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Por Alfredo Troncoso
Número
36
El cambio de
milenio fue la ocasión para que los autores
más rutinarios le dieran una refrescada
cosmética a sus preocupaciones rutinarias.
Así, en un número dedicado a revisar
la actividad de los medios en el 2000, la Revista
Mexicana de la Comunicación publicó
un artículo improbable desde el mismo
título: "La TV del 2000 en su cincuentenario".
En efecto, una cosa era reseñar los quehaceres
televisivos del año reiterando la consabida
cantinela contra el liberalismo comunicativo,
otra cosa hacer un balance de 50 años
de televisión.
Con todo, y puesto que el objetivo
de este texto es elucidar la dificultad de semejante empresa, explicar
porqué la TV es hoy una desconocida, habrá que reprocharle
a los escritores del milenio, al grueso de los académicos
hispanoamericanos de la comunicación en general y a la autora
de ese texto en particular, el no haber prevenido a sus lectores
y haber esbozado, en cambio, y con el mismo aire rutinario de la
reseña anual, una cronología y un presunto balance
según el cual lo que cambia en la TV mexicana después
de 50 años es la globalización de mercados y la intensa
tecnificación; lo que no cambia, las intenciones antisociales
de sus propietarios. La misma amargura que nuestros intelectuales
de la comunicación nos han infligido ad nauseam durante
décadas, la estandarizada impugnación del "proyecto
privado televisivo"... "que se resiste a virar de rumbo,
atado como está a los fuertes intereses de sus operadores,
adscritos a un bloque dominante"1
...
Al margen de lo justificado (y necesario
en otro contexto) de esas denuncias, lo cierto es que a partir de
su rutinaria reiteración se pierde la ocasión de los
cincuenta años, se pierde la distancia necesaria para un
verdadero re-conocimiento de la TV que, entretanto, y esta es nuestra
hipótesis central, atraviesa una crisis local y mundial invisible
para los ojos rutinarios de sus operadores y detractores.
La crisis, llamémosla menos
dramáticamente transición, exige con cierta urgencia
que revisemos por lo menos tres cosas: 1) la forma y las razones
por las que se hace investigación sobre la TV, 2) el papel
de los nuevos medios ante los medios "clásicos"
y 3) nuestros supuestos sobre la naturaleza de la comunicación
televisiva.
Administrativos y Conspirativos,
el Cese de Hostilidades
En 1950 un ingeniero eléctrico llamado Arthur Nielsen inició
el primer NTI (Nielsen Televisión Index). Los ratings
y shares reseñados en sus sucesivos informes se convertirían
rápidamente en la herramienta fundamental para que la TV
privada evaluara (y descartara) la programación ofrecida
a sus clientes publicitarios o si se quiere, para mayor claridad,
y sin necesidad de falsas sorpresas e indignaciones, el número
y composición de las audiencias ofertadas a los clientes
publicitarios.
La consecuencia a largo plazo fue
que los operadores televisivos quedaron atados a cierta concepción
del medio y de la comunicación2
que los arrojaría al trabajo ciego, incierto, fuera de control
que caracteriza a la TV de hoy. La consecuencia directa: el divorcio
casi total entre los estudios académicos y los estudios profesionales3.
Como se sabe, y a diferencia de
los estudios latinoamericanos que darían inicio en un segundo
momento, en un principio en Estados Unidos hubo una estrecha cooperación
entre la gestión de los incipientes medios masivos y la investigación
académica. Es cierto que esa cooperación se dio por
la mayor parte bajo el entendido de que los estudios fueran de corte
administrativo, vale a decir, que estuvieran al servicio de una
gestión más eficiente de los medios según una
definición de eficiencia dictada por sus operadores. Con
todo, exageraríamos si dijéramos que el valor del
trabajo pionero de los Lasswell, Lazarsfeld, Hovland y Katz es única
y exclusivamente administrativo, si dijéramos que no hay
valor científico alguno en sus conceptualizaciones de la
audiencia, la opinión pública, las funciones sociales
de los mass media... Para llegar a semejante radicalización
administrativa habrá que esperar el trabajo de Nielsen, ese
ingeniero eléctrico después del cual ya no se hablará
propiamente de comunicación, sino de transmisión de
señales, ya no de persuasión y funciones sociales,
sino de efectos sobre el consumidor. A partir de entonces, la investigación
profesional de la TV estará en las férreas manos de
ingenieros y mercadólogos meticulosamente alérgicos
a todo cuanto es propio de la comunicación (la significación,
la interpretación, la persuasión...) y apegados a
todo cuanto tenga apariencia de cientificidad4:
estímulos y respuestas fácilmente observables, cuantificables,
graficables y confidencialmente5
explicables a los patrocinadores. Confidencialmente, cuando no de
manera clandestina, otra vez contra uno de los más elementales
principios del método científico: si no ha de convertirse
en magia o simple charlatanería, la ciencia es pública,
sus siempre provisionales e impugnables resultados se ponen a disposición
de la comunidad científica para que esta evalúe y
tenga oportunidad de replicar sus procedimientos y hallazgos.
