Por Marisa Avogadro
Número 34
Se asoma el sol de primavera. El
aroma de los distintos arbustos y hierbas perfuman el paisaje. Acompañados
por el canto de los pájaros, infinitos diamantes se dibujan
en el río.
Infaltables, con sus blancas alas
desplegadas al viento. Intensamente blancos son sus livianos cuerpos
deslizándose por el aire. Elegantes, esbeltas, de picos afilados.
Bajan rápidamente al advertir algún pez en el agua.
Un vuelo rasante, ligero y preciso. Un pececillo, su comida.
Y nuevamente la danza elegante de
sus cuerpos blancos. A la lejanía son tan sólo manchas
impecables. Trocitos de algodón flotando aguas abajo.
Un espejo verde azulado que destella
bajo los rayos del sol, les hace de alfombra y algunos partitos
negros comen también en el lugar.
Esbeltas y verdes también
flotan las cañas y sirven de nido para los huevos que pronto
pondrán. Con la llegad de la primavera las garzas surcan
nuestras tierras para luego emigrar, con sus crías a otro
lugar.
Tierra de paso, de días fecundos,
de blancos puros, de fauna sin igual.
Mgter.
Marisa Avogadro
Catedrática universitaria. Magister
en Comunicación y Educación |