|
Por Andrés González
Número 33
Introducción
Llamo "pluriestilismo"
a la metodología que voy a exponer a lo largo de esta charla
y que tiene el propósito general de acercar el hecho artístico
a su espectador, el lector en el caso de la literatura. Tiene también
esta metodología varios propósitos parciales, no menos
importantes que éste que menciono en primer término,
y puede decirse que están fuertemente relacionados con él.
Claro que además de una metodología el pluriestilismo
es para mí una postura filosófica respecto de la literatura,
y del arte en general, tanto como para haber elaborado sobre el
tema el Manifiesto pluriestilista pro homo artisticus1,
que ustedes amablemente conocen.
Pero entre los propósitos
parciales que menciono del pluriestilismo como metodología,
dos tienen claramente esa importancia que en principio he dicho:
primero: propiciar en los artistas jóvenes la creación
ininterrumpida, librándolos de las caídas emocionales
que los hacen temer carencia de talento, y que muchas veces los
llevan a la frustración definitiva; segundo, facilitar la
apreciación de la expresión artística de los
demás, lo cual deviene honroso respeto no sólo por
esa obra ajena, sino por la propia, cuando se es artista.
Todo esto sobre lo que he comenzado
a platicarles hoy lo he dicho ya antes, hace mucho tiempo incluso,
en diversos artículos que publiqué en la prensa especializada,
o en diversas oportunidades bibliográficas, con carácter
de ensayos o en charlas públicas. Sin embargo, y esta amable
invitación de ustedes a hacerlo ahora de nuevo podría
ser una muestra "fehaciente" de que se trata de un tema
de total actualidad, que pudiese contribuir a la explicación
de asuntos más o menos necesitados de ella. De otra parte,
debo decirles que yo sigo hoy dando esta información en mis
cursos de estética o de literatura en particular, como base
fundamental de la teoría del arte, en la que creo ineludiblemente
necesario inscribir la teoría literaria.
Por último, debo decirles
que este texto que voy a leer, o en el que voy a basarme por aquí
y por allá para mi exposición, está seguido
de una serie de notas que pueden ser consultadas si alguien así
lo desea, las cuales son en su mayoría las mismas que han
aparecido en mis trabajos anteriores sobre el tema.
Paso ahora, con la amable venia
de ustedes, a hablar directamente del tinglado teórico motivo
de esta charla.
El planteamiento jungueano
Carlos Gustavo Jung, psicólogo
discípulo de Sigmund Freud, postula en 1920 la existencia
de cuatro "facultades mentales" en todos los seres humanos:
Raciocinio.
Sentimiento.
Percepción.
Intuición.2
Esta propuesta vino a superar de
una vez por todas las ternas hasta entonces axiológicas derivadas
de la simbología antigua, comenzando por la aristotélica
"normales, mejores peores", y también esa concepción
maniquea de la existencia por la cual sólo se reconocen parejas
de contrarios: lo bueno y lo malo, la inteligencia y la estupidez,
etcétera. Por otra parte, esta hipótesis junguiana
es compatible con un descubrimiento del mismo autor conocido como
la simbología del "cuarto ausente", que puede verificarse
sobre todo en la literatura fantástica medieval. Un ejemplo
clásico que el mismo Jung nos da es el del caballo al que
los lobos le cercenan una pata mientras huye guiado por su jinete,
quien a su vez lleva en brazos a la princesa que acaba de rescatar
del castillo del ogro que la había raptado.
A este respecto, contribuye el siguiente
esquema en forma de equis por el que el psicólogo alemán
muestra la actividad mental relacionada con las mencionadas facultades:
Es decir, que cuando el realismo
predomina, se inhibe el sentimiento, y viceversa, y que cuando es
la percepción la que predomina la que se inhibe es la intuición,
y viceversa. Esta sería la aplicación de la propuesta
del cuarto ausente del propio Jung en la actividad mental. Las dos
facultades que aparecen a los extremos del otro brazo de la equis
también resultan inhibidos, pero no tanto como la contraria
a aquélla que funciona como tendencia principal en un momento
dado.
El proceso es bien sencillo y comprensible
en términos generales: cuando alguien está pensando,
siendo "frío", como decimos habitualmente, no está
sintiendo mucho; pero si está sujeto a una crisis emocional
(para exagerar yo en busca del fácil entendimiento del asunto),
le resultará muy difícil razonar. La percepción
y la intuición se relacionan de un modo semejante al binomio
anterior, porque la primera es la causa de la segunda y ésta,
por ende, una respuesta a la primera. A una "corazonada",
o sea a una percepción, se contesta con una acción
consecuente, o sea una intuición.
