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2003

 

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Una Relación con los Hechos de José Carlos Becerra
 

Por Soledad Jiménez
Número 33

Me propongo una relación de lectura del libro de José Carlos Becerra Relación de los Hechos. En particular me interesan algunos pormenores de sus dos primeras partes que parecen transmitir, desde sus obsesiones por la resurrección y la revelación, un intuir el destino fatal que lo acechaba o una intención de encaminarse a su encuentro. Quisiera hacerlo a la manera de un relator que, ante los incidentes de un hecho, apunta todo cuanto de interés advierte en éste.

Observo, primero, que de los cuatro capítulos en que está dividido el libro, tres inician con epígrafes de reconocidos poetas contemporáneos que son, a la vez, representativos de tres de las lenguas más habladas del mundo occidental: francés, inglés y español: es como un deseo genuino del poeta de universalizar su tradición. La última sección está dedicada a una persona común lo que nos hace creer que cualquiera de nosotros podría ser el depositario de esa dedicatoria. La organización del poemario lleva a pensar que su estructura no es una advertencia fortuita sino que constituye parte de una trama, tensada a conciencia, sobre la cual fue urdido. Tal vez los estudios de arquitectura que el poeta siguió responden a esa capacidad de José Carlos para planificar y enlazar sólida y amorosamente cada uno de los cuatro conjuntos. Cuatro capítulos que transitan de manera sucesiva y alterna por los hilos conductores fundamentales en la poesía de Becerra: resurrección, revelación, destino, realidad. Repasemos los capítulos.

I. El primero, Betania, se emblematiza con un epígrafe de Saint-John Perse que traduzco así: Hombre contagiado de anhelo, hombre alcanzado por la infestación divina. Alude con su título y su primer poema, de igual nombre, a la resurrección o, como se insinúa en el epígrafe, al anhelo de ésta. Lo constituyen los siguientes poemas: Betania; Adiestramiento; Declaración de otoño; Espacio virtual; No ha sido el ruido de la noche y La otra orilla. Entresacando ciertos versos, podemos constatar que, en efecto, un anhelo de resurrección y de revelación los recorren sin lugar a dudas. De Betania leemos:

He tocado esta carne y no he hallado otra resurrección que el olvido...

Y más adelante,

¿Dónde está lo que resplandece cuando el fuego retrocede?
¿Dónde está aquello que no es vencido por el poderío de lo que duerme...

Más explícitamente sigue,

...la historia de Lázaro se ha convertido en pasto de charlatanes
de buena y mala voluntad,
y la consecuencia es este legado de carne envanecida de su
morir,
aquello a lo que llaman primer paso hacia la inmortalidad.

Pero, ¿quién asume el compromiso de la resurrección en la poesía de José Carlos Becerra?, porque parece haber un desplazamiento en la ejecución de la orden "Levántate y anda", un trastocamiento de la tradición, ya que más adelante nos dice:

Dios ha entrado en su tumba tranquilamente
porque cree en el poder de los hombres para despertarlo...

Luego sigue:

He pasado tardes en silencio, mirando mi fraudulenta resurrección...

¿Es acaso que el anhelo inicialmente anunciado al abrir el poema ha nacido ya muerto?, ¿o que se necesita de un vehículo específico para allegarse a él?; ¿la mirada, tal vez? Porque casi para cerrarlo dice:

He aquí esta mirada,
esta mirada nuevamente en las postrimerías de sí misma,(...)
como una lúcida avanzada invernal.

Así, desde este poema inicial, el corpus poético de la obra queda claramente definido por esa mirada que no es una que contempla con regocijo o entusiasmo, sino, más bien, una mirada interior que indaga e inquiere sobre la esencia de lo divino y lo terreno, como queda dicho en algún momento.

...porque no hay nada sagrado en el regreso, porque sólo una vez despertamos temblando para mirar el mundo...

Es pues una mirada meditativa que, frente a los arcanos, busca traspasar la puerta-palabra que el autor escribe así en cursivas para no dejar duda sobre el simbolismo que le atañe- que se abre al misterio, lugar de paso entre dos mundos. Punto en el que se sitúa el poeta y desde el cual habla confiriéndole un valor dinámico y simbólico a su lenguaje que nos invita, también a nosotros, a atravesarlo. Definimos mirada no como un movimiento de ojos para ver, sino como un movimiento del espíritu, una revelación por medio de la cual nos adentramos en los arcanos. Esta es la definición de la mirada de José Carlos Becerra en Relación de los hechos; una mirada que mueve los resortes más íntimos del alma del poeta. De los otros poemas de esta misma sección leemos, en Adiestramiento:

La voz de aquellos que asumen la noche,
marinería de labios oscuros;
la voz de aquellos cuyas palabras corresponden a esa luz donde
el amancer levanta
la primera imagen vencida de la noche.

