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Agosto - Septiembre 2003

 

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Selección de cuentos cortos
 

Por Alberto Ferreyra
Número 34

Adrián Ramírez prueba con la música

"Más vale volver del fracaso y hasta del ridículo que no ir jamás a buscar la gloria". La frase estaba en una hoja de carpeta pegada con cinta en la puerta de la pieza de Adrián Ramírez.

El joven la escribió después de que el 4 de octubre de 2002 le dijeran que no tocaba mal el bajo, pero que no alcanzaba para admitirlo en Mostaza, su banda favorita.

Algunos de los compañeros de su desunido curso comentaron que había que "estar muy loco" para creer que "alguien" pudiera darle cabida "al estúpido de Ramírez". Otros apelaron al más sugerente y no menos cruel "¿Y qué querés?".

Javier Rivadero, uno de sus amigos, le enumeró famosos que lo fueron sólo después de sucesivos rechazos. Le habló de Lenny Kravitz y se explayó respecto de Daniel Passarella como buen hincha de River que recordaba que el Kaiser había sido despreciado en las inferiores de Boca.

El 16 de octubre, Adrián recibió un correo electrónico en el que los pibes de la banda le escribieron la sentencia del comienzo y agregaron: "Hasta las más grandes bandas han tenido fracasos de aquellos. Los mediocres que jamás probaron hasta dónde pueden, esos sí que no fracasan nunca. Y sus éxitos se producen con la misma frecuencia que sus fracasos. Un abrazo y hasta la próxima. Botasso, Panadero y Mariscal".


Quiero, pero no debo

"Ay, nena, vos sonreís y yo me olvido de que tenés novio", pensó Alcides mientras decía "Hola" a la nueva vecina de piso, con la que los martes compartía viajes en el 8.

A la semana se trató de convencer de que la chica era fea, que el pelo a lo mejor era teñido, que su cara tenía algunas expresiones que la desfavorecían.

Un martes después volvió a sentir que Vanina era linda y tenía en su sonrisa el poder de desarmarlo.
-¿Y por qué no la invitás a salir?
-Tiene novio -le respondía Alcides a su amigo Franco.
-¿Vive acá?
-No, en Mendoza.
-¿Y qué esperás?
-¿Cómo que "qué espero"? Está mal, tiene novio, no corresponde. Yo qué sé, porque a vos te guste una moto vos no vas a ir a robarla, ¿no?
-No, pero una mujer no es una moto.
-Justamente por eso, perder a una persona le causa a un tipo bien nacido más dolor que perder una moto.
-Pero te gusta.
-Sí, más vale que me gusta.
-Entonces...


Paquetes con sorpresa

"Adela va al supermercado con su madre, que hace dos años tenía 89. Demora siete minutos para un trayecto que sola recorre en 3. Frente a las latas de tomate al natural escucha a uno de los repositores.
-Perdón...
-¿Sí? -pregunta y se ilusiona.
-¿La señora que está atrás suyo vino con usted?
-Ah, sí, ¿por qué? -pregunta ya de mala gana.
-Porque está tirando al suelo los paquetes de yerba.
-¿Y qué, me van a multar por eso? Tiene más de 90 años, no sabe lo que hace, no lo hace de mala gana, yo la traigo porque no la puedo dejar sola y encima usted me viene a señalar con el dedo como si esto fuera un delito. Si yo quisiera cometer un delito no andaría con una mujer que me impide escaparme de cualquier lado, ¿o hace falta que le explique que es lenta?
-Pero...
-¡Déjeme terminar! ¡¿Quién le dijo que yo había terminado?! Si usted fuera un poquito como la gente se daría cuenta de que en vez de venirme acá a reprocharme porque mi mamá voltea los paquetes de yerba se tendría que poner usted, que para eso le pagan, porque usted es repositor, y levantar lo que mi madre tira le aseguro que sin darse cuenta. ¡Una gran suerte también!
-¿Y, cómo te fue?
-Mal, horrible -respondió a la noche Saúl, el repositor, a Ángel, compañero de pensión. De nada le había servido correr suficientemente hacia afuera de la góndola los paquetes de yerba como para que la torpe señora los tirara al mero contacto y él pudiera invitar a Adela a tomar unos mates el domingo siguiente.