Cabe aclarar que la tradición
nos ha dicho siempre que la intuición es la percepción.
Sabemos desde siempre que la filosofía se basa en intuiciones,
y que entre las grandes intuiciones de los griegos estuvieron, por
ejemplo, el átomo y el orden del universo. Es decir, que
la intuición se pensó hasta el siglo diecinueve como
la recepción pasiva e involuntaria de un conocimiento indefinido.
Jung enuncia las cosas al revés, como aquí las expongo.
Debo decir que lo que yo nombro
"percepción" es para él la "sensación",
pero que yo traduzco el término del modo como lo hago porque
el contenido del vocablo junguiano se acerca precisamente más
al de nuestra "percepción", y así no corremos
el riesgo de confundirlo con el de "sentimiento", que
es muy claro en español para definir nuestra actividad sensoria3.
De otra parte, las facultades que
Jung postula se ven estimuladas o desestimuladas en primer término
por diversos factores intrínsecos de la personalidad; pero
en una segunda instancia, y de continuo, pueden ser condicionadas
y modificadas también por el medio ambiente, mismo que además
tiene un alto peso específico en el estado de ánimo
del artista.
El planteamiento readiano
Algunos años más
adelante de esta aportación de Jung, el esteta inglés
Herbert Read relaciona las cuatro facultades mentales de aquél
con las cuatro formas principales en que la creación artística
se ha manifestado a través del tiempo, y que se conocen con
el nombre específico de "estilos"**:
Al raciocinio corresponde el realismo;
al sentimiento " el idealismo;
a la percepción " el expresionismo, y
a la intuición " el abstraccionismo4.
El "realismo" consiste
en tomar las formas de la realidad objetiva para representar con
ellas esa misma realidad objetiva. Estilos "secundarios"
suyos son el Naturalismo y el Realismo propiamente dicho, que se
diferencian entre sí por su grado de abstracción,
muy elemental en el primero y ya más marcado en el segundo.
Digamos que en las Leyendas de las calles de México,
de Antonio García Cubas, que para este aspecto identifico
con el naturalismo, se describen hechos lógicos o sobrenaturales
que pudieron ocurrir, según la conseja popular, en puntos
urbanos que al menos en el tiempo de su escritura eran perfectamente
reconocibles por el lector radicado en la propia ciudad de México.
En El llano en llamas, de Juan Rulfo, de otra parte, se describen
hechos que pudieron ocurrir en muchos puntos del altiplano mexicano,
o de otras regiones del país que comparten tanto el paisaje
natural como las características sociales que se describen
en sus cuentos. Sería esta serie de cuentos, pues, un libro
realista pero no ya naturalista.
El "idealismo" consiste
en tomar las formas de la realidad objetiva para representar con
ellas otra realidad, subjetiva ésta, de carácter social
o que concierne a grandes conglomerados humanos: entre sus estilos
o "ismos" derivados están el simbolismo, el arte
religioso, el surrealismo, el arte onírico, el romanticismo,
la literatura fantástica o la ficción científica.
El estilo más ejemplificador de lo que Read quiere decir
en este aspecto es el romanticismo, que consiste en describir la
realidad, no como es objetivamente, sino como el artista quisiera
que fuera.
El "expresionismo" consiste
en tomar las formas de la realidad objetiva para representar con
ellas una realidad asimismo subjetiva, pero, en este caso, personal
del autor: aquí podemos mencionar el expresionismo alemán,
que es el antonomástico, el fovismo, el impresionismo, el
cubismo, algunos casos de arte matérico o la literatura de
Kafka. Precisamente porque se trata de un estilo muy personal de
los autores, es que los expresionistas son los artistas más
diferenciados entre sí, al punto de haber llegado, muchos
de ellos, a crear un estilo tan propio que lleva su nombre: un Picasso
es una obra de Picasso, y una situación absurda es kafkiana.
Finalmente, siguiendo esta clasificación
de Herbert Read, el "abstraccionismo" consiste en tomar
las formas de la realidad objetiva para representar con ellas la
esencia de las relaciones que esas formas guardan entre sí:
abstraccionismo rectilíneo, abstraccionismo curvilíneo,
arte matérico, arte cinético, arte lumínico,
la novela Cómo es, de Samuel Beckett.
No hay estilos puros, porque el
artista, en tanto que ser humano, posee todas las facultades mentales
aunque en un momento dado una de ellas predomine sobre las otras,
y porque su temperamento cambia según los diversos estímulos
que recibe del funcionamiento de su organismo y del medio ambiente.
