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Por María Noboa
Número 32
Si se parte del advenimiento del estudio del discurso como
práctica histórico-social, especialmente desde la
modernidad, se asume que para el ámbito de América
Latina en general, entra en vigor definitivamente en la década
del setenta, en primer término con la incursión de
varios autores en el Análisis de Discurso, como una
rama floreciente de la nóvel semiótica en relación
ampliada y epistemológica y metodológicamente más
precisa que los ya conocidos análisis positivistas de contenido.
Partiendo de la noción del
semiólogo norteamericano Charles Sandres Peirce:
el conocimiento padece, pues,
una transformación semiótica: se convierte en la
interpretación de algo como algo mediante signos. Lo cognocible
y lo representable, y como lo que es es lo cognoscible, entonces
lo que es, es también representable y, finalmente, sin
un interpretante que realice tal interpretación de representaciones,
no puede haber conocimiento alguno.
De ahí que es vital entender
que cualquier construcción del discurso, en una sociedad
, en especial como las nuestras, manejadas al ritmo acelerado de
un tiempo exponencial, barajados en un as de correlaciones tecnológicas
y tejidas entren mitos y rituales de diversas culturas tienen a
glocalizar -en palabras de Armand Mattelart- las expresiones
lingüísticas que van construyendo en actos cotidianos
.
Es por tanto imprescindible, tener
claro que la construcción del discurso en su fase de generación
, producción circulación y consumo, - no en el sentido
estrictamente de una construcción semántica, sino
y más bien pragmática, realizativa, es decir constituir
actos de habla concretos en escenarios y situaciones comunicativas
concretas-, implica una intención de asumir al otro, instarlo
e instalarlo para poner una situación comunicativa en escena
que intenta- como es obvio- dejar en el otro una huella. Al respecto
el semiólogo peruana Quezada Machiavello ya nos lo advertía.
Quien así construye y pone
en escena un discurso intenta sacar al otro de sí mismo.
Implica manejar una ritual de interacción que asume una socialización
discursiva compleja y con cruce de intencionalidades no solo de
intercambio simbólico, sino de acción.
...en tanto deviene interacción
..relaciona a los actantes del proceso como sujetos y antisujetos
simétrica y conflictivamente. De algún modo la resolución
de las tensiones pasa por la operación de reconocimiento:
un actante construye al otro y de retorno se construye a sí
mismo. En la medida en que esas construcciones son conformes, ambos
se disponen a asumir la relación . Fundan la intersubjetividad
mediante un contrato de asunción" (Quezada: 179).
El discurso político viene
a constituirse, de este modo, en una práctica comunicativa
que entra de lleno en el Análisis Crítico del Discurso,
que viene de la mano con todas las corrientes planteadas por varios
sociólogos respecto de la Teoría Conversacional.
Teun A. Van Dijk, comunicólogo
y sociólogo holandés provee, en este sentido, de precisas
luces para entender que el discurso político se enmarca en
las diversas formas del texto y del habla- y sin olvidar que estamos
viviendo una sociedad en la que ser vistos, hacernos ver y ver,
influenciada directamente por el desarrollo e incursión voraz
de la telemática- ha generado una ruptura radical en dichas
formas, mediante las cuales, los politólogos ya no deben
limitarse simplemente a mostrarse con gajes de erudición,
populismo o banalizar aspectos de su construcción hablada
o escrita, sino y más bien ir entendiendo que al no ser ellos
los únicos participantes de la política (en ella existen
actores que se relacionan directamente en ellos con los cuales cohesionan,
se dispersan, aceptan, se oponen, etc.) su discurso debería
dirigirse a un destinatario "in fábula" ver la
gente como ciudadanos y votantes, como miembros de grupos de presión
y grupos emergentes, activistas, disidentes que se manejan de una
u otra manera en su entorno y las acciones de los textos en la propia
construcción de su subjetividad y en la mirada especular
del otro.
Esto es fácilmente perceptible
en los discursos de los últimos años de varios Presidentes
del ámbito de América Latina. En el caso del nuevo
presidente ecuatoriano, Crnl. Lucio Gutiérrez (2003), desde
una aparente ruptura tradicional del discurso- escondida en su extracción
social y de casta - Coronel de las fuerzas Armadas- intenta provocar
la gestión de un nuevo imaginario. Trabaja desde su discurso
"la diferencia", "lo consensual", "lo dialógico",
pero enmascarando el verticalismo y la orientación autoritaria
que le concede su propio imaginario pintado de apertura, cuando
en el desarrollo de su sensibilidad el objetivo de su manejo discursivo
es claro: es controlador, indicial y cerrado. La intencionalidad
de erradicar la corrupción asentada sobre criterios "neofascistoides"
de militarización de zonas estratégicas de la economía,
sectores productivos, bancarios, comerciales, entre otros.
El analizar el discurso de nuestro
flamante Presidente ecuatoriano, sería motivo de un nuevo
artículo.
Por tanto, mal hacen de hecho los
políticos en su discurso desconocer el envés de sus
propias afirmaciones y negaciones -y digo mal hacen- el desentenderse
del ocultamiento de aquello que se entreteje en la apariencia de
lo no dicho y que se descubre como signo y referente de sí
mismo mediante lo que se diga, el cómo se diga, a quién
se diga la imagen "que quieren erigir como valor inmutable
incuestionable", al no estar contextualizada apropiadamente
- o bien porque las formas y el contenido del discurso generan decodificaciones
vacías, sea porque no manifiestan un enganche efectivo y
una representación adecuada de las propias realidades cotidianas
hipercomplejas de culturas como la nuestras, sea porque pecan de
erudición o estereotipan modelos discursivos que atañen
- y casi de modo vulgar- a una búsqueda de afectación
emocional ; es un paso forzado de la cultura oral - transformación
y representaciones ideológicas de formas orales socializadas
anteriormente- de ahí se explica eslóganes, jingles,
frases ya construidas e impresas en el imaginario , que se retoman
a manera de genuinas iniciativas que tienden a expandirse rápidamente
y tener gran aceptación. Las viejas recetas mitificadas,
a muchos de ellos les ha dado buen resultado, por lo menos a primera
vista.
