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Por Gilia González
Número 33
Hay muchas razones para tomar
la decisión de ser felices. Por nosotros mismos, para darle
una mejor cara a la vida, para digerir más rápidamente
los momentos de adversidad. Volveré a estas afirmaciones
más adelante, luego del siguiente rodeo, que considero necesario
para fundamentarlas.
De un tiempo para acá me
preocupa darme cuenta de la falta de atención, o de la poca
capacidad que los jóvenes tienen para darse cuenta que mucho
de lo que percibimos por los cinco sentidos está altamente,
gravemente contaminado, y que esa contaminación está
dirigida a corromper a la sociedad. Me referiré en concreto
al sentido de la vista, al ámbito de lo visual, que es ahora
el que nos compete.
Por medio de la saturación
de imágenes están logrando desensibilizar a las nuevas
generaciones, a que ya no los afecte tanta basura. En el cine y
en la televisión juntan imágenes y sonidos que pueden
llegar a alterar severamente nuestra estabilidad emocional. Me desespera,
me angustia y me entristece darme cuenta de que después de
una película, en la que el elevadísimo volumen, la
constante agresión auditiva, junto con terribles, innecesarias
y a veces absurdas imágenes de explosiones, masacres, atentados
tanto a humanos como a los demás habitantes de nuestro planeta,
sobre todo los jóvenes salen del cine diciendo "La película
estuvo buenísima; ¿a dónde vamos a cenar?".
No me molesta pensar en la cena,
pero sí dos cosas: el que puedan calificar todo lo anterior
como "buenísimo" y por tanto recomendable, y que
cuando salen de la sala de cine nadie intenta reflexionar o analizar
el contenido real del filme.
Me entristece aún más
el hecho de que algunas gentes digan que exagero cuando quiero analizar
esas cosas como las que salen en el cine y en la televisión,
o en algunas revistas. Esas cosas que me agreden, y por las que
me quedo muda, o un tanto en shock.
Alguna vez alguien me preguntó
por qué yo no hacía fotos en la morgue o en los hospitales.
Mi respuesta fue que yo, como todos en este mundo, no he podido
evitar el vivir cosas muy trágicas, dolorosas e irreversibles
y, por lo mismo, conocer el significado de la angustia, de la ausencia,
del dolor y de la pérdida. Pero quiero que todo eso sea parte
de mi vida cuando realmente me toque. Vivirlo si no hay otra posibilidad,
sí, pero no ser masoquista. Prefiero compartir con quienes
lleguen a ver mi obra todo lo que por mi particular punto de vista
percibo de la realidad que normalmente me rodea.
Por lo contrario, he quedado muy
satisfecha cuando en una de mis últimas exposiciones1
la gente salió con una sonrisa, con un evidente buen sabor
de boca después de haber recibido y compartido parte de mis
emociones positivas.
Ensayo
1. Gilia González de la Torre
Esa es hoy mi propuesta: invito
a todo el que me escuche a compartir sus alegrías, sus sensaciones
y emociones, sus anhelos, para comenzar este nuevo milenio. Me gustaría
dejar en el pasado el contenido tan negativo que predominó
en el Siglo Veinte, o por lo menos durante los años que yo
viví conscientemente en él.
Estoy segura de que en ese siglo
que acabó hace pocos días, además de todas
las maravillas de que nos enteramos, y de todos lo avances científicos
y tecnológicos, hubo muchísimas buenas noticias que
no fueron difundidas porque lo que venden son las noticias amarillistas,
morbosas y vacías. Me gustaría que los niños
tuvieran más información sana, de contenido sustancioso.
También me gustaría que hubiera una educación
para sentir el arte. Y digo "sentir" porque en muchos
casos del arte no hay que explicar nada, sino que hay que abrirse
a descubrir qué fibras nos toca, qué partes de nuestro
interior vibran con lo que está ante nosotros.
No quiero decir con esto que promuevo
un arte superficial; todo lo contrario. Propongo que enseñemos
tanto a las viejas como a las nuevas generaciones a disfrutar todo
lo que nos rodea y es positivo, a observarlo y a valorarlo desde
los más ángulos que nos sea posible: de cerca, de
lejos, sentirlo, tocarlo si se puede, y volver a valorarlo.
Bailarines. Gilia González
de la Torre
Así como hay muchas formas
de expresión, todos tenemos muchos caminos para manifestarnos
sin que perjudiquemos a terceros, pues, por más razón
que tengamos, hay formas de expresión que hacen que el individuo
no recapacite en aquello que se le plantea, y es así que
resulta manipulado hacia actividades nocivas.
No estoy haciendo una nueva propuesta,
entiéndase, del llamado "arte por el arte". Esta
tendencia, siempre parcializadora y enredada como concepto, ha querido
soslayar el arte de contenido social y el arte de contenido directamente
político, y aun prohibirlos, para que sólo se expresen
aquellos artistas que están de acuerdo con lo establecido.