A esto se debe que casi siempre, cuando hablamos del estilo de una
obra de arte, nos estemos refiriendo a la tendencia formal más
evidente en esa obra, pero sin ignorar que otras tendencias o estilos
pueden estar presentes en ella. Como en el citado libro de García
Cubas en las coloniales calles de México ocurren hechos imaginarios
o sobrenaturales, según el postulado readiano el estilo de
ese libro es, bien a bien, "realista-idealista". No será
muy difícil deducir de esta afirmación que El llano
en llamas, también según el postulado de Read,
y debido a los muy marcados rasgos de la crueldad humana que allí
se describen, es un libro de cuentos "realista-expresionistas".
Por otro lado, casi resulta inútil,
al menos para todo artista o para toda gente de sensibilidad, decir
que cualquier estilo encuentra legitimación física
en la realidad objetiva. Veamos dos ejemplos de lo más sencillo:
cuando introducimos una cuchara en un vaso de agua y producimos
su aparente partición y doble emplazamiento, tenemos ante
nosotros un fragmento "cubista" de la realidad; y cuando
hacemos una tostada a partir de una tortilla y algo nos distrae,
aparecen en ella zonas doradas, a veces calcinadas de acuerdo con
el tiempo de nuestra distracción, que contrastan con el color
amarillento o verde de la masa inicial, dando por resultado un verdadero
disco de calidades abstractas. Claro que estas explicaciones no
agotan para nada lo que puede y debe decirse del cubismo y del abstraccionismo.
Nadie negará, además, que los barrios miserables o
los manicomios pueden dar muestras lacerantes de expresionismo natural
(se me ocurre llamarlo así; pero lo artístico no es
nunca natural puesto que "arte" significa, entre otras
cosas, el producto de un trabajo humano. La naturaleza, eso sí,
puede ser estética), o un tronco bellamente retorcido, para
no sugerir que el expresionismo es necesariamente horroroso o "negativo".
Y así en los demás estilos, e incluso en las demás
artes, ya no sólo respecto de la plástica. Recordemos
que Breton basaba a ratos el surrea1ismo en ciertos hechos presuntamente
anómalos de la realidad, muchos de ellos pertenecientes a
lo que conocemos como "ensoñaciones".
Dejo fuera de esta exposición
las ahora por desgracia cada vez menos infrecuentes consideraciones,
parcializadoras o totalizadoras, sobre la utilidad o la inutilidad
de la representación artística, pues para cualquier
artista maduro ese trance reviste sobre todo un carácter
de insulto.
Un refuerzo a partir de McLuhan
Tiempo después
de Read, ya en los años sesenta del siglo veinte, el canadiense
y teórico de la publicidad Marshall McLuhan enuncia, al margen
de la estética, una teoría sobre los medios de comunicación
conocida como "de los medios cálidos y los medios fríos".
Dice él que un medio cálido estimula poco o en un
solo sentido la actividad humana, y que un medio frío lo
hace mucho o en varios sentidos; que un medio cálido posee
o es mucha información, y un medio frío poca información;
que los medios cá1idos exigen poca participación de
quien en ellos actúa, y los fríos mucha participación.
De tal modo, por lo que observo en un sinnúmero de casos,
se me ocurre a mí hacer la siguiente relación de su
pensamiento con los esquemas que he planteado páginas arriba:
El realismo |
es el estilo
|
es el estilo más cálido; |
el idealismo |
"
|
más cálido que
frío; |
el expresionismo |
"
|
más frío que
cálido, y |
el abstraccionismo |
"
|
más frío |
Aunque en otra parte5
he dicho que lo importante en el arte más que entenderlo
es sentirlo, vale apuntar, digamos, que el realismo es prácticamente
accesible, desde un punto de vista aplicado a los sentidos tradicionales,
para todo aquel que se mueva en el terreno de lo que se da en llamar
una persona "racional". Es decir, que no busque en la
realidad otra cosa que la realidad misma. Para tal persona, y al
margen de que le guste o no un cuadro donde se presenta una casa,
existe allí eso sin lugar a dudas: una casa.