Piénsese por ejemplo en ese
portento de charlatanería psicológica perpetrado por
James Vicary, un investigador de mercados que en 1957 convenció
a buena parte del planeta de que había descendido al laboratorio
del Dr. Jekyll y había dado con la clave de la persuasión
infalible: la publicidad subliminal. La comunidad científica
frunció el ceño y, cuando se le exigieron los pormenores
para replicar su "experimento", Vicary debió confesar
que los resultados no eran de fiar. Pero puesto que el divorcio
ya se había establecido, durante años los profesionales
de la comunicación y el público hicieron caso omiso
de las advertencias científicas; la publicidad subliminal
fue así uno de los grandes hitos en la historia de la publicidad6.
Así las cosas, la profesionalización
de la investigación ata a los propietarios y a sus presuntamente
avezados patrocinadores a un modus operandi cada vez más
obscuro e ignorante de los procesos sociales, semióticos
y culturales implícitos en la comunicación televisiva.
Se trata de una ceguera libremente aceptada, se trata de no preguntar
ni el porqué ni el cómo7,
basta que se garanticen los resultados (publicitarios). Si a esto
agregamos que la noción misma de eficiencia publicitaria
es bastante vaga (¿recordación, persuasión,
ventas?...), podemos sospechar que la cientificidad (confidencial)
de la investigación profesional de los medios se ve seriamente
comprometida por el deseo de no ver más lejos, de ver sólo
lo que se quería ver: los "resultados". A aquel
que cuestiona este estado de cosas se le tacha automáticamente
de "teórico", de no querer ver cómo son
las cosas en "la realidad". Pero cuando uno ve los procedimientos
estadísticos en virtud de los cuales la "opinión"
de unos cuantos ibopizados determina la programación
que verán millones de personas y que pagarán, también
en millones, unos cuantos e incautos inversionistas, entonces uno
no tiene más remedio que pensar, con Bertrand Russell, que
un realista es "una persona que quiere que le confirmen sus
prejuicios"8.
Por otro lado, la profesionalización
de la investigación no sólo genera obscuridad en el
ámbito profesional, también comunica ese obscurantismo
a su contraparte, la investigación conspirativa.
La dicotomía administrativos-conspirativos
es tristemente acusada en las universidades de nuestros países.
Por un lado, los alumnos de las escuelas privadas exigen materias
estrictamente administrativas y, a menudo, terminan por resumir
su carrera (o corregirla) con un realista diplomado en mercadotecnia;
la idea es saber lo menos posible sobre la comunicación,
lo más posible sobre sus efectos y su gestión. Del
otro lado están los alumnos de las instituciones públicas
que suelen aliar a su postura conspirativa la casi seguridad de
no tener los contactos necesarios para intervenir en los medios
Tampoco aquí importa la comunicación, sino los efectos,
la denuncia hiperbólica de los abusos "comunicativos"
de la industria de los medios.
Naturalmente, el resultado ha sido
que Latinoamérica, que por la mayor parte empezó sus
estudios de TV después de Nielsen y en medio de fuertes movimientos
de contestación social, ha producido una investigación
de la comunicación monológicamente conspirativa, una
investigación que durante décadas hizo poco más
que repetir, bajo mil variantes, el diagnóstico de los abusos
y la ilegitimidad de la TV privada.
