Por Humberto García
Número 31
Hay mucha actividad
política en México. Una actividad de opinión
demasiado desarrollada y destrabada como si un día, que podía
tal vez coincidir con la caída del muro de Berlín,
el ánimo ciudadano se desató para expresarse por la
múltiples formas que permiten decir algo en público.
Hay que mirar lo que
pasa en México. La expresión ciudadana ahora está
por doquier, en una práctica que ofrece muchas tentativas
para hablar de las cosas nunca antes tratadas. Porque por una cosa
o por la otra, este ánimo estaba reprimido y a caso por el
prurito de la globalización los temas de todas partes se
vuelcan sobre el intento de los mejores proyectos de sociedad que
cada quien imagina.
Lo que queda es una
intensa actividad que discute todos los temas en un nivel político.
Los propios cimientos de la Carta Magna son incluso discutidos con
ahínco y si no, que se le pregunté al Subcomandante
Marcos acerca de lo que apelaba cuando lidereó el movimiento
rebelde en 1994.
El temor de ser apresado
por el hecho de denunciar públicamente, sólo pasa
cuando alguien se expone a las susceptibilidad de intereses de particulares
porque en lo que corresponde al Estado, su actual conformación
práctica, habla más de un organismo abierto y débil
que de una inexpugnable e inflexible instancia de autoridad e imposición.
El Estado mexicano
hoy, se encuentra en una situación de confusión, envuelto
como un participante más de la intensa actividad política
que las personas están realizando. Personas igual a cualquier
ciudadano que es capaz de encontrar en el México los medios
más eficaces para hacer sentir su poder de opinión,
sea esta una protesta pacífica e indecente, o la osadía
con buena dosis de malcriadez de llegar a caballo a la sede del
poder legislativo. La oportunidad de opinar, de nuestros días,
es desmesurada.
La participación
ha sido constante y de cualquier tipo durante los dos últimos
lustros, y muchos, aún los que se sienten ajenos, cualquiera
que tenga ya el poder que otorga la ciudadanía, están
muy pendientes del melodrama en el que se gesta el destino de este
país y sus personajes públicos.
Efectivamente, nos
ha interesado y hemos atestiguado con vergüenza que las instancias
encargadas de fomentar la recuperación de la confianza nacional
continúan, tal vez, en manos de los menos oportunos.
A veces, en la megalomanía
del concepto del ser mexicano, los números hablan más
de fallas y descontento que de un avance general. Los proyectos
particularmente partidistas parece que no alcanzan a ordenar lo
que se asemeja a un caos.
El dinamismo político
que se expresa en los medios, ya sea cuestionando los valores éticos
de Gloria Trevi o interesándose sobre cuántas medallas
ganó México en los Juegos Centroamericanos, mantiene
todavía un elevado "rating" a pesar de los gastados
guiones de partidos políticos sobre la lucha por la democracia.
Quiérase o no,
en el fondo se trata de la reconstitución del concepto general
de vida en México. Discutimos no asuntos particulares ni
estratosféricos que según nada tienen que ver con
el ciudadano común, el de la calle, este al que una vez le
prometieron bienestar para su familia y dinero en sus bolsillos,
discutimos el modo de vida y la seguridad de un proyecto de vida
autónomo.
La movilización
ciudadana actual habla más de personas que viven un sentimiento
de desincorporación y desamparo que de denuncias oportunas
y racionales. Y hay que reconocer que justamente ésta circunstancia
de precariedad que afecta al mexicano es lo que ha disparado la
masiva opinión.
Es decir, la transformación
social no la están dirigiendo unos pocos, se está
cuajando al calor de la pasión de frente a inconformidades
particulares.
Siendo ello anárquico,
no puede pensarse que haya regla alguna para lo que muchos quieren
exponer. Tampoco se entienda que después de mucho tiempo
de cerrazón, las personas estén frenéticas
por la denuncia.
La desatada actividad
política que ahora nos acontece debe su fuerza y pasión
a la inmadurez de una sociedad que desea la autosuficiencia socioeconómica,
puesto que viene de condiciones históricamente desfavorables.
Por eso, la batalla
de las ideas, de lo que cada quien desea para este país,
es muy encarnecida. Están en juego muchas cosas, entre ellas
el desplome de lo alcanzado. De una u otra manera, lo importante
no serán los consensos sino el desarrollo de la discusión
hacia una manifestación más civilizada.
Lic.
Humberto García Gamboa |