En cuanto al idealismo, lo más
fácil es ejemplificar con una obra de arte religioso. En
la inmensa mayoría de ellas interviene de una u otra manera
la figura humana. Tomemos una virgen de Murillo. Para un hindú
común y corriente no será más que una señora
rara, acaso un tanto cursi, parada sobre una nube. Pero como todo
individuo en cuyo medio se profesa normalmente una religión
tiene un sustrato para lo religioso (o para lo fantástico
o lo idealista en general, en casos y ambientes ajenos a lo religioso),
el cuadro en cuestión no le parecerá irreal sino en
tanto que no representa su religión o la de su medio. Para
saber de qué se trata, y para creer que de veras se trata
de eso, sólo necesitará de una explicación
general sobre las creencias católicas. Desde luego que a
un hindú de sensibilidad y no muy regionalista, la mujer
de Murillo incluso podrá parecerle bella.
Para relacionarse con el expresionismo,
se necesita ya más información en torno al hecho artístico.
Los Zapatos de Van Gogh ya no son asequibles para cualquiera.
Para sentirlos en sus varios sentidos y entenderlos en sus varios
significados, el observador tiene que entender o de texturas; o
de relaciones de color; o de relaciones de composición en
superficies planas; o de psicología; o del largo y agotador
camino que el pintor holandés tuvo que recorrer (hasta romperse
los zapatos) en busca de una bondad que dar al Hombre, sin saber
que ya estaba dándosela; o de todo eso en su conjunto y otras
cosas que cada observador de la referida pintura pueda aportar según
su propia experiencia.
Y para sentir un Hartung, un Pollock
o al último Beckett, todos ellos abstractos, se necesita
estar bastante bien ubicado en nuestro tiempo, además de
poseer una información sobre el arte del siglo veinte y el
actual o una intuición (dicho esto al modo tradicional, y
no al de Read) más o menos aceptables. Qué digo un
Hartung, un Pollock o al último Beckett: para sentir un mandala
abstracto o el arabesco de una cúpula islámica. Quien
esté bien ubicado en la contemporaneidad y sea de veras sensible,
se me ocurre, no dudará en, cuando menos, reconocer en una
raya negra el vuelo de una mosca o en una plasta blanca o roja y
rectangular al frente de un refrigerador. Y quien se entusiasme
en tachar de burgués el arte abstracto apoyándose
en esta tan gruesa explicación, debiera pensar antes que
lo verdaderamente revolucionario, lo verdaderamente humano, sería
el logro de que todo el mundo tuviera refrigerador (con lo que esto
implicaría desde un punto de vista socioeconómico)
y no el de que un artista tenga que representarlo sólo fotográficamente
donde lo encuentre, así sea (como lo será mayoritariamente)
una vivienda pequeñoburguesa. Además, debiera pensar
antes, por ejemplo, que un cuadro de Monet, el padre del realismo
europeo del siglo pasado, no se encuentra con demasiada facilidad
en la casa de un obrero.
Es aquí donde entra el tan
actual concepto de "empatía" que Read aplicó
al arte habiéndolo tomado de la física contemporánea,
o sea la que se derivó en general de la relatividad einsteniana6:
no sólo hay artes bueno y malo, sino buenos y malos receptores
de arte. Una obra valiosa podrá ser más o menos apreciada
según sea la calidad del que la aprecia. Y, por supuesto,
es quien sabe, quien estudia, el que decide lo que vale y lo que
no. Como siempre, los pleitos entre ellos, por último y también
como siempre, los resolverá la historia.
Hay buen arte en todos los estilos.
Quienes lo niegan con cierta justificación son los propios
artistas, que necesitan reprobar la obra ajena para que la suya
mantenga validez ante sí mismos. Pero en nuestros días,
debido a la deficiente información que se proporciona al
individuo acerca de múltiples fenómenos cotidianos,
prolifera sobre todo el abstraccionismo, producto de la intuición
con que el propio individuo tiene que responder ante el escamoteo,
y aun ante la multiplicidad y vertiginosidad de la información
no escamoteada que le ofrece la realidad objetiva: un auto a 60
Km p/h, por ejemplo, va demasiado aprisa para que su figura original
permanezca constante siquiera un segundo en las retinas de un observador
y su cerebro lo codifique como algo real-continuo. Y porque hoy
se manipula al individuo común y corriente sobre todo con
abstracciones, sin informarle en detalle, es que ese individuo rechaza
la sublimación artística abstracta: es por eso que
inconscientemente le parece ociosa o hueca aunque esté relacionada
muy directamente, digamos, con una realidad cercana a cua1quiera:
el diseño industrial moderno o los proyectos arquitectónicos.
