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Agosto - Septiembre 2003

 

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Las Garzas
 

Por Marisa Avogadro
Número 34

Se asoma el sol de primavera. El aroma de los distintos arbustos y hierbas perfuman el paisaje. Acompañados por el canto de los pájaros, infinitos diamantes se dibujan en el río.

Infaltables, con sus blancas alas desplegadas al viento. Intensamente blancos son sus livianos cuerpos deslizándose por el aire. Elegantes, esbeltas, de picos afilados. Bajan rápidamente al advertir algún pez en el agua. Un vuelo rasante, ligero y preciso. Un pececillo, su comida.

Y nuevamente la danza elegante de sus cuerpos blancos. A la lejanía son tan sólo manchas impecables. Trocitos de algodón flotando aguas abajo.

Un espejo verde azulado que destella bajo los rayos del sol, les hace de alfombra y algunos partitos negros comen también en el lugar.

Esbeltas y verdes también flotan las cañas y sirven de nido para los huevos que pronto pondrán. Con la llegad de la primavera las garzas surcan nuestras tierras para luego emigrar, con sus crías a otro lugar.

Tierra de paso, de días fecundos, de blancos puros, de fauna sin igual.


Mgter. Marisa Avogadro
Catedrática universitaria. Magister en Comunicación y Educación