Razón y Palabra Bienvenidos a Razón y Palabra.
Primera Revista Electrónica especializada en Comunicación
Sobre la Revista Contribuciones Directorio Buzón Motor de búsqueda


Abril - Mayo 2003

 

Número actual
 
Números anteriores
 
Editorial
 
Sitios de Interés
 
Novedades Editoriales
 
Ediciones especiales



Proyecto Internet


Carr. Lago de Guadalupe Km. 3.5,
Atizapán de Zaragoza
Estado de México.

Tels. (52)(55) 58645613
Fax. (52)(55) 58645613

Níhil Sub Sole Nóvum
 

Por Lucas Zambrano
Número 32

"¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo bajo el sol."
Eclesiastés; Cáp. 1, v. 9.

Lo primer que tendría que aclarar es que el siguiente suceso no fue espontáneo, sino que fue planeado minuciosamente por el personaje a narrar, y no sólo eso sino que fue predeterminado, la conciencia estaba atrás de todo.

Por la ventana se erguía ese especie de neo-icono, se quedó mirando durante considerables minutos con la vista volada, nublada. Llevaba inscripta una frase por debajo: elegí lo que más te conviene, elegí lo sano, elegite. Se apelaba a los recursos más estériles e insulsos: letras grandes, la gota de calor que bajaba hasta el culo de la botella transpirada del producto que no se vendía ni siquiera al mismo que la produjo; sin mencionar lo poco original: amamantable voluptuosidad.

En unos minutos tenía que salir de su casa para tratar de no llegar demasiado tarde al trabajo; la impaciencia justificada de su jefe estaba a un nivel que él mismo se limitaba a cruzar. Encima del tiempo que había perdido del anterior análisis, ahora le faltaban los veinte de subte y hacinación hasta la estación "9 de Julio", ya era groseramente tarde.

Sergio De Santis vivía en San Telmo, sobre la calle Piedras, entre San Juan y Humberto Primo, frente su casa había una verdulería que siempre miraba desde su balcón, mientras tomaba sus mates vespertinos, con una bombilla que trajo de Perú. Esa zona, de mañana, tenía un color marchitado, en realidad era una atmósfera esterlina pero media umbrosa. Veía que esas paredes, todas esas calles con sus calzadas reducidas, las tintorerías coreanas, estaban brillando bajo una pobreza lumínica (a excepción de la Plaza Dorrego que todos los fines de semana se volvía una fiesta de colores porteños, para turistas y locales); en fin.

Sus rayes provenían siempre de situaciones humillantes, todo tipo, no venía al caso si eran de él o de otro patético incapaz en una situación inmanejable; y, últimamente, las cosas eran insostenibles para Sergio. La vista, o mejor dicho desde la proyección por la que él miraba al resto, era inmunda. La nauseé; veía gusanos, o la gente se aparecía como parásitos pegajosos e ininteligibles.

Tenía que llegar temprano. Ya era casi instrumentalmente tarde, es decir que el hecho de ir a una hora no determinada por la conciencia le proveía de una herramienta. Bajó las escaleras, y se detuvo por unos segundos frente a una cara lánguida; tenía las ojeras por el piso, pelo largo y un poco de pelada a la vez, cara de bulldog (ya estaba viejo) y, tal vez, por su situación o no, parecía carecer de reminiscencias de ninguna realidad, era un autómata. Sergio pidió su boleto, depositó los setenta centavos y la cara no respondió ante otro contexto presente.

- Hasta se pierden los rasgos. Uno piensa que es uno mismo, pero hasta se pierde la vista y uno no se puede ver. Hasta se pierden la posibilidad de comunicación, bueno, en realidad podríamos decir que se las quitan; te sedan y así picotean lo que no usas. Pero ¿A quién mierda le sirve todo esto?¿Qué clase de intercambio es éste que no implica ni infiere el cruce de realidades?¿Para que carajo esta él acá?- pensó.

Ya el día había comenzado medio incomodo; es verdad que le asqueaban mucho más las publicidades poco innovadoras que los zombis ya infectados, porque envolvían un modelo plástico, pero nada ayudaba para nada. Parecía ser el día perfecto.

