|
Por Elisabet Juanola
Número 36
Cuando
hace unas semanas observábamos el listado de ocupaciones
que tienen las personas en nuestro sector, quedamos un rato sin
palabras. Estábamos en un curso de "evangelización
y cultura" y nos detuvimos mucho en el tema "cultura":
¿Qué
es la cultura?, ¿a qué cultura pertenecemos?, ¿con
qué rasgos nos identificamos de la "gran cultura"
y cuáles aportamos en nuestro diario vivir?
El
listado arrojaba trabajos esporádicos, sin previsiones médicas
que los respaldaran, con mucha presión y largos horarios;
otros eran negocios en general, pero en concreto, en relación
a la droga, al uso del cuerpo -sobre todo el femenino-, y a objetos
robados. En referencia al rubro "robos" nos dimos cuenta
de que disponíamos de una muy rica variedad en el sector,
desde pequeños y esporádicos oportunistas, a carteristas
especializados y grupos organizados internacionales.
El
lugar desde el que hablamos corresponde territorialmente a la Zona
Sur de Santiago, pero seguramente coinciden muchas de sus características
con otros sectores y otras áreas metropolitanas. La reflexión
acerca de la cultura, con parámetros como los que
acabamos de mencionar, perfila un ser humano embrutecido, con no
muchas instancias de reflexión y de proyección personal,
viviendo en espacios muy reducidos, sin tiempo personal para un
correcto descanso.
El
vocabulario que usamos, con quién nos relacionamos, qué
comemos (qué podemos comer)... son elementos que forman parte
de la cultura. Al hacer el esfuerzo de pensar la evangelización,
surgen interrogantes a propósito del mundo en que vivimos
y del ser humano que lo habita.
Hace
tres años, desde la Vicaría de la Zona Sur del Arzobispado
de Santiago, se empezó a incursionar en una pastoral de las
nuevas tecnologías. El impulso venía de la creciente
"brecha digital" y la intención de facilitar herramientas,
conocer lenguajes, estar, usar las nuevas tecnologías
a la medida humana. El gran objetivo de este trabajo esta relacionado
con la dignidad del ser humano y por supuesto su felicidad.
Sobre
el impacto de las nuevas tecnologías en las personas hay
mucha literatura. El fenómeno tiene muchas maneras de ser
observado, podemos ser críticos u optimistas pero, como ocurre
con tantas cosas, la teoría es muy distinta a la realidad,
casi todo tiene una cara y un envés y ambos se complementan.
A pesar de ello, queremos, sí, comentar algunas cosas del
camino recorrido en este tiempo y a la luz de esta cultura que viene
definida por nuestro diario vivir.
Construcción
de redes
Para
que exista una red solamente tiene que haber puntos que se unan.
La familia, el trabajo, el colegio, el vecindario, las aficiones,
los deportes, el aspecto personal desencadenan redes de relaciones,
de información, de sentido. A pesar de uno, incluso. Sin
embargo, a veces quedamos afuera de algunas redes, aún con
Internet. No por estar conectados tenemos acceso a las redes.
La
calidad de la red, tiene que ver con honduras personales, procesos,
preparación, objetivos, búsquedas personales. Es distinto
que un conocido me tenga en su listado de correo basura, a estar
en red con educadores que comparten inquietudes parecidas y con
los que investigamos sobre algún tema en el que todos aportamos
nuestro granito de arena. La calidad de la red, casi siempre tiene
que ver con la alimentación de su flujo, con la intensidad
de los emisores y receptores -que muchas veces son los mismos-.
En este sentido, los intereses de cada uno son muy subjetivos, y
por lo tanto es muy complejo entrar a juzgar la calidad de una red
u otra.
A
veces necesitamos más de lo que estamos dispuestos a entregar,
o no sabemos como entregarlo, o no hemos descubierto que tenemos
algo que entregar. Las redes sirven también para reconocer
nuestras particularidades, cada uno aporta con lo que tiene.
Se
está viendo que Internet es más un punto de encuentro
que una biblioteca o base de datos. Quizás es una gran red
de afectos, de contactos, de compañía, de entretención.
El chat, la música, los juegos, el mismo mail, muchas veces,
son ejemplos de ello.