Mi propuesta va más bien por el lado de una amplitud de criterio
que respete y propicie todas las expresiones artísticas,
sin dejar fuera ni la que incluye o se basa en la crítica
social y en la discrepancia política, ni la que consigna
la realidad positiva y sus posibilidades.
Como todos sabemos, tampoco estoy
descubriendo con esto el hilo negro, sino que hay antecedentes teóricos
al respecto por parte de algunos filósofos del arte. Un caso
para tomarse en cuenta es el del esteta inglés Herbert Read,
que muestra que la variedad de los distintos modos de hacer el arte
es un proceso lógico, de acuerdo, en primer lugar, con el
temperamento y el carácter del artista, y en segundo lugar
de acuerdo con los estímulos que le dan su formación
y el medio que lo rodea. Además, este filósofo del
arte propone precisamente algo a lo que párrafos arriba me
he referido: la educación por el arte.
Aldo, donde sea que estés
te quiero 2. Gilia González de la Torre
Y, a todo esto, es difícil
no aceptar que el arte que se cree no político, por llamarlo
de algún modo, resulta a veces muy político. Sé
de un pintor chino que se puso a pintar cangrejos una vez que los
japoneses habían invadido su territorio, simbolizando así
que el invasor tendrá finalmente que regresar sobre sus pasos.
Y hace poco un amigo me comentaba
que supo de alguien que para protestar contra la saturación
visual que durante estos años ha venido invadiéndonos
hasta provocarnos una asfixia inconsciente, se propuso exponer en
las calles de Buenos Aires grandes rollos de tela blanca cubriendo
aparadores, letreros, anuncios, etcétera. Sería como
cuando después de habernos saturado por un exceso de ruido,
de lo más profundo de nuestros ser sale un ¡¡¡Shhhhhh!!!
Se trata esta vez de una llamada de atención a quienes somos
más sensibles al mundo de lo visual. Pero podrían
idearse formas de protestar también contra todas las demás
formas de contaminación que social e individualmente padecemos.
Afortunadamente, en este nuevo siglo,
el Siglo Veintiuno, tenemos una gran cantidad de formas de expresarnos.
Aunque también me llama mucho la atención ver cómo
los jóvenes asumen profundamente lenguajes tan distintos,
que a veces a nosotros mismos no nos resulta fácil sentirlos
ni mucho menos comprenderlos. Pongo como ejemplo dos vivencias recientes:
una fue en una exposición de "arte objeto"2
en la que, pese a la amplitud de la sala, nada más había
unas cuantas obras, una de ellas maravillosa para mi gusto. La verdad,
me hubiera gustado ver más de la obra de esa artista, por
que ya en otras ocasiones me ha emocionado verla. ¿Por qué
esa tendencia a reservarse las creaciones, por qué dar a
los espectadores sólo una probadita, cuando hay mucho material
guardado en la bodega, el cual se realizó para ser compartido?
Debemos entender que una obra nuestra
no es todavía, digamos, la Monalisa, ni un cuadro de Van
Gogh, los cuales desde luego sí llenan una sala entera con
todo lo que han devenido a través de los años, con
todo el alimento que han sido y siguen siendo para la sociedad humana.
Por otro lado, creo que la nueva
música electrónica es un reflejo de la acelerada vida
que se lleva en las grandes ciudades. Tal vez ayude a sobrellevar
esa angustia social que se ha dado en llamar stress, para
que después de tantos brincos sin ton ni son los jóvenes
citadinos se sientan liberados de esa tensión que a lo largo
del día se va acumulando en los hombros. Pero debo confesar
que no me gustan esos ritmos, que no los siento y que en consecuencia
no van conmigo. Me parece que en vez de liberar de veras la tensión
lo que hacen es anestesiarla, como una droga, y que la consecuencias
pueden ser negativas. Si esa música liberara de veras a los
jóvenes, quizás no habría tanta delincuencia
juvenil.
Creo de verdad, o al menos así
lo espero, que son pocas las personas que tienen algo de masoquistas
y que por lo tanto mantienen por voluntad propia alguna constante
negativa a lo largo de su vida. Ya sean el dolor, la tristeza o
cualquier sentimiento que nos opaque la sonrisa. Regreso con esto
a mi planteamiento inicial, incursionando ya en el papel del arte
para estos propósitos.
Para estos propósitos, pues,
en primer término el arte es sinónimo de vida, y por
tanto las posibilidades de definirlo son muy amplias: Si el arte
es vida, es entonces creatividad, crecimiento, aprendizaje, emociones,
colores, intensidades, formas, expresión, sabiduría,
sensibilidad, comunicación, alimento, equilibrio, responsabilidad
de todos, obligación de todos.
