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Junio - Julio
2003

 

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Proyecto Internet


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Editorial
 

Por Alejandro Ocampo
Número 33

Con la edición 34, llegamos a la mitad del año 2003. Es difícil aceptar que el acontecimiento más importante en lo que va del año haya sido la guerra en Irak y las acciones militares, sociales y políticas que los Estados Unidos, como la única gran superpotencia mundial, ha emprendido en el nombre de la protección contra unos enemigos que, paradójicamente, sólo se fortalecen y engendran más y más odio a medida que esas llamadas medias preventivas se endurecen y extienden. Las actitudes tomadas por el gobierno norteamericano sólo prueban la máxima Hobbesiana de Homo hominis lupus de manera recíproca y bajo la triste dicotomía maniquea mutuamente excluyente del nosotros-ellos, pues por una parte el gobierno de los Estados Unidos no ve en el resto de la humanidad, árabes y latinos, chinos y rusos, sino a unos presuntos -en algunos casos consumados ipso facto- terroristas y, por otra, el resto de la humanidad vemos a los Estados Unidos con recelo, rogando no ser considerados como terroristas o protectores de líderes corruptos o defensores de causas dejadas de la fuerte oleada neoliberal. Hasta el momento ha podido más el poder de la fuerza que la fuerza del poder, la pregunta es ¿Cuándo cambiarán las cosas?.

Las múltiples manifestaciones en contra de la guerra aluden pues, a una sociedad cada vez mejor informada y más activa y. Las nuevas tecnologías de información y comunicación han brindado esa oportunidad, es por ello imperante defenderlas, cuidar su independencia y autonomía, su orden y su apertura. La información, piedra angular de la imperiosa nueva sociedad, asoma una máscara bajo la extendida frase "Información es poder", que puede resultar tan maquiavélica como la que más. De tal suerte que se reduce la información a poder o el poder a información. Es precisamente en este punto donde vuelve a la mesa el asunto de garantizar un verdadero acceso a las nuevas tecnologías y de lo inquietante que puede resultar la exclusión por asuntos que tienden siempre a ser de carácter económico.

El Internet es una fuente inagotable de información, la fuente más grande jamás creada. Al margen de indagar en el inquietante caso de la confiabilidad y seriedad de esa fuente que retomaremos adelante, hay que preguntarse acerca de esa información y las posibilidades de darle una interpretación para que dejen de ser sólo datos sin sentido. De lo que se trata es de que cualquier persona tenga la posibilidad de disponer de esa información y a partir de ello, construir su propio conocimiento acorde a sus experiencias propias y valores personales amén de una enorme serie de relaciones entre todo su medio.

Es necesario transitar pues, no a la sociedad de la información, sino a la del conocimiento. Ello supone una cantidad enorme de diferencias, en primera instancia la garantía de acceso a las nuevas tecnologías; en segunda, la capacidad para darle sentido a toda la esa vorágine de datos que por sí solos son intrascendentes y por último, el criterio para formarse una opinión propia a partir de lo abstraído, lo que implica conceder a cada fuente un valor y una credibilidad especiales.

El reto es entonces el desarrollar esa habilidad y permitir, tanto el profundo aprovechamiento de las nuevas tecnologías, como el continuo desarrollo de éstas. ¿Dónde iniciar la adquisición de esa habilidad? Juan Luis Cebrián encuentra que la reconfiguración de la educación será quien eventualmente deberá adecuarse y formar a los miembros de la sociedad del conocimiento:

La educación no puede ser sino una preparación para el estudio por nosotros mismos, y el arte de aprender no viene determinado por los títulos académicos, sino por la solidez de los criterios que se aplican en la búsqueda interminable de saberes que la vida constituye. (Cebrián, La red, 1998, p.150)

Así pues, la transmisión de información y de conocimiento apuntan a dos vertientes, si bien la piedra angular para ambas es precisamente la comunicación, cumplen fines distintos; la primera hace saber, mientras la segunda ayuda a comprender y a explicar el entorno; la primera satisface el presente mientras la segunda perfila el futuro.

La sociedad del conocimiento demanda personas que materialicen las ideas de la Ilustración enmarcadas por Kant bajo el precepto de "atrévete a pensar por ti mismo". Si la incipiente teoría de la comunicación de principios del siglo pasado redujo al ser humano a un máquina condicionadamente manipulable en el concepto de la aguja hipodérmica, los aportes teóricos recientes que han introducido el concepto de audiencia activa encuentran su expresión más elevada cuando Internet ha resultado ser el medio más personalizable y diferenciable que existe. Resulta paradójico que con un mayor número de habitantes sea posible esto último, pero todo se explica bajo un concepto extendible a todas las ramas del quehacer humano: la selectividad.

En esta edición, Daniel Murillo reunió a un grupo de estudiosos y expertos en literatura y comunicación, vuelve a los orígenes para llegar sólo a una conclusión: La interdependencia entre ambas es tan fuerte, que la sola existencia de alguna supone la otra. A través de nuestra historia la letra impresa ha sido una de las principales formas de hacer comunicación. Ya sea a través de la novela, el ensayo, el cuento o la poesía, la literatura es transmisora de sentimientos, ideas, reflexiones; promotora activa de la imaginación y el pensamiento. ¿Cómo no reparar en lo mucho que aún le falta por dar a esa rica y nutritiva relación?.

Con esta edición también, cumplimos también dos años en la dirección de esta fantástica y gratificante obra. Así pues hay motivos para celebrar. Gracias a todos los que nos han ayudado de una u otra forma, a colaboradores, lectores y amigos. Su apoyo sólo indica lo importante que es este proyecto y el empeño que requiere.

Un abrazo


Alejandro Ocampo
Director de Razón y Palabra