Así, si algo está
diagnosticado más que suficientemente en nuestra región,
son los intereses perniciosos, hegemónicos, colonialistas,
capitalistas del régimen privado de la TV. Sobra decir que,
como sucede con toda polarización, la dicotomía administrativos-conspirativos
induce a ambos bandos a la miopía: miopía de los administrativos
con sus ilusiones de control sobre una comunicación y una
tecnología que comprenden cada día menos; miopía
de los conspirativos que inflan desproporcionadamente los componentes
ideológicos de una comunicación a la que también
dan la espalda. Para ambos los medios son poco menos que omnipotentes
en sus efectos, lo único que cambia es el signo de evaluación:
positivo para los administrativos que pretenden lucrar de ese poder
mientras se les permita; negativo para los conspirativos que ponen
sus esperanzas no en una corrección paulatina, sino en el
día cada vez más improbable de la abolición
del régimen privado.
Afortunadamente, el carácter
inaceptable de la dicotomía es cada día más
claro para uno y otro bando. Por un lado, tenemos a académicos
de la región, como Guillermo Orozco o el mismo Eliseo Verón,
que ponen manos a la obra no sólo en el estudio de lo que
no hacen nuestras telenovelas, talk-shows, noticieros, etc., sino
de lo que sí hacen: cómo procesan los televidentes
las narrativas, cuáles son, además de los intentos
de manipulación, las necesidades que gratifican ciertos programas
, en fin, la agenda de la investigación cambia lentamente
de la pura denuncia al estudio de lo que efectivamente sucede en
nuestras pantallas9.
Por otro lado, ha sido la misma
evolución de la TV y su tecnología la que ha puesto
de manifiesto la obsolescencia de la dicotomía. Desde la
diversificación de la oferta audiovisual a las dificultades
de mensuración de las audiencias, todo se conjura para que
sean los mismos operadores los que abandonen su complacida ceguera
y busquen orientación para entender un panorama profundamente
alterado. Todo parece indicar que en buena parte del mundo, y México
no es la excepción, la guerra fría entre la industria
y la academia ha terminado. Han sido los propios operadores los
que han vuelto a abrir las puertas a investigadores académicos
capaces de echar algo de luz sobre una situación ante la
cual los análisis tradicionales muestran claros signos de
impotencia.
Lo más evidente de esta nueva
situación es la proliferación de nuevas tecnologías
que no se limitan a ampliar las posibilidades de expansión
de las grandes empresas, sino que las arrojan brutalmente ante su
ignorancia, su endeble control, la limitación manifiesta
de sus herramientas mercadológicas de análisis. Pero
esa incertidumbre es asunto de nuestro próximo punto.
El Fin de otra Dicotomía:
Apocalípticos e Integrados ante las Nuevas Tecnologías
de la Comunicación
"La histeria antitecnológica que se ha apropiado de
grandes sectores del mundo occidental es así un producto
de la corrupción de la metafísica, de su aferrarse
a las falsas reparticiones del ente para rebelarse contra los procesos
en que esas separaciones han quedado superadas"... "expresa
el resentimiento de la ambivalencia superada contra la plurivalencia
incomprendida"... "la histeria es la búsqueda de
un amo que permitiría una insurrección en su contra."10
El pasaje recién citado remata
la discusión anterior y hace explotar otra falsa dicotomía,
la que enfrenta a los apocalípticos e integrados ante las
nuevas tecnologías11.
Sin meternos en las complejidades
adicionales de la reivindicación de la ontología de
la técnica heideggeriana llevada a cabo por Peter Sloterdijk,
hay que destacar la claridad con la cual el autor de la Crítica
de la razón cínica pone fin a las esperanzas de
aquellos que quisieran volver al confort de las polarizaciones.
En pro o en contra de las nuevas tecnologías, ¡cómo
si se tratara de decidir! Ya no hay tal confort, ya no se trata,
no se puede tratar de optar por un polo o siquiera por un término
medio. Ninguna insurrección para conducirnos a algún
primigenio estado de emancipación, ninguna estrategia capaz
de restituir el control, tampoco algún idilio bucólico
al estilo new age, podrán liberarnos a estas alturas
de la necesidad de hacer las cuentas con la actual indigestión
tecnológica. No hay forma de volver a tomar el mando, la
razón es sencilla: nunca tuvimos el mando.
Si las cosas van bien es reconfortante
saber que van bien gracias a mi control; si las cosas van mal, es
reconfortante saber que algún infeliz tiene la culpa. Contra
ese confort, la incómoda y siniestra intuición de
Slotedijk es que nadie tiene el control, que estamos ante la "construcción
de máquinas sin ingeniero". En lugar de combatir a enemigos
fantasmagóricos, bien haríamos en tratar de comprender
la plurivalencia y dejar de añorar la ambivalencia perdida.