La escena en el subte. Esta señora, físicamente, le producía asco. Apareció gritando por entre las uniones de los trenes, y ya había recibido miradas de repudio en el vagón anterior, o anteriores o tal vez en todos y cada uno de ellos. Sergio no podía obviar, o mejor dicho, no debía obviar el hecho de que por ahí la abuela de esa señora, y ésta a su vez era bastante vieja, había sido una mujer en situación de pobreza extrema hasta el punto de consumo succionador de la nada, al igual que ella; o que por ahí era todo un show para un programa de televisión, una cámara oculta del "peor viaje en subte de tu vida", o que por ahí, simplemente era antipatiquísima. Es verdad que la miseria económica puede conllevar a una miseria espiritual, de hecho ese es el contexto y el pretexto de esta historia, pero esta confusa mujer, así y tal como él la veía, era un capricho caminando; no sólo gritaba para venderse sino que, de tan oprimida que era, había decidido no hacerlo golpeando a todos los que no la ayudaban, pesaba no menos de ciento veinte kilos y hedía nauseabundo, era un individuo decaído. Estaba ebria, no pretendía tener forma ni estética, por ahí la misma sociedad la vomitó y por eso estaba en un proceso de descomposición; o tal vez, y muy probablemente, hasta casi ser real y fáctico, la situación de Sergio era la que la degradaba.

Ella se acercó bamboleándose contra los cuerpos, exigiendo los mínimos cinco centavos con que alguien puede ayudar. A dos metros de distancia dio una arcada sobre un tipo con sombrero que estaba sentado, todo el mundo retrocedió. Siguieron los pasos trémulos y no pudo contener que su convulsión empaparan los zapatos de Sergio.

La semana anterior tampoco había sido de lo más equilibrada. Cierto tumor se había expandido sobre él. Salía a las siete del trabajo; aquel día, miércoles, creo, había quedado en encontrarse a las ocho en casa de un amigo. Hace mucho tiempo que no veía a nadie conocido y ciertas reuniones, de cuando en cuando, le resultaban amenas. Se había puesto a pensar en los roles que cumple la gente, o más bien en los roles que él pone a las personas que tienden a cumplir un objetivo determinado, espacios blancos a llenar. No importaba quién en tal rol, sino qué rol en quién.

Menos cuarto tocó el timbre, y dos minutos después entró a la casa. Del ambiente de adentro no importaba más que su cuarto, solamente ahí habían estado, con paredes blancas y afiches de cuadros de Dalí; unas cortinas de madera barnizada, plegables y corredizas, muy modernas; un equipo de música bastante aparatoso, con parlantes gigantes. Aunque por lo contrario, el resto de los ambientes de la casa eran lúgubres y adornados con un tipo de estilo de los años de la Paris porteña: tremendos muebles de roble, pesados, oscuros; cuadros de lo que parecían próceres desconocidos.

En la pieza sonaba música electrónica, ambient, que transmite una comodidad de salón. Las lamentables situaciones se presentan en cualquier momento, y el hecho de explicarle ciertas situaciones a Luko Ravigneri, su amigo de toda la vida, era ya de por sí bastante perturbador. La ultima visita que le hizo fue inconclusa y ya lejana, estaba claro en el ambiente que las explicaciones tenían que saltar en cualquier momento.

- Si tengo una palabra que resume esto tengo que citarte insistentemente a Sartre. Vos pensás en un facilismo que no me admite. Las situaciones son atiborrantes, no sé ni para qué hablo así, porque ni así sería posible entenderme. Se me presentan momentos en que la gente me repudia, o yo los repudio a ellos. Todo es una humillación constante que no me es posible comprar. La vida está llena de displaceres pero un bombardeo puede ser fatal, tampoco sé si a todos le pasa esto. ¿Te das cuenta de que yo me levanto todos los días con una prótesis de la realidad que se asoma por mi ventana? Está allí y nadie le presta atención, en realidad todos, pero eso está ahí y nadie se da cuenta de que eso está, ni de porqué está, ni de porqué no debería estar. Publicidad de mierda - susurró; a Sergio le faltaban todas las palabras en que uno piensa veinte minutos después - Es todo una mentira que no sé de qué modo se justifica".

- Escuchame, - dijo Luko. Tenía una mirada de incomprensión, barba y ojos achinados; pero más que nada, una incomodidad de la que no se puede salir por tratar de encontrar las palabras justas, en el momento justo que se está tratando un tema delicado - la idea es que no te quedes ermitaneando; nunca entendí porqué ves tanta televisión, parece que trataras de contradecirte momento a momento, porque si no, no encuentro una explicación posible. Decís que repudias todo esos modelos yanquis, pero te esclavizas al instrumento primerizo de su cultura. Decís que te asquean todas esas personas ambulantes, diurnos dormidos, ponéle la metáfora que más te guste, y sos el tipo más ensimismado que conocí. Las cosas se buscan por interés, no te van a llegar a menos que..."