Suceden
conversaciones a grandes distancias, aunque a veces no se conversa
en la casa o en el vecindario. Pareciera que la red es más
segura que las relaciones interpersonales en directo. En
las grandes ciudades hay una tendencia al pánico, se vive
en desconfianza y con motivos. Pero Internet a veces es un escondite
donde puedo ocultar mi identidad. También es una escuela
de lenguajes, estilos y de las propias reacciones. La red no es
complicada, no tiene compromiso mayor con el otro que el instante
de coincidencia. La intimidad que se da con el desconocido compañero
de viaje que en bus, tren o avión conversa durante cuatro
o más horas conmigo se acrecienta por el hecho de que en
este caso ni siquiera tiene porque ver mi cara o escuchar mi voz.
Internet
es una posibilidad de acceso a redes de redes, pero, también
significa un cambio en el lenguaje, en los códigos de comunicación
de compromiso, en los niveles de sinceridad e intimidad... y no
es menor.
Brecha generacional
No
hay seres humanos de primera o de segunda, pero lamentablemente
existen las diferencias. La brecha digital es reflejo de la brecha
entre ricos y pobres y coincide que los pobres son los que
no tienen o tienen mucho menos acceso a las nuevas tecnologías.
Se
habla de que los jóvenes de hoy son distintos, podríamos
también asegurar que las diferencias generacionales no son
ninguna novedad y que no llegaron con Internet. Pero vale la pena
mencionar que las generaciones que han nacido con la red de redes,
van a la escuela con celular y juegan solos ante una máquina,
algunas veces creen que siempre fuimos viejos y que nunca podremos
comprender lo que ellos viven y hacen. ¿Qué piensan
estos niños y jóvenes?, ¿se sienten solos?,
¿cómo se aconsejan?, ¿habrá situaciones
realmente nuevas en sus procesos de conocimiento que nosotros no
conocemos?, ¿qué piensan de nosotros?
La
inseguridad que da no entender bien los lenguajes electrónicos,
o ser torpe con ellos, nos aleja no solamente de las máquinas,
también de nuestros hijos. Las largas horas de chat son procesos
de crecimiento y discernimiento, los juegos no siempre son solamente
para ellos, el acceso a información o a música puede
enriquecernos a nosotros también. Pero por sobretodo, no
podemos dejar para ellos la responsabilidad de una sociedad donde
es fácil perderse, donde es excesiva la información,
donde no todo es desechable, donde por supuesto que hacemos falta
y nos hace falta.
Ana
González, de 34 años, hace tres que se da vuelta en
los talleres del Centro de Educación Humana en La Pintana,
su pregunta es ¿dónde aprender más cosas?-
"Mi hija me supera", dice. Y como ella Berta, que empezó
con el croché porque era con lo que se atrevía, pero
no ha terminado sus estudios secundarios.
Patricia,
de cuarenta años, se inscribió a un curso de computación
para hablar el mismo idioma que su hijo de 15, su interés
en no quedarse atrás le ha permitido interactuar
con otras personas que están en búsqueda al igual
que ella. Descubrió que le gusta instalarse en la biblioteca
para ayudar a los "pollos" a hacer sus tareas y así
se ha encontrado con varios casos de vecinas que acuden a la biblioteca
del centro en búsqueda de ayuda, con gran vergüenza
porque no saben leer. Patricia nos contó que ha descubierto
que es una persona confiable y por eso dejó de autolimitarse.
"autolimitarse"
El
ser humano es único e irrepetible. Empezamos a existir un
día y -contra todo pronóstico- somos nosotros!, no
otros, los que habitamos nuestra personita. La reflexión
parece ridícula, pero no lo es. Seguimos siendo los mismos
corazoncitos de siempre, pero a veces, se nos olvida que teníamos
proyectos, anhelos, incluso alegría. No hace falta perder
la alegría para perder la capacidad de asombro o de superación.
Es cierto aquello de "nunca te acostarás sin saber una
cosa más", pero tenemos que hacer un poco de esfuerzo.
Las
mencionadas y otras mujeres son miembros de un taller de computación
acudieron a él para ayudar en las tareas de sus hijos o entenderlos
mejor en su quehacer cotidiano, pero están descubierto más
cosas. Se atreven, hacen red, arman otras... se reconocen, se contagian.