No obstante , el otro no es un simple
actante veedor, escuchador. Desde las reglas de su propia aprehensión
y representación significativas, sumadas a las de la sensibilidad
va abriendo y expandiendo nuevas formas de reformular esta discursividad.
En le caso ecuatoriano el discurso indígena, transversalizado
con el de la sociedad civil y el de las Fuerzas Armadas van armando
una red espesa de significados, pero que en su conjunto se ajustan
a lo que está ocurriendo en América Latina.
De hecho, el advenimiento de las
nuevas tecnologías- mediación de múltiples
mediaciones- cambia- más bien trastornan- radicalmente las
formas d la construcción de la producción cultural
colectiva.: de ahí lo vital de una estructuración
de un discurso que más allá de "construir"
identidades e imágenes políticas individuales, asociadas
a "promesas" debates sobre el /deber ser de la sociedad/
y enredadas discusiones sobre temas ya trivializados tome en cuenta
la naturaleza de las acciones políticas como prácticas
histórico-sociales que quiebren con el denominado "imprinting
cultural"- conformismo ideológico y discursivo que no
da lugar a cuestionamientos en palabras de Morin- y tiendan a la
conformación d actos de habla en donde el texto y el contexto
se fundan en actos cotidianos concretos vivos, desplegados en escenarios
comunicacionales propios acordes a las características de
representación sígnica de los actores sociales involucrados
y a quienes se dirige dicho discurso.
El objetivo, entonces , debería
centrase no en quemar frases, dichos, refranes, imágenes
en presentaciones triviales sino en la estructuración que
involucre las propias representaciones del imaginario colectivo
para que los actores sociales se sientan tocados, se sientan representados
en dicho discurso... sientan que es su propia voz la que se desdobla
y es representada y ,por tanto, le asignen un valor de correspondencia
de sus propias necesidades.
Por consiguiente, la competencia
profesional de los políticos y su asesores comunicacionales
y de los "sui géneris" asesores de imagen, es vital
en la producción social de los discurso políticos
enlazados ineludiblemente a la propia capacitación de los
usuarios destinatarios que los asumirán una vez asimilados
con una actitud crítica, consciente- y si cabe el término-
libre.
Desde esta perspectiva, se puede
garantizar de alguna manera que fruto de la interacción,
el discurso manejado por los politólogos permita el desarrollo
de criterios de selectividad y valoración del usuario-destinatario
del discurso; es ineludible que se anime y facilite el diálogo
, la promoción de la participación activa de aquellos
sin robarles su propia voz. La búsqueda de una solidaria
relación implica, entonces, la lucha en contra de la corrupción
discursiva y plantea la búsqueda de lo social de la comunicación
social.
El discurso político tejido
de hecho en un entramado de normas jurídicas debe respetar
una auténtica organización democrática discursiva
lo cual implica el entendimiento cabal del contexto dentro del dominio
societal en el cual se involucran, actores políticos, sucesos,
relaciones prácticas, valores políticos... en fin
todo aquello que como práctica social involucra la política.
Sin dejar de desconocer de un lado
la gramática de producción social de discursos, y
por otro, la gramática de reconocimiento discursiva - como
bien lo anota Eliseo Verón- , la mediación discursiva
debe dirigirse antes que al ataque y disputa política trivial
con los sectores opositores, el armar estrategias de argumentación
con sintaxis tendientes hacia una naturaleza interaccional; de ahí
que los políticos podrán evitar convertirse en antropófagos
de su propia naturaleza. En otras palabras, buscar su propia legitimación
en el propio proceso de innovación conceptual y léxica
que implique de una u otra manera más allá de los
"mensajes ocultos", una administración adecuada
de los derechos sociales de asumir y asumirse cada uno de los actores
en dicho discurso.
La relaciones de poder, los intereses
de grupo, la necesidad de asentamiento cabal y control argumentativo,
que implica todo discurso político, sin embargo deberá
partir de una orientación tolerante y de reconocimiento del
otro; en fin: buscar una relación clara de solidaridad ,
fruto de una alteridad legitimada desde el propio discurso dentro
de una funcionalidad contextual y entendiendo claramente sus propias
limitaciones , sin olvidar de todas maneras que de alguna manera-
quien controla el discurso público, por lo menos parcialmente
controla la mente pública ( Teun A. Van Dijk: ACD p.73).
El meollo está en saber las características de tal
control.
Finalmente, los políticos
deberán estar claros que la "economía simbólica
del lenguaje es la que controla las mentes de los actores políticos
y sus propias acciones"
El nosotros frente a ellos, lo bueno
de nuestras acciones y postulados frente a lo malo de dichas acciones
y postulados de los otros, en fin, se inmiscuyen al político
en ejes semánticos de inclusión- exclusión,
de énfasis y minimización, de retracción y
progresión, que más allá que ser los rectores
del discurso tienden a ubicar el discurso en posturas maniqueas
no compatibles con la cultura de tolerancia y que lamentablemente
tergiversan la competición por los votos, apoyo y pugna limpia
por la propia supervivencia política y legitimación
del proceso político.
Frente todo lo dicho ¿qué
hacer?: la palabra la tienen los politólogos.
María Fernanda Noboa
G.
Universidad
Central del Ecuador, Ecuador |