Volviendo a la TV, habrá
que abandonar la postura del "idiota tecnológico"
mcluhaniano, aquel que cree que las intenciones del ingeniero bastan
para definir los alcances de un medio. En ese orden de ideas, es
"idiota" pensar que la proliferación de tecnologías
no hace más que desarrollar el poderio de los massmedia,
que la aparición en el mercado de un nuevo medio implica
necesariamente su adopción por parte del público (si
es falso que querer es poder, lo es más aún que poder
es querer)12, que las técnicas
exitosamente adoptadas hace 50 años para gestionar al público
seguirán funcionando indefinidamente, que la TV será
siempre financiada por la publicidad, que la nueva televisión
acabará con la TV masiva13,
que la mayor oferta de la nueva TV se traducirá en mayor
variedad y claridad, que la competencia televisiva es necesariamente
sinónimo de mejor programación... en fin, que podemos
dispensarnos de la complejidad e incertidumbre propia de cualquier
innovación tecnológica.
El Obeso y Abúlico Perro
de Pavlov
En su última visita a México, Paolo Fabbri, uno de
los pioneros de la semiótica italiana, resumió la
posición y la promesa de la semiótica con la siguiente
frase: "Es estúpido pensar que lo visual sea irracional".
La descalificación iba dirigida a su compatriota Giovanni
Sartori que, como se sabe, se ha convertido en un apocalíptico
de última hora con su algo obsoleta pero sorprendentemente
popular argumentación contra los efectos idiotizantes de
la TV. La popularidad de su Homo Videns es un buen síntoma
de esa reacción tardía e histérica que acusa
Peter Sloterdijk, reacción que el mismo Sartori reconoce
tardía y destinada al fracaso14,
ejemplo si lo hay de la sobresimplificación15
histérica de aquel que no quiere enfrentar la complejidad
ambiente y opta por replegarse hacia alguna nostalgia humanista.
Sobre la caducidad de los humanismos bien intencionados ya se ha
escrito suficiente16, baste
con saber que, le guste o no a Sartori, nos guste o no a nosotros,
Proust y Joyce ya no son rivales para la TV; aunque la literatura
dista de haber desaparecido, nuestra cultura ya no gravita en torno
a las letras, epifenómeno de nuestros tiempos. Por otro lado,
en su búsqueda de enemigos y su sobresimplificación,
Sartori parece atribuirle al escrito poderes excesivos17.
Volviendo a Fabbri, lo que la semiótica
le reprocha a los Sartoris y demás humanistas y deterministas
tecnológicos (que sean apocalíticos o integrados,
poco importa), es el ignorar la dimensión simbólica
de la comunicación y centrar la atención en otro nivel,
el nivel determinista, mecánico... pavloviano.
En efecto, que se trate de apocalípticos
como Sartori o de integrados como los profesionales de Nielsen,
lo cierto es que ambos polos terminan por creer en la validez de
un modelo determinista de comunicación según el cual
los individuos y la sociedad en general responderían ciega
y fatalmente a los estímulos de la TV, tal y como responde
el perro ante la comida y la campana de Pavlov.
Si este modelo fuera valido, ni
Sartori sería capaz de escribir sus doctos panfletos, reducido
como estaría a autómata condicionado, ni sería
necesario seguir con la investigación de las audiencias que,
a su vez, estarían enajenadas junto a los estudiosos por
las férreas leyes del condicionamiento clásico. No
habría necesidad de publicistas pues bastaría con
la inoculación de fórmulas por parte de mercadólogos
e ingenieros, los partidos en el poder lo conservarían siempre
pues la maquinaria propagandística funcionaría sin
vacilar, puesto que los productores sabrían qué fórmulas
repetir nunca fracasaría ninguna telenovela, ninguna estrella
de la música popular, etc.