- ¡Son patologías Luko!- interrumpió, violentamente - no es que no busque un motivo, sino que, ésta, la época en que vivimos, no tiene nada que tomar de mí. Las imágenes que aparecen en el televisor no son más que patologías, una sociedad que está enferma de irrealidades, de actitudes de definir universalidades, hasta el punto de quedar sin sostén, porque una generalidad tan grande no es más que una gran mentira, y pierde ese significado-en-sí que definía como identidad."

Le molestaba muchísimo no poder decir palabras puras, no poder ser un poco más honesto con las mismas y sincero con el interlocutor. Luko estudiaba sociología y Sergio filosofía, se manejaban en esos términos.

- Las patologías no se eliminan Sergio, se curan" - reafirmó Luko.
Estaba demasiado cargado el momento; no se siguen ese tipo de disyunciones, se dejan de lado.

Ya dije que estaba llegando tarde. Bajó del subte, pero como siempre hace combinación con la línea "D", salió por la entrada de Libertad y Tucumán. Trabajaba de cadete en un estudio jurídico, le pagaban trescientos míseros dólares que no le alcanzaba para pagar ni las cuentas de Entel. La recepcionista tenía cierta belleza campesina, acento entrerriano y unas piernas hermosas. Era extremadamente simpática, siempre lo atendía bien y con una sonrisa exclusiva para clientes sin cuenta en la firma. Las breves paradas en la oficina le resultaban horribles, los tubos de luz hipnotizantes. Se distraía con cualquier cosa, sobre todo con los mapas de Entre Ríos, todas esas rutas y curvas, andaba siempre embobado. Cuando apareció uno de los socios, Sergio estaba mirando el calendario, ese día era su cumpleaños. Hoy traía puesto un traje que parecía reluciente, negro, y una corbata amarrilla de seda (algunos contestatarios, como era el caso de Sergio, tienen la manía de reparar en las cosas lujosas). Tenía una cara de regocijo morboso, llevaba escrita en la frente la palabra "despido". Parecía que necesitaba enviar algo con urgencia porque caminó con efusividad, rápido y directo hacia su objetivo.

- Andá a entregarme esto, después hablamos - Estaba furioso.
Al escuchar esto se dio media vuelta sin decir palabra, evidentemente había captado la gravedad pero no era la hora para decir nada, no se sentía bien y aparte era una buena excusa para salir de ese ambiente sofocante y caluroso.

"¿Qué se cree este tipo? - pensó, se sentía humillado, ahora era él, no la gorda del subte - ¿Que me puede tratar así? No piensa en como lo puedo tratar yo a él. Estos yuppies de mierda. Todavía que son corruptos y chorros, tenemos que soportar su alter ego, su tono de voz de control panóptico, son como los milicos pero de otra calaña, los muy hijos de puta te reprimen económicamente para que te cagues de hambre, te absorben la vitalidad y te dejan esta miseria espiritual. Hay que enseñarles que todo es retributivo, pero yo tengo un paquete especial para entregarle a este yuppie bananero."

Usaba una moto que el estudio le prestaba. Un sobre tenía destinatario de una oficina en Constitución y la carta documento de Flores, el camino era largo, pero ir en moto es como un video juego, por lo tanto el día no sería tan extenso, por lo menos no su trabajo. En algún momento la ficha se iba a terminar o le tenía que caer (las expresiones como estás siempre se pueden reemplazar unas por otras, no tiene mucho sentido evocarlas) game over.

Salió observando la ciudad, trató de despejarse, no quería llamar mucho la atención. Qué pensaría alguien si lo veía sudando de furia y con mirada de piromaniaco a punto de incendiar la Casa Rosada. No, por ahora, y hasta el momento preciso, perfil bajo.

Agarró por 9 de Julio; siempre que conducía miraba hacia arriba, culpable de muchos accidentes, en ese momento le tocaba ver los grandes carteles, los clásicos de Coca-Cola y Sprite, de neón e intermitentes. Era paradójico que la avenida "más grande" del mundo este infestada por el mundo entero, todo cabía en ella, todo estaba dentro y uno se sentía aprisionado viajando por ella. De modo que no es que era espaciosa sino que llena de globalización quedaba chiquita.

"Todo está perdido. - pensó un instante en Luko y en su padre - Si todo esto está respaldado por intereses tan fuera de nuestro alcance, cómo podemos cambiarlo. Esos intereses, el egoísmo. Hace cinco años que no sé nada de mi familia, no me importa. No puedo curarme, la enfermedad no se va así nomás. No me importa lo que digan, ellos me arruinaron, él me arruinó. Me convirtió en este parásito cazador de cualquier éxito. Todavía me acuerdo cuando me dijo que sea lo que fuere tenía que ser el mejor"

Cuando pensaba siempre se le entremezclaban esas imágenes, fotografías de su infancia. Se acordó de aquella típica vez que habían hablado sobre el futuro, Sergio tenía doce y dos hermanos a los que no veía nunca porque su antipática personalidad los apartó.