Por otro lado, una persona ajena
a estas consideraciones no cae en la cuenta de que un auto, hecho
para desplazarse aprisa, está más cumplido en una
ráfaga de pintura verde o amarilla que "fotografiado"
junto a una acera. A menos que el título de tal obra sea
Automóvil descompuesto, claro. Y creo que los esquemas
que hasta aquí he expuesto pueden ayudar al entendimiento
cabal de este principio que la empatía aplicada al arte postula
y que a estas alturas es aún novedoso desafortunadamente:
"No sólo hay artes bueno y malo, sino buenos y malos
receptores de arte"7.
Permítaseme ahora hacer una
referencia personal: ya en el terreno de mi propia creatividad,
yo trato de no caer más en etapas improductivas llenas de
tormentas color de adolescencia; trato de orientar de continuo mi
estado de ánimo cambiante (claro, sin hacer de ello un "programa",
peligro del que me advirtió un día ya lejano el maestro
Antonio Alatorre, con quien estoy de acuerdo) hacia la producción
de diversos géneros, temas o líneas estilísticas
de expresión literaria e incluso hacia diversas actividades.
E1 resultado, respecto de lo que en el pasado publiqué, es
interesante: un señor comentaba un día en la prensa,
como buenos, los cuentos A, C y H, de mi último libro, y
consideraba el resto como evidentes aberraciones o simples mediocridades;
otro comentarista mencionaba poco después, como extraordinarios,
los cuentos B, D, H y J del mismo libro, y tildaba los demás
de nulidades, y así otros comentaristas hasta cubrir casi
todo lo que había yo publicado. E igual pasaba con lectores
a quienes había podido sondear de una u otra manera. Y yo,
feliz de la vida con toda esa divergencia de opiniones y de que
se me considerase, eso sí, unánimemente, un escritor
irregular e inmaduro al que aún no le había tocado
en gracia encontrar su camino definitivo.
Y creo que lo mismo sucederá
con todo lo que alcance a escribir o a hacer en otros campos distintos
de la literatura. Consideraba esta postura estética mía
entonces, y la sigo considerando ahora, un pretexto redondo para
justificarme como artista y para creer (quizás influido sobre
todo por Kierkegaard y el primer Sartre) que mis cosas son siempre
magníficas8.
Remataré lo anteriormente
expuesto con la siguiente apreciación de Dostoievsky, que
como ustedes lo verán gira en el mismo sentido: "Yo
deseo vivir dando satisfacción a todas mis facultades vitales,
y no únicamente a mis facultades de razonar, que no representan
en suma sino la vigésima parte de las fuerzas que hay en
mí"9.
Los "cajones de sastre"
Consecuencia de la actitud
pluriestilista en el pasado reciente han sido los "cajones
de sastre" de Julio Cortázar, que el argentino tituló
La vuelta al día en ochenta mundos10
y Último round11.
Se trata de libros de obra múltiple, que contienen lo mismo
cuentos o relatos que páginas autobiográficas, ensayos
y poesía en prosa o en verso. El nombre del subgénero,
"cajón de sastre", lo tomé del epígrafe
que el propio Cortázar pone en el primero de esos libros,
donde lo menciona de paso, y de una serie de antologías de
don Francisco Mariano Nipho, crítico español del Siglo
XVIII que tituló su obra "Cajón de sastre literato",
aunque en sentido estricto la obra de él es más bien
una serie de antologías. Otros antecedentes del nombre del
subgénero son la serie de secciones llamadas "Varia"
que Alfonso Reyes puso en dos de los tomos de sus obras completas,
por estar hechas a base de materiales a los que no encontró
acomodo en sus libros de estilos "regulares" o "tradicionales",
y el libro Confabulario y varia invención,
de Juan José Arreola, que es bien a bien un libro de cuentos
con un agregado en su segunda edición, que es la obra de
teatro "La hora de todos". Pero incluso la obra del español
Nipho es de antier apenas. El primer ejemplo de "varia invención",
creo yo, está nada menos que en el Atharva veda, de
por lo menos el siglo V a.C. Como lo haría Reyes después,
los sacerdotes de aquel tiempo hicieron el cuarto libro de los "vedas"
con una serie de textos escritos en lenguaje popular que no proceden
de la religión de los sacerdotes mismos, como los tres primeros,
escritos éstos en sánscrito culto, sino de las creencias
del pueblo. Aparece así como una retacería "pluriestilística"
en la que hay ritos domésticos a la vez que himnos nupciales
y funerarios, y no textos religiosos y litúrgicos, como en
los anteriores.