Las cosas son tanto más complejas
e inciertas (¡y ridículas!) que a estas alturas resulta
imposible no sucumbir a la crueldad de citar a Eco:
Hay una conocida broma que narra
como dos perros se encuentran en Moscú; uno está
gordo y bien alimentado, el otro flaco y hambriento. El perro
hambriento le pregunta al otro: '¿cómo haces para
encontrar de comer?' y el otro, con habilidad zoosemiótica,
responde: 'facilísimo. Cada mañana a mediodía
voy al instituto Pavlov y me pongo a babear; y entonces, a ese
punto, llega un científico condicionado que toca una campana
y me da un plato de comida18
Supongamos por un momento que no
hay nada de cierto en esta maliciosa broma, que nuestro científico
sí sabe lo que hace y nuestro perro carece de habilidades
zoosemióticas. Agreguemos un suplemento de inocencia y supongamos
también que, aunque desprovisto de capacidad simbólica,
nuestro perro tiene una buena posición económica y
está dispuesto a recompensar al "científico"
cada vez que éste lo engañe. ¡Negocio redondo!
Para engañarlo (y recibir su propio premio), el sagaz científico
sólo tendrá que asociar infalibles estímulos
(jugosos bisteces, refrescantes líquidos, estremecedoras
violencias, apetitosas hembras) con campanas de todos los timbres
y frecuencias imaginables. Cada vez que el perro salive, eyacule
o muerda ante una (¡y sólo una!) de las campanas, el
"científico" centuplicará su inversión
experimental.
Ahora bien, con todo y nuestra mejor
voluntad para creer que el perro será capaz de distinguir
entre miles de campanas sin necesidad de competencia semiótica
alguna, es decir a partir de la pura fuerza de los estímulos,
a un cierto momento uno no puede dejar de preguntarse: ¿qué
pasará cuando el perro esté gordo, saciado de sexo
y violencia y comience a mostrar los síntomas inequívocos
de la abulia, a saber, la dificultad para distinguir entre estímulos
condicionados e incondicionados, para distinguir entre tantos estímulos
programados, para distinguir tout court?
Dejando al ya obeso y abúlico
perro de Pavlov, cabe que a este punto nos preguntemos por el sobreestimulado
y no menos aturdido teleespectador19.
¿Cómo se las arregla según este modelo, para
distinguir entre los diferentes estímulos condicionados?
Concretamente, una vez que la sección de desodorantes del
supermercado le ha generado la respuesta condicionada deseada, ¿como
se las arregla el televidente para determinar cuál de todos
los desodorantes específicos ha excitado su animalidad? ¿Cómo
es que, aunque todos los anunciantes se saben los mismos procedimientos,
algunos logran "posicionar" sus productos más eficientemente
que otros? Peor, ¿posicionar dónde?
El más rudimentario inicio
de respuesta a estas preguntas es imposible a menos que se ponga
en tela de juicio la premisa básica que ha regido la actividad
televisiva a la fecha, a saber, que los espectadores son como perros
y carecen de habilidades semióticas.
Ese es, me parece, el meollo de
la frase de Fabbri. "Es estúpido pensar que lo visual
sea irracional", estúpido porque supone que el espectador
de imágenes es sólo eso, un espectador; que no hay
discurso visual, sólo estímulos visuales. A diferencia
de lo que puedan pensar Sartori y los apocalípticos por un
lado, el común de los mercadólogos e ingenieros de
la comunicación por otro, la comunicación audiovisual
también funciona simbólicamente, como un discurso20.
Contrario a
lo que podrían pensar los "realistas"
de la comunicación, la perspectiva comunicativa
bien podría traer consigo una renovación
del rancio panorama audiovisual y, ¡horror
de horrores! dirán algunos, mayores ganancias21.
A menos que los investigadores y operadores de
la televisión quieran perpetuarse en su
papel de condicionadores condicionados, harían
bien en considerar las habilidades semióticas
de su público, la dimensión comunicativa
de su quehacer. A casi treinta años de
su clásico La communicazione di massa
in Italia, sería buena hora de hacerle
caso a Fabbri: "Quienquiera haga teoría
de la comunicación de masas sin haber
hecho de antemano teoría de la comunicación
a secas, hará, fatalmente, mala teoría
de la comunicación"22.
Conclusiones
Resulta difícil, poco menos que imposible, hacer un balance
de la TV mexicana (y mundial) a más de medio siglo de su
nacimiento., hay demasiada inestabilidad, demasiada incertidumbre,
demasiadas cosas que reconsiderar. He tratado de ahondar en tres
factores cruciales relativos a esa crisis: 3- la cada día
más evidente insuficiencia23
del paradigma pavloviano que confunde comunicación y transmisión,
la urgencia de hablar menos en términos de efectos televisivos
y más en términos del discurso televisivo; 2- la deriva
ciega que se sigue si los mass media persisten con el modelo
pavloviano y su ilusión de control en el contexto profundamente
alterado de las nuevas tecnologías (la propiedad no garantiza
el control); 1- la necesidad de que, más allá de posturas
apocalípticas o integradas, demos por terminadas las hostilidades
entre medios masivos y academia.