Y más adelante

La voz de aquellos que llegan a la oscura verdad de las últimas aguas,
la voz de aquellos que han besado el candor que en los labios deja la muerte,

En Declaración de otoño:

Porque ahora miro las extensiones del mito
y no encuentro otra respuesta ni otra distancia que el llanto (...)

He venido a decirlo.

En Espacio Virtual:

He aquí este ejercicio alrededor de la vehemencia, la obstinación inconfundible de los primeros temblores,
soñando un rostro (...)

tal vez como símbolo de un mundo que busca el amor, la apariencia intermedia de lo humano y lo espejo.

En La otra orilla, último poema de Betania, con la elección del título nos desplazamos ya, hacia el siguiente cuerpo de este poemario y leemos:

Yo iba a decir algo; cogí la pluma para eso, cogí mi alma para eso;
¿qué iba a decir? ...

II. Apariciones. La segunda parte inicia con unos versos de T.S. Eliot que se traducen más o menos así: Algunas veces estas meditaciones aún sorprenden a la noche atribulada y al reposo del mediodía. En él, José Carlos transita hacia el anhelo de la revelación buscando develar el misterio, buscando quién se lo devele por medio del amor, buscando hacerlo juntos, porque en esta sección se advierte un sutil movimiento de traslación del "yo" hacia el "nosotros" y la mujer hace su aparición. La componen los siguientes poemas: Apariciones; Relación de los hechos; Rueda nocturna; Memoria; la mujer del cuadro; Causas nocturnas; Forma última; El reposo del guerrero; La corona de hierro y La bella durmiente.

Leemos en Apariciones, casi al principio:

Todo aquello respiraba en nosotros,
todo aquello ponía su peso en nuestros corazones, su luminosa y quieta avalancha,
su pesada gota de vida humedeciendo ciertas entradas del alma (...)

Todo aquello ponía por un momento su otra parte en nosotros; ...

Y más adelante:

He aquí la vocación de recordarlo,
he aquí el instante en que es necesario que el sueño se saque de su interior sus vestiduras
con un movimiento de prestidigitación;
es necesaria esta invocación, este derrame de aguas y de signos y transcripciones nocturnas: (...)

Oh imágenes, mediaciones entre el hombre y su sueño; ...

En Relación de los hechos nos habla de:

...la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer como con un cuchillo filoso y deslumbrante.

Y sigue:

Y sin embargo, allí estábamos, (...)
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los labios.

En La mujer del cuadro nos dice de ella:

Lo empiezas a saber, (...)

Ya cruzas la puerta,
Ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito, (...)

En Causas nocturnas, José Carlos busca fijar el instante probable como aquel en que:

...los cuerpos memorizan cuando la sangre intenta el ritmo de lo infinito.

La bella durmiente inicia con un epígrafe de Carlos Pellicer: Aunque vengas mañana en tu ausencia de hoy perdí algún reino:

...y acariciamos temblando los labios de esa boca, que parece atravesada por aquel irresistible deseo de morder el infinito,
pasamos los dedos por el suelo de esa frente que se resiste a la revelación, (...)

Y más adelante:

(Alguien acaba de encender la noche en nuestros ojos, alguien acaba de asistir a una ejecución en nuestra mirada), ...

Nos entregamos por un instante al instante, (...)

Por un instante somos los otros,
aquellos dos en los que tanto soñamos. (...)

Juntos los dos, a punto de tomar el misterio, (...)

a punto solamente,
a punto de algo.

Y como si la incapacidad para fijar el instante amoroso fuera un mal presagio para él o una intuición, no puedo dejar de reproducir otros versos de José Carlos pensando en las circunstancias tan conocidas de su muerte:

Ya no sé quienes somos;
en un acantilado el mar bruñe la roca con la lechosa luz
de un movimiento crepuscular y vacío,
la primavera retoca sus retratos canturreando en voz baja,
pasan las aves que le faltaban a la noche...

III. Reglas del juego. Abre con una cita de Octavio Paz: Yo no daría la vida por mi vida: es otra mi verdadera historia. En este tercer tiempo se agrupan los poemas donde el hombre, una vez descorrido el velo de Maya, recorre su camino, solo, dueño de su libre albedrío y de su propio destino adquiriendo conciencia de que está obligado a trascender su propia historia en tanto que la transita. En este capítulo el anhelo de revelación lo ha abandonado y se yergue, en su lugar, una necesidad de rebelión. Lo integran los siguientes poemas: Las reglas del juego; Epica; El fugitivo; Señal nocturna; El pequeño César; Cierto paseo; Licantropía, Sentado en una piedra; El azar de las perforaciones; Ulises regresa; El hombre de la máscara de hierro y Sueño de Navidad. Sólo resaltaré de entre todos éstos, los siguientes versos, del primero:

Cada uno debe entrar en su propio degüello, cada uno retocando su respiración,...

De Cierto paseo:

...estoy trastabillando en mi imagen sagrada,
midiéndome el traje de una resurrección que no me facilita vivir,
que no cumple mi alma..