Chau Vero, suerte

"El pulgar y el índice de la mano izquierda de Jorge estiraron sus labios hacia adelante. No lo hizo para silbar. Fue para nada, por nerviosismo. Hecho lo cual habló en voz baja:
-Por supuesto, creo que no hace falta decirlo, pero por las dudas, quedate en casa lo que tengas que quedarte hasta que salga el colectivo.

Sin mirarlo, como en cada respuesta al cabo de la peña, Vero apenas soltó un "gracias".

Camino al hogar tras comprar un boleto Río Cuarto - Mendoza con horario de salida fijado para las 23.15, Vero habló:
-Hubiera preferido que me dijeras que tenías otra y que te daba miedo que te vieran conmigo antes que inventaras un discurso sobre lo malo del amor a distancia.

Tuvo Jorge en ese momento muchas ganas de aseverar que no era por temor de que lo descubrieran. Intuyó que la suya habría de resultar de las aclaraciones que oscurecen. Siguió caminando sin abrir la boca. Como a los diez minutos se escuchó:
-Perdón.
-¿Por qué, Vero?
-Lo último que dije, olvídalo.

Era adecuada la situación para devolverle a Vero su "como quieras" de un rato antes. Jorge se privó de la revancha, conciente de que apreciaba a la joven chilena.
-A las palabras se las lleva el viento, más en una ciudad como Río Cuarto. Vos lo sabés, uno de los días que estuviste acá por los Juegos Deportivos hubo viento fuerte.
-Ya, recuerdo. Sí, sí que molestaba ese viento.
Una vez en el comedor de lo de Jorge, él le preguntó si prefería acostarse directamente o si antes quería acompañarlo con el desayuno.
-Prefiero dormir, gracias.
-Bueno, chau, que duermas bien -antecedió el beso de él en la mejilla derecha de ella.
-¿Te quedas mal?
-No por mí, sí porque vos te quedás mal. Eh, yo vuelvo a eso de las 2. ¿Te parece comer y en todo caso charlarlo ahí?
La ausencia de Vero a la hora señalada desmintió el "sí" que le diera como respuesta a las 7 menos 10 de la mañana.
La impaciencia de Jorge lo motivó a sentir que eran las 6 de la tarde cuando, a las 14:18 de su reloj, Vero tocó el timbre, saludó y entró.
-Lindo el barrio, casas bonitamente sencillas.
-Sí, bah, uno las ve siempre, se acostumbra a no mirarlas con atención. Eh, ¿querés salir a caminar después de comer?
-No, fíjate que fui a la terminal y cambié el pasaje, me lo aceptaron y viajo ahora a la tarde.
-Ajá. Eh, bueno, digo, ¿querés comer conmigo, preferís recostarte hasta la hora que salgas? No sé, otra es mirarme comer sin comer vos, pero esto creo que no te gustaría.
-No suelo comer antes de viajar, gracias.
-Claro.
-No te molestes.
-Me da no sé qué ir a la cocina a comer, vos te quedás acá. Es como si te dejara sola.
-Mientras acomodo mis cosas en el bolso -pretendió en vano engañarlo piadosamente ella.

Triste, Jorge comió arroz con salsa. En cuestión de horas, se había mudado de la alegría imposible de ocultar por verla arribar el atardecer anterior al convencimiento de que Vero retornaba a Chile con los mismos problemas y con la novedosa sensación de que a él no le importaba.

Intentó modificar los ánimos. Le alcanzó para que Vero aceptara su compañía en el trayecto rumbo a la terminal.
A las 15:38, se despidieron con un beso de él más cercano a la oreja derecha que a los labios de ella.
A las 4 menos 20, cuando el colectivo arrancó, un par de miradas apagadas provenientes del asiento 17 y del playón de estacionamiento se conectaron por última vez.

El martes siguiente a ese viernes 21 de setiembre de adiós gélido, la cara de Jorge continuaba siendo un auténtico indicador de malestar.
-Perdón, ¿le pasa algo?
-No, estoy un poco cansado -le respondió a una mujer acaso mayor de 50 años que junto a él esperaba un colectivo en la esquina de Caseros y Lavalle.


