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Abril - Mayo 2003

 

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Los Politólogos Actuales
¿Caníbales de su Propio Discurso e Imagen Políticas?
 

Por María Noboa
Número 32

Si se parte del advenimiento del estudio del discurso como práctica histórico-social, especialmente desde la modernidad, se asume que para el ámbito de América Latina en general, entra en vigor definitivamente en la década del setenta, en primer término con la incursión de varios autores en el Análisis de Discurso, como una rama floreciente de la nóvel semiótica en relación ampliada y epistemológica y metodológicamente más precisa que los ya conocidos análisis positivistas de contenido.

Partiendo de la noción del semiólogo norteamericano Charles Sandres Peirce:

el conocimiento padece, pues, una transformación semiótica: se convierte en la interpretación de algo como algo mediante signos. Lo cognocible y lo representable, y como lo que es es lo cognoscible, entonces lo que es, es también representable y, finalmente, sin un interpretante que realice tal interpretación de representaciones, no puede haber conocimiento alguno.

De ahí que es vital entender que cualquier construcción del discurso, en una sociedad , en especial como las nuestras, manejadas al ritmo acelerado de un tiempo exponencial, barajados en un as de correlaciones tecnológicas y tejidas entren mitos y rituales de diversas culturas tienen a glocalizar -en palabras de Armand Mattelart- las expresiones lingüísticas que van construyendo en actos cotidianos .

Es por tanto imprescindible, tener claro que la construcción del discurso en su fase de generación , producción circulación y consumo, - no en el sentido estrictamente de una construcción semántica, sino y más bien pragmática, realizativa, es decir constituir actos de habla concretos en escenarios y situaciones comunicativas concretas-, implica una intención de asumir al otro, instarlo e instalarlo para poner una situación comunicativa en escena que intenta- como es obvio- dejar en el otro una huella. Al respecto el semiólogo peruana Quezada Machiavello ya nos lo advertía.

Quien así construye y pone en escena un discurso intenta sacar al otro de sí mismo. Implica manejar una ritual de interacción que asume una socialización discursiva compleja y con cruce de intencionalidades no solo de intercambio simbólico, sino de acción.

...en tanto deviene interacción ..relaciona a los actantes del proceso como sujetos y antisujetos simétrica y conflictivamente. De algún modo la resolución de las tensiones pasa por la operación de reconocimiento: un actante construye al otro y de retorno se construye a sí mismo. En la medida en que esas construcciones son conformes, ambos se disponen a asumir la relación . Fundan la intersubjetividad mediante un contrato de asunción" (Quezada: 179).

El discurso político viene a constituirse, de este modo, en una práctica comunicativa que entra de lleno en el Análisis Crítico del Discurso, que viene de la mano con todas las corrientes planteadas por varios sociólogos respecto de la Teoría Conversacional.

Teun A. Van Dijk, comunicólogo y sociólogo holandés provee, en este sentido, de precisas luces para entender que el discurso político se enmarca en las diversas formas del texto y del habla- y sin olvidar que estamos viviendo una sociedad en la que ser vistos, hacernos ver y ver, influenciada directamente por el desarrollo e incursión voraz de la telemática- ha generado una ruptura radical en dichas formas, mediante las cuales, los politólogos ya no deben limitarse simplemente a mostrarse con gajes de erudición, populismo o banalizar aspectos de su construcción hablada o escrita, sino y más bien ir entendiendo que al no ser ellos los únicos participantes de la política (en ella existen actores que se relacionan directamente en ellos con los cuales cohesionan, se dispersan, aceptan, se oponen, etc.) su discurso debería dirigirse a un destinatario "in fábula" ver la gente como ciudadanos y votantes, como miembros de grupos de presión y grupos emergentes, activistas, disidentes que se manejan de una u otra manera en su entorno y las acciones de los textos en la propia construcción de su subjetividad y en la mirada especular del otro.

Esto es fácilmente perceptible en los discursos de los últimos años de varios Presidentes del ámbito de América Latina. En el caso del nuevo presidente ecuatoriano, Crnl. Lucio Gutiérrez (2003), desde una aparente ruptura tradicional del discurso- escondida en su extracción social y de casta - Coronel de las fuerzas Armadas- intenta provocar la gestión de un nuevo imaginario. Trabaja desde su discurso "la diferencia", "lo consensual", "lo dialógico", pero enmascarando el verticalismo y la orientación autoritaria que le concede su propio imaginario pintado de apertura, cuando en el desarrollo de su sensibilidad el objetivo de su manejo discursivo es claro: es controlador, indicial y cerrado. La intencionalidad de erradicar la corrupción asentada sobre criterios "neofascistoides" de militarización de zonas estratégicas de la economía, sectores productivos, bancarios, comerciales, entre otros.

El analizar el discurso de nuestro flamante Presidente ecuatoriano, sería motivo de un nuevo artículo.

Por tanto, mal hacen de hecho los políticos en su discurso desconocer el envés de sus propias afirmaciones y negaciones -y digo mal hacen- el desentenderse del ocultamiento de aquello que se entreteje en la apariencia de lo no dicho y que se descubre como signo y referente de sí mismo mediante lo que se diga, el cómo se diga, a quién se diga la imagen "que quieren erigir como valor inmutable incuestionable", al no estar contextualizada apropiadamente - o bien porque las formas y el contenido del discurso generan decodificaciones vacías, sea porque no manifiestan un enganche efectivo y una representación adecuada de las propias realidades cotidianas hipercomplejas de culturas como la nuestras, sea porque pecan de erudición o estereotipan modelos discursivos que atañen - y casi de modo vulgar- a una búsqueda de afectación emocional ; es un paso forzado de la cultura oral - transformación y representaciones ideológicas de formas orales socializadas anteriormente- de ahí se explica eslóganes, jingles, frases ya construidas e impresas en el imaginario , que se retoman a manera de genuinas iniciativas que tienden a expandirse rápidamente y tener gran aceptación. Las viejas recetas mitificadas, a muchos de ellos les ha dado buen resultado, por lo menos a primera vista.