Y todo esto es también para
la vida: el arte es retroalimentación. Retroalimentación
para todos, para el individuo en particular, y para la sociedad
en su conjunto. En un lance de globalización, que ahora está
tan de moda, el arte es retroalimentación para la humanidad
entera, alimento para que la especie humana prevalezca sobre las
amenazas de extinción que sobre ella se ciernen. Quizás
la depresión y la tristeza se han arraigado en los individuos
y en las sociedades, sobre todo entre los sectores de jóvenes,
debido a que las muestras de lo que será el futuro que constantemente
esos jóvenes reciben son desastrosas. Pero también,
creo yo, porque no son suficientes las muestras que les ofrecemos
quienes creemos que el futuro puede ser agradable, y menos las de
quienes creemos que estamos obligados a alcanzar un futuro agradable.
Así, insisto, sin desconocer
en absoluto el derecho y la obligación que los artistas tienen
de protestar mediante su obra contra el dolor y la injusticia, cuando
así sienten hacerlo, creo yo que hace falta también
hacer constantemente propuestas artísticas de lo que puede
ser la felicidad, cuando triunfe nuestra lucha por la dignidad humana.
La evasión, si es que alguien piensa en eso, sería
no permitir en nadie la protesta. Pero el hecho de no permitir la
expresión de la alegría y de las posibilidades de
la felicidad actual o futura, me permito calificarlo como perversión,
pues propicia ante todo esa enfermedad social anímica que
es la desesperanza como modo de vida.
En este mismo orden de ideas, queda
claro que los industriales de la violencia se pondrán en
contra, principalmente, de que se produzca un arte de la alegría
y de la felicidad. Ellos necesitan manipular todo el tiempo con
demagogia, es decir, alentando las llamadas bajas pasiones de la
sociedad no educada, haciendo que el individuo desprotegido se regodee
en el crimen y en el desprecio de la vida. Y yo creo que no admitir
la posibilidad del arte de la felicidad es hacerles el juego a esos
enemigos del ser humano.
La antropología nos dijo
hace mucho que el ser humano es ante todo un ser que imita. Yo propongo
que le demos, para que trate de imitarlas, muchas muestras de la
felicidad. Propongo un arte, el arte visual en mi caso y concretamente
la fotografía, que propicie el anhelo de la felicidad. Al
fin y al cabo, la conciencia de cómo lograrla está
por fortuna en muchas otras posibilidades didácticas, incluyendo
el arte fotográfico mismo, igual de fundamentales y que no
tienen por qué sufrir menoscabo a causa de que el arte para
las perspectivas luminosas del ser humano también se manifieste.
Partituras para una noche en La
Habana. Gilia González de la Torre.
Por otro lado, hay que decir que
no es posible entender profundamente el significado de la palabra
"felicidad" si no la relacionamos con una vida de calidad,
entendiendo por la calidad de vida lo siguiente:
-Que toda persona tenga seguridad
médica.
-Que toda persona tenga derecho a un trabajo digno.
-Que toda familia tenga una vivienda digna.
-Que toda persona tenga acceso a una educación que propicie
su sano desarrollo.
-Que toda persona tenga derecho a participar en actividades culturales
que nutran su espíritu, en el mejor sentido de la palabra
"espíritu" que es el de la conciencia.
Claro que esta pirámide de
necesidades fundamentales no la han logrado ni siquiera los países
más avanzados del orbe. Las deficiencias que la sociedad
común entre ellos, la poco educada, padece con respecto a
estos puntos que he enumerado, hace que sus valores se distorsionen
gravemente, pues el desarrollo de las personas como consecuencia
de la mala educación es muy irregular. En esa sociedad pobremente
educada y altamente enajenada de los países ricos, los bienes
materiales se vuelven una obsesión, y la ansiedad, la depresión,
la angustia y el desencanto propician la fuga hacia las drogas,
que momentáneamente mitigan su relación enferma con
el medio ambiente y con su propio medio social. Y, luego, las adicciones
van transformando a los individuos en psicópatas. Al otro
lado del panorama, afortunadamente, hay países que sin tener
grandes recursos han sufrido ya saben de la necesidad de la felicidad,
y que ésta puede lograrse con la lucha constante por la dignidad,
una de cuyas manifestaciones es sin duda el arte.
Insisto en mi convicción
de que la lucha de la conciencia por la dignidad se verá
fortalecida si en vez de la frustración, el dolor y la desesperanza,
vislumbramos al final la meta de la felicidad y que para ello, sin
duda, contará mucho nuestro trabajo en el sentido que propongo.