No es maestro cualquiera que lo parece

-Usted, Rodríguez, ¿por qué faltó?
-Tuve que ir al médico. Acá está la constancia.
-¿Usted, Gandín?
-Yo tuve que viajar a Rosario. Acá está el pasaje.
-¿Usted, Capello?
-Yo tuve que ayudar a mi papá a arreglar un aire acondicionado que había que entregar ayer. Acá está la copia de la factura, fíjese que la fecha es la de ayer.

La maestra continuó el interrogatorio para develar por qué el día anterior habían faltado 16 de los 21 alumnos del último grado de la primaria del Colegio Provincial 89.

Conforme pasaban las preguntas que no le permitían castigar a nadie, la impaciencia de la docente aumentaba.
-¿Y usted, Armoa, ¿por qué no vino?
-Por propia decisión.
-Pero usted es un caradura, ¿cómo va a admitir que faltó porque le dio la gana? ¿Así es como se toma en serio su educación? ¿Cree que de esa manera va a ir a algún lado? Vaya a la dirección y dígale a la directora que venga para acá con el libro de disciplina -añadió en voz todavía más alta.

Transcurrido el saludo a coro de los chicos a la directora, la maestra relató lo sucedido, con agregados que incluyeron: "¿A usted le parece?", "¡qué barbaridad, semejante desparpajo!" y "acá hay que aplicar un castigo ejemplar, si no la disciplina se va a relajar más de la cuenta".

La directora, que había aprendido de una colega que en ausencia de bombas de tiempo y terremotos no hay razón para apurarse con las decisiones, resolvió investigar.

Empezó preguntándole a Armoa. No consiguió que le dijera lo que ella sospechaba: que la constancia médica de Rodríguez, el pasaje de Gandín, la factura de Capello y las otras doce justificaciones no eran sino mentiras, fruto de acuerdos entre padres de los alumnos y profesionales y comerciantes amigos.

La maestra no acusaba recibo de la ignorancia que recibía de parte de la directora y por lo tanto seguía interrogando acerca de "¿para cuándo la sanción a Armoa?", a veces hasta en dos de los tres recreos de cada jornada.

El miércoles 31 de julio, pasadas dos semanas del incidente, la directora entró en el aula, pidió permiso a la docente para interrumpir la clase de Geometría y empezó a leer en voz alta:
-No es bueno que la escuela avale la falta a clases como acción consecuente de la falta de ganas de venir, pues si no mañana habría menos de 50 alumnos y 3 profesores en todo el colegio. No, claro que no es provechoso que la escuela proceda así. Antes que cualquier otra cosa, la falta de Armoa es injustificada, en razón de lo cual le corresponderá una sanción que consistirá en plumerear los diccionarios, que según he podido inferir llevan años sin ser consultados.

La segunda y última parte refiere a las supuestas justificaciones de faltas de los 15 restantes protagonistas de la ausencia en masa del 17 de julio. Convocados por mí a dialogar, uno a uno fueron reconociendo que no habían viajado a ningún lado, ni arreglado acondicionadores, ni cuidado de sus abuelos, ni ido a escuchar al politólogo que disertó en el Centro Cultural, ni recibido visitas de participantes de un intercambio educativo con Francia, por citar apenas algunas de las confesiones.
Cabe acotar que el aparente espíritu de grupo que los encaminó a faltar todos juntos se desvaneció tan pronto pregunté de quién había sido la idea. Escuché más de diez apellidos distintos. Ninguno mencionó el propio. Todos dijeron haber faltado por presión de los demás.

Es decir que estamos en presencia de una triple falta: la ausencia injustificada, la mentira y la acusación propia de los cobardes en vez de la asunción de responsabilidades de los que obrando mal en primera instancia empiezan a redimirse al hacerse cargo de sus actos. Dada la gravedad de la falta, tomaré un tiempo más antes de definir el castigo, pues temo que la indignación que me provoca me conduzca a ser excesiva.

Por último, señora de Franconi, sepa que su posición frente a la verdad y su apuro por resolver verdaderos dilemas me empujan a pensar que no es usted el mejor ejemplo para estudiantes a los que debería inculcarles el valor de la paciencia, el razonamiento y la investigación. También respecto de usted tomaré un tiempo prudencial antes de decidir la sanción.

Es todo, estimada clase. Disculpen la interrupción. Buenas tardes".


Alberto Enrique Ferreyra
Departamento de Ciencias de la Comunicación, Universidad de Río Cuarto Argentina.