"El estilo único,
o la frustración literaria"
Me interesa ahora, por
último, referirles un par de asuntos relacionados "inversamente"
con el pluriestilismo, si se me permite decirlo así. También
de ellos he hablado con anterioridad, pero asimismo creo que siguen
siendo válidos para ilustrar mi pensamiento, si no del todo
acerca de las consecuencias de no manejar el pluriestilismo, al
menos sí respecto de lo que puede ocurrir cuando un artista
se apega invariablemente a un solo estilo en su trabajo.
El subtítulo de esta última
parte es el mismo de un artículo que publiqué en el
año de 1975, en el periódico El Día,
de la Ciudad de México, el que versaba exactamente sobre
lo que ahora voy a recordar. Me referiré nada menos que a
los casos de dos personajes muy importantes de la literatura contemporánea
en español: Juan Rulfo y Gabriel García Márquez.
Sobre todo al primero de ellos, por cuanto el segundo tuvo a bien
aportar al fin al menos una obra de estilo distinto de la generalidad
en que había venido escribiendo. Me refiero sólo a
la obra literaria, y no al periodismo que el colombiano desde luego
ha seguido ejerciendo a veces en forma de libros al parejo de su
literatura. También prescindo aquí de las partes rulfianas
(también excelentes, claro) del guionista y el fotógrafo.
Rulfo publicó en primer término
el libro de cuentos realista-expresionistas que se titula El
llano en llamas (1953), y después la novela idealista,
concretamente mágico-realista, que se titula Pedro Páramo
(1955). Se trata de dos portentos de la literatura contemporánea
escrita en español. Difícil será, creo, encontrar
alguien que opine lo contrario; pero se trata ahora de conjeturar
acerca de la causa por la cual nuestro autor dejó prácticamente
de producir literatura después de estas dos publicaciones.
Dije en varios artículos
que publiqué en la década de los años setenta12,
en el periódico El Día de la Ciudad de México,
cosas como que Rulfo no escribió ningún cuento ni
ninguna novela como tales después del Pedro Páramo
principalmente porque no pudo o no se decidió a abordar un
estilo literario distinto del realismo mágico***
en que hizo vivir ésta. Y expliqué esta osada afirmación
diciendo que ese estilo artístico, idóneo para lo
que Rulfo quería decir, desde luego, es totalizador por cuanto
refleja el pensamiento absolutista de las sociedades rurales de
Hispanoamérica. En el campo (y en las ciudades de gran afluencia
campesina), las verdades no sólo son inamovibles mientras
no sufren una intervención de ruptura o un constante y largo
efecto cultural innovador, sino que son de una sola calidad sin
matices, como corresponde a su raigambre religiosa. Que, en resumen,
el realismo mágico es un estilo totalizador por el que se
dicen verdades absolutas, después de haber dicho las cuales
ya no hay nada que decir, o al menos nada nuevo que decir. Que,
en el terreno de la literatura rulfiana, esto se traduce en que
después de lo dicho por este autor en el Pedro Páramo,
ya no podía decirse nada más, en el mismo modo, que
fuera distinto. Y hacía yo en algún momento alusión
al principio fundamental del arte que es creación de formas
y no repetición de las mismas.
El móvil por el que dije
estas cosas sobre Rulfo entonces fue que el insigne escritor acababa
de anunciar en Buenos Aires su tercer libro, de nombre Memorial.
Yo supuse que se trataba del mismo libro que ya antes nuestro autor
había llamado Días de floresta y aún
antes La cordillera, y que en realidad ni siquiera había
comenzado a escribir nunca, aunque siempre andaba contándonos
a sus amigos pasajes de ese pensado libro. Desde luego, esos pasajes
eran tan geniales como los que generalmente aparecen en su obra
conocida.
Por lo que hace a García
Márquez, decía yo que si el colombiano sí había
escrito La cándida Eréndira... luego de Cien
años
, sólo había podido hacerlo repitiéndose
desastrosamente, prácticamente autofusilándose. Ponía
yo el ejemplo del olor a rosas que comienza a salir del mar una
noche, en el cuento "El mar del tiempo perdido", que no
hacía sino remitir al lector a la lluvia de flores amarillas
que otra noche cayó del cielo para que al día siguiente
el cadáver de Aureliano Buendía fuera llevado hacia
su tumba sobre una alfombra digna de ese personaje memorable. No
importaba, decía y digo, que la primera imagen que aquí
cito, o sea la segunda en publicarse de modo generalizado, haya
sido odorífera y la segunda visual. Me parecía, y
me sigue pareciendo, que en todo lector de García Márquez
se quedó grabado para siempre, inamoviblemente (porque también
eso ocasiona el realismo mágico), el homenaje más
grande que un autor ha hecho a un personaje propio, y que toda imagen
cercana a la que conforma éste es absorbida y anulada por
ella, como lo hacen esos hoyos negros siderales que son materia
de densidad inmensa.