Notas:
1
De la Selva, Rosa. La TV del 2000 en su cincuentenario p.
21. Las cursivas son nuestras. Cabe agregar que la elección
de esta autora es meramente circunstancial, elíjase cualquier
otro artículo de las revistas académicas de comunicación
de la zona y tendremos altísimas posibilidades de encontrarnos
con un enésimo diagnóstico de la colonización
de las conciencias, las consabidas consignas contra la manufactura
del consentimiento, la (¿fingida?) sorpresa ante la impúdica
voluntad de lucro que anima a los productores, la nostalgia de algún
virginal estado primigenio del cual la industria nos habría
enajenado, etc., todo sazonado con una fuerte dosis de indignación,
escaso rigor documental y, por regla general, desprecio absoluto
por cualquier forma de verificación empírica.
2 Atados a cierta concepción
por sus intereses de apelar a los clientes publicitarios,
como veremos, aunque el esquema ha resultado terriblemente redituable
para los operadores, hoy llega a un impasse
3 "Casi", en la medida
en que aunque nadie se los pida, algunos académicos perseveraron
en la elaboración de estudios al servicio de los operadores
4 "Apariencia
" pues precisamente se confunden aquí
método y ciencia. Una de las más
claras muestras de cientificidad consiste precisamente
en no tratar de ser más científicos
de lo que la materia en cuestión permite.
Resulta embarazoso verificar la pertinencia actual
de esta advertencia formulada hace más
de dos mil años, en los albores de la
ciencia por Aristóteles
6 Aunque ya son pocos los publicistas
que defienden o practican la publicidad subliminal, hasta la fecha
el público insiste en comprar ávidamente los Hidden
Persuaders de Vance Packard. A pesar de su obsolescencia, el
libro, traducido como Las formas ocultas de la publicidad,
se encuentra hoy en prácticamente cualquier cafetería
o supermercado, testimonio indudable del apetito del público
por encontrar culpables para su miseria.
7 Al preguntársele a un
popular periodista radiofónico si contaba con la investigación
necesaria para orientar su trabajo, éste contestó
con no rotundo y agregó: "los que cuentan con la información
para cortarme la cabeza si voy mal y darme mi zanahoria si voy bien
son los patrocinadores, yo sólo sé si voy bien o mal,
no porqué voy bien o mal"
8 Resulta aterrador encontrar
que autores con credenciales científicas aparentemente en
regla como George Comstock recurren al mismo argumento "realista".
En su relativamente reciente Television, descarta las críticas
("por razones estéticas") al régimen publicitario
de la TV alegando que "así son las cosas en la realidad".
El problema es que no se necesitan razones estéticas o ideológicas
para cuestionar el actual funcionamiento del régimen publicitario,
basta un mínimo de cientificidad o, en su ausencia, de sentido
del lucro por parte del patrocinador, sentido común por parte
de la audiencia.
9 Con todo, todavía a fines
del 94 un artículo del Communication Research todavía
acusaba, con una mezcla de indignación y sorpresa, la relativa
pobreza de la zona en investigación de su producto televisivo
número uno, la telenovela. Ahí, La Pastina y Mc Anany
alegaban que abundan los estudios sobre la ideología detrás
de la telenovela, pero brillan por su ausencia los estudios científicos
(cuantitativos y cualitativos) sobre lo que el público hace
con ellas.
10 Sloterdijk, Peter. La
domestication de l'être, p 87
11 El lector recordará
que tampoco el autor de esta dicotomía creía en ella.
En una ocasión un periodista se acercó a Umberto Eco
y le dijo que, después de haber leído su Apocalípticos
e integrados ante la cultura de masas, quería preguntarle
si era apocalíptico o integrado, ante lo cual Eco le contestó
que si en verdad hubiera leído su libro no se le ocurriría
semejante pregunta.
12 Por ejemplo, la TV interactiva
o la HDTV, posibles hace un buen tiempo pero a la espera de usuarios.
13 Al respecto habrá
quien alegue correctamente por lo demás, que la neo TV puede
finalmente apelar directamente al público y no al patrocinador;
incorrectamente, que ese cambio garantiza automáticamente
una mayor variedad y calidad en la programación.