Ante el criterio que niega la posibilidad
del arte de la felicidad aduciendo que primero deben resolverse
las necesidades básicas, es decir, que primero debe resolverse
el problema económico y sólo después dedicarse
al disfrute de lo bello, me permito recordar que fue el psicólogo
y sociólogo Abraham H. Maslow quien modernamente esbozó
la teoría de las necesidades y las motivaciones, que atañe
a este punto. Dice él que en la "pirámide"
de las necesidades, las superiores, entre las que se encuentran
las que podríamos llamar "del espíritu",
y desde luego el arte, no pueden ser satisfechas mientras no se
satisfagan las menores, lo económico por delante.
Creo yo que este determinismo cae
por su propio peso, pues si así fuera, el propio arte de
protesta y el político, en tanto que arte, en tanto que manifestación
de un espíritu en lucha, quedaría anulado. Creo, así,
que un arte de protesta que no se sustenta en la alegría
de la perspectiva final de triunfo de la dignidad sobre la adversidad,
conduce a la enajenación. Es lo que ha ocurrido en los países
más avanzados de hoy, en los que la imagen continua del dolor
acabó por ser una credencial del mismo y una preparación
para soportarlo cada vez más descarnadamente, como preparación
para la guerra y otras clases de crueldad histórica. Prefiero
pensar, con Arnold Hausser, que el arte es una expresión
humana que surge de la necesidad de sobrevivencia, y que es también,
como dice el por otra parte ya citado Herbert Read, "un mecanismo
regulador de la existencia humana". O sea que es una actividad
que gratifica y ennoblece, que humaniza, en una palabra, a la vez
que prepara al ser humano para conseguir el sustento de la alegría
y la felicidad.
Inquietudes. Gilia González
de la Torre.
Antes de terminar, y a modo de ilustración
de algo más objetivo que conduzca a la satisfacción
de las "necesidades básicas", creo bueno incluir
aquí las "emociones básicas" que Santiago
Mar Zúñiga postula en su libro El ángel
de la felicidad, o El arte de ser feliz:
La ira, que se debe a la agresividad
incontrolada y es, como el autor dice, "un río salido
de cauce que inunda y destruye todo a su paso con gran violencia".
La envidia, que es tener dolor por
el bien ajeno. Nunca es noble, dice Zúñiga; no hay,
como se dice, envidia de la buena. La envidia da lugar a
ser como otros, o a tener lo que ellos, a como dé lugar.
Motiva la competencia sin límites.
El odio, que siendo desde luego
lo opuesto al amor, motiva la aversión incontrolable hacia
algo o hacia alguien, al grado de querer hacerle daño, o
causarle la muerte. Las guerras son un ejemplo terrible del odio.
Los celos, que son un sentimiento
de temor por la posible pérdida de la persona amada, y que
da lugar al odio y la ira.
El miedo, que es un estado de ánimo,
sigue diciéndonos Zúñiga, asediado por la inseguridad
ante el peligro, real o imaginario, y que consciente o inconscientemente
se asocia con la muerte. En este punto, hay que tomar en cuenta
que la adquisición desorbitada de bienes, si por un lado
produce una sensación de seguridad, es sobre todo una falsa
prevención contra la muerte.
La razón por la que debemos
superar estas emociones básicas es que si bien ocasionalmente
pueden conseguirse momentos felices mediante ellas, motivarán
también actos que no sólo producirán infelicidad
a quien las deja actuar sobre sí mismo, sino también
en las personas a quienes están dirigidas o a quienes se
involucra al actuar mediante ellas.
Finalmente, y para cerrar retomando
el tema central de esta intervención mía, quiero decir
que según sus perspectivas de beneficio social, me parece
que la palabra "arte" puede escribirse de las siguientes
tres maneras:
"arte", con puras minúsculas,
cuando por lo menos cambia la forma de ver, sentir y de ser de una
sola persona. "Arte" con A mayúscula, cuando cambia
la forma de ver, sentir y de ser de un grupo de personas, o a un
conglomerado social como puede serlo una ciudad entera, y "ARTE",
con todas las letras mayúsculas, cuando se vuelve parte de
todas las siguientes generaciones, como es, por ejemplo, el ARTE
de Picasso, el de Leonardo da Vinci y el de Van Gogh. Creo que el
ARTE DE LA FELICIDAD también debe escribirse con mayúsculas.
Porque estoy segura de que éste no es nada más un
deseo mío, sino que toda la humanidad, finalmente será
feliz.
Regalando dulzura. Gilia González
de la Torre.
Notas:
*
Ponencia presentada en el Coloquio Internacional de Fotografía
Latinoamericana "Memoria Iconográfica del Siglo XX",
La Habana, Cuba, 8 de marzo del 2001, día internacional de
la mujer.
1 Exposición Múltiplos
de luz, Jardín Borda, Cuernavaca, Morelos, México,
Fotoseptiembre 2000.
2 Jimena Armida, exposición
Diva, Galería Ánima löte, Cuernavaca,
Morelos, México, 2001.
Gilia González de
la Torre |