Celebro, de otra parte (y esto no
es de ningún modo perdonarle la vida a García Márquez,
que es otro grande y si no necesita de defensores menos necesita
de detractores), que el autor de Cien años
haya
escrito y publicado ulteriormente una obra de estilo realista (ya
no idealista, como el célebre monumento a Macondo y sus posteriores
imitaciones), que por un lado es también muy bella y por
otro resultó ser, desde el punto de vista estructural y de
acuerdo con algunas de las tendencias universales de la literatura
de hoy, la obra perfecta del colombiano: Crónica de una
muerte anunciada.
Esto es lo que he compilado esta
noche para ustedes sobre mi propuesta que llamo "Pluriestilismo",
y les agradezco mucho su interés por conocer acerca de la
misma.
Notas:
1
González Pagés, Andrés, Manifiesto pluriestilista
pro Homo artisticus, publicado en 2000 en revistas de la Internet
tales como Crítica@virtual, de Santiago de Chile,
marzo; El bar las virtudes, de San Juan de Puerto Rico, abril; Revista
electrónica de la Fundación Aucal, de España,
3 de julio; Nolix Anitnegra, de la Sociedad de Grabadores
de Argentina, núm. 33, julio-agosto; Revista literaria
digital Letralia, de Colombia, núm. 96, del 18 de septiembre,
y de México: Revista electrónica de literatura
mexicana, núm. Siete, abril-junio; La alquimia del
discurso y lo sensible (Documentos para la historia y bases
teóricas de la poesía experimental contemporánea),
31 de julio; y en una hoja volante en febrero, en Cuernavaca, y
en los periódicos impresos CAmbiAvía, núm.
21, febrero, en Toluca, y Suplemento Umbrales literario y cultural,
de Nuevo milenio, núm. 8, s/f, en Querétaro.
2 He aquí, además,
lo que al respecto dice Umberto Eco y que me sirve de apoyo: ...Pero
es con la psicología transaccional, alimentada por la filosofía
y por la lógica interactiva... cuando se afirma decididamente
cómo el acto de percepción, si bien no es la recepción
de sensaciones atómicas de la que nos hablaba la asociación
clásica, se constituye sin embargo como una relación
entre la que mis recuerdos, tendencias, persuasiones intelectuales
inconscientes, cultura, tradición, ambiente, se integran
en la configuración objetiva de los estímulos para
conferirles un valor para mí, una forma última que
será la significativa y con la cual, al percibirlo, interpreto
y valúo el mundo que me circunda. Eco, Humberto, Obra
abierta, Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona, 1965. Pág.
115. Precisamente, de aquí se concluye, como dice Read respecto
de la tercera facultad que Jung señala, el "muy personal"
estilo de los expresionistas, en quienes la "percepción"
(la "sensación", diría Jung) funciona más
que las otras facultades.
3 Jung. C,G., Tipos psicológicos,
Editorial Sudamericana, Bs. As., 1965.
4 Read, Herbert, Ob. cit.,
pp. 48 y ss.
5 González Pagés,
Andrés, "La vigencia de la narrativa ahora. Notas alrededor
del cuento." Primera de dos partes. Suplemento Cultural de
El Heraldo de México, núm. 378, Méx., febrero
4 de 1973, p. 8, o Letras no euclidianas, Ed. El Caballito,
Méx., 1979, p. 36.
6 Para los efectos de esta charla
aún no cobran importancia los últimos descubrimientos
sobre las leyes físicas que se manifiestan en el macrocosmos,
las cuales parecen contradecir seriamente los postulados de Einstein.
La conciencia de la relatividad, sobre todo de nuestra realidad
inmediata, sigue incólume.
7 La semejanza entre el enunciado
del proceso relativista de Empatía aplicado al arte por Herbert
Read y lo que se dice en el cuento derviche "El alimento del
Paraíso" (Idries Shah, Cuentos de los Derviches,
Paidós, Bs. As., 1974, p. 17), no significa sino que los
sabios occidentales tardaron mucho en codificar (con Einstein, y
a despecho de Copérnico, que se quedó hablando solo
en el Siglo XVI) lo que en Oriente ya era, hace mucho, cocimiento
refinado en esos maestros llamados precisamente, "derviches".
