
felicidad ni tristeza, sino un reino del gris asumido como tal detrás
del humo del cigarrillo. Sin embargo, pese a que ha cambiado el
paisaje, el valor axiomático de Lucky se mantiene: ser recompensa
y compañera de viaje para un hombre autovalente, confiado
en su unicidad, entregado a sus propias decisiones.
Como vemos, la Marca no necesariamente tiene que ver con la realidad,
pero la realidad siempre tiene que ver con la Marca. El mundo
imaginario que propone existe más por oposición al
mundo real que por pertenecer a su dominio y en ese universo paralelo,
en ese juego de espejos, la Marca es un instrumento de fragmentación
y de rescate, calificando en dos operaciones cruciales:
- la promoción de identidades
explícitas dentro de la marea de confusión significacional,
provocando un orden que revierte la oscuridad, la indiferencia y
la tergiversación simbólica; y
- la construcción de identidades mágicas, que excedan
los marcos de la simple denotación y otorguen estatus mítico
al producto.
La combinación de ambas operaciones,
verificándose permanentemente a lo largo de la negociación
significacional con el consumidor, es lo que genera el sentido.
Es allí cuando constatamos
que el producto transado ya no se consume en el uso sino que -al
representar los sueños, las aspiraciones, los proyectos y
logros de las personas- se transforma en signo y pasa a significar.
Y cuando el producto significa, deja de ser producto para convertirse
en marca.
Una alquimia inequívoca que
ya no pertenece a las ciencias ocultas. Y en el que la semiótica
tiene mucha cuchara que meter.
Bibliografía
sugerida:
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Building Strong Brands
The Free Press, 1996.
Barthès, Roland
Elementos de Semiología
A. Corazón, Madrid. 1971.
Lo obvio y lo obtuso
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Curso de Lingüística General
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Tratado de semiótica general
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Semiótica, Marketing y Comunicación
Paidós, Barcelona, 1993
Semprini, Andrea
El marketing de la marca
Paidós, Barcelona, 1995.
Jean-Jacques Lambin
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McGraw-Hill, Madrid, 1995
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Teorías de la communicación
Editorial Universitaria,
Santiago de Chile, 1998
Fabbri, Paolo
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Gedisa, Barcelona, 2000
López Pérez, Ricardo
Prontuario de la Creatividad
Bravo y Allende, Santiago de Chile, 1999
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Mitre, Barcelona, 1985
Péninou, Georges
Intelligence de la publicité-Etude sémiotique,
Laffont, Paris, 1972
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La publicidad estratégica,
Paidós, Buenos Aires, 2000
Hamel, Gary
Liderando la revolución
Norma, 2001
Heller, Agnes
Una revisión de la teoría de las necesidades
Paidós,1996
Keller, Kevin Lane
Strategic Brand Management
Prentice Hall, 1998.
Lic.
Marcelo López
Publicista y asesor de empresas.
Profesor titular de Semiótica de la Publicidad en la Universidad
de Artes y Ciencias de la Comunicación (Santiago de
Chile). En los últimos años se ha especializado en la
perspectiva sociosemiótica respecto a los fenómenos
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