14 El mismo autor prologa la
obra diciendo: "...Aun si la mía fuera una batalla perdida
desde el inicio, no me importa"... "no hay porque esperar
para emprender, ni lograr para perseverar"
15 También aceptada por
el autor en el prólogo : ""Quizá exagero.
Pero si es así es porque la mía quiere ser una profecía
que se autodestruye"
16 Al respecto véase
Notas para el parque humano donde Sloterdijk retoma la respuesta
de Heidegger al humanismo sartreano, la célebre Carta
sobre el humanismo.
17 Como lo testimonia el gran
novelista del XIX, también la escritura es capaz de producir
idiotas. En su ácido Diccionario de Lugares Comunes,
Flaubert encontró al enemigo en la burguesía lectora
de panfletos, periódicos y feuilletons. Saltan a la vista
algunas idioteces que parecerían de origen televisivo. Ejemplo:
"Asesino: decir siempre que son cobardes, no importa si han
demostrado audacia". La conclusión es obvia y desoladora:
el mundo ha sido siempre pródigo en estulticia, no tuvimos
que esperar a la TV para producirla.
18 Eco, Umberto. Tratatto
di Semiotica Generale. p. 33
19 George
Comstock ha llegado al extremo de sugerir que,
para que la publicidad televisiva funcione optimamente,
la programación entre spot y spot debe
ser aburrida; otros autores ya hablan sin más
de choice fatigue y de la tarea de rentabilizar
a la TV masiva haciéndola tan predecible
como resulte posible.
20 Otra cosa,
y ahí habrá que hacerle ciertas
concesiones a Sartori, es si ese discurso audiovisual
inhibe o no las capacidades cognitivas del televidente,
las capacidades de conceptualización que
dos milenios de escritura habían desarrollado
en el hombre alfabetizado. En todo caso, el solo
hecho de trabajar el discurso televisivo en tanto
que discurso sería ya un principio de
mejoría, un paso hacia el todavía
incumplido giro semiótico proclamado por
Fabbri.
21 Ya hace
poco más de una década David Puttnam,
el entonces productor estrella de Columbia Pictures
intentó un giro de esa naturaleza. Rompiendo
con el esquema según el cual uno debe
"pegarle" al público, Puttnam
sugirió que la salud del medio cinematográfico
dependía más bien de inventar el
público, de formarlo en una pluralidad
de géneros y gustos. Apenas empezaba su
tarea con películas tan dispares como
The killing fields y The Mission,
cuando hubo un cambio de directivos que se impacientaron
y prefirieron "ir a lo seguro" con
el viejo esquema. No deja de ser interesante
que hoy David Puttnam ha cambiado de giro y ocupa
un importante cargo en el ministerio de educación
de Inglaterra.
22 Fabbri,
Paolo. La communicazione di massa in Italia
p. 67
23Insuficiencia, no falsedad;
no se trata, como pretenden algunos de los fanáticos de un
enfoque cualitativo, de cancelar los estudios cuantitativos y deterministas.
Referencias:
DE LA SELVA, Rosa. La TV del
2000 en su cincuentenario en Revista Mexicana de Comunicación,
México D.F., abril 2001
ECO, Umberto. Trattato di Semiótica Generale. Bompiani,
Milán, 1975
FABRI, Paolo. La Communicazione di Massa in Italia en VS,
Bologna, 1974.
FLAUBERT, Gustave. Dictionnaire des Ideés Recues.
Mille et Une Nuits, Paris, 2000
GONZÁLEZ REQUENA, Jesús. El discurso televisivo.
Cátedra, Madrid, 1995
LA PASTINA & MC ANNANY. Telenovela Audiences en Communication
Research, Sage, Beverly Hills, dic1994.
Mc LUHAN, Marshall. Understanding Media. Mentor, Nueva York,
1964
OROZCO, Guillermo. Televisión y audiencias. De la
Torre/UIA, Madrid, 1996
SARTORI, Giovanni. Homo Videns, Laterza, Roma, 2000
SLOTERDIJK, Peter. La Domestication de l'Etre, Mille et Une
Nuits, Paris, 2000
VERÓN & ESCUDERO (eds) Telenovela. Gedisa, Barcelona,
1997
Dr.
Alfredo Troncoso
Analista y consultor de
medios. Profesor del
ITESM Campus Estado de México,
México |