No obstante , el otro no es un simple actante veedor, escuchador. Desde las reglas de su propia aprehensión y representación significativas, sumadas a las de la sensibilidad va abriendo y expandiendo nuevas formas de reformular esta discursividad. En le caso ecuatoriano el discurso indígena, transversalizado con el de la sociedad civil y el de las Fuerzas Armadas van armando una red espesa de significados, pero que en su conjunto se ajustan a lo que está ocurriendo en América Latina.

De hecho, el advenimiento de las nuevas tecnologías- mediación de múltiples mediaciones- cambia- más bien trastornan- radicalmente las formas d la construcción de la producción cultural colectiva.: de ahí lo vital de una estructuración de un discurso que más allá de "construir" identidades e imágenes políticas individuales, asociadas a "promesas" debates sobre el /deber ser de la sociedad/ y enredadas discusiones sobre temas ya trivializados tome en cuenta la naturaleza de las acciones políticas como prácticas histórico-sociales que quiebren con el denominado "imprinting cultural"- conformismo ideológico y discursivo que no da lugar a cuestionamientos en palabras de Morin- y tiendan a la conformación d actos de habla en donde el texto y el contexto se fundan en actos cotidianos concretos vivos, desplegados en escenarios comunicacionales propios acordes a las características de representación sígnica de los actores sociales involucrados y a quienes se dirige dicho discurso.

El objetivo, entonces , debería centrase no en quemar frases, dichos, refranes, imágenes en presentaciones triviales sino en la estructuración que involucre las propias representaciones del imaginario colectivo para que los actores sociales se sientan tocados, se sientan representados en dicho discurso... sientan que es su propia voz la que se desdobla y es representada y ,por tanto, le asignen un valor de correspondencia de sus propias necesidades.

Por consiguiente, la competencia profesional de los políticos y su asesores comunicacionales y de los "sui géneris" asesores de imagen, es vital en la producción social de los discurso políticos enlazados ineludiblemente a la propia capacitación de los usuarios destinatarios que los asumirán una vez asimilados con una actitud crítica, consciente- y si cabe el término- libre.

Desde esta perspectiva, se puede garantizar de alguna manera que fruto de la interacción, el discurso manejado por los politólogos permita el desarrollo de criterios de selectividad y valoración del usuario-destinatario del discurso; es ineludible que se anime y facilite el diálogo , la promoción de la participación activa de aquellos sin robarles su propia voz. La búsqueda de una solidaria relación implica, entonces, la lucha en contra de la corrupción discursiva y plantea la búsqueda de lo social de la comunicación social.

El discurso político tejido de hecho en un entramado de normas jurídicas debe respetar una auténtica organización democrática discursiva lo cual implica el entendimiento cabal del contexto dentro del dominio societal en el cual se involucran, actores políticos, sucesos, relaciones prácticas, valores políticos... en fin todo aquello que como práctica social involucra la política.

Sin dejar de desconocer de un lado la gramática de producción social de discursos, y por otro, la gramática de reconocimiento discursiva - como bien lo anota Eliseo Verón- , la mediación discursiva debe dirigirse antes que al ataque y disputa política trivial con los sectores opositores, el armar estrategias de argumentación con sintaxis tendientes hacia una naturaleza interaccional; de ahí que los políticos podrán evitar convertirse en antropófagos de su propia naturaleza. En otras palabras, buscar su propia legitimación en el propio proceso de innovación conceptual y léxica que implique de una u otra manera más allá de los "mensajes ocultos", una administración adecuada de los derechos sociales de asumir y asumirse cada uno de los actores en dicho discurso.

La relaciones de poder, los intereses de grupo, la necesidad de asentamiento cabal y control argumentativo, que implica todo discurso político, sin embargo deberá partir de una orientación tolerante y de reconocimiento del otro; en fin: buscar una relación clara de solidaridad , fruto de una alteridad legitimada desde el propio discurso dentro de una funcionalidad contextual y entendiendo claramente sus propias limitaciones , sin olvidar de todas maneras que de alguna manera- quien controla el discurso público, por lo menos parcialmente controla la mente pública ( Teun A. Van Dijk: ACD p.73). El meollo está en saber las características de tal control.

Finalmente, los políticos deberán estar claros que la "economía simbólica del lenguaje es la que controla las mentes de los actores políticos y sus propias acciones"

El nosotros frente a ellos, lo bueno de nuestras acciones y postulados frente a lo malo de dichas acciones y postulados de los otros, en fin, se inmiscuyen al político en ejes semánticos de inclusión- exclusión, de énfasis y minimización, de retracción y progresión, que más allá que ser los rectores del discurso tienden a ubicar el discurso en posturas maniqueas no compatibles con la cultura de tolerancia y que lamentablemente tergiversan la competición por los votos, apoyo y pugna limpia por la propia supervivencia política y legitimación del proceso político.

Frente todo lo dicho ¿qué hacer?: la palabra la tienen los politólogos.


María Fernanda Noboa G.
Universidad Central del Ecuador, Ecuador