Aquélla era una de esas noches oscuras y desde adentro de un auto se veía aun menos. El padre les había dicho que no importaba lo que fueran, pero que nunca se dejaran pasar por nadie. Siempre que volvían de lo de su abuelo, que vivía en San Miguel, ellos se dormían hasta llegar a su casa y esa vez se despertaron antes porque Daniel, el padre, había parado el coche unas cuantas cuadras antes para hablares de lo que no tenían que hacer, todos repararon en la pelea antecedente, minutos antes, con su madre.

"Me siento, - Este tipo de malestar no va y viene tranquilamente - me siento como uno de esos carteles, siempre tratando de venderse uno. No basta con ser; para hablar, uno tiene que armar un show, tiene que montar una personalidad que sea satisfactoria y otorgar al otro una ofrenda. Somos como prostitutas de la sociedad, siempre que hablamos hay intereses de otros, a los cuales le vendemos algo, que continuamente es mentira. Si toda relación está respaldada por intereses fuera de nuestro alcance mejor ni molestarnos para cambiar nada. Egoísmo ¿Acaso no está todo tipo de relaciones, (amigos, parejas, etc.) respaldadas por el egoísmo? ¿Cada vez que miro a alguien tengo que sentir la misma sensación de falsedad justamente por ese interés?. No, no puedo soportarlo más. Luko está sumamente equivocado, las patologías no se curan, se eliminan. Si alguna vez el ser humano tuvo sentido, algún tipo de finalidad, ya la hubiese concretado, así como yo también. No me aguanto en el éxito, en las relaciones exitosas. No me creo la de amigos para siempre, la del amor incondicional hacía un hijo. Sería el más grave error traer un heredero mío a este planeta lleno de estos malestares, nunca me lo perdonaría. Sería todo una injusticia que yo siga viviendo."

A las quince y treinta entregó el sobre en la oficina de Constitución. Se dirigía a Flores, cuando la omnipotencia de su pensamiento, no la de él sino la fuerza de su razón, le manipuló las manos que sostenían el volante y giró impulsivamente. En el intento casi lo atropella un auto, como despertándolo de una pesadilla. Ahora veía claro que no tenía que esperar ni un segundo más en la duda, ni una semana titubeando su plan.

Volvió y estacionó la moto en el garage del edificio, ahora tenía los ojos de piromaniaco que antes había tratado de esconder. Cuando entró en la oficina aquél socio lo miró totalmente desconcertado, no sabía si trompearlo por no entregar los encargos y arruinarle un negocio de millones o hablarle sobre la vida. Sergio lo escupió en la cara.

- ¡Ni un segundo más laburando para un hijo de puta como vos! - Estaba enloquecido, frenético - Si encontráramos la razón por la cual el mundo se cae a pedazos, esa sería tu existencia, yuppie de mierda. Son los chorros explotadores como vos que hacen que la gente se transforme en robots autómatas, sin vida. No vivimos la vida, la sobrevivimos por tu culpa. Por culpa de individuos como vos que sacan la posibilidad de cambio o por lo menos de proyección, de hacer algo con nuestras vidas. Ustedes nos quitan las ganas de ser y de vivir ¡Facho capitalista! Una mierda te importan las personas que te rodean

La respuesta tardó unos segundos.

- ¡Andate de acá ya! - Dijo el socio, Ricardo Etchecolatz se llamaba, estaba atónito - pendejo, te falta mucho, te falta mucho aprender para adaptarte ¿No te das cuenta que acá las reglas que rigen son las que yo impongo? Los intereses que priman son los míos. Andate a la mierda, estás despedido.

Las reglas que rigen, eso ya lo había escuchado antes. Las mismas palabras salieron de la boca de Daniel, el padre, hace cinco años. Cachetazos de la vida, imposiciones que no se soportan, te dan el ok y la puerta de salida. En esa casa, la de su adolescencia, "la droga era combatida", como se dijo en la discusión del adiós, del me voy sin saludos, del no voy a tolerar un centro de rehabilitación porque fumo marihuana.

- Hacete un espacio en tu cabeza - le había dicho Sergio, en ese entonces, a Marcela, su madre - pensá un minuto lo que están planteando. ¿No te das cuenta que un centro es para una supuesta enfermedad? No se dan cuenta porque no tienen ni una puta idea de mí vida. Sienten que su hijo está hecho mierda porque fuma porro, pero, mamá, yo tengo un futuro y lo elijo yo, según lo que yo quiero.

