Por Jorge Barello
Número 36
Hace pocas semanas he leído
entre las noticias de Clarín un titular que expresaba: "Un
científico asegura que el alma tiene una explicación
bioquímica". Se trataba de una conclusión del
Dr. Francis Crick, ganador del premio Nobel 1962 por descubrir la
estructura del ADN, ese compuesto casi mágico que encierra
nada más y nada menos que el misterio de la vida.
Seguramente, mi limitada y rudimentaria
percepción bioquímica de las cosas eclipsa mis facultades
para comprender e interpretar una revelación que al parecer,
como integrantes del rebaño humano, debería llenarnos
de orgullo.
Muchos de mis congéneres
(la palabra parece demostrar que sin genes nada es posible) podrían
tildarme de retrógrado o anticuado si les confesara que me
entristece pensar que éste asunto pueda ser posible; me refiero
a la explicación bioquímica del alma.
Ya lo sé, habrá quiénes
también explicarán mi tristeza a través de
las llamadas sustancias neurotransmisoras con sus correspondientes
receptores cerebrales y posiblemente estén en condiciones
de confirmar una vez más que la biología puede justificar
casi todas las cosas humanas.
En verdad, no puedo concebir que
una lágrima, una sonrisa o la impregnante sensación
de extrañarse, sean sólo marionetas cuyos hilos están
gobernados por átomos y moléculas. No puedo pensar
(¿o mejor dicho sentir?) que el lenguaje del alma pueda nutrirse
de semejantes atributos que, por más imperceptibles que resulten,
no dejan de pertenecer al mundo tangible.
Me resisto (no sé si habrá
alguna sustancia que participe de esta sensación) a creer
que cuando me he reflejado en los ojos de una mujer, o he sido el
pararrayos de los besos de mis hijos, o me he sumergido en algún
perfecto poema de Benedetti, toda esa catarata de sensaciones "del
alma" pueda reducirse finalmente a síntesis, procesos
y compuestos químicos.
Borges decía que la felicidad
no se puede contar; ¿podría entonces explicarse en
un laboratorio cómo funciona la usina que genera esa felicidad?
Es posible que la realidad se empeñe
en demostrarnos que finalmente los científicos tienen razón
y todo, incluidos la magia, el encanto y la ilusión, puedan
ensayarse en una probeta.
Seguramente, gracias a la medicina (profesión que tengo el
placer de ejercer) pueda prolongar mi esperanza de esta vida terrenal
que -debo confesarlo- tiene infinitas cosas que me agradan y seducen;
pero, frente a tan vertiginosa evolución de la ciencia me
gustaría pedir a quien corresponda, que si alguna vez se
consiguen trasplantar exitosamente las almas, no quiero ser de la
partida.
Dr.
Jorge Barello
Periodista médico |