Alguien de este taller les decía:
"he descubierto que la felicidad va con el esfuerzo, emprendan
la felicidad". Y, ¡sí! son mujeres emprendedoras.
Su empresa esta en ese punto de inflexión que es ir a la
deriva o retomar la propia vida. Pero eso no mejora el entorno.
El esfuerzo en red puede mejorarlo. No tiene porque ser ingenuo
imaginar una red de pobladores que descubren qué pueden ofrecer
a un mundo global pero homogéneo, ¿artesanía?,
¿cantos populares?, ¿amistad?, ¿testimonios?.
El
capital humano de Tina Clementina, mujer de cara amable que trabaja
en las ollas comunes y que acoge a gente que se avergüenza
de decir que tiene hambre, que su hijo es drogadicto y le robra
todo y que su marido la ha dejado y no sabe decir porque. El capital
humano de Hugo, artesano en cuero y platería que quizás
se anime a armar una escuela de artesanos después de este
taller y con ayuda de algunas de las personas del mismo. El capital
humano de Sandra, mamá de un personaje de siete años
que maneja el PC al derecho y al revés, ella es fonoaudiólogo,
pero se casó y embarazó y ahí quedó.
El capital humano de la Vero que es ingeniero en ejecución
de comercio internacional y que quiere crecer como persona. Y...
en fin el capital humano de quienes dan un primer paso y quieren
seguir dando otros.
Cultura de paz
Dejar
en herencia un mundo más en paz, podría ser el gran
objetivo general del trabajo codo a codo en el presente. ¿Qué
más podríamos pedir? Construir la paz. Las nuevas
tecnologías al servicio del ser humano, al servicio de la
paz.
La
señora Silvia es una mixtura de mapuche, español,
holandés y alguna otra etnia que conoce menos. Autodidacta
que defiende lo propio sin pelearse con lo del mundo que también
le pertenece. No le importa algunas veces ganar y otras "perder",
para ella hacer cosas siempre es ganar. Pero lo que no quiere es
correr el riesgo de desplazar lo que le da identidad. Conocer su
origen ha sido para ella el punto de partida para construir firmemente
el presente y el futuro. La señora Silvia asegura que todo
lo que ha hacho en la vida, tarde o temprano le ha servido, ha trabajado
en la construcción, en una empresa que contrata a mujeres
porque trabajan más fino, también es contable, conoce
bien el idioma de los araucanos, y con mucha sencillez explica a
quienes tienen apellido mapuche que eso es un motivo de orgullo
y de alegría porque todo el mundo debe sentirse orgulloso
de ser quien es.
En
su radio de acción construye la paz sin mayores, pero tampoco
sin menores pretensiones. Coincidir con ella produce alegría
y deseos de trabajar. Es una persona en constante elaboración
y crecimiento. Parte de la base de saber quien es y amar rabiosamente
o que ha descubierto. Y esa manera de conocer las cosas se constituye
en una antropología. La posibilidad de estar en red es para
ella la posibilidad de no autolimitarse y de mostrar al mundo, desde
donde ella esta, que lo suyo también es información
y también es importante.
Silencio
y libertad
No dudamos en pagar unos pocos pesos si se trata de revisar nuestro
correo, o estar un rato en la red, sea para jugar, catear o simplemente
ver las últimas novedades que más nos interesan. Todo
vale plata. Por supuesto que la conexión más. Pero
no somos felices. Hay pocas señoras Silvias. Para ser con
mayúsculas tienen que pasarnos cosas muy densas y tener además
la posibilidad de optar por sobrevivir, en lugar de hundirnos.
También,
en las grandes ciudades, empieza a haber un ansia enorme por buscar
silencio. Silencio de palabras, de imágenes comerciales,
de clips, silencio de precio y de prisas, silencio de terrorismo.
Para decantar y saborear quienes somos realmente y disfrutar las
pequeñas cosas hace falta silencio. Esta dimensión
de la existencia es un reto también de la sociedad de la
información. ¿Cómo asumir los límites,
la dependencia, el exceso de búsqueda hacia fuera? Invito
a no pasar de largo en las investigaciones y trabajos que hacemos
sobre este tema, es desde las comunicaciones que colaboramos en
una antropología que pone en su lugar el valor de la vida.
Elisabet
Juanola
Periodista, Vicaría Zona Sur, Arzobispado
de Santiago,Chile. |