- ¡Vos sos un inútil - gritó Daniel - y encima un soberbio! Qué futuro puede tener un pibe como vos; fumando marihuana todo el día con sus amigos y encima orgulloso de ello. Andate de mi casa yo no voy a bancar tus caprichos ni tus malestares. Si no vas al Centro entonces viví por tu cuenta, yo no te paso ni un peso más."

Esta vez, como aquélla, no vaciló en decir nada. Salió de la oficina y la recepcionista que antes le hacía caritas dulces ahora estaba aterrada, como si un loco desconocido hubiese tratado de violarla. Tomó el subte de regreso, esta vez lo descolocó mucho una pareja de jóvenes abrazados. Era como que estaban afuera de todo su contexto; él se había quedado con lo de la decadencia del hombre, o la de la mujer gorda; lo de las enfermedades psíquicas que traía, y junto a él la cultura; y las que no tenía, si la droga pudiera llamarse enfermedad Ricardo Etchecolatz tendría que ir al muerto por consumo de ansiolíticos, y no por una bomba como se lo merece. Exactamente estaba pensando en algo parecido al fin del mundo y esa pareja prorrumpía de manera escandalosa con todo eso.

Pasó por su departamento a buscar el paquete, la ultima vez que iba a ver la calle Piedras y sus almacenes y sus colores, la ultima vez que iba a ver la publicidad de "Aguas Pampeanas", un agua mineral que sólo quedaba bien haciendo limonada de ella, en los veranos calurosos de la city porteña. Recordó un texto que había leído, por lo menos para repudiar junto a alguien, o sobre la base de algo, a esa especie de arquetipo ridículo. Lo busco en el obvio escritorio pero no estaba, no lo encontró debajo del televisor, movió el paquete con sumo cuidado, no quería que nada malo pasara, por lo menos no todavía; el escrito se ubicaba ahí, irónicamente. Leyó en voz alta, para nadie:

- "La omisión de lo individual y de lo real", que son el contraste de la generalidad, la cultura y, en abstracción, de la mentira - él dilucidaba mientras leía - "nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos".

Su diminuto apartamento le importaba poco, tal vez inconscientemente su apego hacia todo objeto material, y afectuoso también, había disminuido con la idea de llevar a cabo un ultimo y final plan. La verdad es que tenía un colchón que estaba tirado en el piso, siempre con las sábanas desarregladas y el único mueble era un banquito desarmable de madera, típico de hipermercado, que le servía de mesa de luz y ni siquiera tenía una lámpara. Una bombilla era toda la luz que tenía y para encenderla necesitaba cortar los fusibles, iluminar con una vela y unir los cables pelados de la bombita; el banquito también servía de escalera, tenía un solo escalón pero era útil.

A dos cuadras de donde vivía estaba el coche que había preparado para la ocasión, los materiales se los había prestado un amigo de la secundaria que sabía mucho de armas de fogueo, bombas molotov y también de las sucias, que tienen un cargador o detonante, puede ser C-4, TNT o cualquier explosivo plástico y utiliza uranio empobrecido como base. Como ya dije, no todo estaba improvisado. Había pasado meses buscando elementos y pensando exactamente cuándo y adónde colocarla. La tranquilidad también era esencial, no quería sentirse fracasado en los últimos momentos. La irracionalidad podía echar todo a perder, y la conciencia le produciría un sentimiento de frustración. No quería más nada, sólo la mente en blanco, sin pensamientos, inocente como un bebé. Así manejó hasta Sarmiento al mil cien, por ahí quedaba el estudio jurídico Burlingam.

Los coches bomba eran populares en esa época, lo estacionó lentamente, necesitaba pasar desapercibido. Lo que iba a lamentar era la cara desfigurada de esa hermosa entrerriana, esa chica simpática que siempre le prestaba atención y lo condescendía, pero la lucha por los derechos humanos le parecían una fachada del mismo juego. De hecho media hora antes ella había puesto cara de repudio, como si él fuera un bicho y se había olvidado de todos los gestos y pequeños afectos que habían intercambiado; es decir que por esa situación ella se cagaba en todo el maldito amor al prójimo que Sergio tanto se había ganado.

Por el resto, todo esto, valía la pena. Esperó unos minutos, cerró las puertas del coche, incoherentemente, ya no tenía nada más que esperar de nada, sólo un cero regresivo.


Lucas Zambrano
Estudiante de Filosofía. Argentina, Buenos Aires.