Por su parte, Goethe ha afirmado ya en el volumen 3 de sus Máximas
y reflexiones: "La materia puede cualquiera verla ante
sí; la sustancia sólo la descubre el que tiene algo
que añadir. .." (luego añadió como crítica
a la insensibilidad de muchos de sus coetáneos: "..
.la forma es un secreto para casi todos.").
8 Cuatro circunstancias debo citar
aquí que han contribuido a conformar esta mi personalidad
multiestilística: primera: la amistad de unos diez años
que sostuve con el crítico de arte y periodista Antonio Rodríguez,
a quien oía decir de continuo que un buen rasgo de la verdadera
libertad consiste en aceptar todas las posibilidades positivas del
hombre; segunda: una visita que realicé alguna vez a la Escuela
de Pintura y Escultura del Instituto Potosino de Bellas Artes. Allí,
por excepcional idea del pintor y maestro Gamboa, los alumnos se
desarrollaban (bajo la dirección de profesores capacitados
y capaces) según la tendencia estilística natural
que ellos mismos mostraban tener al comienzo de sus estudios. Es
decir, que no tenían que someterse a la absurda tarea de
copiar en detalle el consabido "jarrito" si no mostraban
tendencia hacia el realismo. Sin embargo, a fin del curso el examen
consistía en hacer una obra en el estilo del vecino, lo cual
hacía a cada alumno respetar de facto los estilos distintos
al suyo propio; tercera: en 1969 me hice cargo del taller literario
del Instituto Politécnico Nacional de México. Todo
profesor de oficios artísticos que se respete, se halla ante
la necesidad de sentir los diversos estilos que sus alumnos le presentan;
si no lo hace, dará muestras de una limitación tan
anacrónica como pedestre y, por desgracia, castrante para
sus inexpertos pupilos. Al aceptarlos, por el contrario, él
mismo desarrolla o alimenta la polivalencia de que vengo hablando.
Esto, y no otra cosa, es lo que yo he hecho a partir de 1969, de
seguro como herencia de Juan José Arreola, de cuyo taller
yo formé parte al comienzo de esa misma década de
los sesenta, y quien prefería pecar de "manga ancha"
(según sus propias palabras) que castrar a alguien. Un comentarista
opinó una vez que yo, como escritor, era una muestra clara
de esa actitud de Arreola. Difícil sería, pues, que
yo no concediera ahora la misma oportunidad que un día se
me concedió a mí; cuarta: mis estudios de Historia
del Arte en textos y con profesores de criterio diverso. Esto, desde
luego, no impide que hoy unos me convenzan y otros no.
9 Dostoievsky, Fedor, Memorias
del subsuelo, Ed. Juventud, S.A., Barcelona, 1970, p. 52.
10 Cortázar, Julio, La
vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI Editores,
México, 1967.
11 -----, Último round,
Siglo XXI Editores, México, 1969.
12 El Día, México,
D.F., "El estilo único o la frustración literaria"
(27-VII-74); "Los
* Me he basado principalmente,
para esta charla, en el artículo "¿Por qué
McLuhan?", de C.O.D. (Gobierno del Estado de Tabasco, 1980).
Pero también, aunque en menor medida, he reproducido momentos
de tres artículos que publiqué en El Día, de
la Ciudad de México, en 1974, sobre los que doy el dato preciso
en el momento oportuno, así como de "La varia invención"
(Revista de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco,
vol. II, núm. 8, junio de 1985).
** En cuanto a la pretendida
abolición de términos como "estilo" (¡nada
menos!), basta con ver cómo quienes sostienen tan chistosa
idea (Roland Barthes y epígonos) tienen que utilizarlos por
fuerza, con la misma acepción común de siempre, apenas
a unas páginas de distancia de aquélla donde los declararon
abolidos. Para morirse de risa, véanse las páginas
38, y 65 y ss, de El grado cero de la escritura... de Roland Barthes,
Siglo XXI Argentina editores, S.A.., 1973, y 124 y 137 de las Conversaciones
con escritores, de Federico Campbell, Sepsetentas, 28, Méx.,
1972. (Entrevista a Jorge Aguilar Mora).
*** La divergencia de este
término con el de "mágico-realismo", de
Alejo Carpentier, uno de los creadores del estilo y su primer exégeta,
es una discusión que ya también inicié en otra
época y que excedería con mucho el presente espacio,
donde no sería sino una derivación excesiva.
Andrés
González Pagés
Escuela de Escritores "Ricardo
Garibay", Sogem. |