En Licantropía se vuelve a Perse:

...he estado mordiendo pacientemente vuestros corazones, esperando el soñado contagio,
pero ha sido inútil, ustedes le temen a su propia divinidad,
y de sus corazones huyó el hombre que un día quisieron ser.

Sentado en una piedra, dice:

No estaba preparado para llorar, no estaba preparado para creer en mí,
para herrarme con el sello candente de la libertad (...)

En El azar de las perforaciones:

...mi única hazaña ha sido no ser verdadero, mentir con la conciencia de que digo la verdad (...)

Y casi enseguida:

He utilizado la palabra amor como un bisturí,
y después he contemplado esa cicatriz verdosa que queda en lo amado y en el amante ...

Finalmente, en Sueño de Navidad leemos:

¿De qué nos ufanamos?
¿De qué orden divino nos ufanamos?

IV. Ragtime. La última parte la compone este único poema dedicado a Héctor Raúl Valero que nos sitúa, desde la elección del título, en nuestra contemporaneidad, en nuestro colectivo de hombres atrapados en una modernidad que nos ha hecho perder nuestros sueños y el mapa que nos conduce a ellos. En ella, Becerra deja constancia de su camino y de su intento por develar el misterio, por fijar el instante como eternidad.

He aquí mi parte, he aquí mi parte en este esfuerzo por destetarnos de la muerte ...

En la utilización de la anterior estructura gramatical que se repite como una constante en Relación de los hechos: He aquí esta mirada; he aquí este delirio; he aquí mi mano; he aquí la historia, hay algo más que una fórmula que quisiera desentrañar. La poesía de José Carlos Becerra se vierte a través del versículo por imperiosa necesidad. Recordemos que los versículos, con cada una de las divisiones internas de sus capítulos, forman las estructuras de ciertos libros sagrados, como la Biblia y el Torah; en la primera, fuente de la Verdad cristiana, es el libro por excelencia de la revelación para occidente.

En su transcripción al lenguaje literario el versículo se corresponde con un ejercicio de verso libre en el cual, al desaparecer el obligado cómputo de sílabas, de pausas y de acentos y al eliminarse la rima, el lenguaje centra su atención en el contenido de las ideas que sustentan al poema y el efecto rítmico se logra por otros medios: Al no existir los elementos acústicos para crearlo, éste es conseguido a través de la reiteración de ideas, de ciertas palabras, de ciertas frases, es decir, de ciertas estructuras sintácticas que en muchas ocasiones operan como un efecto estilístico o mnemotécnico o didáctico, pero que en este caso buscan un tono que se corresponda con lo sacro porque en Relación de los hechos, José Carlos está oficiando un rito; por eso encuentra en la forma del versículo el medio idóneo para su vehemencia y su obsesión por la resurrección y la revelación y con ese instrumento cumple su liturgia sagrada y acomete el esfuerzo por descorrer el velo que nos separa de nuestro origen divino.

Me importa señalar que el lenguaje, en gran medida simbólico, que recorre el texto íntegro responde a los requerimientos del poeta para oficiar: un sitio donde llevar a cabo el rito; una sacerdotisa que lo secunde; unas palabras que lo designen; una suerte de letanía que lo fije. Para esto, en la pluma del poeta se organizan una serie de campos semánticos, de sustantivos repetidos en sinonimias varias que hacen posible la ceremonia. Así, el sitio del oficio esta en: templos, iglesias, navíos, palacios, castillos, islas, atrios, ciudades, reino. Cada una de estas palabras utilizadas como metáfora de este último Reino, o lugar de la resurrección de la carne.

En su condición de mortal, es decir, en su condición de soledad, el oficiante invoca la concupiscencia de la mujer; en su poesía está siempre presente la sacerdotisa bajo los nombres de: niña, doncella, muchacha, princesa, bella durmiente; mujer, a fin de cuentas.

Las palabras que se requieren para hablar de sacrificio: degüello, cicatriz, sangre, ofrenda, dolor.

La letanía, la salmodia de una fórmula melódica que quizás busca adormecer los sentidos del oficiante cuando se entregue a sí mismo en inmolación: He aquí esta mirada; he aquí mi parte; he aquí esta historia; heme aquí. "Heme aquí" dice, después de haber intentado recuperar para nosotros el tiempo de la fábula y del mito, después de colocarnos ante el umbral e invitarnos con él a traspasarlo.

No cabe duda, José Carlos Becerra sabía lo que estaba haciendo. Era un elegido de los dioses, por eso murió joven, de cara a Grecia, en el camino que lo conducía a reencontrarse con el mito, ... en ese viaje que la mirada todavía sostiene, su mirada.


Referencias:

José Carlos Becerra, Relación de los hechos, ERA, México, 1985.


Soledad Jiménez
Egresada de la Escuela de Escritores del Estado de Morelos "Ricardo Garibay", Sogem